MAGAZÍN D'INVESTGACIÓ PERIODÍSTICA (iniciat el 1960 com AUCA satírica.. per M.Capdevila a classe de F.E.N.)
-VINCIT OMNIA VERITAS -
VOLTAIRE: "El temps fa justícia i posa a cadascú al seu lloc.."- "No aniràs mai a dormir..sense ampliar el teu magí"
"La història l'escriu qui guanya".. així.. "El poble que no coneix la seva història... es veurà obligat a repetir-la.."
19-10-2014 (10671 lectures) | Categoria: Pacific |
Asociación Española de Estudios del Pacífico (A.E.E.P.)
N.� 2. Año II 1992
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Presentación
Un nuevo número, el 2, de la Revista Española del Pacífico. En esta ocasión, en el año del V Centenario, un número monográfico sobre los viajes españoles por el Pacífico.
Si América ha sido la �estrella� por antonomasia de las conmemoraciones del medio milenio del Descubrimiento, no hay duda de que el Mar del Sur jugó un papel fundamental en la consolidación del imperio español y en las relaciones de España y de la América española con sus posesiones de Micronesia y Filipinas y, naturalmente, con las demás tierras oceanianas y asiáticas.
Los españoles -y extranjeros al servicio de España- fueron los primeros europeos que se aventuraron por el Pacífico, los primeros que lo cruzaron de una orilla a otra, de América a Asia, en ambos sentidos. Contribuyeron en gran medida a hacerlo conocer en Europa y a dar de él una primera visión global y sistemática, proporcionando muchas veces la pauta para posteriores expediciones no españolas.
Fueron los primeros en entablar relaciones -unas veces pacíficas, otras violentas- con las poblaciones de este océano, los primeros en establecerse en varias de sus tierras, en anexionárselas, de forma real o nominal, según los casos, como preludio de lo que luego sería la dominación colonial europea y, más adelante, de lo que sería la apertura total, la �mundialización� del Pacífico.
De ahí, la idea de preparar este monográfico, que cubre los viajes de exploración, comerciales, científicos y político-militares que se extienden a lo largo de tres siglos(XVI, XVII y XVIII), sin olvidar los que podemos llamar �posimperiales� de los siglos XIX y XX.
A modo de panorámica introductoria, el número se abre con un amplio trabajo de A. Landín Carrasco que cubre estos tres siglos, en el que se fijan las rutas y descubrimientos atribuibles a España.
A éste le siguen tres artículos monográficos: el primero, sobre el lugar de desembarco de Magallanes en Guam, debido a R. F. Rogers y D. A. Ballendorf; el segundo es parte de un manuscrito del siglo XVI sobre las Marianas, presentado por M. G. Driver; y el tercero estudia las relaciones de España y los reinos moluqueños, en los siglos XVI y comienzos del XVII, del que es autor L. Y. Andaya. [8]
Entramos en el siglo XVIII con un trabajo general de B. Bañas sobre la segunda época de los viajes españoles por el Pacífico, la de las expediciones científico-políticas. Precisamente de uno de estos viajes nos ha quedado el diario, inédito hasta hoy, del piloto Juan Pantoja, presentado por F. Mellén.
L. Togores y B. Pozuelo hacen la historia de los viajes españoles en el siglo XIX, cuando junto al declinar del imperio declina el interés científico y viajero. J. U. Martínez Carreras nos ofrece una semblanza del científico Jiménez de la Espada, en los años 60 del siglo. Y J. Jiménez Esteban nos narra las incidencias de una moneda española que circuló también por el Pacífico en ese mismo siglo.
Finalmente, Sue-Hee Kim se centra en los viajes de fines del siglo XIX y primera parte del XX de artistas y literatos, periodistas y turistas que �descubrieron� el gran océano de otra manera.
El número incluye además la sección de Notas, la de Reseñas de libros, y una última de Noticias.
El Consejo de Redacción |
Noviembre de 1992 [9] |
Los viajes españoles por el Pacífico
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Amancio Landín Carrasco
Atribuya el lector la redacción de estas líneas al amable y cordial encargo de quienes rigen nuestra revista, deseosos de difundir una síntesis de la obra en tres tomos Descubrimientos españoles en el mar del Sur, que vio la luz, gracias al mecenazgo de Banesto, en diciembre de 1991.
Cuando en 1981 había escrito el autor de estas líneas algunas monografías en torno a los hallazgos en el Pacífico, si bien alguna no hubiese conocido aún la letra impresa (Vida y viajes de Pedro Sarmiento de Gamboa, 1945; Mourelle de la Rúa, explorador del Pacífico, 1971 y 1979, e Islario español del Pacífico, 1984), se le hizo patente la necesidad de afrontar un trabajo de mayor envergadura.
El hecho de que muchos navegantes extranjeros, al singlar por aguas conocidas por los españoles, se creyesen descubridores de islas ya registradas y las bautizasen con nuevos topónimos, unido en alguna ocasión a la malicia ajena y a la desidia propia, sembró una confusión histórica no excesivamente fácil de aclarar. No es extraño, pues, que, a lo largo de los años y de las expediciones bajo distintas banderas, haya islas que pasaron a cartas y mapas con una docena de topónimos distintos.
No puede negarse que hubo algún esfuerzo por puntualizar las derrotas de cada expedición y, en consecuencia, las de las nuevas tierras avistadas en cada campaña (Burney, Sharp, Prieto, Spate). Pero, en la generalidad de los casos, los estudiosos se limitaban a afrontar el descubrimiento de determinada zona marítima o los llevados a cabo por un navegante concreto. Y no podemos olvidar el esfuerzo de historiadores españoles que, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, consagraron mucho tiempo a tareas de este género, siempre relativas al Pacífico (Beltrán y Rózpide, Coello, Ferreiro, etc.), sin señalar la formidable labor de autores de aquí o de allá, de un tiempo o de otro, que se entregaron abnegadamente a poner un poco de luz en la actuación de distintos nautas (Navarrete, Brand, Corney, Dalrymple, Kelly, Medina, Zaragoza, etc.).
Ahora bien, la faena identificadora de los descubrimientos exigía en [14] muchos casos una reconstrucción de los viajes náuticos, a partir de los diarios, relaciones originales y cartas hechos por los protagonistas de cada campaña. Y ello requería, a nuestro entender, un serio conocimiento del arte de navegar, amén de una inclinación a la historia marítima. Las diferencias de interpretación de los viajes entre los profesionales de la Historia nacen, muchas veces, de un defectuoso enfoque por falta de criterios náuticos. El conocimiento del aparejo y la maniobra, de la declinación magnética, de los distintos regímenes de vientos y corrientes, de la velocidad del buque, de los verdaderos rumbos y distancias navegadas, de la cartografía de cada sector y de otros detalles que conciernen a la derrota real de cada nao resultaba indispensable para realizar una identificación fiable.
De ahí que, aparte del director del trabajo, se reuniese un equipo de diez oficiales de la Armada, todos del Cuerpo General y por tanto expertos en náutica, dispuestos a enfrascarse en tan duro empeño. El resultado, después de siete años y medio de labor, es el que ahora presentamos. Es de justicia dejar aquí constancia de los nombres de esos marinos, por orden alfabético, con el empleo que actualmente ostentan: capitán de corbeta Roberto Barreiro-Meiro Fernández, capitán de fragata Alfredo Cominges Bárcena, capitán de navío Juan Génova Sotil, capitán de navío Fernando Guillén Salvetti (m.), capitán de navío Gonzalo Molíns Sáenz-Díez, capitán de corbeta José M. Rodríguez Urzáiz (m.), capitán de navío Mario Romero de Pazos, capitán de navío Luis Sánchez Masiá, almirante Carlos Vila Miranda y capitán de navío Juan A. Viscasillas Rodríguez Toubes.
La seriedad con que se llevó a cabo este estudio, el minucioso contraste de pareceres entre los ponentes de cada capítulo y el resto de los autores, así como el arsenal documental y bibliográfico utilizado, creemos que han dado como fruto un análisis científico y verificable sobre la identificación de los hallazgos españoles en aquel teatro oceánico. Cierto que todavía hay puntos dudosos, que hasta hoy no es posible dilucidar rotundamente; pero en tales casos, los autores se han limitado a confesar sus dudas y a elaborar una o varias hipótesis, calificadas como tales, sin perjuicio de ofrecernos su inclinación por una de ellas y las razones de tal preferencia.
Y tratemos ahora de compendiar, lo más apretadamente posible, el contenido de sus capítulos, que en general siguen un orden cronológico.
Tras una breve presentación firmada por S. M. el Rey, que honra a la obra y a sus autores, en la que don Juan Carlos no oculta su satisfacción al encabezar las primeras páginas de un trabajo de esta naturaleza, la introducción trata de dibujar una panorámica sobre la importancia de los descubrimientos españoles, la vida en las naos descubridoras y los porqués de la formidable irrupción marítima de los nautas hispánicos.
Con referencia al último aspecto, los pueblos ibéricos coinciden históricamente en la iniciación de su empresa ultramarina, y es lícito pensar que [15] esa vehemencia expansiva tenga razones precisables. Claudio Sánchez Albornoz ha querido probar que los siglos de la Reconquista fueron la clave de nuestra historia. Sólo España consiguió expulsar de su suelo al Islam, arraigado en multitud de tierras desde el Atlántico hasta la India; y esa victoria final, en opinión de aquel autor, nos libró de hallarnos hoy en el nivel social y político de los pueblos islámicos. �Si los musulmanes no hubiesen conquistado España en el siglo VIII, los españoles no habrían conquistado América en el XVI.� Para el citado historiador, la aventura descubridora es consecuencia de la forja de un talante a lo largo de muchos siglos de lucha contra el invasor; la afirmación de nuestras características ancestrales es la que, faltos en 1492 de un adversario a quien combatir, nos empuja a la conquista de otros mundos.
El profesor coimbricense Jaime Cortesão, sin olvidar el papel que los factores de orden espiritual desempeñaron en las empresas náuticas de Portugal, afirma que en la historia de los descubrimientos las razones de naturaleza económica constituyen el motivo primordial y decisivo: �No se puede dudar que lo que determinó el movimiento de expansión marítima de los pueblos europeos fue casi exclusivamente la busca de los productos de Oriente, de preferencia las especias y los metales preciosos.� Sin embargo, otro historiador portugués, Carlos Coimbra, no se inclina a magnificar los estímulos materiales como raíz esencial del expansionismo ibérico: �La necesidad económica nunca puede ser causa de movimiento de tal grandeza... Era indispensable una fuerza superior que uniese a los hombres, conjugase los esfuerzos y mantuviese los objetivos. Por eso creo que el sentimiento religioso influyó poderosamente.�
Arnold J. Toynbee, tan poco sospechoso de parcialidad, en el capítulo que a la génesis de las civilizaciones dedica su obra capital, sostiene que el ímpetu europeo contra los designios árabes �llevó a la vanguardia portuguesa de la civilización occidental más allá de la península ibérica, en un avance por mar alrededor de África hasta Goa, Malaca y Macao; y a la vanguardia castellana, a través del Atlántico, a Méjico y, a través del Pacífico, a Filipinas. Estos adelantados ibéricos prestaron un servicio sin paralelo a la cristiandad occidental. Ampliaron el horizonte, y con esto potencialmente el dominio de la sociedad que representaban, hasta que llegó a abrazar todas las tierras habitables y todos los mares navegables del globo. Debido en primer término a esta energía ibérica, la cristiandad occidental se ha desarrollado, como el grano de semilla de mostaza de la parábola, hasta llegar a ser la Gran Sociedad: un árbol bajo cuyas ramas todas las naciones de la Tierra han venido a cobijarse�.
Convengamos al menos en desdeñar como causa determinante la pura ambición de dominio, tan frecuentemente adobada por ciertos escritores con matices de ferocidad y de barbarie. Podrán sacarse del pozo de la Historia frases o pareceres que hermanan, como motores de nuestros descubrimientos, razones que participan de lo divino y de lo humano. �No estará la verdad en esa conciliadora postura? Francisco López de Gómara [16] piensa que �la causa principal a que venimos a estas partes es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque justamente con ella se nos siguen honra y provecho, que pocas veces caben en un mismo saco�. Y Bernal Díaz del Castillo, cronista de Cortés, explica con más desparpajo aquellas razones: �Por servir a Dios, a Su Majestad y dar a luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente buscamos.�
Motivos políticos, religiosos, económicos, a los que podrían añadirse la sed de aventuras que siempre movió el corazón del hombre, así como una curiosidad, un afán de saber o conocer, que es el germen de toda ciencia; por algo Aristóteles comienza su Metafísica con estas palabras: �Todos los hombres se empeñan por naturaleza en conocer.�
Pero quien guste de reflexionar sobre estas causas determinantes, hará bien en discernir las que decidieron el ánimo de monarcas o gobernantes de aquellas otras que empujaron a los expedicionarios, comprometidos con su vida en el empeño. Y si reparamos en el espíritu del hombre llano que se aventuraba por mares desconocidos, hay que estar con Menéndez Pidal cuando aseguraba que nuestro pueblo produce conquistadores, descubridores o guerrilleros porque, a pesar de su individualismo, es capaz de sentir grandes ideales colectivos. A los pueblos ibéricos, con la perspectiva histórica aquí contemplada, les sentaría bien el título de un célebre discurso pronunciado por Ramón y Cajal: A patria chica, alma grande.
Menéndez Pidal, en el prólogo de su magna Historia de España, estima que es muy natural en el español el no anteponer el cálculo de pérdidas o ganancias a consideraciones de naturaleza menos tangible: �Un extranjero, Colón, sin dejarse llevar de ningún entusiasmo por su empresa, la posterga entre dificultosas e interminables negociaciones, no admitiendo sino una magnífica serie de gracias y recompensas, antes de arriesgarse, mientras multitud de exploradores españoles se arrojan a los más peligrosos e inauditos trabajos por una muy eventual esperanza o por el simple atractivo de la aventura, con menosprecio de toda ventaja material.�
Aunque motivos, fines, causas, razones o factores no sean conceptos que deban echarse en la misma olla, hay que tener en cuenta, al meditar sobre los �porqués� del pasmoso esfuerzo descubridor, que en el substrato psicológico del hombre peninsular tenían que quedar huellas muy profundas de los pueblos invasores y dominadores, cuya sangre se mezcló con la nuestra. Característica esencial de celtas, iberos, visigodos, árabes y judíos era el nomadismo, el erratismo, el gusto por los grandes desplazamientos, un modo de existencia que probablemente no fue ajeno al fenómeno expansivo iniciado cuando apenas alboreaba el siglo XVI.
Aunque sugestivo y ameno, el epígrafe que la misma introducción dedica al modo de vida a bordo de las naos descubridoras (comidas, enfermedades, castigos, hambres y lucha contra ratas, cucarachas, piojos y otros intrusos) no cabría en este resumen. Vaya el curioso a la fuente original. [17]
Las expediciones salidas de la Península
Antes de lanzarse al mar, los autores creyeron conveniente, casi necesario, iniciar la obra con un capítulo que dilucidase lo que podríamos llamar las �claves náuticas� de nuestro trabajo. Muchos de nuestros lectores, por supuesto, no sólo son ajenos a las actividades marítimas sino que en muchos casos ignoran la terminología naval y algunos aspectos vitales para la navegación. Su lectura puede suscitar dudas e incertidumbres sobre determinadas cuestiones. �Cuáles eran las diferencias entre una nao y una carabela o un patache? �Cómo evolucionan los sistemas para precisar las coordenadas geográficas? �En qué consiste la navegación por estima? �A cuánto equivale la legua marina de aquel tiempo? �Cuáles eran las funciones del maestre o del paje? �Qué se entiende por declinación magnética?
En consecuencia, el capítulo que abre el estudio discurre, en términos divulgadores, sobre los tipos de barcos, el tonelaje, la eslora, la manga y algo más sobre dimensiones y materiales, las funciones de cada hombre a bordo, la navegación costera y de estima, el universo geocéntrico y heliocéntrico, las tablas náuticas, la latitud y la longitud, las cartas de marear, la medida de las distancias, los instrumentos para hallar la altura de los astros, la aguja magnética, la declinación, la medida del tiempo, la sonda, oceanografía y meteorología, la credibilidad de los datos náuticos y los errores en la situación astronómica.
Antes de reseñar las expediciones analizadas, recordemos que la generalidad de los capítulos que a ellas se consagran contienen, a grandes rasgos, epígrafes sobre los antecedentes de cada viaje y sus motivos, los documentos preparatorios (capitulaciones, instrucciones, etc.), los buques y tripulaciones participantes, un apunte biográfico del protagonista, las fuentes documentales que se ha consultado en cada caso, las particularidades de la campaña marítima y, finalmente, una valoración de los resultados obtenidos.
Como es sabido, la primera y más importante expedición transpacífica es la de Magallanes, que con cinco naves parte de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Después de una dramática estancia en el puerto americano de San Julián, hallará la ansiadísima vía entre los dos grandes océanos y llegará a las Filipinas, donde en un encuentro con los isleños de Mactán perderá la vida el capitán de la gran jornada. Desde las Molucas, y a las órdenes de Elcano, la nao Victoria podrá coronar la primera circunnavegación del planeta.
Si historiar, como dijo Américo Castro, no consiste tan sólo en exponer una sucesión de hechos, sino más bien en el �intento de incorporar lo digno de recuerdo al proceso total de una vida colectiva�, por fuerza nosotros hubimos de hacer una recapitulación estimativa de cada viaje. Y si en esa valoración hemos de centrar la esencia de esta síntesis, veamos cuáles fueron los frutos y las enseñanzas de la expedición magallánica: el mero [18] hallazgo del estrecho de Magallanes hubiera bastado para inmortalizar el nombre del nauta portugués. Pero, además, se había contribuido decisivamente al conocimiento del globo porque, amén de cruzar el océano mayor del mundo, se descubren las islas Desventuradas (para nosotros, las actuales Fakahina y Flint), las Ladrones o Marianas y el archipiélago de San Lázaro o Filipinas. La epopeya de Elcano, en su comprometida navegación hacia España, también dio como resultado el descubrimiento de la inabordable isla de Amsterdam, en el Índico. La dura etapa del marino guetarense acreditó también la calidad de la construcción naval de la época, si bien su nao Victoria, víctima del embate de las olas y de la temible broma, requirió en la última parte del viaje un continuo y agotador bombeo para achicar el agua que intentaba anegarlo.
El balance político, cultural y económico de esta empresa resulta excesivo para ser aquí considerado; baste recordar que a partir de entonces entra la civilización europea en el ámbito del Pacífico, los españoles se asientan a lo largo de siglos en las Carolinas, Marianas y Filipinas, la isla de Luzón pasará en poco tiempo a ser el centro comercial y cultural de aquella encrucijada de pueblos y razas, y, por último, el arte de navegar experimenta tras aquella ardua prueba un adelantamiento innegable.
Al viaje magallánico sigue otro intento digno de reseña. Cuando sólo quedaban a flote dos de las cinco naves iniciales, una de ellas, la Trinidad, sufre una gran avería que le impide hacer el regreso con la Victoria. La Trinidad y su capitán, Gonzalo Gómez de Espinosa, quedan en la moluqueña isla de Tidore y, reparados los daños, intentan el tornaviaje por el océano Pacífico. El 6 de abril de 1522 zarpa Espinosa de aquella isla y, después de hacer camino arrumbado al nordeste y de avistar las islas más septentrionales de las Marianas, navega al norte en busca de vientos propicios para alcanzar Nueva España. Cuando sobrepasa los 40� de latitud N., sin ver tierra alguna, padecen los expedicionarios un temporal tan desatado que se ven forzados a abandonar su empeño y regresar también por el camino de las Marianas o Ladrones. Obligado por el pésimo estado de la nao y por la fuerza de los elementos, Espinosa tuvo que aportar en Ternate, isla próxima a Tidore, pero plaza fuerte de los portugueses afincados en las Molucas. De los cincuenta hombres que habían partido seis meses antes, sólo dieciocho volvían con vida; más de la mitad habían dejado sus huesos en la mar, aparte de tres tripulantes desertados en las Marianas.
En el haber de la campaña de la Trinidad, bajo el mando del burgalés Gómez de Espinosa, ha de anotarse el hallazgo de varias islas al norte y nordeste de Halmahera (entonces Gilolo) [hoy Jailolo] como son Doi, Rau y Morotai; el descubrimiento, en las Carolinas occidentales o Palaos, de la isla de Sonsorol y, más al nordeste, el probable avistamiento de nuevas islas en la zona de las actuales Ngulu, Yap, Ulithi, Fais y Sorol; el descubrimiento de la Isla de Aguihan, o quizá de la Asunción, en el trayecto de ida, y de la isla de Maug, en el de vuelta, todas ellas en las Marianas; finalmente, fue la primera nave occidental que en el Pacífico subió hasta los 42� septentrionales. [19] Espinosa llevó a cabo el primer intento de cruzar el mar del Sur de poniente a levante, problema no resuelto hasta cuarenta años después.
Las noticias traídas por Elcano sobre las Molucas (también llamadas islas del Maluco, de la Especiería, o del Clavo), determinan la organización de un nuevo viaje, último que en el siglo XVI partirá hacia el Pacífico desde la metrópoli. Llevará su mando el caballero ciudadrealeño García Jofre de Loaísa, y entre sus subordinados van a figurar dos hombres que pasaron a la historia de las aventuras náuticas: Juan Sebastián Elcano, que perderá la vida a lo largo de la expedición, y el jovencísimo Andrés de Urdaneta. El 24 de julio de 1525 se hace a la mar una flota de siete naves y 450 hombres, atentos a las órdenes de Loaísa.
No es éste el lugar adecuado para contar las vicisitudes de aquella durísima y amarga expedición, de la que sólo una de sus naos, la capitana Santa María de la Victoria, llegaría a su destino. En el aspecto geográfico, sólo se anotó un hallazgo, el de la isla de Taongi, en el archipiélago de las Marshall. Ahora bien, con relación al arte de marcar, los pilotos de las siete naves demostraron unos conocimientos náuticos y una práctica marinera que hoy nos parecen punto menos que increíbles. Dejando a un lado a la Sancti Spiritus, perdida en el estrecho de Magallanes, y a la San Lesmes y Anunciada, cuyo final nadie supo jamás, todos los demás barcos llegaron al destino que se habían propuesto. Anotemos también el posible descubrimiento del extremo meridional de América del Sur, hecho por el capitán Francisco de Hoces a bordo de la San Lesmes, luego perdida, y la primera navegación desde la boca occidental del Magallanes a la contracosta de Nueva España, llevada a cabo por Santiago de Guevara al mando del patache Santiago, involuntariamente separado de la expedición al entrar en el océano Pacífico.
Los tres primeros viajes desde Nueva España
Las expediciones que salían desde España hacia las islas malayas tenían, antes de llegar a su destino, un formidable desgaste. La travesía del Atlántico, con su obligado aprovisionamiento en Canarias, la invernada en fondeaderos hoy brasileños o argentinos, la dura navegación hasta las inmediaciones del paso magallánico, las arduas jornadas por el inhóspito estrecho y hasta la larga marcha por el mar del Sur hasta encontrar vientos favorables del hemisferio norte para hacer el camino a poniente, eran quebrantos fácilmente evitables si nuestras naos descubridoras zarpaban de Nueva España. Ello explica que se organizase la empresa de Saavedra, de que en seguida hablaremos, y que tuviese su punto de salida en un puerto mejicano.
Hernán Cortés, aún perpetuado por sus hazañas terrestres, estaba persuadido de la importancia de contar con unidades navales. El futuro marqués del Valle de Oaxaca, aparte de haber ordenado la construcción de [20] una flotilla de trece bergantines para la conquista de la capital del imperio azteca, promovió la exploración de zonas próximas en el mar descubierto por Balboa, y hasta él mismo participó en una de esas campañas. No puede, pues, extrañarnos que, secundando las instrucciones del emperador Carlos, despachase más tarde una flota hacia las �islas de poniente�, que imaginaba muy próximas, bajo la responsabilidad de su primo Álvaro de Saavedra Cerón.
Este capitán, al mando de dos naos y un bergantín, se hace a la mar desde el puerto novohispano de Zihuatanejo el 31 de octubre de 1527. Bajan inicialmente en latitud, hasta que sobre los 12� largos septentrionales arrumban decididamente al oeste, hasta tocar en la filipina Mindanao, para seguir luego a las Molucas. Aquí, con alegría y emoción incontenibles, se abrazan los españoles de Saavedra y los supervivientes de la expedición de Loaísa, que después de muertos varios jefes, estaban ahora al mando de Hernando de la Torre.
La Florida, capitana de Saavedra, definitivamente sola tras su involuntaria separación de las naos compañeras, ha de pensar en el regreso a través del Pacífico, que se inicia desde Tidore el 12 de junio de 1528 y que, concluido sin fruto, se vuelve a intentar el 2 de mayo del año siguiente. A lo largo de este último viaje frustrado, perderá la vida Álvaro de Saavedra. Las vicisitudes de una y otra campaña son largas, oscuras e imposibles de analizar con extensión en esta glosa telegramática. Bástenos el siguiente apunte sobre los resultados de la empresa encomendada al primo de Hernán Cortés.
Las observaciones de los cronistas de este viaje, ya fuesen geográficas, etnográficas, meteorológicas o de otra naturaleza, resultaron de gran utilidad para exploraciones posteriores. Destaquemos, por otra parte, el carácter mejicano de la expedición; los barcos de Saavedra, aún siendo españoles jamás mojaron sus quillas en aguas europeas; construidos y aparejados en Nueva España, cargados de productos mejicanos, llevaron a cabo la primera empresa exclusivamente transpacífica de la Historia. La nao Florida protagonizó el segundo y tercer fracaso en la pretensión de regresar desde las Indias Orientales a las Occidentales, porque nuestros nautas ignoraban la influencia del régimen monzónico en las corrientes atmosféricas del mar del Sur, con la característica componente estacional.
Estos fueron los hallazgos geográficos de la expedición de Saavedra: en el trayecto de ida, un grupo insular que podría corresponder a las Namonuito, en las Carolinas centrales, así como las islas llamadas de los Reyes, por nosotros identificadas como el actual grupo de Faraulep, también en las Carolinas, al sur de la cadena de las Marianas. Durante los dos intentos de tornaviaje, hallaron nuestros expedicionarios la isla de Paine, Payme o del Oro, perteneciente a alguno de los grupos situados entre Halmahera y Nueva Guinea (Waigeo, Ayu, Sayang, Sayafi, Gebe, Yu, etc.), la de Urais la Grande, sin duda Supiori y Biak, en el grupo Schouten, y, por último, en la zona central de las Carolinas, probablemente las [21] hoy llamadas Satawal, Pulusuk, Puluwat y el conjunto madrepórico de Hall.
Las noticias divulgadas sobre la expedición de Hernando de Grijalva no eran abundantes ni coincidentes. Sus antecedentes hay que buscarlos en las campañas del propio Grijalva hacia la Baja California y hasta alguna isla del archipiélago de las Galápagos, sumadas al viaje que por mandato de Cortés hizo a la costa peruana para socorrer a Francisco Pizarro, comprometido en las cercanías de Lima y cercado por las huestes del inca Manco Cápac II.
Esta empresa de Grijalva no carece de los ingredientes propios de una novela de aventuras: navegación y sed que causan estragos entre los hombres, motín contra el inflexible capitán, pérdida del único buque, lucha contra los isleños y hasta un largo cautiverio de los contados supervivientes. El capitán, que moriría o sería asesinado en el empeño, no nos dejó testimonio de su aventura, pero la verdad, larga de extractar aquí, vino a saberse por boca de un par de infelices tripulantes que a trancas y barrancas pudieron llegar hasta las Molucas.
En realidad, y pese a que la nao Santiago capitaneada por Grijalva atravesó todo el Pacífico desde Paita hasta el occidente neoguineano, no pudo registrar ningún descubrimiento. Nuestro hombre erró por las zonas más desiertas del océano, mientras sus hombres morían de hambre, de sed y de escorbuto, y él mismo perecería a manos de su contramaestre, Miguel Noble. Pese a las reservas inherentes a la penuria de datos, puede admitirse que el azar alejó a nuestros expedicionarios del archipiélago de las Galápagos. Más tarde, y en situación muy apurada, la fortuna les negó el título de descubridores de las Hawaii, cuya latitud rebasaron ampliamente. Por último, las circunstancias les llevaron a navegar por el angosto espacio que dejan entre sí los archipiélagos de las Marshall y las Gilbert [hoy Kiribati], sin dar con ninguna de sus islas, hallazgo que hubiera supuesto la salvación de muchos españoles.
La Santiago rompió quizá todas las marcas de permanencia en la mar sin escalas ni avistamientos, entre ocho y diez meses, y navegó una distancia equivalente a media circunvalación de la Tierra por el ecuador, unas 11.000 millas, más de 3.000 leguas de entonces y más de 20.000 kilómetros. Las islas avistadas por la gente de aquella nao eran todas más o menos conocidas, quizá con la excepción de la que llamaron Quaroax, que podría identificarse con las Mapia (grupo insular cercano a la costa norte de Nueva Guinea), y el más incierto hallazgo de la cercana Yapen o Sorenwara, frente a la bahía neoguineana de Geelvink [hoy Cenderawasih]. Con todo, y aunque acaso se conociese vagamente la existencia de Nueva Guinea, fueron ellos los primeros europeos que desembarcaron en aquella gran isla, que en tiempos se creyó parte de un continente austral extendido hasta la Tierra del Fuego.
Ruy López de Villalobos, al parecer nacido en Málaga, licenciado en Derecho y cuñado o pariente del virrey Antonio de Mendoza, será el [22] capitán general de la nueva expedición a las islas occidentales. Llevaba consigo seis naves y entre 370 y 400 hombres, que se hicieron a la vela en el mejicano Puerto de la Navidad el 1 de noviembre de 1542. La derrota, si bien encaminada al sudoeste durante los primeros días, correrá luego, durante casi todo el viaje, en torno a los 11� sobre la línea equinoccial, hasta dar con la isla filipina de Mindanao, después de avistar o descubrir algunas tierras que luego enumeraremos.
En los fines de esta campaña entraba la averiguación de la suerte corrida por los expedicionarios de las anteriores empresas españolas, así como la búsqueda de nuevas islas. El virrey, en sus instrucciones, ordenaba a Villalobos que, cuando se asentase en algún lugar conveniente, enviase noticia de la jornada con alguna de las naves y, al propio tiempo, encomiaba la importancia de la averiguación del tornaviaje, fundamental para la indispensable comunicación entre Nueva España y aquel vastísimo mundo insular, apenas conocido: �Como sabeis, el viaje de la vuelta no está descubierto ni sabido, de cuya causa habeis de pensar que ha de ser largo.� También previene Mendoza al capitán general que, en el supuesto de que la flota pueda regresar al continente americano, no fuerce ni estorbe a quienes prefieran quedarse en las nuevas tierras, debiendo nombrarles un capitán �a su contento�y proveerles de armas y de las demás cosas necesarias.
También Villalobos redactó unas instrucciones para sus capitanes, y no deja de ser curioso el celo del malagueño por el respeto de su tropa hacia las cosas de Dios. Un ejemplo concluyente:
�Terneis mucho cuidado que nadie blasfeme del nombre de Dios Nuestro Señor, ni de su gloriosa Madre ni el de los santos, y el que lo hiciera, sea castigado desta manera: Que el que dijere pese a tal, por la primera vez esté 30 días en prisiones, e por la segunda se le quite la mitad de la ración del pan y del agua por 15 días, y esté preso a cumplimiento de los 30; y si lo tuviere por uso, que se destierre de la Compañía a parte que no nos pueda hacer daño ni mal; o, si fuere persona que lo sufriere, le echen a la galera por 6 meses; y si dixere descreo o reniego, por la primera vez esté 30 días en prisiones, y quítenle la mitad de la ración de comida e agua, e por la segunda se destierre al hijodalgo por 4 meses en parte do no haga daño; y si fuere otra persona, lo echen a la galera por 8 meses; y si estando en la prisión o cumpliendo la pena lo tornare a decir, el hijodalgo lo destierren a isla despoblada, e a la otra persona le corten la lengua o le echen a la galera por dos años.� |
La estancia de nuestros expedicionarios en Mindanao y sus inmediaciones fue penosísima, combatidos por el hambre y por los indígenas (uno de los cronistas, Santisteban, explicará al virrey: �Querer yo escrebir a V. S. en particular las hambres, necesidades, trabajos y muertes que padecimos en Sarragán, sería escrebir libro�), razón que finalmente explicará que Villalobos busque el refugio de las Molucas, aun a riesgo de la reacción portuguesa, por cuanto allí se ejercía, desde la isla de Ternate, la [23] soberanía del país hermano, ratificada por la cesión de aquel archipiélago hecha en 1529 por el emperador Carlos, mediante el tratado de Zaragoza.
Las calamidades, e incluso disensiones internas, sucedidas en la especiería, rematadas por la muerte del propio Villalobos en la isla de Amboina [hoy Ambon] (donde tuvo el consuelo de ser atendido en sus últimos momentos por San Francisco Javier, que misionaba por aquellas latitudes), darían oportunidad a dos intentos de repasar el Pacífico con la nao San Juan, a cargo de Bernardo de la Torre y de Íñigo Ortiz de Retes, de los que en seguida nos ocuparemos.
Registremos, brevemente, algunas de las consecuencias del viaje de Villalobos. A lo largo de su campaña transpacífica, se descubrieron la isla Clarión, en el archipiélago de Revillagigedo; la isla Wotje, en la zona oriental de las Marshall; el grupo insular de Kwajalein, en las Marshall centrales, llamado por nuestros hombres Los Jardines; la isla de Fais, en el sector occidental del archipiélago de las Carolinas, y la isla de Yap, la principal de un grupillo de las Carolinas occidentales.
Decepcionado por la hostilidad de los filipinos meridionales, desalentado por la falta de socorro desde Nueva España e impotente para desvelar el tornaviaje, a finales de 1545 escribe Villalobos al virrey Mendoza recomendándole que �no gastase más tiempo ni hacienda, si no fuese para inviar por nosotros, porque no le convenía ninguna cosa destas partes�. El resultado de esta sugestión fue que la próxima empresa hacia las islas de poniente no se acometería, con Miguel López de Legazpi, hasta pasados veinte años.
La campaña de Bernardo de la Torre, nueva tentativa por encontrar la derrota de regreso al continente americano, es consecuencia y directa derivación de la empresa de Villalobos. El viaje se inició desde la isla de Sarangani (al sur de Mindanao) el 4 de agosto de 1543, a bordo de la pequeña nao San Juan, de 60 toneladas. Las varias versiones que tenemos de este intento no concuerdan del todo, e incluso se contradicen abiertamente; aún así, los relatos pueden agruparse en dos hipótesis que, si disienten en algún punto, coinciden en el alcance esencial de la misión desempeñada por Bernardo de la Torre.
Las tierras descubiertas por los hombres de la San Juan fueron las siguientes: un arrecife anotado desde 1945 en las cartas actuales, que los españoles llamaron Abreojos; quizá el arrecife Arakane; quizá la isla de Parecele Vela, también llamada de Okino Tori; quizá las islas de Sarigán, Anatahan o Saipán, en el archipiélago de las Marianas; el grupo insular de Volcano o Kazan Rett, más el grupo insular de Bonin, también llamado por los japoneses Ogasawara Gunt; quizá en avistamiento de las islas de Farallón de Pájaros, Medinilla y Tinián, igualmente en las Marianas, y, finalmente, fue La Torre, a nuestro entender, el primer navegante europeo que inauguró la travesía del estrecho de San Bernardino, entre las islas filipinas de Samar y Luzón.
El protagonista del nuevo intento de la armadilla de Villalobos por [24] volver a Nueva España, a través del Pacífico, será Íñigo Ortiz de Retes. Visto el fracaso de Bernardo de la Torre con tal designio, y por cuanto la situación de los supervivientes españoles en las Molucas era insostenible, Villalobos ordena que el citado capitán, también a bordo de la zarandeada San Juan, afronte de nuevo el regreso, si bien por latitudes más sureñas. Uno de los cronistas de aquella aventura, fray Jerónimo de Santisteban, retrata brevemente a Retes: �Alférez mayor y maestre de campo, un honrado hidalgo de corazón y obras, hombre animoso y trabajador.�
La nao largó el trapo en la isla de Tidore el 16 de mayo de 1545. Proas al norte, no tardaron los expedicionarios en avistar las islas Talao, en donde se demoraron más de una semana a causa de las calmas y tiempos contrarios. De allí arrumbaron al sudeste, hasta avistar las grandes alturas de la �isla grande�, es decir, de Nueva Guinea, ya vista por la gente de Saavedra. Sin entrar en los detalles de la derrota, navegan más o menos a longo de esta tierra, que les impide ganar latitudes más meridionales y hallarán distintas islas que en seguida referiremos. El 20 de junio, en el punto donde el río Mamberamo muere en el Pacífico, Retes desembarcó y tomó posesión para la corona española de la isla de Nueva Guinea. En fin, cuando los navegantes habían costeado más de la mitad de la ribera norteña de esta gran isla, y ante la adversidad de los vientos que se oponen a su avance hacia levante, en el último tercio de agosto de 1545 se ven forzados a emprender el regreso a las Molucas.
Aunque los supervivientes de la nao de Grijalva fueron los primeros que desembarcaron en Nueva Guinea, a la que creyeron el remate septentrional de un gran continente, los hombres de Ortiz de Retes merecen al menos compartir con aquéllos el título de descubridores de la enorme isla, a la que no sólo dieron nombre, sino que recorrieron más de la mitad de su litoral, bajo la línea ecuatorial. Cierto que no logró Retes alcanzar por aquella vía la costa americana; pero a él y su gente corresponden los siguientes descubrimientos: islas de Numfoor y de Mios Num [hoy Num], en el archipiélago occidental de Schouten, sobre la bahía de Geelvink; isla de Kurudu [hoy Kaipuri], entre Yapen y Nueva Guinea; río Mamberamo, en la misma �isla grande�; islas de Liki y Armo, en el grupillo de Kumamha, islas de Insumoar, Masi-Masi y Yamna, en el grupo de Wakde; el grupo insular de Podena, Yarsun y Anus; las islas de Tendanye, Valif, Kairuru y Unei, a levante de las anteriores; Punta Lapar, en tierra firme neoguineana; islas de Vokeo, Koil, Blupblup, Kadovar y Bam, integrantes del grupo Schouten oriental; islas de Wululi y Aua, al oeste del grupo Ninigo; punta Murugue, islilla de Besar y rada de Ataipe, en la costa de Nueva Guinea, y las islas de Awin y Sumasuma, en el citado grupo Ninigo. [25]
El enigma de las Hawaii
El primer avistamiento del archipiélago hawaiano ha venido atribuyéndose de manera concluyente al formidable navegante británico James Cook, en el curso del tercero y último de sus grandes viajes. Pero hay una verdad que no puede desdeñarse: desde mediados del siglo XVI, en gran número de mapas o de cartas náuticas, entre las costas de California y el conjunto de las Marianas, en latitud aproximada de 20�, se representa un grupo de islas, más o menos desplazadas al este o al oeste, que sólo puede corresponder a las Hawaii, único archipiélago situado hacia esa altura sobre la línea ecuatorial. Los topónimos que rotulan tales islas en las viejas cartas, si bien con alguna variante, son tan rotundamente españoles como los Monjes, la Vecina o la Desgraciada.
�A qué obedeció tan reiterada representación? �Cuándo empezaron los cartógrafos a trazar esas islas? �Por qué les adjudicaron nombres españoles? �A quién debemos atribuir su primer avistamiento? �Quién pudo comunicar la existencia del archipiélago a los nautas europeos? A todas estas preguntas trata de dar respuesta el trabajo que ahora resumimos, y cuyos resultados podrían articularse así:
No existen pruebas fehacientes para radicalizar cualquier posición en favor o en contra de un temprano avistamiento español de las Hawaii; pero la abundancia de indicios en favor de un predescubrimiento hispánico recomiendan una seria recapitulación histórica. Prescindiendo de argumentos de no fácil verificación (hábitos culturales, tradición de antiguos visitantes, etc.), la representación del grupo de los Monjes en la cartografía clásica se remonta, según averiguación inédita de los autores, a 1551 y se repite muchas docenas de veces en cartas posteriores, tanto españolas como elaboradas por cartógrafos extranjeros. Cuando James Cook era un niño de seis años, el español González Cabrera situaba a los Monjes en la misma latitud que ocupan las Hawaii.
Podría pensarse que las naos ibéricas nunca estuvieron en las Hawaii, si bien a su paso por otras islas recibieron información sobre la existencia de tal archipiélago, con lo que procedieron a dibujarlo en sus cartas; pero este argumento sólo sería válido si se precisase la posición de las islas en que habitaban los informantes. Aparte de las graves dificultades de intercomunicación, ha de recordarse la coincidencia entre la latitud real de Hawaii y la que nos proporcionan las cartas referidas, así como el notable aislamiento del archipiélago en cuestión, separado de cualquier tierra próxima por muchos centenares de millas. En todo caso habría que desechar la isla de Wake y el grupo de las Marquesas, cuyos descubrimientos (llevados a cabo por Mendaña en 1568 y 1595, respectivamente) fueron posteriores al trazado de las primeras cartas en que aparecen los Monjes.
Más de una vez se ha expuesto la hipótesis de una posible llegada al archipiélago de náufragos europeos, o mejor españoles, por cuanto los primitivos topónimos son castellanos, lo que explicaría la presencia de [26] piezas de hierro entre los indígenas, registrada por los subordinados de Cook. No es imposible tal supuesto si pensamos en buques desaparecidos en el mar del Sur, como la carabela San Lesmes, de la expedición de Loaísa (1526); la nao Santiago, de Álvaro de Saavedra (1527); el bergantín Espíritu Santo, compañero de la anterior; la nao San Marcos, capitaneada por Diego Hurtado de Mendoza (1532), la Santo Tomás y la Santa Águeda, de Francisco de Ulloa (1539 ó 1540); la nao Santa Isabel, de la flota de Mendaña (1595), o la fragata Santa Catalina, de la misma expedición y desaparecida en el mismo año. Pero para que se conociese la existencia de aquellas islas era necesario que alguien trajese la noticia, es decir, que los náufragos volviesen a su mundo; y nadie sabe que tal cosa haya ocurrido.
Una de las tesis más sostenidas es la del hallazgo de las Hawaii por Juan Gaitán en el año de 1542. En primer lugar, la campaña iniciada ese año en el puerto mejicano de la Navidad no la mandaba Gaitán, sino Ruy López de Villalobos; y, pese a cuanto se diga, Gaitán no era piloto, sino un marinero buen conocedor de su oficio. Por otra parte, la derrota de Villalobos pasó muy al sur de la posición de las islas hawaianas más meridionales. Otros autores, aún defendiendo el protagonismo de Gaitán, se inclinan por 1555 como el año de su descubrimiento. La opinión, que quizá deba su origen a un desatinado informe español del siglo XIX, puede rechazarse sin el menor dolor de conciencia. En primer término, porque la carta de Sancho Gutiérrez en que por primera vez aparecen las repetidas islas con nombres españoles es de 1551, y, en segundo lugar, porque el tal Gaitán, con otros compañeros de infortunio, había regresado de las Molucas por la vía africana y estaba de vuelta en Lisboa en 1548.
Si pese a la escasez de pruebas contundentes, hubiese que elaborar una hipótesis capaz de armonizar los datos cartográficos con la realidad histórica conocida, podría pensarse en el referido viaje de Bernardo de la Torre, en 1543, con la fallida pretensión de regresar desde las Molucas a Nueva España. Las contradicciones entre las fuentes directas, la imprecisión de sus datos y sus grandes lagunas cronológicas hacen imposible una reconstrucción precisa de esa derrota. Y aunque los cuatro distintos relatos, parcos y hasta confusos, no apuntan el hallazgo de los Monjes, tampoco están cerrados (con sus dos derivaciones, esto es, los intentos de La Torre en 1543 y de Ortiz de Retes en 1545) y la de López de Legazpi de 1564, no hubo ninguna empresa española a través del Pacífico. Y si la existencia de los Monjes aparece en cartas o mapas de la década de 1550-60, �a qué otra campaña podría atribuirse el conocimiento de esas islas sino a la de Bernardo de la Torre?
Cook silenció un posible predescubrimiento y no hay duda de que llevaba consigo una completísima información sobre el mar del Sur. Es evidente, por otra parte, que si desde Tahití quiso -como afirmó- dirigirse a la Alta California, en vez de arrumbar al nordeste puso proa al norte a lo largo de más de 2.000 millas, hasta dar con las islas de los Monjes, que las viejas cartas pintaban en aquella zona. [27]
Se desvela el tornaviaje
España seguía interesada en la exploración desde América hacia las islas asiáticas. La campaña siguiente, encomendada al guipuzcoano Miguel López de Legazpi, lleva -entre otras miras- el reconocimiento de nuevas tierras, la amistad con los naturales, la indagación de sus modos de vida, la compra de especias y otras cosas de valor, las posibilidades de establecer poblaciones españolas, el rescate de náufragos de anteriores viajes y, por supuesto, la averiguación del retorno al continente americano.
Con dos naos, dos pataches y una fragatilla a su cargo, el día 17 de noviembre de 1564 salió Legazpi del puerto mejicano de la Navidad y, siguiendo más o menos la estela de sus predecesores, concluyó en la isla filipina de Samar su etapa transpacífica. Desde allí, con curiosas vicisitudes que no son de este lugar, llegaría a la isla de Cebú después de pasar por las proximidades de Homonhon, Manicani, Dinagat, Leyte, Limasawa, Cabalian, el norte de Mindanao, Bohol, Pamalicán, Siquijor y Negros. En Cebú fundó el jefe de la expedición la villa de San Miguel, primera capital española en el archipiélago, desde donde proseguirá la conquista hacia el resto de las islas, tema que se aparta de nuestro propósito.
Entre los frutos tangibles de esta nueva empresa debemos recordar cinco descubrimientos en el Pacífico: la isla de Mejit, el atolón de Ailuk y la pequeña y solitaria islilla de Jemo, en la cadena Ratak, de las Marshall; el atolón de Wotho, en la cadena Ralik, del mismo archipiélago, y el atolón o isla madrepórica de Ujelang, el más occidental de las Marshall.
Si Magallanes operó como elemento fecundador de la presencia española en Filipinas, Legazpi, que consumó sabiamente la conquista y el asentamiento en el archipiélago, tuvo a su cargo la gestación de aquella empresa, de tal forma que su intervención fue un factor decisivo para el afianzamiento de la cultura cristiana y europea en el sudeste asiático. La vinculación de España y Filipinas iba a durar más de tres siglos, y hemos de pensar que, cuando llegaron a Filipinas las naos de Legazpi, el archipiélago era un paradigma de desconexión y diversidad política. No sólo se gobernaban las islas, y aun ciertas zonas de ellas, por régulos distintos e independientes, sino que existía un antagonismo activo entre muchos de estos soberanos. Por el contrario, el país que España dejó a fines del siglo XIX era un conjunto de islas vertebradas por una conciencia nacional, de la que fueron expresión los distintos movimientos insurreccionales. Los años transcurridos desde entonces, aunque hayan revelado algunas tendencias separatistas, no parecen haber afectado sustancialmente a la cohesión del alma y de la tierra filipinas.
Uno de los pataches que llevaba Legazpi bajo su mando, el San Lucas, capitaneado por don Alonso de Arellano, diez días después de la partida desde el puerto de la Navidad, se separó definitivamente del resto de la flota. Hizo Arellano, secundado por su piloto, el mulato Lope Martín, un [28] viaje redondo y de consecuencias notables, por lo que merece referencia especial.
Sin que debamos detenernos ahora en la posible y hasta maliciosa intencionalidad de la separación, juzgada por los coetáneos de manera muy distinta, lo cierto es que la derrota del San Lucas hacia Filipinas fue náuticamente impecable. Tocó en los grupos de las Marshall, Carolinas y Palaos [hoy Belau], avistó varias islas desconocidas y, después de barajar por el sur la isla de Mindanao, subir hasta Samar y abastecerse para el nuevo gran salto oceánico que le esperaba, atravesó de regreso al mar del Sur y llegó a Nueva España antes de que lo hiciera fray Andrés de Urdaneta.
Este es el saldo de la campaña más o menos ortodoxa de Arellano: descubrimientos de las islas de Likiep y de Lib, en el archipiélago de las Marshall; de las islas de Minto, Truk [hoy Chuuk], Pulap, Sorol y Ngulu, en el vasto archipiélago de las Carolinas; el probable hallazgo europeo de la japonesa Sumisu Jima, y la primera travesía conocida del océano Pacífico desde Filipinas a Méjico. En resumen, una durísima navegación, en un patache de sólo 40 toneladas, si bien en el hallazgo del tornaviaje pudo haber tenido buena suerte parte de la información que Arellano y su piloto habían recibido del sabio Urdaneta.
Repitamos que uno de los móviles esenciales del viaje de Legazpi era descubrir �la vuelta, pues la ida se sabe que se hace en breve tiempo�. A tal fin, despachó el general guipuzcoano desde la isla de Cebú a la nao San Pedro, de la que nombró capitán a su nieto Felipe de Salcedo, de apenas dieciocho años, pero que habría de aceptar las instrucciones náuticas del anciano agustino Andrés de Urdaneta, natural de la guipuzcoana Villafranca.
Salió la San Pedro de aquella isla filipina el 1 de junio de 1565, para colarse luego entre tierras del archipiélago y buscar, a través del estrecho de San Bernardino, la salida franca al Pacífico. La campaña es dura, pero la decisión de los hombres no se resquebraja; suben hasta los 39� y medio de latitud N. y, después de tres meses largos de mar, y tras una recalada en la Alta California, el 8 de octubre fondean frente al puerto de Acapulco.
Son muchos los historiadores que, pese a su precedencia en el tiempo relegan a un segundo término la navegación de Alonso de Arellano entre Filipinas y Nueva España, para dar la primacía a la consumada por Urdaneta. El hecho obedece a que la relación de la primera travesía citada es absolutamente parca en datos náuticos que pudieran allanar los viajes de vuelta posteriores. No ocurre lo mismo con los diarios de los pilotos de la campaña de Urdaneta, llenos de constantes y minuciosas observaciones. El fraile agustino tenía un plan realista y perfectamente concebido, mientras que Arellano y sus hombres �hicieron esa navegación a punta de milagros�.
Aunque la jornada del fraile guipuzcoano no llevase aparejado ningún [29] hallazgo de nuevas tierras (la isla de Parece Vela acaso fue avistada por Bernardo de la Torre en 1543), abrió definitivamente el camino de regreso o �vuelta de poniente�. Sólo a partir de la travesía de Urdaneta, a quien se atribuye el descubrimiento de la circulación de los vientos en el anticiclón del Pacífico, se conoce con absoluta seguridad la vía que iba a posibilitar la permanencia española en Filipinas.
Ya como colofón de la gran empresa comenzada en 1564 por Legazpi, se dedica un capítulo a la dramática aventura del galeón San Jerónimo. Después de los viajes de Arellano y Urdaneta, la casi novelesca campaña de este galeón cierra un ciclo descubridor e inaugura la derrota oceánica que, durante cientos de años uniría a Filipinas con Nueva España. El interés de este viaje no reside en los hallazgos geográficos que propició, sino en su valor demostrativo de los riesgos y sinsabores que entrañaba aquella travesía intercontinental.
El San Jerónimo llevaba a bordo unas 130 almas y ostentaba su mando el capitán malagueño Pero Sánchez Pericón; pero el mayor interés humano de este episodio se proyecta sobre el piloto Lope Martín, un mulato que unos hacen portugués de la villa algarbía de Lagos y otros español de Ayamonte, ya conocido por su participación en la campaña de don Alonso de Arellano.
Partió el galeón desde Acapulco el 1 de mayo de 1566 y llegó a tierra filipina el 1 de octubre del mismo año, después de descubrir la isla de Erikub, en las Marshall, y el grupillo de atolones de Ujae, en la cadena Ralik del mismo archipiélago. Lea con detenimiento el relato quien quiera saborear una de las expediciones más dramáticas, truculentas y desdichadas de aquel océano. Como muestra de lo ocurrido, baste recordar que en el transcurso del viaje fueron violentamente eliminados tres de sus personajes más relevantes: el capitán Sánchez Pericón, el piloto Martín y el sargento mayor Juan Ortiz Mosquera.
Expediciones de Mendaña, Quirós y Torres
Entramos en una nueva fase de la expansión española en el Pacífico. Si las posibilidades de nuevos hallazgos se habían reducido mucho en el hemisferio norte, ahora se tienta la fortuna bajo la línea equinoccial. Los puertos de Nueva España seguirán sosteniendo la comunicación y el comercio con las provincias filipinas, mientras que la base de nuevas exploraciones oceánicas se traslada al virreinato peruano. El régimen de vientos intuido por Urdaneta era eficaz para la navegación septentrional, pero los intentos de regreso por latitudes subecuatoriales, desde los de Saavedra y Ortiz de Retes hasta los de Thompson y Mourelle, demostrarán que la vuelta, a tenor de los vientos reinantes, sólo podía hacerse por latitudes mucho más australes.
El primero de estos viajes, organizado por Lope García de Castro, [30] gobernador y presidente de la Audiencia del Perú, llevaría como capitán general a Álvaro de Mendaña, un joven de veinticinco años, sobrino del gobernador, amparado por la experiencia del navegante y cosmógrafo Pedro Sarmiento de Gamboa, uno y otro gallegos. Las dos naos que integraban la flotilla se hicieron a la vela en el puerto de Callao el 19 de noviembre de 1567, con unas 160 personas a bordo. Los expedicionarios no volverían a ver tierra americana hasta mediados de diciembre de 1578, en que recalaron sobre la península de California, para seguir luego hasta el mismo puerto perulero de salida.
El resultado más espectacular e importante de esta larga campaña fue el hallazgo del gran archipiélago melanesio de Salomón; pero detallemos las islas entonces descubiertas, fuera o dentro del citado grupo: atolón de Nui, en el archipiélago de Ellice [hoy Tuvalu]; bajos de Roncador, al norte de las Salomón; islas de Santa Isabel [hoy Isabel], San Jorge, Ramos, Malaita, Kombuana, Vatilau, Florida, Mbokonimbeti u Olevuga, Mangalonga, Soglionara, Ndalakalau, Savo, Guadalcanal, Choiseul, Ulawa, Tres Marías [hoy Olu Malau, o Three Sisters], Uki Ni Masi [hoy Ugi], San Cristóbal, Rennell, Santa Catalina y Santa Ana, todas en el archipiélago de Salomón; atolones de Maloelap y Aur, en las Marshall orientales, e isla de Wake, en 19�20"N., muy distante de otros grupos insulares.
Si atendemos a la realidad política y económica inmediatas, la expedición fue un fracaso; la leyenda en torno a la riqueza de las islas del rey Salomón se vino entonces por tierra. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en cuanto a los adelantamientos geográfico y náutico. Mendaña lleva a cabo el primer viaje redondo al Pacífico meridional, y en alguna de sus relaciones se refleja la intuición de que al sudoeste del archipiélago salomonense hay grandes tierras, o acaso un gran continente. Además, las informaciones redactadas por los cronistas de aquella empresa tienen un considerable valor para antropólogos, etnólogos y naturalistas. Curiosamente, y aunque lo intentaron una y otra vez, los navegantes europeos tardaron dos siglos en dar nuevamente con las Salomón (Bougainville en 1768 y Surville en 1769).
El ansia de llevar a cabo un firme asentamiento en las Salomón no dejaba de hormiguear en la mente de Álvaro de Mendaña, pero hasta casi treinta años después no pudo realizar este sueño, que iba a costarle la vida. El propósito de hacer población explica que embarcasen ahora varias familias dispuestas a iniciar una nueva vida sobre una nueva tierra. Contaba Mendaña con dos naos, una galeota y una fragata, en la que también tomó plaza su propia esposa, Isabel de Barreto, asistida por la compañía de tres hermanos. En total, partieron del puerto del Callao unas 368 personas, entre las que iba como piloto mayor el portugués Pedro Fernandes de Queirós (el Quirós de los españoles), que al correr de los años adquirirá notable celebridad. Zarpó la flotilla el 9 de abril de 1595 y, después de descubrir dos grandes archipiélagos en el Pacífico sureño y de sufrir muchísimos lutos entre su gente, dos años y medio más tarde llegaría doña [31] Isabel con la nao capitana al puerto mejicano de Acapulco (agosto de 1597).
Ni Mendaña ni su piloto pudieron encontrar nunca las Salomón, pero después de haber descubierto los grupos de las Marquesas y de Santa Cruz, el capitán general y adelantado pasó a mejor vida con otros muchos de sus hombres, entre ellos 182 que se fueron al fondo del océano en el naufragio de la nao almirante, Santa Isabel. Las adversidades forzaron a la Barreto, que sucedió a su marido como gobernadora, a buscar el refugio de Filipinas, donde consoló pronto su viudez casándose con Fernando de Castro, apuesto pariente de su anterior marido, con quien luego embarcaría camino del Nuevo Mundo.
La expedición última de Mendaña y sus sucesores tiene en la historia de los descubrimientos una significación especial, porque cierra el ciclo de los grandes viajes llevados a cabo en el mar del Sur durante el reinado de Felipe II, muerto en 1598. Lo que viene después, incluidas las estupendas campañas de Quirós y Váez de Torres, son destellos de un panorama decadente, cuando España, agotada por un esfuerzo apenas concebible, pierde su protagonismo en el mayor de los océanos. He aquí los hallazgos de la empresa que acabamos de recordar: islas de Fatu Hiva, Mohotani, Hiva Oa y Tahuata, en el archipiélago de las Marquesas; islas de Pukapuka, Motu Koe y Motu Kavata, con el cayo de Toka, en el grupo de las Danger; la isla de Nurakita, la más meridional del archipiélago de Ellice o Tuvalu; las islas de Nendo, Tinakula, Tomuto Neo, Tomuto Noi y el grupo de Swallow, todas en el archipiélago de Santa Cruz, y las islas de Ponape [hoy Pohnpei], Pakin, Pagenema y otras menores, en el grupo de Senyavin, zona oriental del archipiélago de las Carolinas.
No es posible condensar en pocas líneas la vida del portugués de Évora Quirós, un personaje singular y contradictorio, realista y soñador, abnegado y ambicioso, de una tenacidad que le llevaría a escribir más de medio centenar de memoriales al rey Felipe III proponiéndole nuevas campañas oceánicas. Este fue el hombre que capitaneó la expedición compuesta de dos naos y un patache, con unos 130 hombres de mar y guerra, hecha a la mar desde el Callao el 21 de diciembre de 1605. Los fines de esta empresa no eran otros que la población y �pacificación� de las islas próximas al archipiélago salomonense, así como el descubrimiento del �gran pedazo de tierra firme, o cantidad de islas que se continúan desde el estrecho de Magallanes hasta la Nueva Guinea y la Java Mayor�, es decir, el gran continente austral incógnito, tal y como lo concebían los geógrafos de la segunda mitad del siglo XVI.
Las naves no darán nunca con el buscado archipiélago de Santa Cruz, descubierto por Mendaña en el viaje de 1595, bien conocido de Quirós, puesto que él había actuado entonces como piloto mayor. Harán, sin embargo, los españoles otros descubrimientos que en seguida puntualizaremos, el principal de los cuales será el importante grupo de las Nuevas Hébridas o Vanuatu, llamado por el capitán general Austrialia del Espíritu [32] Santo, topónimo en el que parecía evocar la casa de Austria reinante en España y un supuesto continente austral en el que creía encontrarse.
En la principal de estas últimas islas, Espíritu Santo, sucedieron cosas curiosas, pintorescas y desdichadas, como la fundación de la ciudad de Nueva Hierusalem, la creación de una ridícula Orden del Espíritu Santo y la súbita y poco esclarecida desaparición de Quirós en su nao capitana, que pondrá proa al norte hasta dar, muy por encima de los 30� boreales, con vientos que le llevarán hacia la Alta California y, finalmente, a la bahía de Acapulco (noviembre de 1606). Del memorable viaje que desde Nuevas Hébridas emprendió el capitán de la almiranta, Luis Váez de Torres, hablaremos pronto. Reseñemos ahora los resultados de la campaña de Quirós.
Aparte de la precisión en los datos náuticos anotados por los pilotos y en una perceptible mejora de la higiene a bordo de los buques, la expedición halló nuevas islas y archipiélagos muy distantes entre sí, como Ducie, Henderson, Marutea, el grupo de Acteón, Vairaatea, Tauere, Rekareka y Raroia, toda ellas en el archipiélago de Tuamotu o sus proximidades; Caroline, atolón del grupo Southern; Rakahanga, en el disperso grupo de Manihiki o Roggeveen; Taumaco, Treasurers y Tikopia, en el grupo Duff o sus cercanías; Mera Lava, Merig, Maewo, Santa María, Vanua Lava, Saddle, Mota, Espíritu Santo, Ladhi y Ureparapara, en el archipiélago de Nuevas Hébridas o en el Butaritari, en el extremo noroccidental del archipiélago de Gilbert.
Luis Váez de Torres se había quedado solo en Espíritu Santo, al mando de la almiranta y de la zabra o patache, embarcación de unas 20 ó 30 toneladas, muy apta para la exploración en aguas someras. Entre otras personas, le acompañaba el capitán entretenido Diego de Prado y Tovar, autor de una interesantísima crónica del viaje, que terminaría sus días en el convento madrileño de San Basilio.
Desde allí, estos españoles van a tentar rumbos de poniente con el fin de hallar las filipinas y descubrir, al paso, todas las tierras nuevas que aparezcan en aquellas latitudes. El relato de la jornada es apasionante y no exento de curiosísimas observaciones geológicas y etnológicas. Torres anotará en su haber logros tan importantes como el hallazgo del estrecho que hoy lleva su nombre, el primer avistamiento documentado del continente australiano, la determinación de la insularidad de Nueva Guinea con el descubrimiento de su costa meridional y, por fin, el fondeo en las Molucas y las Filipinas.
Desde Nuevas Hébridas, al son de su marcha hasta las aguas noroccidentales de Nueva Guinea, cabe a Torres la paternidad de los hallazgos de las siguientes islas o accidentes geográficos: Tagula, Sideia, Doini, Bonarua, Brumer, bahía de Orangerie, Bona Bona, Delami, Imuta, Bonarua, Mainu, Laluoro, Lopom, Manaubada, Langava, Parama, Dungeness, Turtle Backed, Gabba, Long, Twin, estrecho de Endeavour, Príncipe de Gales, montañas de Australia, cabo Vals, Dramai, Aiduma, Baronusu, Lakahaia, [33] Adi, bahía de Serakor, Panjang, Ekka, Batu Putih, Pissang, Shildpad y Yef Fam. Con razón el historiador Ernest T. Hamy calificó esta campaña como �la más atrevida y mejor manejada que han llevado a cabo los españoles en las ignoradas aguas del gran océano Pacífico�.
Otros descubrimientos
Desde mediados del siglo XVIII hubo razones para que se acrecentase el recelo español ante la presencia extranjera en las cercanías de sus dominios de ultramar. Los ataques británicos contra La Habana y Manila (1762), las estancias del comodoro Byron en las Malvinas, Puerto del Hambre, Más Afuera y Tinián (1764-66), la explotación inglesa de una zona de Honduras (1763), los descubrimientos de Wallis en el ámbito de Tahití (1767) y de Philip Carteret en las Tuamotu y Salomón, la visita del francés Bougainville a los dos archipiélagos citados en último lugar y al de Nuevas Hébridas y la posterior irrupción de James Cook y de Jean-François de Surville en grupos insulares descubiertos por españoles explican, en nuestra opinión, la suspicacia de nuestros gobernantes, ya alertados de los acercamientos rusos y británicos en las riberas de la Alta California.
Tal realidad, sumada a las noticias recibidas por vía diplomática, aconsejaron, cuando regía en virreinato peruano don Manuel de Amat y Junyent, que se organizasen exploraciones hacia el sur de Chile, la isla de Pascua o el archipiélago de la Sociedad, no sólo con el propósito de saber si existía en esas zonas algún establecimiento extranjero, sino con el designio de asentar en ellas un destacamento español.
El 26 de septiembre de 1772 salía del Callao el Capitán de fragata Domingo de Bonechea hacia poniente, al mando de la pequeña fragata El Águila, que rindió viaje redondo en Valparaíso el 21 de febrero de 1772. Pero era necesario completar las observaciones y gestiones realizadas durante esta campaña, por lo cual, con la misma fragata y el paquebote Júpiter, patroneado por José de Andía y Varela, partió de nuevo Bonechea del Callao el 20 de septiembre de 1774; esta campaña concluiría en el mismo puerto el 8 de junio de 1775, pero ya sin su jefe máximo, fallecido en la isla de Tahití y sustituido desde entonces por el teniente de navío Tomás de Gayangos, nacido en la villa riojana de Casalarreina.
Las crónicas de una y otra expedición constituyen una gratísima lectura, referida a unas islas paradisíacas en las que la explotación turística no había desnaturalizado aún gran parte de su encanto original. Allí construyeron los españoles un edificio propio para iniciar la evangelización entre los isleños, pero el intento no llegó a buen término y fue necesario mandar otro buque para recoger a los misioneros y a sus auxiliares. Muchas de las tierras visitadas a lo largo de estas campañas habían sido halladas previamente por Quirós, Wallis, Bougainville o Cook, pero no podemos negar a nuestros expedicionarios el título de descubridores de las siguientes islas: [34] Haraiki, Tatakoto, Tekokoto, Hikueru, conjunto Faaite-Tahanea, Motutunga, Amanu y Makatea, todas en el archipiélago de las Tuamotu; y la isla de Raivavae, en el grupo de las Tubuai o Australes, al sudoeste del ya mencionado archipiélago.
Sería inútil aquí una semblanza biográfica de Francisco Antonio Mourelle de la Rúa, nacido en la villa coruñesa de Corme. Empezó sus servicios a la Real Armada desde el modestísimo puesto de pilotín y, sin pasar por centros académicos superiores, terminó su carrera con el empleo de jefe de escuadra, ascensos sucesivos que en el siglo XVIII sólo excepcionalmente alcanzaron cuatro marinos. Mourelle destacó como piloto en las exploraciones que, a lo largo de los años 1775 y 1779, se llevaron a cabo desde el apostadero mejicano de San Blas hacia Alaska y la cadena insular de las Aleutianas, con el hallazgo de islas o accidentes costeros, alguno de los cuales lleva todavía su nombre. Pero su campaña más renombrada es la que pasamos a recordar.
Cuando Mourelle se hallaba comisionado en Manila, y ante el temor de un inminente ataque británico a la capital filipina, recibió del capitán general del archipiélago la orden de tomar el mando de la fragata Princesa y aprestarse para llevar unos pliegos reservados a Nueva España. Pero por razón de los vientos dominantes en aquella época del año y quizá también para sustraerse a un posible apresamiento por parte de buques enemigos, hubo de afrontar la travesía del Pacífico por el hemisferio austral, intento que se frustró una vez más, pero que daría lugar a nuevos descubrimientos en el mar del Sur.
Partió Mourelle de puerto de Sisirán, a levante de la isla de Luzón, el 30 de noviembre de 1780 y llegaría a Nueva España, tras una accidentadísima travesía, el 27 de septiembre de 1781. Si los diarios del viaje son un puro recreo para el gustoso de acontecimientos singulares, y aún de los dulces hábitos de los polinesios, hemos de limitarnos ahora a la escueta reseña de los hallazgos con que se enriqueció entonces la cartografía del Pacífico: islas de Fornualei, de Late y el grupo insular de Vavao, todas en el archipiélago de Tonga, con sus numerosas islas menores, y las islas de Niutao, Nanumea y Lakenu, en el archipiélago de Ellice (también llamado Tuvalu) o en sus inmediaciones. Donald C. Cutter, historiador norteamericano, dice del marino cormeño que �sus relaciones y mapas concernientes a esta expedición le colocan a la misma altura que los capitanes Cook, Bougainville, Malaspina y La Pérouse en las exploraciones del Pacífico�.
Son más, muchos más, los hombres que al servicio de España hicieron otros descubrimientos en aquel fabuloso cuenco oceánico. Dejemos, cuando menos, mención de algunos de sus nombres y sus hallazgos, no siempre bien documentados.
El soriano fray Tomás de Berlanga, obispo de Panamá, descubrió accidentalmente las islas de los Galápagos (1535). El piloto Juan Fernández, quizá cartagenero, halló el grupo que lleva su nombre, como también las islas de San Félix y San Ambrosio, y aún se afirma que dio con las de [35] Nueva Zelanda. Felipe Thompson, al mando de la fragata Buen Fin, avista por vez primera las islas de Arriaga, Anda, Armadores, Helen, Ngatik y el bajo de Oraluk (1773). La isla de Salas y Gómez, mal llamada de Sala y Gómez, fue descubierta por el piloto José Salas y Valdés (1793) y situada con toda precisión por el también piloto José Manuel Gómez (1805). El capitán de navío Miguel Zapiaín fue el primero en avistar la isla que llamó Patrocinio, sin duda la actual Midway (1799). El capitán mercante Juan Bautista Monteverde, al mando de la fragata San Rafael, hizo el último de los descubrimientos españoles en el Pacífico, el grupillo insular de Nukuoro, en la zona meridional del archipiélago de las Carolinas (1806).
La obra aquí glosada dedica sus páginas finales a unos índices tan necesarios para el investigador como útiles para el simple lector. El primero de ellos registra por orden cronológico el contenido y procedencia de varios centenares de documentos manejados por los autores: en el bibliográfico se reseñan unas seiscientas cincuenta obras impresas, consultadas para la elaboración del trabajo, y, después de la obligada tabla de ilustraciones (cerca de 900), en el índice analítico final se ofrecen unas 4.600 voces, con 17.000 referencias a las páginas correspondientes.
Los autores de esta obra afrontaron su larga tarea con el afán de puntualizar las derrotas náuticas y los verdaderos hallazgos de los navegantes españoles en el Pacífico; en suma, trataron de contribuir a la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América trayendo a la luz todo el valor de la nuestra empresa oceánica, que iba más allá del Nuevo Mundo. En algún modo, fueron instrumento para la exaltación de la justicia y de la verdad históricas. [37]
Robert F. Rogers y Dirk Anthony Ballendorf |
Universidad de Guam (1) |
Los historiadores están de acuerdo en que las tres naves de Magallanes -Concepción, Victoria y la capitana Trinidad- hicieron escala en algún lugar de las islas Marianas en Micronesia el miércoles 6 de marzo de 1521, pero la localización de la isla y el lugar en que ocurrió ha sido motivo de largas discusiones, debido a las desconcertantes contradicciones que existen en los relatos del primer viaje alrededor del mundo. Lo mismo que todavía está sin aclarar el lugar en que Colón desembarcó en las Bahamas, el sitio en que Magallanes lo hizo en las Marianas constituye algo más que una mera nota erudita a pie de página que intentase aclarar una cuestión histórica. El asunto afecta también a conmemoraciones, monumentos, turismo, educación, y a todas las secuelas derivadas de narraciones de discutible origen acerca de la arribada.
Los autores de este trabajo han buscado una respuesta a esa cuestión, no sólo mediante el método normal de revisar las fuentes documentales originarias, sino también navegando las últimas millas del viaje de Magallanes de acuerdo con los relatos de los testigos de su pequeña flota, quienes con sus barcos agrietados por el sol y sus tripulaciones medio muertas de hambre llegaron a las Marianas. Así pues, volviendo a recorrer las mismas últimas millas sobre el océano, que según los autores de este trabajo ningún estudioso sobre Magallanes ha hecho hasta ahora, las contradicciones de los relatos escritos podrían explicarse, y el lugar del desembarco identificado en un sitio distinto del que se suponía, de esta forma se justificarían las palabras de Taine: �J'y suis allé, c'est un mérite: bien des gens en ont écrit, et de plus longs, de leur cabinet.�
Existen dos fuentes que suministran los más detallados relatos de los testigos oculares de la llegada de Magallanes y de su estancia de tres días, del 6 al 9 de marzo de 1521, en las Marianas. La más citada de esas fuentes, a causa de su colorista descripción de los indígenas es la Relación, [38] una larga crónica del viaje escrita por un hidalgo italiano, Antonio Pigafetta, �criado� o gentilhombre de honor al servicio de Magallanes (2). La otra fuente principal es el escueto Derrotero de Francisco Albo, un griego de Rodas y piloto durante el viaje (3).
Bahía de Umatac. Lugar donde se supone desembarcaron | ||
Magallanes y Elcano. (Fotografía de J.L. Porras) |
Otras informaciones también relatan el arribo a las Marianas, pero con menos detalles y sin diferencias sustanciales con el Derrotero de Albo. Algunos documentos náuticos escritos durante el viaje, así como relaciones posteriores a la de Albo, incluyen una serie de relatos de pilotos, especialmente el de un anónimo �piloto genovés� (quizá Leon Pancaldo) de la Trinidad (4). Breves referencias al arribo se incluyen en las informaciones [39] orales hechas por Juan Sebastián Elcano (escrito frecuentemente del Cano), capitán de la Victoria, único barco de los cinco que tenía Magallanes que regresó a España en 1522 con dieciocho supervivientes del viaje. Todos fueron interrogados en Valladolid, en 1522, por historiadores, diplomáticos y otras personas, incluyendo una comisión real y una comisión conjunta hispanoportuguesa en 1524, ambas para conocer oficialmente la conducta de Magallanes y los resultados de la expedición. Skelton, en la introducción y bibliografía de su traducción de Pigafetta, suministra una detallada exégesis de fuentes sobre Magallanes, lo mismo que Brand (5).
Una de las mejor conocidas y el más antiguo de los informes impresos sobre la circunnavegación es, entre otras fuentes secundarias, la carta escrita en Valladolid, el 22 de octubre de 1522, por Maximiliano de Transilvania a su padre el cardenal-arzobispo de Salzburgo. Impresa en noviembre de 1523 y posteriormente reimpresa muchas veces, la carta suministra información obtenida de Elcano, Albo y otros miembros de la tripulación, incluyendo quizá a Pigafetta (6). La carta de Maximiliano ha sido erróneamente citada, por ejemplo por Blair y Robertson (7), al citar dos de las islas Marianas como Inuagana (o Jubagana) y Acacan, que Guillemard dedujo, más tarde. que eran Agana en Guam y Sosan en Rota (8). Aunque importante por ser la primera publicación sobre el viaje y lo que significó para la espectacular expansión de los conocimientos geográficos y las oportunidades para el colonialismo europeo, la carta de Maximiliano no describe las Marianas sino Samar y otras islas que Magallanes visitó en las Filipinas (9).
No se ha encontrado ningún diario de Magallanes ni de sus capitanes sobre la travesía del Pacífico. Por ello, la Relación de Pigafetta y el Derrotero de Albo son los que contienen las mejores guías para las islas del Pacífico noroccidental en las que él y sus hombres encontraron provisiones, agua y energías para continuar hasta Filipinas y más allá.
El problema es que los relatos de Pigafetta y Albo sobre la panorámica de las islas difieren en detalles clave: Pigafetta dice que vio tres islas, mientras que Albo dice que sólo vio dos. También difieren ligeramente en cuanto a la latitud. Evidentemente ninguno de los dos comparó su relato con el del otro a su regreso a Europa. Los textos referidos son los siguientes (subrayamos las diferencias): [40]
Pigafetta
�Después de navegar 60 millas en el derrotero mencionado, estando a doce grados de latitud y a ciento cuarenta y seis de longitud, del miércoles 6 de marzo, descubrimos una isla pequeña al noroeste, y otras dos al suroeste. Una de ellas era mayor y más alta que las otras dos. El Capitán General quería atracar en la mayor de las tres con el fin de reaprovisionarse.� (10) |
Albo
El 6 de este mes [marzo] a los 13 grados en dirección al oeste, y en este día vimos tierra y fuimos a ella, eran dos islas, no muy grandes, y cuando íbamos entre ellas hacia el sudoeste, dejamos una al noroeste, vimos muchas pequeñas velas que venían hacia nosotros... y una de estas islas está en 12 grados y dos tercios y la otra en 13 grados y más...� (11). |
Mapa de Pigafetta |
[41]
El texto de Pigafetta también contiene un croquis cartográfico, el primer mapa rudimentario de las Marianas. El croquis muestra dos pequeñas islas al Norte y una mayor al Sur, esta última con el nombre en francés, Isles des Larrons, o islas de los Ladrones. Un Magallanes enojado las había bautizado así, después de que los indígenas -más tarde llamados chamurres y chamorros por los españoles- habían robado el esquife de la nave capitana (12). En 1668, el padre Diego Luis de Sanvítores cambió su nombre por el de islas Marianas, en honor de Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y reina regente de España, quien autorizó a Sanvítores a establecer una misión católica en Guam. El mapa de las islas de los Ladrones de la Relación de Pigafetta muestra a Guam en la parte de arriba de la página; Skelton observa en su traducción, que todos los croquis tienen el norte en la parte baja y no en la de arriba como se hace en los mapas modernos (13).
En el croquis de Pigafetta aparece, entre las islas, el primer dibujo europeo de una canoa chamorra. Los dos chamorros están incongruentemente vestidos a la europea con unas túnicas de mangas largas y encapuchados, lo cual indica que lo hizo algún dibujante después de la vuelta de Pigafetta a Europa. La narración de éste describe con algún detalle a los chamorros (Albo no lo hace), incluyendo la observación de que iban �completamente desnudos� (14). Así pues el croquis de Pigafetta no sólo contradice el Derrotero de Albo, sino también contradice el propio texto de Pigafetta. Por otra parte, el piloto genovés está de acuerdo con Albo de que sólo había dos islas (15).
Esto plantea la cuestión de la exactitud de los relatos. Los cuatro primeros manuscritos de alrededor de 1524, de la Relación de Pigafetta (el original nunca se publicó) fueron la base de numerosas traducciones, ediciones y comentarios durante los cuatrocientos años siguientes (16).
Entre las primeras versiones en francés, español e italiano, se han identificado un cierto número de discrepancias en las traducciones. Skelton en su traducción al inglés utilizó el manuscrito Beinecke-Yale bellamente ilustrado, una versión francesa hecha por amanuenses profesionales.
Por otra parte, el Derrotero de Albo nos ha llegado en una única versión española a través de la colección Navarrete. A causa de su árida naturaleza náutica, no tuvo una amplia difusión y no parece haber sufrido cambios en sus originales. Morison, en su The southern voyages A.D. (1492-1616), se fía de Albo en aquellos datos y observaciones náuticos [42] sobre el viaje, y define al piloto como un navegante �razonablemente seguro� (17).
Sin embargo, Pigafetta se deja llevar ocasionalmente de su fantasía imaginativa. Por ejemplo, al describir la travesía del Pacífico refiere, casualmente, el paso cerca las riquísimas islas, Cipango y Sumbdit Pradit, antes de llegar a las Marianas. Cipango era el nombre europeo que entonces se daba al Japón; Sumbdit Pradit no ha sido identificado. Spate descarta esta referencia de Pigafetta como �tan extremadamente vaga y confusa que nada puede deducirse de ella� (18).
Pigafetta también, al dar el derrotero del buque y la localización de las tierras, usaba las direcciones del viento, y no la brújula. Por ejemplo, en la versión francesa del Códice Beinecke-Yale sobre la llegada a las Marianas, Pigafetta usa los términos à la volte du vent de maestral y tirent au garbin, que Skelton traduce como noroeste y sudoeste, respectivamente. Técnicamente estos términos pueden también ser traducidos como into the main wind y downwind. Igualmente, una versión española usa los términos mistral y el garbino (19). Los usados por Pigafetta eran las direcciones del viento que usaban generalmente los pueblos del Mediterráneo en aquella época, y son técnicamente menos exactos (dado que los vientos varían a veces) que los de la brújula que son los que Albo utilizaba.
A pesar de estas discrepancias, la crónica de Pigafetta, con sus espectaculares pasajes y sus coloristas observaciones etnográficas, ha sido el más valioso y más ampliamente difundido relato del viaje de Magallanes, y no el objetivo aunque tedioso Derrotero de Albo. Las bases para identificar específicamente el lugar donde desembarcó Magallanes, descansan tanto en la referencia de Pigafetta a tres islas como a las dos de Albo. Como una consecuencia de esto, tres lugares alternativos de aproximación y desembarco han sido postulados por los historiadores y por la tradición. Los tres parecen posibles sobre el mapa y cada uno tiene sus partidarios.
Las Marianas forman un archipiélago de quince islas pequeñas y muy volcánicas que se extienden en una larga cadena con considerables distancias entre alguna de ellas. Desde Guam, la más meridional y la más grande, se desparraman en dirección norte hacia el Japón en unas 500 millas hasta Farallón de Pájaros, un pequeño volcán activo. Las islas forman dos arcos dentro del archipiélago: uno más bajo o arco meridional con las islas mayores (Guam, Rota, Aguiján, Tinián, Salpán y Farallón de Medinilla) [43] entre los 13� y 16� de latitud N., y un largo arco, más al noroeste, formado por islas más pequeñas y casi deshabitadas desde Anatahan a Farallón de Pájaros (20). Teniendo en cuenta que este arco septentrional se encuentra entre los 16� y 20� 30' de latitud N., hay que descartar sus islas como posibles puntos de llegada de Magallanes. Son demasiado pequeñas y demasiado al norte, más de 3� de latitud, es decir más de 200 millas, desde el punto más cercano para poder adecuarlas a las descripciones y datos náuticos de los 12� y 13� de latitud N. que dan Pigafetta y Albo para el lugar de arribada. Como observó Morison, los cálculos de Albo sobre las latitudes fueron razonablemente exactos (considerando que todos los navegantes de la época de Albo eran inexactos en calcular la longitud a causa de lo primitivo de los instrumentos y de la falta de conocimientos sobre el tamaño de la Tierra). Por lo tanto, Magallanes arribó en algún lugar del arco meridional de las Marianas. Los tres desembarcos alternativos propuestos por los críticos son los siguientes:
1. Saipán-Tinián
La primera alternativa es que la flota de Magallanes se aproximó sobre los 15� 30' de latitud N. y vio Farallón de Medinilla al noroeste, y Saipán y Tinián al suroeste (vid. alternativa 1 en mapa 1). Estas últimas son grandes y se encuentran sólo a cinco millas una de otra, ocultando desde el noreste la cercana y más pequeña isla de Aguiján al sudoeste. Se sugiere que entonces Magallanes viró al sudoeste y fue a parar a tierra en Saipán o en Tinián, ambas habitadas. Esta alternativa se adecúa con la referencia de Pigafetta (aunque no con su mapa) de dos islas al sudoeste: es decir. Saipán y Tinián.
Lord Anson, que estaba familiarizado con el relato de Pigafetta, desembarcó en Tinián en 1742 durante su viaje alrededor del mundo, entre 1749 y 1744. Del informe del viaje de Anson se deduce que era Tinián el lugar donde Magallanes arribó (21). James Burney de forma más convincente, en su historia (en dos volúmenes) sobre viajes en el Pacífico publicada en 1803, establece de forma absoluta que �Saipán y Tinián así como la pequeña isla de Aguigán [sic] se corresponden exactamente con el relato del viaje de Magallanes� (22). A Burney y Anson les siguieron críticos posteriores tales como Carano y Sánchez, quienes en su historia de Guam de 1964 concluyen �la destrozada tripulación de Magallanes avistó la isla de Guam, según la tradición� (23). Sin embargo, quizá como deferencia a Anson, [44] Burney y a otros, Carano y Sánchez insertan una nota a pie de página que dice �hay dudas sobre qué isla fue�. La historia de Carano y Sánchez continúa siendo el texto clásico usado en el sistema escolar de Guam.
Mapa 1: Marianas del Sur. Alternativas de | ||
desembarco de Magallanes, el 6 de marzo de 1521. |
Las pruebas en contra de Salpán-Tinián como lugar del desembarco son formidables. En primer lugar, porque una aproximación entre Saipán y Farallón de Medinilla siguiendo el curso de la latitud 15� 30', está demasiado al norte de lo que los testigos de vista relataron. Tanto Albo como Pigafetta sitúan el dicho curso más al sur entre los 12� y 13�, lo cual, si Magallanes hubiese ido en realidad en los l5� 30' en dirección a Saipán-Tinián, [45] hubiera sido un error en la latitud, por parte de ellos, de 3� 30' a 2� 30', o de 242 a 173 millas (a 69 millas por grado). Según los detallados análisis de Wallis sobre el viaje, los cálculos de las latitudes hechos por Albo sólo fueron un grado menos al sur durante el viaje (24). Un error de más de dos grados completos de latitud norte, o 200 millas más o menos, no es propio de Albo como observa Morison.
Otra crítica sobre el desembarco en Saipán-Tinián es que Farallón de Medinilla es extremadamente difícil, si no imposible, de ver a 27 millas de distancia, que es aproximadamente el punto medio entre la isla y Saipán, o desde cualquier lugar más al sur. Farallón de Medinilla es una isla pequeña y baja, con unos 266 pies de altitud. Una isla apenas perceptible a nivel del horizonte por un vigía desde su torre, y que en este caso sería a la altura del mástil de la Trinidad a 60 pies sobre el nivel del mar y a 27 millas de distancia. La visibilidad también se reduce en el trópico con olas y humedad altas que producen una bruma considerable, lo cual es normal en las Marianas durante el mes de marzo (25). Pigafetta desde el nivel de la cubierta no pudo ver Farallón de Medinilla ni siquiera en un día claro. Por último, si hubiese llegado a Saipán o a Tinián, Albo y el piloto genovés hubiesen recordado dos islas, no una.
Por lo tanto, es mucho más probable que Magallanes se aproximara a las Marianas más al sur y más cerca de los derroteros de Albo y Pigafetta donde las islas están más cercanas, de mayor altitud y más fáciles de vislumbrar.
2. Rota
Si las naves de Magallanes se hubiesen acercado desde el este por los 14� 30', o 69 millas más al sur que en la primera alternativa, hubiesen visto Aguijan, Tinián y Saipán agrupadas al noroeste y Rota solitaria al sudoeste (vid. alternativa 2 en mapa 2). A una distancia de 27 millas y desde esa dirección, Tinián oculta parte de Saipán. Se puede suponer que Pigafetta haya visto Tinián y Saipán como una masa brumosa en el horizonte y Aguiján como la otra isla, poniendo así dos islas en su mapa (pero no en su escrito). Aceptando que Magallanes viró hacia el suroeste como dice Albo, hubieran arribado a Rota. Esta posibilidad es todavía sustentada por algunas personas de las Marianas.
El primer problema respecto a la alternativa de Rota es que si Magallanes [46] se aproximó a los 14� 30' al noroeste de Rota, el punto medio entre Rota y Aguiján es de unas 17 millas. Rota, al suroeste tiene 1.627 millas de altitud y podía verse. Aguiján, al noroeste, tiene 584 pies; cinco millas más allá de Aguiján está Tinián con sólo 564 pies; y el pico de Saipán con 1.554 pies de altura está a unas 50 millas de distancia. Todas estas alturas, al noroeste, apenas aparecen en el horizonte para un vigía que estuviese en un mirador de 60 pies de alto, excepto quizá en días excepcionalmente claros y libres de humedad y de grandes olas. Incluso si el vigía de Magallanes percibió Aguiján o Saipán (Tinián, por su poca altitud no podría ser vista), no hubiera podido distinguir las islas separadas, en medio de la masa de bruma baja en el horizonte, como Pigafetta dice. Y desde cubierta Pigafetta no hubiera visto dos islas en cualquier dirección, incluso si las naves hubiesen estado unas pocas millas al norte o al sur del punto medio.
Una consideración final sobre esta alternativa de Rota es el rumbo que Magallanes tomó cuando abandonó las Marianas el sábado 9 de marzo. Albo dice que tomaron el derrotero del oeste cuarta del suroeste. Pigafetta no da la dirección. Ninguno de los dos testigos de vista vio ninguna otra isla hasta que llegaron a las Filipinas el sábado 16 de marzo. Si la salida desde las Marianas hubiera sido desde Rota, hubiesen navegado dentro de unas 30 millas del flanco noroeste de Guam. El punto más alto de esta isla (al sur) es de 1.332 pies y su longitud de unas 30 millas, con lo que hubiese sido vista claramente por las naves. Albo y Pigafetta hubiesen ciertamente informado de una isla tan grande si hubiesen partido de Rota. El hecho geográfico es que Guam es la única isla en las Marianas meridionales desde la que se puede ir en dirección oeste sin ver ninguna tierra hasta las Filipinas (vid. mapa 1).
3. Guam
Mientras que muchos historiadores creen que ésta puede haber sido el lugar de arribada de Magallanes, algunos todavía tienen dudas. Morison es inequívoco en que fue Guam (26). Como hemos citado anteriormente Carano y Sánchez tenían dudas, mientras que Brand dice que las islas de los Ladrones de Magallanes �fueron casi con seguridad Guam, Rota y, posiblemente, Saipán� (27). Spate es más cauto, en The spanish lake dice: �Guam, Rota y posiblemente Saipán.� Posteriormente, en Monopolist and freebooter, Spate apunta en nota a pie de página: �No es totalmente seguro que Magallanes desembarcase en la propia Guam..., pudo haber vislumbrado primero Saipán y Tinián, como pensó Anson, y tomase tierra en la [47] última� (28). Wallis dice: �Es casi seguro que primero vio el pico de Rota y después desembarcó en Guam� (29).
Muchos escritores, aunque tengan dudas sobre cuál fue la isla, sin embargo, son sorprendentemente precisos sobre el lugar de Guam en que Magallanes puso su plante. Un escritor, Charles Ford, escribió una larga novela histórica sobre el viaje de Magallanes en la que lo situaba desembarcando en la bahía de Talofofo, una pequeña ensenada, libre de arrecifes, en la parte suroriental de Guam dando cara a los vientos alisios (30). Sin embargo, en dicha bahía y en el mes de marzo, los fuertes vientos del nordeste levantan altísimos oleajes haciendo imposible el anclaje de navíos de vela.
El sitio más favorecido por la tradición es Umatac, un pueblecito en una pequeña bahía sin arrecifes en la costa de sotavento, al oeste de Guam. Morison describe (sin citar fuentes) cómo Magallanes recorrió la costa occidental de la isla buscando una abertura entre los arrecifes hasta que encontró �providencialmente una ensenada llamada ahora Umatak [sic]...� (31). Beardsley, en su Guam past and present, dice también que Magallanes fue �a la bahía de la costa sur de Guam� (32). Como resultado de esos escritos y de la tradición local, tanto lo que se enseña en las escuelas, como lo que figura en las guías de viajeros, en numerosos artículos de prensa y en la televisión, asumen que Umatac fue el lugar de desembarco (33).
Las razones en pro de la arribada a Guam mantienen que Magallanes se aproximó alrededor de los 14� de latitud N. Albo dice 13�, pero, como Wallis notó, aquel siempre calculaba alrededor de un grado más hacia el sur, probablemente a causa de la poca calidad de los cuadrantes y astrolabios de aquella época. Una aproximación a 14� de latitud N. hubiese llevado a las naves a la mitad de camino entre Guam a 20 millas al suroeste y Rota a 20 millas al noroeste: ambas pueden, a esa distancia, ser vistas fácilmente desde la cubierta (vid. alternativa 3 en mapa 1). Albo relata que los barcos viraron �entre ellas� hacia el suroeste. Este giro parcial mantuvo el viento siempre detrás de ellos y desembarcaron en la mayor de las islas vislumbradas. Albo da la latitud de la mayor de las islas a 12� 40' y la otra al norte a 13�, con un error de sólo 59� y 107� respectivamente de sus verdaderas latitudes, de 13� 39' para el punto más septentrional de Guam en Punta de Ritidian, y de 14� 07' para el más meridional de Rota. Corrigiendo el error de un grado de Albo, se pondría a los 14� de latitud N., o sea casi seguro en las verdaderas latitudes de las dos islas. [48]
Mapa 2: Guam. Posibles lugares de desembarco |
Albo estimó que la mayor de las islas �parecía tener unas 20 leguas de ancho en la parte norte�. Esto es, cerca de 80 millas (34). Pigafetta no da ninguna medida. Guam tiene realmente unas 30 millas de largo. Dos tercios de la parte norte de la isla consiste en un ángulo del suroeste al nordeste, y la mayor parte del lado a sotavento, de sus aproximadamente 18 millas de línea de playa, desde la Punta de Orote a la de Ritidian (vid. mapa 2), dan al nornoroeste. Ninguna otra isla de las Marianas presenta una costa tan larga en esa dirección. Saipán, la segunda de tamaño, tiene [49] solamente ocho millas frente al nornoroeste. Ninguna de las Marianas presenta más de unas pocas millas de playa que den al norte. Por lo tanto, podría estar refiriéndose al litoral noroccidental de Orote a Ritidian como el �norte� de Guam. Aunque Albo sobreestimó la longitud de las islas, Guam es la única de las Marianas cuyo tamaño es muy aproximado a la que él describió.
En resumen, Guam es el lugar que más se adecúa a los relatos de Pigafetta y Albo, en punto a la latitud, dirección del viento y tamaño. No obstante, Guam como lugar de arribada no resuelve, todavía, la contradicción en los relatos de los testigos de la llegada de Magallanes o del número de islas que vieron, lo cual es precisamente lo que mantiene las dudas de los historiadores sobre el lugar exacto.
Los autores de este trabajo, como una forma de reforzar o de invalidar la alternativa de Guam, decidimos repetir la llegada de Magallanes a las Marianas. Muy de mañana, el 6 de marzo de 1988, tomamos un bote en la rada de Agaña en Guam para ir al canal de Rota, a la mitad del camino entre las dos islas (35). Era un día de marzo típico de la estación seca, probablemente parecido al que Magallanes encontró. El cielo era de un azul agudo con nubes cumulus numilis dispersas que a veces se amontonaban verticalmente produciendo breves chubascos de lluvia. El mar estaba agitado, con oleaje de 10 a 15 pies, de blanca espuma, rodando fuertemente con un viento de 15 nudos del noroeste. Las ráfagas de viento alcanzaban los 25 nudos. La humedad relativa oscilaba entre 90 y 100 %, normal en febrero y marzo, y su vapor creaba, a pesar del viento, una delgada y blanquecina bruma en el horizonte.
Detrás de nosotros Guam, en la parte sur del horizonte, se iba convirtiendo en un contorno extenso, plano y oblongo. La bruma nos impedía ver ninguna tierra al norte hasta que estuvimos a mitad de camino. Entonces surgió Rota a unas 20 millas fuera de la bruma iluminada por el sol. Y allí, ante nosotros, no había una isla, que sabíamos que era Rota, sino dos, exactamente como se mostraba en el dibujo de Pigafetta. Además, de las dos islas, una era más alta y grande que la otra, precisamente tal como Pigafetta relata en una versión en español de su Relación (36) (no, sin embargo, en el manuscrito en francés Beinecke-Yale).
Nos dimos cuenta en seguida de por qué parecía que había dos islas. El contorno de Rota se parece a un �promontorio�; hay una pequeña península de unas dos millas de larga que parece un saliente. Los cabos de la isla están orientadas al suroeste, hacia Guam. En la extremidad de la [50] península hay un afilado pico llamado Talpingot, de 432 pies de altura. A cuatro millas y media, hacia el noroeste, está el punto más alto con 1.627 pies. Entre las dos montañas la pequeña península desciende de altitud hasta sólo 50 pies sobre el nivel del mar. Por lo tanto, cuando Rota es vista desde el sureste, al principio parecen dos islas -el pequeño pico de Taipingot y la gran Joroba del pico principal- ya que la península que los conecta desaparece debajo del horizonte. La península no se puede ver desde la cubierta de la nave, especialmente en un día brumoso, sólo hasta unas siete millas de distancia, cuando finalmente se eleva sobre el horizonte y Rota se revela como una sola isla. Sin embargo, la península es visible desde una distancia de 20 millas o menos para una vigía en un mástil de 60 pies sobre el nivel del agua. Es posible que desde un mástil así, el vigía de Magallanes viese la isla entera, incluyendo la baja península, y así lo gritó en la mañana del 6 de marzo de 1521. Dado que el pico central de Rota es de 1.627 pies, es probable que lo viese antes que la parte norte de Guam de 610 pies.
Fig. 1: Alturas desde 20 millas, | ||
a nivel del mar en el punto medio de Rota |
�Vio Pigafetta, desde la cubierta del Trinidad en 1521, solamente los dos picos de Rota como los vimos nosotros en 1988? Albo dice que Magallanes viró pronto hacia el suroeste en dirección a la isla más grande, es decir a Guam. Quizá nunca estuvieron lo suficientemente cerca de Rota para que Pigafetta hubiese visto que era sólo una isla en lugar de dos.
Entonces, �por qué Albo informa correctamente en su Derrotero de [51] que sólo había una isla al noroeste? �Pudo Albo haber hablado con el vigía que habría visto la península entre los dos picos de Rota y le informó de ello, escribiéndolo el piloto de forma rutinaria en el cuaderno de bitácora? �Por qué el vigía no habló también con Pigafetta? En vista de las estrictas barreras sociales que existían en aquellos días entre la tripulación y los hidalgos (los capitanes y personas como Pigafetta de origen distinguido), y quizá también por el entusiasmo general al contemplar tierra, no es sorprendente que ni el vigía ni el piloto mencionasen el asunto a Pigafetta. Tampoco estamos seguros de cuál de las naves anunció la tierra, aunque es probable que fuera la Trinidad con sus mástiles más altos.
En cualquier caso, la contradicción entre los relatos de Albo y Pigafetta puede explicarse por el contorno geográfico de Rota. Aparece como dos islas cuando se la ve desde el puente de un barco en cualquier punto de un derrotero por los 13� 50' de latitud N., viniendo desde el este y aproximadamente en la mitad de camino entre Guam y Rota. En cuanto a la contradicción entre el texto de Pigafetta (que dice que dos islas estaban al suroeste) y su propio croquis (que muestran dos al norte), �fue él o sus copistas, traductores, editores, los que quizá cometieron un error al escribir o dibujar la orientación exacta, habiéndolo hecho de memoria y mediante notas a medio hacer y después de años del acontecimiento? Si fue así, no sería el único error de naturaleza descriptiva que se ha encontrado en las varias ediciones del relato de Pigafetta.
En nuestro bote en 1988, viramos desde el punto medio hacia el suroeste tal como Albo dice que hizo Magallanes. Estábamos al norte de la Punta de Ritidian, que es el extremo noroccidental de Guam (vid. mapa 1). �En qué lado de Guam desembarcaría Magallanes?
Vale la pena mencionar que Magallanes era un marino prudente y con muchísima experiencia, como lo demuestra el notable paso del estrecho que lleva su nombre. Buscaría echar el ancla, donde fuera posible, a sotavento de cualquier isla, no en el posiblemente peligroso barlovento donde la marejada y los vientos alisios pueden conducir, incluso a un navío anclado, contra la costa. En consecuencia, hubiera sido ilógico de su parte aproximarse a la encrespada costa norte de Guam (ahora playa de Tarague) o a cualquier lugar a lo largo de la costa oriental, ambas dando cara al viento. Además, para desembarcar en las costas del norte o del este tendría que haber navegado en dirección sur al girar en el canal de Rota, lo cual sería contrario a lo que dice Albo en su Derrotero.
El peligro de una arribada a barlovento de la isla en cualquier época del año, viene demostrada por las dos expediciones españolas, que llegaron a Guam después de Magallanes: la de Loaysa (también escrito Loaísa) en septiembre de 1526, y la de Saavedra en diciembre de 1527. Ambas se aproximaron a la isla mucho más al sur que lo hizo Magallanes e intentaron anclar en el lado oriental (37). El navío de Loaysa empleó dos días en [52] poder anclar. Saavedra no pudo; se mantuvo fuera de la costa y se marchó sin haber podido realmente anclar. Incluso, hoy en día, no hay puertos para botes en las costas norte y este de Guam.
Por otra parte, la costa noroeste de Guam entre la Punta de Ritidian y la de Orote (vid. mapa 2) está a sotavento y en marzo está relativamente en calma, a causa de que los altos acantilados y la altiplanicie central protegen el punto medio en el canal de Rota y con los vientos impulsando casi directamente por la propia dirección suroeste, se alcanza casi directamente la calma de la costa noroeste de Guam, donde el litoral se curva hacia el oeste hasta la Punta de Orote. Todo estos factores aparecerían ante los experimentados ojos de Magallanes cuando se abría camino hacia Guam. Por ello, probablemente escogería la ruta más fácil y segura a lo largo del litoral noroeste de Guam, abrigada del viento una vez pasada la Punta de Ritidian.
En 1988, en nuestra embarcación en el canal de Rota, mantuvimos la velocidad estimada de Magallanes en su navegación diaria, unos seis nudos por hora impulsados por los oceánicos vientos alisios matinales (38). Después que, muy temprano por la mañana, vio las islas (amanece alrededor de las 6,30), Magallanes navegaría durante una hora hasta que se encontró �entre ellas�, como dice Albo, y viró hacia Guam. Entonces navegó unas 25 millas antes de pasar justamente al oeste de la Punta de Ritidian.
Nosotros tardamos desde el punto medio entre las islas (también Magallanes posiblemente) unas cuatro horas, a seis nudos aproximadamente de velocidad, en llegar a Ritidian al mediodía. Una vez pasado Ritidian, estaba a sotavento de altos acantilados y reduciría la marcha unos pocos nudos, ya que el viento amainaba y tenía que maniobrar entre las numerosas canoas de los chamorros que, según relatan Albo y Pigafetta, acudieron a recibirles. Desde Ritidian, Magallanes navegaría, en aguas profundas y seguras, durante una media milla de litoral muy próximo a los arrecifes claramente señalados por una bonancible marejada. Dentro de los arrecifes existen una serie de lagunas poco profundas, de 50 a 200 yardas, que terminan en espaciosas playas. Las playas y los arrecifes se encuentran separados, con intervalos de unas millas, por altos acantilados rocosos, que caen hasta el filo del agua.
Detrás de las playas hay enclaves o terrazas llanas, algunas de una milla de ancho, otras de más, y la mayor parte con media milla de largo. Cada enclave acaba en escarpadas laderas cubiertas de jungla que conducen a la altiplanicie central que forma la mitad norte de Guam. Las laderas tienen densos bosques de cocoteros y manantiales de agua dulce que fluyen [53] desde la altura de la caliza altiplanicie. En estos enclaves, detrás de las playas, conocidas ahora como Uruno, Falcona, Haputo, Hilaan, Tumon y Agaña, es (según descubrimientos arqueológicos) donde existen algunos de los mayores restos de poblaciones chamorras prehispánicas. Todos estos lugares tienen agua y comida abundantes. Más allá de los acantilados el fondo del mar también ofrece buenos fondeaderos. Desde el acantilado el fondo va descendiendo a profundidades de unos 100 pies dentro de las primeras 50 a 100 yardas antes de aumentar su profundidad mucho más de la longitud del ancla de Magallanes. En las aguas tropicales de Guam el fondo es visible hasta 100 pies de profundidad, y generalmente es de arena salpicada de escollos de duro coral que agarran fácilmente las anclas. Los vientos de marzo a lo largo de la costa noroeste no desplazan los barcos hacia los rompientes.
La bahía de Tumon, una diez millas al sur de Ritidian y que incluye las playas de Tumon, Ypao, Cognga y Fafai; es el enclave mayor y más calmo con el mejor fondeadero y los acantilados más bajos. Magallanes, a una velocidad de tres o cuatro nudos, y después de pasar por Ritidian, llegaría a la bahía de Tumon alrededor de las tres de la tarde. Un poco más allá de Tumon sobresale una península con las Puntas de Ypao y Oka, antes llamadas Punta de Saupon (ahora Punta del Hospital), en la que los acantilados se elevan desde el mar. La península oculta la mayor parte de la bahía de Agaña de la vista directa de un barco que navegase a una media milla de la costa desde Ritidian. Y todavía más allá, pasada la Punta del Hospital, y a unas diez millas la península de Orote se proyecta hacia el oeste cerca de cinco millas, impidiendo los movimientos en dirección suroeste e interceptando la vista de la costa suroccidental de Guam donde se encuentra Umatac. En aquellos tiempos, Orote estaba flanqueada, en su parte norte, por numerosos y peligrosos arrecifes que existieron hasta que, en la Segunda Guerra Mundial, fueron sustituidos por un rompeolas para hacer lo que ahora es la rada de Apra.
Navegar todo el camino alrededor de la Punta de Orote por una costa desconocida hacia Umatac, una distancia de 25 millas desde Tumon, hubiera tomado a Magallanes otras seis u ocho horas. Estos hubiese significado fondear de noche en Umatac, lo cual los marinos de aquellos tiempos trataban de evitar.
Cansados, hambrientos y sedientos, Magallanes y su tripulación estarían, sin duda, deseosos de fondear lo más rápidamente posible para aprovisionarse. A la vista de las opciones que se le presentaban, no es probable que Magallanes fuera más allá de la bahía de Tumon o de la de Agaña durante la tarde, y puede que fondease incluso antes. Es muy improbable que continuase hasta Umatac cuya existencia, naturalmente, desconocía. Podía, con toda seguridad, lanzar el ancla a 50 yardas fuera de los arrecifes en aguas en calma de 50 pies de profundidad. No necesitaba buscar una entrada entre los arrecifes para fondear dentro. Fácilmente podía ver el [54] fondo del mar donde anclase. Los botes y esquifes de su barco podían remar seguros sobre los arrecifes durante la pleamar.
Sabemos que el primer día los chamorros sustrajeron un esquife de la Trinidad y que entonces la flotilla viró durante la noche. El anónimo piloto genovés dice que anclaron a la mañana siguiente y enviaron a la costa unas lanchas con gente armada para recuperar el esquife robado y castigar a los chamorros. Cada nave llevaba dos botes, un esquife que se necesitaba para ir delante del barco sondeando aguas desconocidas y una lancha o pinaza más grande. Remarían sobre los arrecifes. El más adecuado de los arrecifes de Guam para poder pasarlo con cualquier marea es el de Tumon, donde, hoy en día, los windsurfers lo practican en cualquier día de marzo.
En resumen, tanto la evidencia escrita, como la geográfica y la lógica se combinan para sugerirnos que Fernando de Magallanes lanzó las anclas y llegó a tierra en la mañana del jueves 7 de marzo de 1521, a lo largo de las abrigadas costas del noroeste de Guam, en algún lugar entre la Punta de Ritidian y la actual capital, Agaña (39). El lugar más probable es Tumon, donde cerca de un siglo y medio más tarde, en 1668, el padre Diego Luis de Sanvítores iba a ser martirizado, viniendo a continuación la conquista española de las islas Marianas. Hoy la bahía de Tumon es el centro de turismo de Guam, y en su hermosa playa se alinean modernos hoteles.
�Pero qué pasa con Umatac? �Cómo se desarrolló la leyenda de que Magallanes desembarcó en ese soñoliento pueblecito? Las primeras visitas de los españoles a las Marianas, por los navíos de Magallanes, Loaísa y Saavedra, fueron muy breves y no podrían dejar ninguna impresión permanente en la historia oral de los chamorros. Como hemos visto, los testimonios sobre el viaje de Magallanes fueron poco claros para los europeos. La primera expedición española que dejó huella en la isla de Guam fue la de Miguel López de Legazpi quien, con tres navíos, llegó a Umatac y permaneció en la isla desde el 22 de enero al 4 de febrero de 1565. Se celebraron misas, tomó posesión de Guam en nombre de España y luego puso rumbo a las Filipinas (40).
Legazpi pudo haber localizado Umatac, porque arribó por una ruta más meridional que la de Magallanes. La expedición de Legazpi disponía de datos sobre la navegación que provenían de los supervivientes del viaje de Magallanes, y probablemente informaciones obtenidas de Gonzalo de Vigo, un marinero que había desertado del Trinidad en 1522, cuando volvió a las Marianas bajo el mando de Espinosa en su infructuoso intento [55] de volver a América después de la muerte de Magallanes en las Filipinas. De Vigo fue recogido en 1526 por la expedición de Loaísa, después de haber pasado algunos años en varias islas de las Marianas. También iba con Legazpi Urdaneta, que había estado con Loaísa, Urdaneta tenía conocimientos de primera mano de las Marianas y sin duda habría conversado con De Vigo.
Durante los siglos siguientes a Legazpi, los galeones españoles de la ruta de Acapulco a Manila recalaban una o más veces al año, para aprovisionarse, bien en Rota o en Guam (41). En Guam, Umatac se vio favorecido a causa de su bahía, libre de arrecifes y bien resguardada, lo que facilitaba el suministro desde la playa a los navíos anclados justo a la entrada. Las visitas de los galeones a Umatac durante las décadas y los erróneos o equívocos datos históricos que hemos citado anteriormente, hicieron que tanto la gente de Guam como las de otras partes asociaran a todos los barcos españoles que llegaban a la isla con Umatac. Por lo tanto, popularmente se asumió que los primeros navíos españoles que llegaron, los de Magallanes también, arribaron allí.
Después que los Estados Unidos adquiriesen Guam en 1898, la leyenda del desembarco de Magallanes en Umatac fue fomentada oficialmente. En los años veinte, la Asociación de Maestros de Guam decidió conmemorar anualmente la llegada de Magallanes con un Día del Descubrimiento el 6 de marzo. Se obtuvieron fondos y el 6 de marzo de 1926 se descubrió un obelisco cerca de la playa de Umatac (42). La placa del monumento dice: Magallanes desembarcó cerca de aquí.
Desde entonces cada año se celebra el Día del Descubrimiento en Umatac, concluyendo con una fiesta y una representación en vivo de la arribada, en la que los chamorros tienen éxito en expulsar a Magallanes y a sus hombres. Mientras tanto Umatac empezó a grabarse, como lugar de arribada, en las mentes de generaciones de escolares de Guam a través de sus maestros, textos de historia y medios de difusión. Magallanes probablemente nunca vio Umatac y desembarcó el 7 de marzo, no el seis.
Guam continuo siendo un estratégico lugar de escala para los muchos barcos españoles que vinieron, a través de los siglos, después de Magallanes. Hoy en día la isla sigue jugando un papel geopolítico. En lugar de galeones, Guam abastece ahora a satélites, cohetes espaciales, bombarderos B-52 y todos los otros inventos del hombre moderno que han seguido, para bien o para mal, la estela de Magallanes. [56]
Bahía de Tumon y, al fondo, la bahía de Agaña, | ||
en medio de las cuales se supone que desembarcó Magallanes. |
(Traducción de José Luis Porras) [57]
Marjorie G. Driver |
Universidad de Guam |
Este relato es una parte del manuscrito encontrado por el profesor Charles R. Boxer en Londres en 1947. El manuscrito, conocido ahora como el Códice Boxer, sobrevivió milagrosamente a los bombardeos alemanes sobre la capital británica durante la Segunda Guerra Mundial, y fue realmente afortunado su hallazgo, pues su estudio nos permite un mejor conocimiento de algunas zonas del Pacífico, de Extremo Oriente y Sudeste Asiático.
Contiene unas trescientas páginas manuscritas, y, además, setenta y cinco grabados en color de habitantes y escenas diversas de Filipinas, Molucas, Nueva Guinea, Formosa, Camboya, Brunei, Siam, China, Japón y otros territorios, lo cual significa una aportación gráfica de extraordinaria valía.
Los primeros folios del manuscrito, que son los que transcribo, contienen una breve descripción de los sucesos ocurridos a la llegada de un galeón a las Ladrones, ahora islas Marianas, en su ruta de Acapulco a Manila. En los grabados se ve a los habitantes en pequeñas embarcaciones, intercambiando sus productos alimenticios por el hierro que les facilitan desde el galeón.
El profesor Boxer relata que dos barcos hicieron la carrera entre México y Filipinas en 1590, precisamente la fecha que lleva la Relación, la capitana Santiago y su buque escolta. A bordo de la capitana iban el nuevo gobernador de Filipinas Gómez Pérez Desmariñas y su hijo Luis. Boxer cree que el galeón que figura en el grabado era el Santiago y que bien el gobernador o su hijo escribieron la Relación u ordenaron redactarla.
Dentro de su brevedad, creo que es un relato muy completo: situación geográfica del archipiélago; suministro de agua a los galeones; tipo de embarcaciones que usaban los isleños; sus armas; aspecto físico; comportamiento social, etcétera.
La transcripción que ofrezco es la original en español, algunas palabras son difícilmente identificables por lo que me limito a dejarlas tal como [58] figuran en el manuscrito. Debo advertir que una traducción al inglés, con notas y aclaraciones, me fue publicada en la revista The Journal of Pacific History, vol, 26, n. 1, Canberra 1991.
Este genero de gente llaman los ladrones abitan en // unas yslas que ay quatrocientas leguas antes de llegar al cavo de spiritu santo y son las primeras que descubren los navios que bienen de acapulco a estas yslas philipinas. suelen hazer aguada en algun puerto dellas que ay munchos y buenos y quando no se haze como en este viaje que se hizo el año de 90. Por no aver falta de agua, que solo por ella se suele tomar puerto // ellos salen dos tres leguas a la mar en unos navichuelos chicos y tan estrechos que no tienen de ancho de dos palmos y medio arriba son de la forma que ay ban pintados a los lados tienen un contrapesso // de cañas aunque estan siguros de sosobrar cossa q a ellos se les da bien poco. porque son como peces en el agua y si acaso se ynche de agua. El yndio se arroja en ella y la saca con medio coco. q les sirve de escudilla y si no con una paleta conque bogan estos navichuelos traen bela latina de petate que es echo de palma y se sirve mucho dellos en estas partes, y hazenlos // los moros con munchas colores y labores graciosas que parecen muy bien principalmente los moros burneys y terrenates. son estos navios tan ligeros q salen dos o tres leguas del puerto y en un momento estan con el navio abordo aunque baya a la vela y tienen otra particularidad en su navegacion que no tienen menester para ella biento mas de el q corriere. sease qual fuere que con ese marean la bela de suerte que ban do quieren y es de man[era?] que no parecen sino cavallos muy domesticos y disçiplinados. pues de estos navios salen tantissimos en viendo navio de alto bordo que no parese sino que [// //] cubren la mar aquella los brota Suben d alli [?] a rrescatar hierro porque este es su oro por q lo esti/ man en mas que no el y de este se sirven en todas // sus labranças y heras. traen munchos cocos y agua fresca muy buena algunos pescados que cojen con ansuelo y algun arroz echo a su modo. y enbuelben los unas ojas. y arrojanlo al navio por hierro y traen tan bien algunas frutas como plantanos y otras // que no las conociamos en llegando como a tiro de piedra se lebantan en pie y dan grandes boces diziendo arrepeque arrepeque. que dizen algunos que quiere dezir amigos amigos. otros quita alla el arcabuz sea lo uno o lo otro ellos gritan y dizen arrepeque traen en la mano una calabaça grande de agua y cocos // o pescado al fin cada uno trae muestra aquello // que tiene. primero que se aserquen dan munchos bordos con estrana presteza y belocidad y en biendo // hierro se acercan y rrescatan por el todo lo que traen amarrandose para mejor rrescatar de un cabo del nabio por la popa y de alli y de todo el navio les arrojan abundancia de clavos biejos y aros partidos de pipas y todo esto es muy de ber porque en cojiendo la soga donde ha atado el hierro la cortan con los dientes como si fuese un rrabano y atan a ella los cocos u lo que les piden por señas tienen una cosa estraña para ser tan codiçiosos de hierro que no dan mas por un gran pedaço que por un pequeño y esto se provo alli con ellos y si les echan un pedaço a la mar son tan grandes buços y nadadores que antes que lleguen muy abajo // lo cojen y se buelven a su navio y asi lo hizo alli uno que echandoselo amayno la bela y la echo // al [// //]al agua y luego el se arrojo tras ella y cojo [sic] su hierro // y entro en el navio y sacando la vela y mojada del agua [59] y era grande y al parecer | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
tuvieran que sacar 3 o 4 hombres y el solo la saco con muncha facilidad y la also y sin rrescatar mas hierro se bolvio alli deseabamos saver si tenian algun conocim� de las armas que usuamos y para esto tome una espada desnuda y hize q se la queria arrojar y al punto que la bieron dieron un alarido afaçando grandes boces y era que todos querian q la arrojase pero cada uno la queria particularmente y para esto ofrecieron con señas toda la agua y frutas. pescado y mas uno que penso llevarsela con // aquello saco de debajo munchos petates y algunas arquillas curiosas y todo lo ofrecia. al fin se fueron sin ella y despues bolvieron otras dos vezes con el mismo deseo y ofreciendo lo que tenian. todas estas muestras dieron de desear muncho la espada y tan/bien un cuchillo biejo que uno rrescato lo aparto [apto?] y sobre el ubieron de rreñir entre ellos al fin se quedo con el el que lo tomo que al parecer devia de ser mas // principal y baliente y aun de mejor entendim� por q lo que queria rrescatar baylaba con ello y hazia munchos meneos al parecer para aficionar a que se lo comprasen. u dando a entender que estimavan ellos aquello y que era bueno, ella es gente muy corpulenta, y de grandes y fornidos miembros bastante yndicio y argumento de su muncha fuerça y el tenella es cierto por lo que les an visto hazer españoles que estuvieron surtos seys meses en una de estas yslas los quales ellos acometieron algunas vezes pero sin daño nro y con alguno suyo por la vestialidad que tenian en meterse por las bocas de los arcabuzes hasta tanto que cayeron algunos q les puso un poco mas freno y conocimiento de lo que hera [ //] Pero bolviendo a lo de las fuerças es gente que toma uno un coco berde u seco cuvierto de una cos seca de 4 dedos u poco menos de grueso y tan tejido que es menester si es seco partirllo con // una acha y le dan artos golpes antes que le desnudan de so/lo la cos seca y ellos de una puñada me afirman le parten todo y dan con el en la cavesa [?] y hazen lo mismo tanbien dizen que un dia estando rrescatando en tierra con los españoles uno de estos yndios se aparto u adelanto de los demas y tres hombres se abraçaron con el para cojello y tenello para atraello consigo y el se abraço con ellos y los llebaba arrastrando y el yva corriendo demanera que para q los soltase fue menester otardiesen otros arcabuces y entonces los solto esto es // lo que toca a las fuerças su talle como digo es muncho mas grande que el nro hombres muy bien echos de todo el cuerpo y mejor de piernas que esto es gracia general en ellos los yndios de esta tierra. La cara ancha y chata aunque otros bien ay estados pero todos muy morenos la boca muy grande y los dientes los labran agusandolos como de perro y mas y los tiñen con un barniz colorado que no se quita que es para conservar la dentadura sinque jamas se cayga diente por biejo q sea. otros los tiñen de // negro que tiene la misma propiedad que el colorado y esto fazen tanbien los moros de otra tierra el cabello tienen muy largo // unos suelto. otros le dan una lasada detras. no bistan asi hombres como mujeres genero de rropa ni otra cosa alguna ni cuben parte // ninguna de su cuerpo sino como nacen andan tien [sic] pocas armas y son solo sus arcos con unas puntas [u?] las flechas de gueso de pescado uno dardillos arrojadisos y ponenle su punta quanto[?]un geme de gueso de pescado y muy fuerte y de palo tostado, usan honda y esta desenbraçan con gran punjansa. transeñidas [?] unas talegas con piedras al proposito. no se save que tengan otras armas savo [?] si an echo algos cuchillejos o otra cosa del hierro que rrescatan dizese una cosa bien estraña [60] de estas yslas que no ay en ellas ningun genero de animal ora sea necibo o provechoso. ni tampoco abe o pajaro alguno esto no lo vimos porque no surjimos pero lo afirman los que alli estuvieron ser esto asi esta es la noticia que hasta agora se tiene de la gente de estas yslas que llaman de ladrones.Los primeros contactos de los españoles con el mundo, de las Molucas en las Islas de las Especias
La historia de los primeros viajeros españoles en las Islas de las Especias de las actuales Molucas, o Maluku, en Indonesia, suele describirse como un episodio heroico pero desastroso de la historia ultramarina de España (43). En el contexto de la rivalidad mundial entre España y Portugal, la actividad española en las Islas de las Especias resulta de importancia menor si la comparamos con la de los portugueses. Cuando los primeros españoles llegan a las Molucas a fines de 1521, los portugueses se hallaban instalados cómodamente en la parte occidental del archipiélago Malayo-Indonesio hacía ya casi una década y habían conseguido varios éxitos al ganarse la confianza de varios gobernantes locales de las Islas de las Especias. En 1511 los portugueses, bajo Dom Affonso de Albuquerque, habían conquistado el centro comercial malayo de Malaca, uno de los puertos más activos del mundo en el siglo XVI, y nudo de vital importancia en la red del comercio de especias (44). Tomé Pires, farmacéutico portugués que se hallaba en Malaca desde la conquista de la ciudad, declaraba con gran orgullo por las hazañas de los portugueses: �Quienquiera que sea el señor de Malaca tiene su mano en la garganta de Venecia. Hasta Malaca, y de Malaca a China, y de China a las Molucas, y de las Molucas a Java, y de Java a Malaca [y] Sumatra, [todo] está en nuestro poder� (45). [62] La fama de Malaca era tan grande y su lengua y cultura tan admirados a lo largo de todo el Archipiélago insulindio, que las noticias de su conquista por los portugueses dejó estupefacto al mundo del Sudeste Asiático. La reputación de los portugueses se incrementó, y los reinos locales rivales compitieron unos con otros para obtener el favor y la protección de esta nueva potencia de la región. Según la tradición de las Molucas, se produjo una verdadera carrera entre los dos principales reinos de Ternate y Tidore para obtener la ayuda portuguesa. Aunque las fuentes parecen dejar claro que la ayuda se requería por razones políticas, no parece descabellado asumir que las razones económicas eran al menos tan importantes como las otras. Los reinos malayos de Malaca había sido el principal centro para la venta de especias y la más importante fuente de la riqueza que los gobernantes de las Molucas desplegaron de manera tan destacada ante españoles y portugueses (46). Ante las noticias de la conquista portuguesa de este centro comercial, habría sido básico que los gobernantes de las Islas de las Especias se hubiesen asegurado que esta nueva potencia continuaría ofreciéndoles los mismos medios que a los gobernantes malayos de Malaca. Este era el marco local que encontrarían los primeros españoles en las Islas de las Especias. Pero lo que se refiere a la rivalidad hispano-portuguesa en sus vastas empresas ultramarinas, estas primeras expediciones españolas a las Molucas pueden considerarse de importancia menor. Pero para la población de las Molucas fue precisamente debido a la rivalidad hispano-portuguesa el que estos primeros contactos acabasen siendo un episodio significativo de su pasado cuando su concepción del mundo moluqueño se vio minada por graves repercusiones para las generaciones posteriores. II El 8 de noviembre de 1521 los dos últimos barcos de la flota de Magallanes, la Victoria y la Trinidad, llevaron a los primeros españoles a las Molucas, en las Islas de las Especias. En aquella época había cuatro reinos importantes en las Molucas, todos ellos gobernados por musulmanes: Ternate, Tidore, Gilolo [o Jailolo] y Bachan [o Bacan]. Aunque se cree que el Islam había sido introducido unos ochenta o noventa años antes de la llegada de los europeos, el proceso de islamización proseguía, y sólo los reyes y los miembros de sus familias y sus cortes habían aceptado el Islam (47). Existía [63] la impresión errónea de que sólo cinco islas podían producir la planta de clavo en cantidades suficientes y por ello los portugueses, y luego los españoles, aplicaron el término �Islas de las especias�, en un primer momento, sólo a Ternate, Tidore, Makian, Moti y Bachan. Las islas de Makian y Moti tenían poderosas jefaturas llamadas sengaji, pero se hallaban bajo los sultanes de Ternate o de Tidore. Aunque a Ternate no se la consideraba productora de clavo, su importancia residía en los árboles de sagú, cuyos troncos proporcionaban la dieta básica de las Molucas, y cuyas hojas se utilizaban para confeccionar los recipientes para la exportación del clavo (48). Gilolo cumplía la función vital de ser la �cesta del pan� [de sagú] de las Molucas. De los reinos más importantes, Bachah era, con mucho, el más débil a comienzos del siglo XVI. Sin embargo, conservaba su prestigio debido a la existencia de una leyenda que le daba un papel predominante en el mito de creación de las Molucas. Según este mito, que fue registrado por los portugueses varias veces entre 1536 y 1539, en los tiempos de los antepasados, cuando no había reyes, un anciano de Bachan, llamado Bikusigara, un día llego navegando a la isla. Desde su barco observó un macizo de bellas rotas que crecían en la costa rocosa. Envió a algunos de sus parientes para recogerlas, pero cuando alcanzaron la costa las plantas ya no estaban a la vista. Irritado, el propio Bikusigara desembarcó en la costa y las plantas se hicieron visibles fácilmente para él. Comenzó a cortar las rotas, pero a cada golpe salía sangre de los cortes. Asombrado por este curioso fenómeno, miró a su alrededor y vio cuatro huevos de serpiente entre las rocas. Una voz se dirigió a él, diciéndole que tomase los huevos y los llevase a su casa, pues de ellos surgirían personas de gran importancia. Hizo caso de este consejo y se llevó los huevos a casa, cuidadosamente, metidos en una caja de rota. Unos días más tarde nacieron de los huevos cuatro niños, tres varones y una hembra. Cuando crecieron, uno de ellos se convirtió en rey de Bachan; el segundo, en rey de los Papúas; el tercero, en rey de Butung y Banggai; y la mujer, en esposa del rey de Loloda (49). En la época en que se contaba esta historia, estos lugares ya no jugaban un papel importante en la zona. Bachan era el más débil de los cuatro reinos de las islas productoras de clavo de las Molucas del Norte; las islas de Papúa reconocían la soberanía de Tidore o de Bachan; Butung y Banngai estaba sometidos a Ternate: y Loloda era una pequeña aldea del [64] norte de Halmahera, que también era una zona vasalla de Ternate. Con todo, esta historia fue considerada digna de ser contada y por tanto recordada en la memoria colectiva del grupo mucho después de que estos reinos perdieran importancia (50). Para la población de las Molucas esta historia, culturalmente verdadera, explicaba la unidad de la población de las Molucas, que se extendía por el norte hasta Loloda, en el extremo de la isla de Halmahera; por el sur, hasta el reino de Bachan; por el este, hasta las islas de Papuasia; y hacia el oeste hasta los reinos de Butung y Banggai. Además, se trataba de la confirmación cultural de los lazos familiares que unían a estas regiones tan distintas a través de sus gobernantes. Al ser una familia, se esperaba de cada miembro que se adhiriese a las normas aceptadas de las obligaciones familiares. En un período en el que no había autoridad política general que garantizase la seguridad de los individuos, la familia extendida era una importante institución de apoyo, control y protección más allá de los límites de la aldea. Las mujeres y el matrimonio se convirtieron en instrumentos esenciales para la conservación de los lazos familiares y para la preservación y protección del grupo. Por eso es incomprensible que las poblaciones de las Molucas concibiesen un tipo de unidad que no era política ni espiritual, sino basada en la familia. Era la familia del gobernante la que tenía que proporcionar un nexo significativo con el fin de garantizar alguna protección en el interior del vasto territorio conocido por Molucas. El fraile español Andrés de Urdaneta, que viajó por la región entre 1526 y 1535, constató el sentido de esta amplia unidad centrada en las islas productoras de clavo de las Molucas del Norte (51). La fuerza de esta tradición era evidente todavía en el siglo XVII, cuando el gobernante de Butung anunció a los holandeses que él y sus antepasados descendían de uno de los cuatro huevos de serpiente originarios del mito de origen de las Molucas (52). La rapidez con la que varios grupos que habitaban las diversas islas dispersas por las regiones nororientales de Indonesia estuvieron dispuestos a suscribir el mito común demuestra el valor que atribuían a la idea de la unidad de las Molucas, de las Molucas como una única familia. Esta idea se ve reforzada por una segunda tradición recogida por primera vez por un holandés a fines del siglo XVII. Sus informantes moluqueños le dijeron que algunos de los reinos de las Molucas tenían nombres especiales, pero que ninguno conocía sus significados. Loloda era conocido por el �Muro de la Puerta� (Ngara ma-beno); Gilolo, por �Gobernante de la Bahía� (Jiko ma-kolano); Ternate, por �Gobernante de las Molucas� (Kolano Ma-luku); [65] y Bachan, por �Gobernante del Extremo Lejano� (Kolano ma-dehe) (53). Podemos disponer de una clave para conocer el significado de estos nombres si tratamos de comprender los mitos de la creación. En estos mitos suele haber una descripción del mundo en un tiempo en que se daban movimientos fáciles y frecuentes entre los habitantes del Mundo Superior, de la Tierra, y del Mundo Inferior. El Mundo Superior aparece separado de la Tierra por un muro cuyo acceso a aquél es una puerta en ese muro; mientras que el Mundo Inferior se representa como la �salida�, de ahí el extremo lejano de este universo conceptual (54). Podemos sugerir, sin equivocarnos, a la luz de tales hallazgos sobre los mitos de creación, que el nombre de Loloda se refiere a la puerta hacia el Mundo Superior, mientras que el de Bachan se refiere a los límites del Mundo Inferior. Los nombres de Gilolo, Ternate y Tidore representan diferentes aspectos de la Tierra. Resulta, pues, que los nombres dados a los reinos de las Molucas estaban pensados para reafirmar no sólo la unidad, sino el predominio de una región que siempre ha sido considerada como situada en el centro del mundo moluqueño (55). En los nombres dados a los reinos que ocupan el centro, la Tierra, se expresan importantes dualidades. El nombre de Ternate, �Gobernante de las Molucas�, es el único nombre que es diferente de los demás sintácticamente, por lo que hay dudas respecto a la explicación general de que significa simplemente que Ternate era el poder dominante en las Molucas. Además, considerar �Maluku� simplemente como nombre de la región, para demostrar que Ternate era la dominadora, niega la lógica específica asociada a las denominaciones de todos los reinos. La lógica descansa en un claro intento de describir el mundo unificado de las Molucas, y la mejor explicación debe adecuarse a esta particular preocupación cultural. Aunque el significado de �Maluku� (Molucas) sigue siendo problemático, el papel de Ternate dentro de esta concepción del mundo debe buscarse, quizá, en otro mito según el cual Ternate se identifica con una deidad celestial. Según una versión moluqueña de un mito común que se encuentra en otros lugares del archipiélago, un día un individuo espiaba a cuatro ninfas que se bañaban en un riachuelo. El individuo esconde las alas de una de las ninfas, por lo que ésta no puede marcharse volando. El hombre la obliga a casarse con él, y a su debido tiempo tienen cuatro hijos. Un día, mientras amamanta al más pequeño, ve sus alas escondidas en el techo de la casa. Y vuelve al Mundo Superior, donde su padre es rey, [66] llevándose sólo al hijo más pequeño. Su marido, con la ayuda de un águila, vuela hasta el Mundo Superior para pedir a su mujer que vuelva. El rey acepta sólo si el marido puede identificar a su mujer entre las numerosas ninfas idénticas del Mundo Superior. Con la ayuda de una mosca, atraída por la leche de la madre, encuentra a su mujer y la lleva a ella, y a su hijo, de nuevo a la Tierra. Pero debido a que, mientras, el niño se ha convertido en el favorito del rey del Mundo Superior, éste le entrega una corona del Mundo Superior (stampah) como presente. Más tarde el hijo más joven se convierte en gobernante de Ternate, y sus hermanos en gobernantes de Tidore, Gilolo y Bachan (56). Si Ternate se considera ligada al cielo, forma una dualidad con Gilolo y Tidore. El nombre de Gilolo se asocia al mar y forma una dualidad con el cielo de Ternate. Pero la más importante de las dualidades era la del cielo de Ternate y la tierra de Tidore. Las dualidades predominan en toda Indonesia, en especial entre las sociedades de la parte oriental del archipiélago (57). Por ello, la presencia de una dualidad tierra-cielo en Ternate y Tidore, los dos reinos más poderosos a partir del siglo XVI, no resulta sorprendente. Aunque se ha escrito poco sobre esta particular dualidad, su función, sin duda, es semejante a otra dualidad cielo-tierra registrada entre los ómaha, indios norteamericanos, a comienzos de este siglo. Según los mitos ómaha, la unión del pueblo del cielo y del pueblo de la tierra era necesaria para la existencia del grupo. El jefe del pueblo del cielo se asociaba al principio masculino, y con los puntos cardinales norte y oeste; mientras que el jefe del pueblo de la tierra representaba al principio femenino y a los puntos cardinales sur y este. Se creía que era el combate ritual entre ambos grupos, la lucha cosmológica, la que garantizaba la renovación de la vida y por ende la supervivencia del grupo (58). Ternate y Tidore mostraban muchos de los rasgos de la dualidad cielo-tierra existente entre los ómaha. Los territorios de Ternate estaban situados en el norte y oeste de las Molucas, mientras que los de Tidore estaban situados por lo general en el este y en el sur. Las relaciones entre estos dos reinos resultaban confusas e irracionales para los europeos, pero eran comprensibles si se las considera desde esta dualidad. Los europeos comentaban frecuentemente el comportamiento aparentemente ilógico de los ternateses y tidoreses, de los que se decía que eran enemigos jurados, [67] pero que al mismo tiempo se casaban continuamente entre sí y se trasladaban libremente de un reino al otro, incluso en tiempos de guerra. Aunque había frecuentes �guerras� entre ambos, nunca terminaban en matanzas masivas. Se destruían asentamientos y huertos, pero las casas de bambú y los tejados de hojas se reconstruían con facilidad, y los bosques de sagú eran abundantes y se accedía a ellos fácilmente. Y eran los elementos rituales de estos conflictos los que se consideraban esenciales, y no quién resultaba vencedor o vencido. En este mundo de las Molucas, descrito en la tradición oral, el número �cuatro� aparece con frecuencia. Son �cuatro� los huevos de serpiente que dan lugar a los �cuatro� reyes de las Molucas. Aunque en las descripciones del mundo moluqueño se enumeran cinco reinos, dos acaban fusionándose, y a partir del siglo XVI se habla sólo de cuatro reinos en estas regiones: Ternate, Tidore, Gilolo (en el que acabará incluido Loloda) y Bachan. Como ocurre en numerosas comunidades malayo-polinesias, el número �cuatro� significa �totalidad�, �integridad�, y por tanto equilibrio y armonía (59). La necesidad cultural de demostrar la presencia del �cuatro� pesó más que la realidad política de, quizá, sólo dos o tres reinos todavía vigorosos y de un Estado moribundo. Cuando los portugueses y españoles llegaron a las Islas de las Especias a comienzos del siglo XVI se hallaron ante una sólida visión del universo moluqueño. Se reconocían los límites externos de las Molucas, que eran una extensión de la Indonesia nororiental, unidos por un común mito de origen, el de los �cuatro� gobernantes que pertenecían a una familia de las Molucas. Con todo, dentro de este �universo� existía otro centrado en las Molucas del Norte, con �cuatro reinos�, cuyo mundo era más limitado y cuyos lazos entre ellos eran más íntimos. Y dentro de este mundo específico se reconocía el principio vital de dualidad, representado por el existente entre Ternate y Gilolo y por otro entre Ternate y Tidore. Sus rivalidades y conflictos se consideraban esenciales para la continuidad del bienestar del mundo moluqueño. Los portugueses y los españoles nunca llegaron a comprender del todo el significado de la rivalidad entre estos reinos y su lugar en la estructura cosmológica moluqueña. Los europeos consideraron la rivalidad y la enemistad entre estos reinos sobre todo desde su propia perspectiva, por lo que se situaron unas veces al lado de unos y otras veces al lado de otros. La injerencia de los dos Estados ibéricos en este orden cultural transformó la relación y produjo consecuencias graves para la sociedad moluqueña. [68] III El 20 de septiembre de 1519 Fernão de Magalhães, o, a la española, Fernando de Magallanes, portugués al servicio de España (60), zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda con una flota de cinco marcos bien armados y aprovisionados, con una tripulación total de 237 hombres, con el fin de buscar una ruta occidental en dirección de las Islas de las Especias de las Molucas. Tras un viaje largo y lleno de incidentes, sólo dos barcos de los cinco llegaron a la isla de Tidore, en las Molucas, el 8 de noviembre de 1521, y sin Magallanes, que había sido muerto por los habitantes de Mactán, en las Filipinas, unos ocho meses antes. Se había elegido Tidore como puerto de arribada porque habían oído que era el que tenía más clavo que el resto de las islas (61). Es más probable que esta decisión se haya tomado al saber que los portugueses se habían granjeado prácticamente la amistad del gobernante de Ternate. El Sultan Tidore (o sultán de Tidore) se acercó a los barcos españoles en una canoa: �Estaba sentado bajo un parasol de seda, que lo cubría. Frente a él se hallaba su hijo con el cetro real, y había también otros dos hombres con recipientes de oro para darle agua para las manos, y otros dos con cofres dorados llenos de betel� (62). Según diferentes manuscritos de Pigafetta, el Sultan Tidore tenía alrededor de cuarenta y cinco o cincuenta años, bien formado, regio, elocuente, era un excelente astrólogo (63). El sultán abordó uno de los barcos y dijo a los españoles que había soñado hacía algún tiempo la llegada de estos barcos. Para confirmarlo había consultado a la luna y había visto la llegada de los barcos (64). Y ahora consideraba esto como un signo de la bondad de Dios y del Cielo. Según Pigafetta, que escribió un diario del viaje, el sultán pidió una firma del Rey de España y un estandarte real español, con el fin de que de ahora en adelante Tidore quedase sometido al rey de España (65). El cronista de corte español [69] Oviedo, que se basa en cierto número de informes de testigos presenciales diferentes, pone estas palabras en boca del Sultan Tidore: �De ahora en adelante abandonaré mi título real y seré como gobernador de esta isla en nombre de vuestro rey (...)�. (A continuación invita a los españoles a desembarcar y descansar). �Considerad esto como si hubieseis llegado a la casa de vuestro rey�. Una vez dichas estas palabras, se quitó la corona de la cabeza y abrazó a cada uno de los presentes e hizo que les trajeran buena comida en su presencia (66). Los españoles trataron al Sultan Tidore con gran respeto. Cuando el sultán subió a bordo, los españoles le besaron la mano y lo condujeron a la popa del barco. Mientras se dirigían abajo, el sultán no se agachó, sino que entró desde lo alto. Se le entregó un sillón de terciopelo rojo, y se le regaló un ropaje de terciopelo amarillo confeccionado a la moda turca. Al hermano del sultán los españoles le dieron telas indias con oro y seda, un gran espejo, un cubrecabezas y dos cuchillos. Y a cada uno de los nueve jefes (67) se les dio una pieza de tela con seda, cubrecabezas y dos cuchillos. El Sultan Tidore, aunque muy agradecido por estos presentes, pidió otros dos �en nombre del rey de España�, para entregarlos a sus dos gobernadores de la isla de Moti (68). El trato casi perfecto dado al Sultan Tidore y a sus jefes sugiere que los españoles conocían bien las costumbres de la región. Oviedo menciona que uno de los esclavos de Magallanes era nativo de las Molucas y que conocía bien la lengua española, y que puede haber aleccionado a los españoles sobre las maneras de recibir a un gobernante moluqueño (69). Hay que recordar asimismo que había portugueses a bordo de los barcos que habían servido en Oriente y que podían haber conocido las costumbres locales. El regalo de vestimentas amarillas, el color real, confeccionados �a la moda de Turquía�, país sagrado del Islam para los musulmanes del Sudeste de Asia, reforzó la consideración afectuosa del sultán hacia los españoles. Lo que contribuyó a la importancia atribuida a estos regalos tan bien elegidos fue el hecho de que provenían del rey de España. Una de las instrucciones dadas a Magallanes era la de tratar amigablemente a los nativos de las Islas de las Especias y entrar en tratos con ellos en nombre de su soberano, Carlos V. Y fue lo que hizo, con regalos y cartas, que tuvieron un impacto importante sobre la población local (70). [70] Al tener conocimiento de la llegada de los españoles, el Sultan Jailolo [el sultán de Gilolo] se dirigió a Tidore con una gran flota. Y anunció que ya que los españoles eran amigos del Sultan Tidore, eran también amigos suyos porque él quería al Sultan Tidore como a un hijo. Aunque el Sultan Jailolo era muy viejo, era muy temido en las islas porque se le consideraba un gobernante muy poderoso que había sido un gran combatiente en su juventud (71). El Sultan Tidore informó a los españoles de que no era habitual que un rey dejase su isla (72). Sin embargo, en este caso, había dado este importante paso debido a su afecto por el rey de Castilla y para permitir que los españoles fuesen a su país y �volviesen con tantos barcos� que pudiesen vengar la muerte de su padre �asesinado en una isla llamada Buru y luego tirado al mar� (73). Pese a su profesión de amistad, los españoles presentaban todavía las heridas psicológicas del ataque del en su momento aparentemente amigable jefe de Mactán, en las Filipinas, que había llevado a la muerte de Magallanes (74). El Sultan Tidore los tranquilizó jurando por Alá y por el Corán que siempre sería un amigo fiel del rey de España. Así, los españoles aceptaron quedarse dos semanas para embarcar especias con la ayuda del sultán y para dar la firma del rey de España y su estandarte al sultán (75). Los españoles zarparon de Tidore acompañados por los gobernantes de Tidore, Gilolo, Bachan, y por el hijo del gobernante de Ternate. Desde la isla de Mare los españoles emprendieron el largo viaje a su país. Pero poco después el Trinidad tuvo una vía de agua y se halló en tan mal estado que se vio forzado a volver a Tidore, desembarcando a 53 hombres. El otro barco, el Victoria, mandado por el vasco Juan Sebastián Elcano, pudo concluir su viaje de vuelta a España por el cabo de Buena Esperanza, llegando al puerto de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522, con sólo dieciocho supervivientes de una tripulación de setenta, entre los cuales se contaban trece tidoreses (76). La breve visita de los hombres de Magallanes no había tenido numerosos acontecimientos y había sido relativamente pacífica. No había habido grandes muestras de mala fe entre los principales rivales, Ternate y Tidore, [71] y la presencia de representantes de los cuatro reinos más importantes de las Molucas en la flota que despidió a los españoles parece reforzar esta creencia. Con todo, la rivalidad era muy notable. Después de la conquista portuguesa del rico y poderoso reino de Malaca, en 1511, el comandante portugués, Affonso de Albuquerque, había enviado tres barcos a las Islas de las Especias. Uno de ello naufragó y su capitán, Francisco Serrão, y un puñado de portugueses pudieron salvarse y llegar a Ternate. La presencia de Serrão y de unos cuantos portugueses en la corte desencadenó la envidia de los demás reinos de las Molucas, y especialmente del de Tidore, pues se estimaba que el equilibrio de poder se inclinaba hacia Ternate. Además, la reputación de los portugueses había aumentado considerablemente tras la conquista del poderoso y prestigioso reino de Malaca, y existían serios temores entre los vecinos de Ternate de que éste pudiera aliarse con los portugueses para alcanzar el predominio de la región (77). Por ello, la llegada de los españoles fue recibida con gran alivio por Tidore y Gilolo. El Sultan Tidore creyó que los españoles serían sus salvadores y anunciaron públicamente que habían �oído� en un sueño que vendrían, vehículo por el que Alá informaba a sus fieles sobre acontecimientos portentosos. Precisamente por haber sido �enviados�, era natural que el Sultan Tidore ofreciese su cargo y su reino a un señor más importante, el rey de España. Por ello, el deseo del sultán de que su reino fuese conocido de ahora en adelante como �Castilla� no era un simple gesto vacío de contenido; sino que manifestaba la decisión de Tidore de acogerse a la sombra protectora del rey de España. Convertirse en �Castilla� significaba obtener la protección y toda la parafernalia cultural que caracterizaba al �nuevo� Estado. De ahí que tuviese importancia el hecho de que objetos relacionados con el rey de España fuesen regalados al gobernante de Tidore, pues eran signos visibles de la entrega de poderes especiales por parte del rey a su �pueblo� de las Molucas. El Sultán Tidore pidió la firma del rey de España y su estandarte real para sus exigencias culturales específicas. La entrega de regalos en nombre del rey de España era un modo de extender la protección real del rey a sus �súbditos� de estas lejanas islas. Aunque a los españoles no se les pidió que ayudasen a Tidore y a sus aliados, se les dijo que volviesen a su país para traer más barcos para ayudar a vengar una fechoría. Por ello hubo gran alegría y expectación con ocasión de la partida de la tripulación de Magallanes. Esperaban que los españoles volviesen y restaurasen el equilibrio perturbado cuando los portugueses llegaron y favorecieron a los ternateses. Estos primeros españoles en las Islas de las Especias impusieron, inconscientemente, una pesada carga sobre las siguientes expediciones españolas a las Molucas a causa de las expectativas que habían hecho surgir, de manera no intencionada, en Tidore y en Gilolo. [72] IV Aunque el viaje de Magallanes no fue el éxito que había esperado la corona española, su modesta carga de especias había cubierto completamente el coste de la expedición e incluso había proporcionado un pequeño beneficio. Esto llevó al gobernante español a patrocinar un plan para enviar flotas armadas a las Islas de las Especias, pese a las vigorosas protestas del rey de Portugal. Se dio el mando de la expedición a García Jofre de Loaísa, de la Orden de San Juan; aquélla estaba formada por siete barcos y 450 hombres, que seguirían los pasos de Magallanes hasta las Molucas. El 24 de julio de 1525 la flota zarpó del puerto de La Coruña, iniciando el largo y peligroso viaje. La Corona había dado a Loaísa cincuenta y tres instrucciones, una de las cuales era la de establecer relaciones pacíficas con los gobernantes de las Molucas (78). Para cuando la flota llegó al Pacífico, había quedado reducida a sólo cuatro barcos, dos habían desertado y la tercera había naufragado. Más tarde, en vísperas del uno de enero de 1526, se desencadenó una tempestad, que dispersó a los barcos restantes, quedando tan sólo uno, el Santa María de la Victoria, que pudo alcanzar las Molucas. El 30 de julio de 1526 moría Loaísa y le sucedía en el mando Juan Sebastián Elcano, que había capitaneado con éxito la expedición de Magallanes que había dado la primera vuelta al mundo. Esta vez, en cambio, no sobrevivió al viaje y hubo de ser sustituido por el tercer comandante, Alonso de Salazar. Pero también éste moría, en septiembre, y era Martín Íñiguez de Zarquisano quien finalmente pudo conducir el barco a salvo a las Molucas. El 22 de octubre el barco llegaba a Talaud, isla situada al norte de Sulawesi, o Célebes, y finalmente el 2 de noviembre llegaba a las Molucas, tras un viaje que había durado 440 días (79). Cuando aún estaban en Samafo, en la costa noroeste de la isla de Halmahera, supieron que el sultán de Tidore, que se había mostrado tan hospitalario con la tripulación de Magallanes, había muerto ocho días antes, y que ahora gobernaba el reino la Reina Madre, como regente, pues su hijo era todavía pequeño. Mientras tanto, los portugueses habían consolidado su posición en las Molucas por medio de la construcción de una fortaleza en Ternate en 1522. Cuando los portugueses conocieron la presencia de un nuevo barco español mandaron a dos enviados para que ordenasen a los españoles que se presentasen en Ternate. Los españoles se negaron e informaron a los enviados que ellos habían sido mandados por su Emperador �para que fuesen a la isla de Tidore, donde había súbditos de Su Majestad en un [73] edificio que quedaba de los tiempos de la flota de Magallanes� (80). Zarquisano envió a siete hombres de Gilolo para reanudar los nexos con el reino que, junto con Tidore, había ayudado a la tripulación de Magallanes. El Sultan Jailolo se mostró muy contento al ver a los españoles y los regaló con comida, que un enviado describió como �suficiente para cien hombres�. Se llegó a un acuerdo de ayuda mutua, dirigido contra la amenaza que representaban los portugueses para ambas partes, y varios españoles y piezas de artillería pesada desembarcaron en Gilolo (81). Alentado por la respuesta del Sultan Jailolo, Zarquisano envió una misión a Tidore, mandada por un joven y capaz vasco, Andrés de Urdaneta, que escribirá un diario de su estancia en las Molucas. De esta misión dirá: �Cuando llegamos a Tidore los jefes mostraron tanta alegría de nuestra llegada que era digno de verse, y todo el pueblo siguió su ejemplo (...). Cuando recibieron a nuestra embajada los jefes ofrecieron ayudarnos con todos los medios en su poder, e incluso ofrecieron morir por nosotros. Y nos pidieron que no dejásemos de enviar nuestro barco para que los visitase� (82). Los informes sobre este alentador recibimiento convencieron a Zarquisano para zarpar directamente hacia Tidore, donde finalmente pudo llegar al segundo intento, a primeras horas de la mañana del uno de enero de 1527. El pequeño gobernante de nueve años, la regente, y todos los jefes y consejeros recibieron a los españoles en la arruinada ciudad de Tidore, y les contaron cómo se había producido la destrucción y el incendio de sus ciudades y de sus bienes �por haber estado al servicio del Emperador [de España]� (83). Al día siguiente Zarquisano prestó juramento sobre el misal, y el Sultan Tidore sobre el Corán, para guardarse fidelidad mutuamente. Inmediatamente después los españoles construyeron terraplenes defensivos para sus artillerías, con la ayuda de la gente de Tidore, incluidas las mujeres. Como se esperaba, una flota portuguesa apareció ante Tidore el 17 de enero, lanzando un ataque contra la ciudad, pero fue rechazado. La pérdida más importante a causa del combate fue el barco insignia español, el Santa María de la Victoria, cuyos costados, ya agrietados, se abrieron aún más, de manera irreparable, por el fuego de sus propios cañones. Al no existir ninguna posibilidad de reparar el barco los españoles decidieron incendiarlo. Sin barcos, los españoles se vieron forzados a utilizar una bricbarca portuguesa capturada y un foist construido por la gente de Gilolo para defenderse de los portugueses. Pese a la situación aparentemente insostenible [74] en la que se hallaban los españoles, pudieron enviar a Urdaneta, con éxito, a levantar cartas náuticas de las aguas de las Molucas. Esta expedición sería de gran valor para una expedición ulterior mandada por Miguel López de Legazpi en 1564, que llevó a la conquista de las Filipinas. Mientras, se llegó a una paz temporal, pues los portugueses supieron que pronto llegarían refuerzos. Cuando llegaron los barcos de provisiones anuales de Malaca trajeron consigo un nuevo capitán general portugués de Ternate, que exigió la total retirada de los españoles de la zona. Los españoles se negaron a dejarse intimidar y contestaron de manera desafiante, por lo que se reanudaron las hostilidades entre las dos potencias ibéricas y sus aliados moluqueños. Algunas fuentes afirman que los portugueses habían envenenado un pozo usado por los españoles, y que sólo la oportuna advertencia de un capellán portugués a quien le remordía la conciencia, evitó un desastre para los españoles (84). Parece ser que Zarquisano fue envenenado por un emisario portugués el 12 de julio de 1527, por lo que hubo de ser sustituido como jefe de los españoles por el primer piloto Hernando de la Torre. A pesar de la aplastante superioridad de los portugueses en barcos, hombres y armamento, no pudieron derrotar a los españoles, lo que despertó gran admiración entre la población de las Molucas. Alentado por lo que parecía debilidad de los portugueses, uno de los jefes de Makian fue a rendir pleitesía al comandante español. Sin embargo, los portugueses mostraron que eran mucho más fuertes de lo que parecía: el pueblo del jefe de Makian fue destruido, muchos de sus seguidores fueron muertos, y él mismo se vio forzado a buscar su salvación en Tidore (85). El Sultan Jailolo se sirvió de la ayuda española para atacar el establecimiento de Tuguabe, en Ternate, cercano al establecimiento portugués. Este éxito convenció a los españoles de que debían mantener una base en Tuguabe, y fue el puñado de españoles allí establecidos los primeros que divisaron la llegada, el 27 de marzo de 1528, la llegada del barco español Florida, capitaneando por Álvaro de Saavedra (86). V La inesperada aparición de Saavedra en las Molucas se debió a la llegada a Tehuantepec, puerto del sur de México, en 1527, del Santiago, barco de la escuadra originaria de Loaísa que se había separado de la flota principal a causa de la tempestad tras dejar el Estrecho de Magallanes. [75] El capellán del barco informó de lo que había sucedido, y el gobernador español de México, Hernán Cortés, ordenó que tres barcos viajasen hasta las Molucas para reforzar la expedición de Loaísa. Tras cierta demora, los tres barcos abandonaron México finalmente el 31 de octubre de 1527, dirigiéndose hacia el oeste. Al norte de las Islas Marshall una tempestad sorprendió a la flota, y el Florida se vio separado de los otros dos, a los que nunca más se vio. Finalmente el Florida avistó la costa de Ternate, poniendo así fin a un viaje que había durado cinco meses (87). Dado que había sólo unos cuarenta hombres en el Florida, los �refuerzos� de Saavedra no permitieron variar de manera significativa el equilibrio de poder. Los portugueses lanzaron otro ataque contra los españoles de Tidore, con una fuerza considerable, que sólo pudo ser rechazada después de tres horas de lucha. Aunque los portugueses no pudieron derrotar a los españoles y a sus aliados tidoreses, sabían que recibirían ulteriores refuerzos de Goa y Malaca; en cambio, los españoles no tenían ninguna seguridad de que fuesen a recibir ayuda de sus bases más próximas, que estaban en Nueva España. Un intento de enviar al Florida de vuelta a Nueva España para pedir refuerzos fracasó debido a los vientos contrarios. También abortó un segundo intento, muriendo además en él Saavedra (88). Pese al estado de debilidad de los españoles, su capacidad para hacer frente a las fuerzas y medios superiores de los portugueses seguía impresionando a la población local. El 26 de marzo de 1529 dos grandes kora-kora (canoas del país con balancín), provenientes de Gapi, en las islas Banggai, llegaron a Tidore con 300 hombres. Un mensajero expresó el deseo del gobernante de Banggai de someterse a los españoles, representantes del �más grande soberano del mundo� (89). Gilolo, pese a haber sido �tentado� por los portugueses, que ofrecieron artillería pesada y una notable ayuda, continuó siendo leal a los españoles. Sin embargo, el Sultan Jailolo quedó impresionado negativamente por la partida del Florida, pues había seguido creyendo imperturbable que la llegada de ese barco significaba que finalmente los refuerzos españoles iban a llegar. El anciano Sultan Jailolo estaba cada vez más desilusionado con los españoles, pero su confianza en Urdaneta lo persuadió de que debía renovar su lealtad y amistad con los españoles y mantenerla hasta la muerte (90). El 28 de octubre de 1529 el propio capitán general portugués dirigió el ataque contra los cuarenta españoles de Tidore. La situación se hizo desesperada, y tras una breve lucha los españoles aceptaron las condiciones de la rendición. Se ordenó que los españoles fuesen a Samafo para esperar [76] nuevas órdenes, mientras los portugueses gozaban del botín del combate, incluyendo todas las especias recolectadas por los tidoreses para los españoles (91). El establecimiento real de Tidore fue incendiado de nuevo y se borró completamente la presencia española de la isla. Muchos de los tidoreses se trasladaron a Gilolo en busca de protección por parte de su antiguo aliado y de los españoles establecidos en aquel reino. Sin embargo, los españoles de Gilolo se hallaban en una situación de total desorden y no estaban en condiciones de proporcionar ayuda. Algunos se habían pasado a los portugueses y otros habían buscado refugio en una montaña próxima. Urdaneta trató de reunir a las fuerzas españolas e intentó persuadir a los de la montaña que volviesen al establecimiento de Gilolo, y envió mensajeros a Samafo para requerir a los españoles exilados de Tidore que viniesen a Gilolo. Urdaneta pudo reunir a veintisiete españoles en Gilolo, que juraron luchar hasta el final contra los portugueses. Quizá Urdaneta expresaba los sentimientos de todo el grupo cuando escribió: �Si abandonamos [Gilolo], deberemos abandonar a los habitantes a los portugueses que, al saber la ayuda que los nativos nos han dado, pueden aniquilarlos para vengarse. Y para nosotros entregar Gilolo significa entregar nuestra última posibilidad de completar el dominio de las Molucas� (92). En un primer momento, los españoles de Samafo, mandados por Hernando de la Torre, trataron de convencer a Urdaneta de que acatase las condiciones de la rendición que había negociado en Tidore para todos los españoles de las Molucas. Finalmente, sin embargo, De la Torre aceptó ir a Gilolo, por lo que un total de sesenta españoles, finalmente, se prepararon para la última resistencia contra los portugueses. Pero, al final, los españoles y los portugueses se vieron forzados a cooperar para evitar ser destruidos por la población de las Molucas. Las tirantes relaciones entre los portugueses y Ternate condujeron a una completa ruptura con ocasión de un incidente en el que se vio involucrado un alto funcionario musulmán, que resultó ser, además, pariente del Sultan Ternate. Este cadí musulmán había sido detenido por los portugueses tras una reyerta causada por la muerte de un cerdo que pertenecía a un chino. Una vez liberado, uno de los guardianes, con la connivencia del capitán general portugués, restregó una pieza de tocino por la cara del cadí. Aparte del grave insulto y de la humillación que significaba el hecho en sí, para un musulmán, entrar en contacto con un animal impuro de esta manera, era una acción ultrajante de profanación ritual. El hecho provocó tal aborrecimiento entre los moluqueños que hicieron un llamamiento para expulsar a todos los cristianos de la región (93). Urdaneta fue informado de [77] estos planes por un autóctono amigo, y aquél a su vez avisó al capitán general portugués, que actuó con rapidez y pudo capturar a los conspiradores. Tras obtener por medio de la tortura los detalles del levantamiento, los portugueses decapitaron al funcionario más importante de Ternate y mataron a otros dos notables, lo que provocó el horror de los ternateses. Bajo la dirección de la Reina Madre los ternateses desencadenaron una guerra total contra sus antiguos aliados, los portugueses. Todos los reinos locales apoyaron a Ternate, excepto Gilolo, por deferencia hacia los españoles. Pese a ser enemigos encarnizados, los españoles decidieron ayudar a sus correligionarios cristianos contra las fuerzas combinadas de los moluqueños (94). Menos de tres meses después, el 3 de noviembre de 1529, arribó una flota portuguesa a las Molucas, trayendo a un nuevo capitán general. Cuando los españoles acudieron a una llamada del nuevo jefe portugués, fueron informados de la decisión del rey de España de entregar los derechos sobre las Molucas al monarca portugués a cambio de 350.000 ducados. El rey de España, que padecía las cargas financieras impuestas por los costes de la guerra contra Francia y por la nada despreciable dote para su hermana Catalina por su matrimonio con el rey de Portugal, había aceptado este arreglo financiero que zanjaba por el momento la fastidiosa cuestión de la jurisdicción sobre estas remotas islas (95). Aunque los españoles se negaron a creer la noticia, su situación en las Molucas se hacía desesperada. Numerosos autóctonos, especialmente aquéllos que habían manifestado su lealtad al rey de España, se mostraron consternados y resentidos porque consideraban haber sido �vendidos� a sus enemigos, los portugueses (96). Los españoles quedaron fuera de cualquier acto hostil por parte de sus aliados autóctonos, pues su resentimiento se centraba sobre todo en los portugueses. Después de la ejecución de los �conspiradores� ternateses, los portugueses continuaron la práctica, iniciada en el momento de establecer la fortaleza portuguesa de Ternate de 1522, de detener al Sultan Ternate para �protegerlo� de todo peligro. Un intento por parte de los ternateses de liberar a su gobernante, el 27 de mayo de 1531, provocó la muerte del nuevo capitán general y el estallido de nuevas hostilidades. La influyente Reina Madre de Ternate y la hija del Sultan Tidore enviaron una delegación de nobles importantes a Gilolo para pedir ayuda a sus gobernantes y a los españoles. A cambio de la ayuda española los ternateses prometieron por primera vez que se convertirían en vasallos del rey de España. Aunque [78] el ofrecimiento parecía proporcionar perspectivas de un cambio significativo en la situación de los españoles en las Molucas, el capitán general español, De la Torre, acabó por no aceptar la ayuda (97). Es posible que haya influido en la decisión el recuerdo, reciente, de una conspiración de los gobernantes locales para acabar con la presencia europea en las islas. Por suerte para los portugueses, los españoles no deseaban presenciar la destrucción de sus correligionarios cristianos, y De la Torre respondió a una petición de ayuda enviando una galera con provisiones a los portugueses asediados en Ternate. El generoso trato dado por los españoles a los portugueses convenció a los ternateses de que todos los europeos representaban un peligro y que, por lo tanto, debían ser destruidos. Cuando la situación se hizo cada vez más difícil para los españoles, pidieron permiso, y lo obtuvieron, para enviar un embajador al virrey portugués de Goa para negociar la repatriación de los españoles de Gilolo. En enero de 1532 Pedro de Montemayor fue enviado a Goa, volviendo en octubre de 1533, trayendo la buena nueva de que el virrey había decidido transportar a los españoles de nuevo a Europa (98). Cuando la población de Gilolo supo que los españoles tenían intención de marcharse pidieron que éstos les dejasen las armas y la artillería con el fin de defenderse de lo que seguramente habría sido un merecido castigo por parte de los portugueses. Pero los españoles se mostraron reticentes respecto a hacer nada que pudiese ir contra los portugueses y se sintieron aliviados cuando una flota portuguesa arribó a Gilolo trayendo al nuevo capitán general en diciembre de 1533. Y cuando españoles y portugueses se abrazaron, la gente de Gilolo pensó que habían sido abandonados por sus aliados. En un primer momento amenazaron con matar a los españoles, pero luego huyeron al interior de la isla. Los portugueses bombardearon la capital real y penetraron en ella, pero los habitantes habían huido, llevándose todos sus bienes con ellos. Sólo diecisiete españoles había en la localidad. Cuando los portugueses trataron de que revelasen dónde había ocultado la población de Gilolo sus tesoros, los españoles se negaron porque los habitantes locales siempre se habían mostrado hospitalarios hacia ellos. Así, de acuerdo con el arreglo a que se había llegado con el virrey portugués, los españoles embarcaron en los barcos portugueses para su repatriación a Europa. Los portugueses entregaron a De la Torre 2.000 ducados para comprar alimentos para él y para los demás españoles para un viaje tan largo �pues su pobreza era tan grande, y no tenían nada que comer salvo lo que el rey de Gilolo les había dado, práctica que había sido de gran ayuda pues les había permitido alimentarse, alimentar a sus amigos y familias, pues cada uno tenía su mujer india e incluso hijos (...)� (99). [79] El 16 de febrero de 1534 los españoles, mandados por De la Torre, zarparon hacia Malaca y luego de aquí a Cochín, en la India. Urdaneta se quedó en las Molucas, con unos cuantos españoles, en un intento, infructuoso, de recoger pedidos de clavo prometidos por varios gobernantes locales. Finalmente, él y sus compañeros abandonaron las Molucas el 15 de febrero de 1935, y tras hacer escala en Banda, Java y Malaca, llegaron a Cochín, donde se reunieron con los demás españoles el 17 de diciembre de 1535. Por fin, en enero de 1536, los españoles, divididos en dos grupos, zarparon hacia Europa, donde llegaron a mediados de ese mismo año, poniendo fin al segundo contacto importante de los españoles con las Islas de las Especias. Mientras que los expedicionarios de Magallanes habían permanecido sólo seis meses en las islas, los miembros de la segunda expedición habían estado en ellas durante ocho años (100). VI El tercero y último de los contactos importantes de los españoles con las Molucas en el siglo XVI fue la expedición de Ruy López de Villalobos, en 1541. La expedición de Villalobos fue precedida por la desastrosa visita de otro barco español, el Santiago, en 1537. Mandando por Hernando de Grijalva, el Santiago había sido enviado con otros tres barcos de México a Perú con ayuda de los españoles establecidos en este último país. A su llegada se constató que ya no se necesitaba su ayuda, por lo que el Santiago se hizo de nuevo a la mar. Sin embargo, la tripulación insistió en que el barco se dirigiese a las Islas de las Especias, pese a las protestas de Grijalva; finalmente éste accedió. Grijalva fue muerto por la tripulación en pleno viaje, y sólo un puñado de hombres consiguieron alcanzar las islas Papúas, en las Molucas. En 1538 el resto de la tripulación, en un estado de completo agotamiento, llegaron a Tidore y se rindieron a los portugueses (101). Este incidente aislado tuvo escaso impacto (o ninguno) sobre las sociedades locales o sobre los acontecimientos de las Molucas, y pronto fue olvidado. Por otro lado, la expedición de Villalobos fue un hecho de gran importancia, que tuvo por protagonistas a un acomodado noble español y a varios miembros de buenas familias. El viaje fue patrocinado por don Pedro de Alvarado, Gobernador de Guatemala, que deseaba probar suerte en el Pacífico y que había negociado con éxito con la Corona con el fin de enviar una expedición a las Islas de las Especias. Pero desde que las [80] islas habían sido �empeñadas� a Portugal por la corona española en 1529, la meta de la expedición era algunas islas de las especias no especificadas, pero no reclamadas. Había dos flotas: una debía dirigirse hacia el norte y el oeste desde México en busca de una ruta hacia China; la otra, al mando de Villalobos, navegaría directamente hacia el oeste, en busca de estas islas no descubiertas (102). El 25 de octubre de 1542 Villalobos zarpó del puerto de Navidad, en México, con cinco barcos y un pequeño foist. Diversos problemas obligaron a la flota a permanecer en puerto durante una semana más, zarpando por fin el 1 de noviembre de ese mismo año. Los restos de la flota llegaron a Mindanao, en las Filipinas meridionales, el 2 de febrero de 1543, de donde, tras una permanencia de aproximadamente un mes, se dirigió a la isla de Sarangani, a lo largo de la costa meridional de Mindanao. La flota acabó llegando a Gilolo, donde se hallaba el rey que siempre había sido amigable hacia los españoles y un aliado fiel. Durante su estancia en Gilolo, Villalobos fue aconsejado por un tal Pedro Ramos, superviviente de la expedición de Loaísa, que se había casado con una mujer del país y que había decidido permanecer en él (103). Cuando el Sultan Tidore supo que había arribado una nueva flota española, se presentó en persona en Gilolo para hablar con Villalobos y conseguir su ayuda. Villalobos y los gobernantes de Tidore y Gilolo firmaron un tratado de alianza. Para simbolizar esta unidad, el Sultan Tidore se casó con la hija del Sultan Jailolo en una ceremonia en la que participó un destacamento español. De este modo, la vieja alianza, rota tan bruscamente en 1533 con la liquidación de los pocos españoles que sobrevivieron de las expediciones de Loaísa y de Saavedra, se renovaba de nuevo, lo que hacía rehacer esperanzas de que la agitada pero duradera alianza entre Ternate y los portugueses podría tener su contrapartida en esta nueva alianza. Pero para decepción de sus aliados locales, los españoles estaban en situación de recibir más que de dar ayuda. Fue el gobernante local de Tidore quien hubo de ofrecer a los españoles dos perahus, (barcos locales) para que éstos pudiesen ir en busca de los bergantines españoles que habían ido a las Filipinas para traer alimentos. Uno de los barcos, el San Juan de Letrán, zarpó de las Filipinas el 4 de agosto de 1543 para retornar a Nueva España en busca de refuerzos, pero se había visto obligado a volver a las Molucas. Se llevó a cabo un segundo intento el 16 de mayo de 1545, pero tampoco ahora se pudo cruzar el Pacífico, sino que se navegó a lo largo de la costa septentrional de Nueva Guinea. El barco [81] volvió el 3 de octubre de 1545, sin haber podido alcanzar la Nueva España por la ruta del Pacífico (104). El bloqueo por parte de los portugueses, que impedía la llegada de suministros, se unía a las descorazonadoras noticias de la llegada de 150 portugueses, como refuerzo, de la India, y al fracaso de los españoles en su intento de alcanzar la Nueva España, para provocar una desmoralización generalizada en el campo español, que causó buen número de deserciones en dirección al campo portugués. Villalobos se dio cuenta de que quedaban pocas alternativas a la situación, salvo tratar de obtener los mejores términos de los portugueses con el fin de volver a Europa. Los portugueses exigieron el desmantelamiento del fuerte español de Tidore, la entrega de toda la artillería y la munición, y el ofrecimiento de ciertos caballeros como rehenes. Los españoles no pudieron hacer otra cosa sino aceptar los términos de la rendición. Villalobos y sus hombres acabaron a bordo del primer barco portugués que se dirigía a Europa. No se les permitió llevarse consigo ningún cargamento, pero se les dio ayuda para que pudieran aliviar a los españoles más pobres. Uno de los últimos actos de Villalobos antes de su marcha consistió en enviar a cierto número de sus soldados en ayuda de los portugueses en contra de su antiguo y fiel aliado de los españoles, el Sultan Jailolo. Villalobos evitó la última ignominia, la de llegar a Europa no como comandante de la flota sino como pasajero de los portugueses: en la isla indonesia de Amboina, donde habían anclado los portugueses en su ruta hacia Europa, moría Villalobos el viernes anterior al Domingo de Ramos de 1546, de una enfermedad contraída cuando se encontraba en las Molucas septentrionales. Las honras fúnebres las celebró el padre Francisco Javier, siendo enterrado en la aldea de Nusaniwe (105). VII La expedición de Villalobos fue el último intento español del siglo XVI de establecer la presencia española en las Islas de las Especias, y también éste fracasó. Los españoles habían resultado perdedores en su lucha contra [82] los portugueses por el control del comercio de especias y el dominio de las Molucas. Aunque, en alguna medida, sufrieron una humillación y la pérdida de cierto número de vidas, la aventura española en las Molucas, en conjunto, fue un hecho menor que pronto fue olvidado debido al éxito en la conquista de Filipinas. Pero para el conjunto de las Molucas el breve encuentro con los españoles tuvo consecuencias bastante más serias. Los portugueses decidieron que Tidore y Gilolo debían ser castigadas por su �engaño�. Tidore había sufrido ya cierto número de ataques cuando los españoles estaban todavía en la región, pero Gilolo había conseguido salir relativamente indemne. Posteriormente, en 1550, los portugueses, apoyados por Ternate y otros aliados locales, atacaron y destruyeron la residencia real de Gilolo. No satisfechos con esto, Gilolo se vio reducido al status de provincia vasalla de Ternate, y a sus gobernantes se les prohibió de ahora en adelante el uso del título local de �señor� (kolano) (106). Tidore pudo escapar a este castigo tan drástico, muy posiblemente porque la población de las Molucas temía que la destrucción de Tidore significaría la eliminación de la última dualidad importante que ahora era crucial para el bienestar de las Molucas. Con todo, existía considerable preocupación por la degradación de Gilolo a una simple provincia vasalla de Ternate, pues la unidad del mundo moluqueño, simbolizada por la existencia de �cuatro� reinos moluqueños, estaba siendo destruida. La sensación, en la población local, de la �indecorosidad� de este acto y el temor por las consecuencias para la armonía y prosperidad del mundo moluqueño, obsesionaba a la región y se utilizó en años posteriores para explicar el malestar de la sociedad local. Sólo a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se hizo un esfuerzo concertado en las Molucas para elevar de nuevo a Gilolo al rango de reino, como primer paso necesario en la restauración de la prosperidad y del poder de los reinos moluqueños (107). En 1606 los españoles iban a volver con una gran armada, desde Manila, para destruir Ternate, capturando a sus gobernantes y principales nobles y transportándolos a Filipinas (108). Esta gran armada española era lo que Tidore y Gilolo habían estado esperando durante tanto tiempo en la primera mitad del siglo XVI y que nunca había llegado. Tidore se hallaba en una situación excelente para beneficiarse de las victorias españolas de 1606. Para Gilolo, el más fiel aliado de los españoles, la expedición de 1606 llegaba con medio siglo de retraso, demasiado tarde, y nunca recuperará [83] las glorias pasadas. Mientras que la dualidad de Tidore y Ternate se veía reforzada ahora por otra rivalidad entre europeos, en este caso entre españoles y holandeses, la desaparición de Gilolo como cuarto pilar del mundo moluqueño continuó siendo considerada, en los años y siglos posteriores, la causa del declive y finalmente de la colonización de la sociedad moluqueña. (Traducción C A. Caranci) [85] Expediciones científicas españolas al Pacífico, en la segunda mitad del siglo XVIII
El verano de 1789 ha supuesto para muchos historiadores la línea divisoria entre dos épocas. Los revolucionarios acontecimientos ocurridos en París alcanzaron tal resonancia y capacidad de evocación que, a fuerza de iluminar y protagonizar el momento y el período que inauguran, acabaron por hacer de aquellos días una fecha netamente europea y, por descontado, francesa. También es clásico desde 1955, según las tesis de R. Palmer y J. Godechot, hablar de �revolución atlántica�y vincular así los distintos conflictos y procesos de ruptura que se produjeron en América y Europa durante el último tercio del Siglo de las Luces (109). Sin embargo, más allá del continente americano, justamente en las antípodas del epicentro revolucionario, en el Pacífico meridional, se estaba librando por aquel entonces una dura batalla colonial en absoluto ajena a las transformaciones del occidente europeo. En el siglo XVIII el Pacífico hacía tiempo que había dejado de ser el �lago español� para convertirse en un escenario internacional (110). Durante la segunda mitad del siglo, aquel inmenso océano conoció el penúltimo coletazo de ese otro gran proceso que vertebra la edad moderna y buena parte de la contemporánea y que recibe el nombre genérico de �expansión europea� (111). Distintas potencias occidentales rivalizaban en el Pacífico descubriendo [86] islas, trazando nuevos derroteros y estableciéndose en puntos estratégicos para la defensa y el comercio. A partir de 1763, con el Tratado de París -finalizada la guerra de los Siete Años y cuando Gran Bretaña puso en evidencia que era la potencia hegemónica en ultramar- las monarquías europeas se lanzaron a una carrera frenética sobre aquel espacio, hasta entonces apenas conocido. Se trataba de hallar nuevos puntos de aprovisionamiento para los buques en travesía y de establecer nuevas bases para la apropiación o el intercambio comercial. Desde las islas Malvinas (�la llave del Pacífico�) (112) hasta los confines septentrionales de California, y desde Manila (�la perla de Oriente�) hasta Nueva Zelanda, el mar del Sur recibió un rosario de viajes, exploraciones y expediciones científicas de diversa índole que, en última instancia, respondían a una misma e incontestable realidad: el océano más alejado del viejo continente se había convertido para éste en una zona de atención prioritaria. La franja meridional del Pacífico atraía la mirada de los europeos por los mercados y productos orientales, por los misterios geográficos que aún quedaban por desvelar y sobre todo por la búsqueda de nuevas áreas donde poder ensanchar y completar el conocimiento del mundo y su dominio. A pesar de ello, el Pacífico no consiguió desplazar al Atlántico como centro de gravedad de las relaciones internacionales ultramarinas, pero sí consiguió revalidar su importancia (113). Por citar algunos ejemplos, las expediciones de Bougainville, Byron y Wallis, en la década de los sesenta, fueron seguidas por los célebres viajes del capitán Cook en los años setenta y el de La Pérouse a mediados de los ochenta. Por añadidura, el Tratado de Versalles de 1783, al sentenciar la pérdida de las colonias inglesas de Norteamérica, propició que Gran Bretaña reafirmara su �vocación comercial e imperial en el extremo oriente� (114). Durante esta misma época, los Estados europeos pasaron a controlar directamente las antiguas compañías comerciales que monopolizaban los mercados en el Este (115). Cuando el siglo entraba ya en su tramo final, efectuado ya el tránsito del �arte� de navegar a la ciencia de la navegación (116), mitos como el de la �Terra Australis� o el del paso del Noroeste fueron desvaneciéndose. Detrás quedó lo que en verdad había sido mucho más [87] sugestivo para las metrópolis que cualquier fabulación: la riqueza real y potencial del océano y sus archipiélagos. Y sobre ella, los sujetos encargados de ejecutar una política colonial activa: científicos y navegantes para investigar, militares para defender y comerciantes para hacer efectivo y rentable el dominio (117). 1. ESPAÑA Y LAS EXPEDICIONES CIENTÍFICAS DEL SIGLO XVIII: génesis y desarrollo Las expediciones científicas españolas del siglo XVIII, realizadas tanto al continente americano como al Pacífico, deben su origen a la necesidad que tenía la monarquía hispana de defender, conocer y gobernar mejor sus amplias y dispersas posesiones ultramarinas, sin descartar la posibilidad de ampliarlas. Estas necesidades surgieron tanto de la competencia entre la comunidad científica internacional como de la expansión territorial de las mismas. Pero no se entenderá bien el auténtico móvil de las expediciones científicas promovidas por la Corona española, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, si no tenemos en cuenta al menos dos aspectos que le son propios: el político-militar y el científico, ambos dentro del marco de la Ilustración. En primer lugar, hay que destacar que se planean y preparan �al hilo� de la política colonial del momento. Del imperio ruso se temían agresiones en la costa septentrional del Pacífico. El expansionismo británico, en el litoral atlántico de América y en el Pacífico Sur, era un hecho reiteradamente comprobado. Al mismo tiempo se había producido la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, situación que venía a modificar el equilibrio político en territorio americano, y que, incluso habiendo contado con la ayuda española, y más aún con la francesa, podía representar ante los colonos españoles de otras latitudes un ejemplo peligroso para los intereses de la metrópoli. Estas circunstancias motivaron los tres �Pactos de Familia�, una forzosa alianza entre los Borbones de España y Francia frente al enemigo común, Inglaterra, que asestaba un golpe aquí y otro allá tratando de tender un puente que le permitiera la penetración en el Caribe, el Atlántico meridional y, por supuesto, el Pacífico. La inseguridad de nuestras colonias constituía una seria preocupación para España. La distancia entre la metrópoli y los virreinatos y demás establecimientos [88] era inmensa. Por otra parte, los riesgos se acentuaban con la lentitud y las dificultades de la navegación a vela, así como con la escasez de unidades de la Armada. El contrabando que ejercían Inglaterra, Portugal, Holanda y Dinamarca -anteriormente ejercido por Francia- con la intención de establecerse en algún lugar de las macroposesiones españolas, o al menos de lucrarse con sus productos, iba arruinando poco a poco la hacienda real. Por todos estos motivos preferentemente, era necesario conocer bien la situación, los límites y las comunicaciones de las colonias españolas en ultramar, así como sus posibilidades de expansión y de defensa, sus caracteres geográficos, sus pobladores, la riqueza real y potencial o sus relaciones comerciales. Los científicos (118), sujetos imprescindibles de estas expediciones, dejan de ser eruditos para convertirse en técnicos al servicio del Estado. La ciencia deja de ser una mera actividad de gabinete para convertirse entonces en un mecanismo que sirva para solventar los problemas que plantea el desarrollo económico y social del país y sus colonias ultramarinas. Este importante cambio dentro de la ciencia española estuvo asociado a otros dos procesos. Al primero se le ha denominado �internacionalización de la ciencia�, por intentar agrupar desde las preocupaciones por encontrar un sistema de medidas universal (119), que hiciese posible el intercambio y el contraste de las observaciones científicas, hasta el desarrollo de programas cooperativos de investigación (120). El segundo proceso suponía consolidar la nueva racionalidad frente a la silogística escolástica, y venía a estimular un compromiso más radical del científico con su realidad próxima. Ambos procesos, cuyo coste financiero y político fue importante, requirieron el apoyo sostenido del Estado que, a cambio, promovió una política centralizadora para reforzar la hegemonía de la Corona. Ello le permitió dotarse del personal necesario para intervenir en cuestiones de ciencia y tecnología. Dicho esto, cabe apuntar que las expediciones científicas del setecientos se llevaron a cabo en un clima de apoyo y competición creado entre las distintas potencias europeas, sobre todo Inglaterra y Francia, frente a las que España rivalizó en el conocimiento científico. Al [89] igual que esas dos potencias, España intentó crear un núcleo urbano donde se concentraran sus instituciones científicas. También trató de instaurar una Academia de Ciencias, aunque no lo consiguió. No obstante, surgieron diversas instituciones que, como el Real Jardín Botánico o el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, plasmaron el sentir ilustrado de la época y dieron auge y vigor a la cultura científica. Los expedicionarios científicos españoles del setecientos trasladaron su ciencia allí donde arribaron sus buques, y crearon en las colonias ultramarinas, desde mediados a finales de siglo, observatorios astronómicos, gabinetes de física, laboratorios de química o colecciones de mineralogía, zoología y botánica (121), y realizaron cálculos, mediciones y observaciones astronómicas, físicas y geodésicas. La auténtica dimensión de aquellas expediciones, que no pueden aislarse de las preocupaciones de los gobernantes ni de los adelantos científicos del Siglo de las Luces, sólo pueden comprenderse cuando se añade a las necesidades políticas, militares y diplomáticas, la aportación científica. Es preciso resaltar que estas expediciones fueron patrocinadas, en su mayoría, por la monarquía ilustrada de los Borbones, debido tanto al entusiasmo científico de las minorías cultas, como al afán reformista de los reyes. Semejante comprensión mutua e identidad de objetivos entre los hombres de ciencia y los equipos de gobierno dio como resultado un avance espectacular en todos los órdenes que encontraría un serio obstáculo en la guerra de la Independencia (1808) (122). 2. UN INTENTO DE CLASIFICACIÓN DE LAS EXPEDICIONES Los ministros de Carlos III, así como otras personas relacionadas con la Corte, estaban fascinados por los descubrimientos científicos en sí mismos, si bien la política gubernamental pretendía, a través de estos conocimientos, mejorar cualitativa y cuantitativamente los productos agrícolas y manufactureros del país. Con estas expediciones se quiso aplicar la ciencia en aras de la utilidad pública, el bien público y, por supuesto, la gloria de la patria. A estos objetivos se unieron otros, como la emulación de los tiempos gloriosos (el s. XVI presente siempre), la rivalidad con las naciones cultas (Gran Bretaña y Francia (123) también enviaron expediciones a lo largo [90] del siglo), el intento de monopolizar América en el campo científico o la recogida de materiales, especialmente los raros y desconocidos, para engrosar las colecciones de los recién creados jardines botánicos y gabinetes de historia natural. Las distintas expediciones se encuadran, pues, dentro de una política de largo alcance y objetivos que respondían a las directrices mencionadas. Sin embargo, ello no quiere decir que todas las expediciones fueran semejantes o que recorrieran los mismos cauces desde su concepción hasta la publicación de sus resultados. Más bien, al contrario, hubo grandes diferencias: el patrocinio de la Corona (124); la cronología, atendiendo especialmente a los diferentes reinados y gobiernos; la institución que las organiza y la que se encarga de recoger y guardar los materiales, que son el fruto principal de toda investigación; el personal que las compone; la zona y el lugar al que se dirigen; o la finalidad y disciplina científica hacia la cual se encamina la labor a realizar. Ángel Guirao de Vierna (125), teniendo presente estas variables, ha realizado una clasificación de las distintas expediciones científicas a América y [91] al Pacífico, englobándolas en tres grandes grupos. Toma como eje clasificatorio de las mismas los objetivos básicos de la expedición, o finalidad, según la disciplina atendida como labor principal. A) Expediciones de historia natural Estas expediciones tienen como misión describir y clasificar los objetos que la naturaleza produce en sus tres grandes reinos: animal, vegetal y mineral. Se incluye, igualmente, al hombre y a todas las ciencias que de él se ocupaban en esa época: la arqueología, la etnografía, la antropología, la historia y, en definitiva, todo aquello que en el siglo XVIII estaba dentro del epígrafe de �curiosidades�. Así es como se entendía en el setecientos la historia natural (126), y esto lo demuestran las colecciones que formaban el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, en el que se podía encontrar desde un esmalte o una acuarela hasta una esponja o un caballito de mar, pasando por todo tipo de insectos. En este primer apartado estarían comprendidos cuatro grandes subgrupos: las expediciones botánicas (127), mineralógicas, zoológicas y arqueológicas. Según los estudios realizados hasta la fecha, se efectuaron entre 1754 y 1807 diez expediciones: seis botánicas, una zoológica, una mineralógica, una arqueológica y otra multidisciplinar, que fue la de Malaspina. De todas estas expediciones consideradas de historia natural, solamente una se desarrolló en el Pacífico. Fue la realizada entre 1786-97 por Juan de Cuéllar a Filipinas, en el reinado de Carlos III, y cuya finalidad fue la botánica. La de Malaspina también se detuvo durante algunos meses en Filipinas. B) Expediciones cuya finalidad se desarrolla en el campo de la geografía Durante el setecientos la geografía fue considerada como una de las ciencias básicas que confluían en la náutica, lo que suponía a la vez una permanente presencia de la misma en los programas de estos estudios y su tratamiento obligado en los tratados de navegación y pilotaje. Inversamente, los geógrafos consideraron que las obras de náutica contribuían al desarrollo de su ciencia y que los problemas náuticos debían ser estudiados [92] por la geografía. A través de esta asociación con la náutica, se reforzaba la importancia de la geografía (128). Por otro lado, la astronomía no se puede considerar en este momento como una disciplina independiente, pues los astrónomos no perseguían únicamente estudiar fenómenos celestes, sino que su finalidad última era la de obtener los datos necesarios más precisos posibles para conseguir mejores mediciones geográficas, especialmente en las expediciones de límites, que pretendían hallar barreras naturales que sirvieran de frontera inamovible. Por tanto, dentro de este segundo apartado incluimos cuatro subgrupos: las expediciones astronómicas, las de límites, las hidrográficas y las geoestratégicas. Éstas tienen como finalidad principal la protección y auxilio de las zonas más conflictivas del imperio ultramarino español para salvaguardar su integridad territorial. Básicamente, estas zonas de conflicto fueron la Patagonia y el estrecho de Magallanes, el Pacífico Noroeste y el seno mejicano, a las que debemos sumar las Filipinas, debido a su alejamiento y al interés de la metrópoli por encontrar nuevas rutas. La Secretaría de Marina e Indias organizó cincuenta y dos expediciones geoestratégicas durante el período que nos ocupa, de las cuales las realizadas al Pacífico fueron aproximadamente unas treinta y cinco, lo que indica que las expediciones científicas en la segunda mitad del siglo XVIII al Pacífico son, salvando minorías, principalmente de finalidad geoestratégica. C) Por último, existe un tercer grupo con tres expediciones que son difícilmente adaptables a los dos grupos anteriores. La expedición de Balmis, que podemos denominar médica -profiláctica sería el término más adecuado-, y las de Barcaiztegui y el conde de Mopox, ambas a la isla de Cuba. La finalidad de estas dos últimas era la de fomentar la agricultura, el comercio, la defensa y las comunicaciones de la isla. Después de intentar clasificar las expediciones científicas españolas del siglo XVIII, en América y el Pacífico, centrémonos en el territorio que nos ocupa. 3. EL OCÉANO PACÍFICO EN EL REINADO DE CARLOS III La presencia de España en las aguas, islas y costas del océano Pacífico se intensificó durante el reinado de Carlos III como resultado de la ejecución de un ambicioso programa defensivo que, como ya hemos descrito, abarcó toda la monarquía. Tras la conquista británica de La Habana y [93] Manila, en 1762 -durante la última fase de la guerra de los Siete Años-, las autoridades españolas comprendieron que la lejanía de las islas Filipinas ya no era una garantía de seguridad. Entonces el Pacífico se incorporó plenamente a la geoestrategia del tercer Carlos, presionado por las graves consecuencias de la Paz de París (1673) (129). Se iniciaron entonces importantes reformas encaminadas a mejorar la economía, la administración, la hacienda real y a poner en marcha un plan defensivo (130). Así pues, Inglaterra y España eran, teóricamente y una vez eliminada Francia, los rivales protagonistas en aguas del Pacífico y del continente norteamericano. España, siempre recelosa de futuros establecimientos extranjeros en sus islas y costas, optó inicialmente, por tomar medidas defensivas, como fortificar sus principales puertos y ciudades, reclutar milicias provinciales y, posteriormente, incorporar nuevos territorios y ensayar nuevas rutas. Pero Francia, tras la cesión de Canadá a Inglaterra, en 1763, se lanzó a la búsqueda del continente austral por las aguas tranquilas y las regiones desconocidas del ya mítico �lago español�. Por todos estos motivos, es obvio pensar que desde mediados del siglo XVIII el Pacífico perdió su carácter cerrado y quedó abierto a la competencia de las potencias europeas (131). Aunque éstas en abierta competencia nunca confirmaron sus objetivos en el Pacífico. El duque de Richmon llegó a decir al embajador español en Londres, respecto a la expedición de Byron (1764-66): �... que había ido a buscar gigantes...� (132). En este mismo orden de anécdotas, años después y en relación con el tercer viaje del capitán Cook (1776-80), que puso en alerta a los reinos españoles en América, el virrey de México escribió el 23 de octubre de 1776: �Por seguras noticias, se sabe el apresto en el río de Londres de dos fragatas... que mandará el capitán Cook con el pretexto de restituir a las islas de Otaheyti, en el Mar del Sur, al indio que sacó de ellas en anterior expedición...� (133). Por otro lado, las expediciones rusas por el Pacífico también tuvieron preocupados a los embajadores españoles en San Petersburgo. El marqués de Almodóvar elaboró, en 1761, un informe de los viajes de Bering y su [94] sucesor, el vizconde de la Herrería, donde dio a conocer la explotación de las riquezas peleteras de las islas Aleutianas por los súbditos del Zar. Todos estos motivos fueron los que llevaron a Carlos III a diseñar una política estratégicamente científica, con el fin de controlar y defender sus posesiones tanto en América como en el Pacífico. 4. PRESENCIA EUROPEA EN LOS PAÍSES COLINDANTES DEL PACÍFICO Veamos pues, detenidamente, el mapa de la presencia europea en los países colindantes al Pacífico, durante el siglo XVIII, así como los viajes de exploración que, potencialmente, representaban una amenaza para el dominio español. El imperio portugués poseía Timor en Oriente, con algunas factorías comerciales en la India, pero la antigua colonia portuguesa de Macao se había convertido en el principal lugar de residencia de la comunidad internacional de mercaderes, interesados en el comercio chino concentrado en Cantón. Los franceses centraron sus intereses en la India y aunque no tenían colonias en el Pacífico, sí realizaron viajes de exploración, y también participaron en el comercio oriental. Llevaron a cabo algunas expediciones de reconocida importancia en este período: la de Bougainville, primera expedición francesa de circunnavegación del mundo, que, entre 1766 y 1768 recorrió el archipiélago de Paumotu, Tahití, las islas Samoa, las Nuevas Hébridas, las Molucas y Batavia. En 1769, una expedición hispanofrancesa bajo la dirección de Jean Chappe d'Auteroche se reunió en San José, Baja California, para estudiar el paso de Venus por el disco solar. Entre 1771 y 1773, el navegante Kerguelen-Trémarec surcó los mares del Sur y, finalmente, de 1785 a 1788, La Pérouse condujo una expedición al Pacífico septentrional en busca del paso del Noroeste, y de allí fue a las islas Sandwich, la isla Necker, Macao, las islas Filipinas, Japón, la Tartaria china, Kamchatka, el archipiélago de los navegantes y Botany Bay, en Australia. Holanda, por su parte, contaba con su imperio oriental centrado en Ceilán, Sumatra, la península malaya, Borneo, Java, Célebes y las islas Molucas (134), testimonio de la pujanza holandesa del siglo XVII. Sin embargo, en el siglo XVIII, el comercio holandés, reflejando la decadencia general [95] interna e internacional de Holanda, estaba en claro declive ante el empuje de los ingleses. Inglaterra contaba en Oriente con gran parte de la India. Pero será la paz de 1763 la que inaugure un período de hegemonía para Gran Bretaña en la política mundial. A partir de ese año se consolidó y extendió la influencia inglesa en la India, iniciándose también una activa política de exploración en el Pacífico como un nuevo ámbito de colonización. Se puede destacar la influencia ejercida por Alexander Dalrymple, agente de la compañía inglesa de las Indias Orientales; el descubrimiento de Tahití por Wallis (1767); y los tres viajes al Pacífico del capitán James Cook, en 1768-71, 1772-75 y 1776-79. Los descubrimientos geográficos de Cook estimularon los apetitos mercantiles e imperiales y, tras la pérdida de las colonias norteamericanas, en 1783, aumentó el interés de los ingleses en las posibilidades comerciales del Pacífico. En el año 1785 tomaron Penang, en la península de Malaca, enclave considerado la llave de los pasos marítimos y comerciales entre el Pacífico y el índico; en 1787 se instalaron en Botany Bay, y al año siguiente fundaron Sydney. Por último, la Rusia imperial se estaba extendiendo en los confines septentrionales del Pacífico, en la península de Kamchatka, las islas Aleutianas, y las costas de Asia y Alaska. En el siglo XVIII se sucedieron diversas expediciones rusas al Pacífico, tanto para explorar las costas como para realizar aventuras comerciales. Esto lo avalan los viajes de Spangenberg al Japón, en 1739, y de Bering y Chirikov a las islas Aleutianas y Alaska, en 1741. Pero será a partir de 1762, iniciado el reinado de Catalina la Grande, cuando se multipliquen las actividades rusas en el Pacífico septentrional (135). Estas eran, a grandes rasgos, las áreas de influencia y las zonas de presión de las potencias europeas en los territorios limítrofes del océano Pacífico durante la segunda mitad del siglo XVIII; en base a ellas, veremos cómo se desarrollan muchas de las expediciones científicas de la corona española. 5. EXPEDICIONES CIENTÍFICAS ESPAÑOLAS EN EL PACÍFICO 5.1. La defensa del Pacífico Sur 5.1.1. Patagonia y estrecho de Magallanes A partir de 1765 la Secretaría de Marina e Indias reanuda el sistemático reconocimiento de la zona del estrecho de Magallanes, tanto por su [96] vertiente pacífica como atlántica. La multiplicación de este tipo de misiones permite comprender lo trascendente que era para las autoridades españolas un mejor control de esta región, donde se llevaron a cabo diversas expediciones que podemos dividir en dos grandes grupos. El primero está formado por las expediciones enviadas a la Patagonia desde el virreinato del Río de la Plata, con la intención de proteger el paso más importante de entrada al Pacífico. El segundo grupo, más escaso, está formado por las expediciones enviadas al estrecho de Magallanes, con la misión de levantar cartas y derroteros para mejorar la navegación por dicha área. La monarquía hispana, preocupada por las incursiones inglesas en la Patagonia -de la que son buena muestra el viaje de Anson y la ocupación de las Malvinas-, diseñó un plan consistente en ocupar estas zonas desoladas del imperio y establecer un puerto que facilitara a la navegación española el tránsito del Atlántico al Pacífico. Para llevar a cabo el proyecto se enviaron numerosas expediciones (136), entre ellas: la de Perlier a la Patagonia (1767-68) y la de Pando a Tierra del Fuego (1768-69), con la misión de buscar un lugar seguro donde establecer un puerto. En estas mismas fechas (1768-69), Gil de Lemos zarpó rumbo a las Malvinas con la intención de vigilar los movimientos ingleses, y de realizar estudios sobre derroteros entre el archipiélago y la costa firme. No obstante, y a pesar de que el proyecto fracasó, debido en gran parte a la escasez de agua potable cerca de las costas propuestas, se levantaron importantes cartas náuticas. La siguiente tentativa hubo de esperar diez años, hasta el final de la década de los setenta. Ésta volvió a saldarse con un estruendoso fracaso, aunque las expediciones a la Patagonia de Piedra (1778-79), Viedma (1780-84) y Clairac (1789) alcanzaron importantes logros en el conocimiento de la Patagonia atlántica, en especial en lo que hace referencia a sus pobladores. El fracaso fue particularmente grave en la expedición de Viedma por la magnitud del proyecto civilizador y de poblamiento que tenía encomendado. En la década de los noventa, una vez recuperados del desastre anterior, se efectuó la última tentativa expedicionaria a la Patagonia de la mano de Elizalde (1790-91) y de Gutiérrez Concha (1794-95). Aunque fueron incapaces de formar una población estable en las costas patagónicas, al menos aportaron conocimientos útiles sobre una zona tan abandonada de los centros de poder. Mientras se sucedían estas expediciones por la costa atlántica, en el Pacífico, el marino Moraleda y Montero se encargó de reconocer la costa chilena y centró sus dos expediciones (1786-87) y (1792-94), en el archipiélago [97] de Chiloé. Ambas expediciones tuvieron un carácter marcadamente hidrográfico, a diferencia de las mencionadas con anterioridad. El segundo grupo está formado por las expediciones de Córdoba al estrecho de Magallanes (1785-86 y 1788-89). A diferencia de las expediciones citadas, éstas fueron de una alta calidad científica y netamente hidrográficas, pese a que se dirigieron a una zona muy conflictiva. Su dotación, especialmente preparada para este tipo de trabajos, fue extraordinaria, como lo demuestra la completa colección de instrumentos que transportaban (137). Además de los levantamientos cartográficos y de otros trabajos propios de su especialidad, los participantes mostraron un gran interés por otros temas. Por citar algunos, sirvan de muestra los trabajos realizados por el médico Juan Luis Sánchez en el campo botánico, y las colecciones recogidas para el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. La primera expedición zarpó de Cádiz el año 1785, en la fragata Santa María de la Cabeza, con la misión de comprobar si era más conveniente la navegación por el estrecho de Magallanes que por el cabo de Hornos, y de levantar cartas precisas. Sólo se contaba con la cartografía inglesa, poco contrastada por españoles, al haberse perdido los planos que habían levantado los hermanos Nodal y Sarmiento de Gamboa. Tras siete meses de trabajo, se levantaron los márgenes del estrecho de Magallanes, desde el meridiano de Vírgenes hasta el cabo Lunes, con lo que se daba por concluida la misión. A lo largo de toda la expedición, sus responsables realizaron interesantes descripciones sobre la vida y costumbres de los �patagones�, la fauna (especialmente aves) y la botánica, ya mencionada. El 11 de junio de 1786 atracaba la fragata en Cádiz con los resultados de la expedición: una carta general del estrecho de Magallanes y algunas particulares; un derrotero para explicarlas, con la recomendación de que se optara por la ruta del cabo de Hornos, y numerosas colecciones de historia natural. En esta primera expedición no pudo visitarse la parte occidental del estrecho, debido a los vientos, a lo avanzado de la estación y a la falta de amarras. Por ello, la Secretaría de Marina organizó otra expedición, para la que fueron aprestados los paquebotes Santa Eulalia y Santa Casilda, al mando del propio Antonio de Córdoba y de Fernando Miera, acompañados de una dotación también de primer orden. Los resultados de este segundo viaje completaron los conocimientos aportados por el primero, siendo igualmente valiosos. De la misma forma, e igual que había sucedido con los resultados del viaje de la fragata Santa María de la Cabeza, fueron inmediatamente publicados. [98] 5.1.2. Pacífico Sur americano Otro grupo de expediciones serían organizadas desde el Perú por el virrey Amat, con el objetivo de salir al paso de la presencia inglesa en las islas más próximas a las costas del virreinato. Dejando al margen las exploraciones realizadas en los años cincuenta por los marinos y científicos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que les habían llevado repetidas veces a las islas de Juan Fernández y a lo largo de las costas peruanas y chilenas, la primera expedición organizada por Amat salió del puerto del Callao el 10 de octubre de 1770 con el navío San Lorenzo al mando del capitán de fragata Felipe González de Haedo (138), jefe de la expedición, y la urca Santa Rosalía, al mando del capitán de fragata Antonio Domonte (139). Esta expedición tuvo como exclusivo propósito la localización y ocupación de las tierras avistadas por el inglés Edward Davis en 1687. El resultado final fue el reconocimiento y toma de posesión de la isla de Pascua, que había sido descubierta en 1722 por el holandés Jacob Roggeveen (140). Las restantes tres flotas enviadas por Amat tuvieron como punto de destino las islas de la Sociedad, descubiertas por el inglés Samuel Wallis en 1767, poco antes de que llegaran las noticias acerca de las expediciones de Bougainville y Cook, iniciadas respectivamente en 1768 y 1769. Serán las tres expediciones españolas a la isla de Tahití las que formen uno de los capítulos más brillantes del reinado de Carlos III. El 26 de septiembre de 1772 levó anclas del puerto del Callao la fragata Santa María Magdalena, alias El Águila, mandada por el capitán de fragata Domingo de Bonechea (141) y llevando como segundo a Tomás Gayangos. Tras reconocer la isla de Anaa (Todos los Santos), en el archipiélago Tuamotu y Mehetia (San Cristóbal), divisaron Tahití el 8 de noviembre y el día 20 quedó la fragata amarrada en la bahía de Aiurua. A su regreso, los españoles llevaron cuatro indígenas de la isla de Tahití, ahora bautizada con el nombre de Amat. Con el fin de crear una colonia, Domingo de Bonechea y Gayangos navegaron a Tahití por segunda vez entre el 20 de septiembre de 1774 y el 7 de abril de 1775, con la fragata El Águila y el barco Júpiter. A bordo fueron dos franciscanos, fray Narciso González y fray Jerónimo Glot, [99] quienes fundaron una misión en la isla. Tras atravesar las Tuamotu y el pasaje de Mehetia, los dos navíos llegaron a Tahití el 27 de septiembre y desembarcaron en la bahía de Vaitepiha. Varias islas del archipiélago fueron reconocidas, especialmente las islas de Sous-le-Vent. Al regreso, Bonechea murió, siendo reemplazado por Gayangos. El 28 de enero la expedición levó anclas de Tahití y tras reconocer Raivavae (142), una de las islas Australes, llegaron a Callao. Finalmente, un tercer viaje (1775-76), mandado por Cayetano de Lángara, que salió del Callao el 27 de septiembre de 1775, en la fragata El Águila, llegó a Tahití el 3 de noviembre y tuvo por objeto repatriar a la misión franciscana y con ellos la presencia hispana en el archipiélago. Sin duda, ello pudo deberse a partir del cálculo de la dificultad de mantener y defender aquellas posesiones, tan alejadas de las costas del virreinato. En cualquier caso, en palabras de Martínez Shaw, �... el programa de exploraciones de Amat se saldaba con el reconocimiento de nuevas islas al sur del Pacífico y con la incorporación definitiva de la isla de Pascua al mundo hispánico� (143). 5.2. La renovada exploración de Filipinas Si el proyecto de hallar una alternativa al paso del estrecho de San Bernardino para el galeón de Manila se tradujo en el ensayo de nuevos derroteros para el retorno a las costas mejicanas, la potencialidad comercial de Filipinas movió a ampliar desde diversas instancias y con distintos objetivos las exploraciones en el área. Del mismo modo que ocurriera en la zona del estrecho de Magallanes, la Secretaría de Marina e Indias patrocinó diversas expediciones hacia el archipiélago. La primera expedición fue realizada, entre 1765 y 1767, por el navío Buen Consejo, que partió del puerto de Cádiz el 12 de marzo de 1765, al mando de Juan de Casens y Juan de Lángara, este último como segundo capitán. Atravesaron las islas de Cabo Verde, recalaron en Río de Janeiro, avistaron Buena Esperanza a partir del 18 de noviembre y llegaron sin novedad a Manila. Entre 1768 y 1770, el Buen Fin, de nuevo bajo las órdenes de Casens, realizó un segundo viaje, durante el cual los problemas se multiplicaron y el viaje se dilató al tener que arribar a las costas de Batavia. La llegada a Manila, a través del estrecho de Malaca, agudizó tanto los peligros que hubo que contratarse a un práctico francés. El regreso a Cádiz lo realizó junto a la fragata Venus, que había salido a [100] principios del año 1769 del puerto gaditano, al mando del capitán González de Guinal, acompañado de Juan de Lángara. Llegaron a Cádiz en 1770. José de Córdoba, al mando de la fragata Astrea, protagonizó el cuarto viaje Cádiz-Manila entre 1770 y 1771, logrando disminuir el escorbuto que se desencadenó a bordo gracias a sendas escalas en la bahía de Tabla, a la ida, y en la isla de Francia, a la vuelta. El 18 de marzo de 1771 partió de Cádiz la fragata Palas, que, comandada por el capitán Ignacio Mendizábal, protagonizó la quinta expedición a través de la nueva ruta. Llegó a su destino en 1772. Pero, sin duda, el viaje más brillante fue el protagonizado por la fragata Venus, entre 1771 y 1773, mandada por Juan de Lángara, capitán de fragata, y que contaba con los auxilios de los tenientes de navío Francisco Melgarejo y Luis Ramírez de Arellano y los tenientes de fragata Felipe Villavicencio y José de Mazarredo. El fin del viaje era transportar tropas y armamento a la capital filipina, pero su fama se debe a que, por primera vez en España, se utilizó el reciente método de hallar la longitud por medio de las distancias lunares. A éste le siguieron Villa y Saravia, en 1774, y finalmente Vernaci y Cortázar, ya a principios del siglo siguiente (1803) (144). Otras expediciones obedecieron a motivos distintos. Entre ellas cabe destacar la de Francisco Antonio Mourelle (1780-81), que enmarcada dentro de los esfuerzos por hallar una nueva derrota para el galeón de Manila al sur de Mindanao, desbordó ampliamente esos límites por la magnitud de su singladura y la trascendencia de sus descubrimientos. En efecto, tras zarpar de Manila y una vez al sur de las Filipinas, Mourelle, deseoso de evitar el encuentro con una nave inglesa que había sido detectada en aquellas aguas y también obligado por adversas condiciones meteorológicas, hubo de poner rumbo al sur y cruzar la línea ecuatorial. Visitó las islas del Almirantazgo (ya avistadas por Álvaro de Saavedra) y descubrió algunas otras islas del archipiélago de las Bismarck y del grupo de las Tonga, antes de cambiar de nuevo su derrota y, tras tocar en las Marianas, rendir viaje en el puerto de San Blas. Diferente objetivo tuvo la comisión botánica de Juan de Cuéllar en Filipinas, entre 1786 y 1801. Contratado por la Real Compañía de Filipinas como su naturalista, tenía la obligación de poner en producción el archipiélago filipino. Al mismo tiempo, comisionado por el rey Carlos III como su �botánico real sin sueldo�, debía realizar envíos de plantas, semillas, dibujos y herbarios al Real Jardín Botánico de Madrid, así como de objetos �raros y curiosos� para el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid (145). La travesía de Ignacio María de Álava, al frente del Escuadrón Hispano-Asiático [101], desde Cádiz a Manila, obtuvo importantes resultados científicos, como el perfeccionamiento de la cartografía del cabo de Hornos, de las costas chilenas y peruanas y de las islas Filipinas (1795-96). Un objetivo médico tuvo la llamada expedición filantrópica de la vacuna. Bajo la dirección de Francisco Javier Balmis, difundió la práctica de la inoculación entre las poblaciones de América y Filipinas (1803-06). Finalmente, el archipiélago fue también visitado por Alejandro Malaspina. La multidimensionalidad de los objetivos de esta expedición le confiere un significado singular en este ciclo de exploraciones. 5.3. La defensa del Pacífico Norte La expansión hispana al norte del virreinato de Nueva España es una de las manifestaciones más sensibles del nuevo ímpetu colonizador puesto de relieve durante el siglo XVIII. Ahora bien, el avance de las naves españolas hacia el Norte, a lo largo de las costas occidentales del continente americano, se vio espoleado por las noticias llegadas al virreinato mejicano acerca de la presencia de barcos ingleses y rusos en las aguas más septentrionales de aquella región. Las expediciones españolas al noroeste americano tienen como finalidad la toma de posiciones en un área de indudable valor estratégico, pero también la exploración de aquellos territorios con vistas a obtener información geográfica, etnográfica y de historia natural. Junto a éstos, se atisban otros objetivos: la búsqueda de un estratégico paso interoceánico, el hallazgo de puertos de descanso para el galeón de Manila (146), la conversión de los indígenas, la participación en el comercio de las pieles y la vigilancia de las costas del noroeste (147). Aunque no son todavía suficientemente conocidas, el punto de arranque de estas expediciones puede fijarse en la fundación del puerto de San Blas (1768), atribuida a José de Gálvez, visitador general de la Nueva España. Este enclave sirvió de apoyo en la guerra de Sonora y de punto de abastecimiento a la península californiana, y constituyó la base de operaciones y el punto de partida de las naves que se dirigían hacia el Norte. El mayor impulsor de esta expansión fue el ya citado José de Gálvez, quien, en abril de 1768, abandonó México para dirigirse hacia el noroeste del virreinato con el fin de pacificar e impulsar la región, labor urgente tras la expulsión de los jesuitas. [102] En el camino hacia el puerto de San Blas, el visitador recibió una misiva de Madrid en la que se le comunicaba el temor de la Corte por la renovación de las incursiones rusas en América, y se le ordenaba tomar medidas adecuadas para salvaguardar sus territorios. La carta fue decisiva para poner en marcha una empresa previamente proyectada: la ocupación del puerto de Monterrey (148). Primero en San Blas y posteriormente en la Baja California, Gálvez organizó minuciosamente la doble expedición -marítima y terrestre- destinada a fundar sendos establecimientos en San Diego y Monterrey. Los barcos San Carlos y San Antonio, comandados por Vicente Vila y Juan Pérez, protagonizaron el primer viaje ilustrado a la Alta California. En pocos años, los pilotos de San Blas alcanzaron un notable conocimiento de la navegación por el Pacífico Norte, sobresaliendo el mallorquín Juan Pérez, quien lograría disminuir de forma considerable la duración de las travesías. Por ello, no es extraño que el virrey Bucarely le eligiese para preparar y comandar la primera expedición a las costas de Canadá, en 1774, donde descubrió la isla de Vancouver y la bahía de Nutka. Con la llegada de los oficiales de Marina pedidos por Bucarely a la Península, el virrey organizó en 1775 una segunda expedición, al mando del teniente de navío Bruno de Heceta y del teniente de fragata Juan Francisco de la Bodega, quienes llegaron hasta la isla de Kruzof y los 58� de latitud N., en el golfo de Alaska. Tras una demora de cuatro años, debida a la falta de naves apropiadas, se inició la tercera expedición al noroeste el 11 de febrero de 1779, con Ignacio Arteaga y Juan Francisco de la Bodega, al mando de las fragatas Princesa y Favorita, que exploraron la península de Kenai y la isla de Kodiak. Hubo que esperar un plazo de nueve años para que continuara la labor emprendida. Posteriormente se sucedieron varias expediciones: la de José Esteban Martínez y Gonzalo López de Haro, que zarparon en los mismos barcos dos veces consecutivas (1788 y 1789). Esta, en 1788, entró en contacto con establecimientos rusos en la isla de Unalaska, lo que motivó el famoso conflicto de Nutka con los ingleses; la de Francisco Eliza, Salvador Fidalgo y Manuel Quimper (1789-90), que acabaron dirigiendo derrotas independientes y aportaron un exhaustivo conocimiento cartográfico y humano de este área; la de Eliza y Narváez (1791); la de Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés (1792), desembarcados de la flota de Malaspina para dirigir una exploración que aportaría, entre otros resultados, la primera circunnavegación de la isla de Vancouver; la de Jacinto Caamaño (1792), que al mando de la Aránzazu, reconoció la zona norte de Nutka; y la de Juan Francisco de la Bodega (1792), que tuvo como objetivo principal [103] la prolongación de los trabajos de la expedición botánica a Nueva España dirigida por Martín Sessé y José Mariano Mociño (149), a quien le correspondió efectuar las observaciones de historia natural y de etnografía que concluyeron en la redacción de las famosas Noticias de Nutka. Al margen, hay que citar el periplo norteamericano de la expedición de Malaspina, que durante el verano de 1791 patrullaría en aguas de Alaska, antes de seguir viaje por las vastas extensiones del Pacífico. En resumen, veinte años de exploraciones habían dado como resultado el reconocimiento de las costas del actual estado de Washington, de la Columbia Británica y de Alaska, hasta las islas de la Reina Carlota y las Aleutianas. 6. LA EXPEDICIÓN MALASPINA La expedición del marino italiano Alessandro Malaspina, acompañado del español José Bustamante (1789-94), no sólo fue la de objetivos más ambiciosos, duración más prolongada y más dilatada singladura, sino que en cierta medida fue también el resumen y compendio de todo el ciclo de exploraciones españolas desarrollado en el último tercio del Siglo XVIII (150). Organizada en España y aprestada en el puerto de Cádiz, estaba integrada por un brillante equipo de navegantes, científicos y artistas que acometieron la exploración sistemática de las costas occidentales de América del Norte y del litoral de Filipinas, el estudio minucioso de las islas de Tonga (de las que tomaron posesión para España) y toda una serie de observaciones botánicas, geológicas y etnográficas que conformaron un corpus del más alto interés para el progreso de las ciencias, a la vez que en su largo periplo tomaban contacto finalmente con el continente austral, visitando Australia y Nueva Zelanda. Esta sola travesía hubiera permitido a España figurar entre las naciones protagonistas de las grandes exploraciones del siglo XVIII, que constituyen sin duda uno de los grandes capítulos de la [104] historia de los descubrimientos geográficos y científicos de todos los tiempos. Ahora bien, el plan presentado ante el secretario de Estado de Marina, Antonio Valdés, en 1788, se inspiraba claramente en los viajes de Bougainville, Cook y La Pérouse, cuyos logros pretendía emular y superar. Tras zarpar de Cádiz, la expedición puso rumbo al Río de la Plata, desde donde pasó a las islas Malvinas para luego doblar el cabo de Hornos y penetrar en el mar del Sur. Se ciñó a las costas occidentales de Sudamérica, haciendo escala en las islas de Juan Fernández, y posteriormente siguió navegando hacia el norte, hasta llegar a Acapulco. Desde allí se adentró en alta mar con el objeto de alcanzar las costas noroccidentales de Norteamérica, permaneciendo algún tiempo en Puerto Mulgrave. Después volvió hacia el Sur siguiendo la costa, como era usual entre los navegantes españoles de los mares �californianos�, hasta arribar de nuevo a Acapulco. Aquí terminó la primera etapa de la expedición, dedicada a explorar los flancos americanos del Pacífico, mientras que la segunda etapa se concentró en la navegación transoceánica, pasando por las islas Marshall, Marianas, Filipinas (151), Nuevas Hébridas, el extremo sudoriental de Nueva Zelanda, Sydney y las islas Tonga, antes de llegar a Lima, desde donde se reemprendió el viaje de regreso a España por el cabo de Hornos. Aunque los resultados científicos de esta expedición fueron ingentes (152), su mayor contenido e interés tuvo un carácter claramente político. Se trataba básicamente de perfeccionar las cartas hidrográficas, de informar sobre los medios de defensa de todas las posesiones españolas y de investigar sobre el comercio, los recursos y el estado político de América y Oceanía, con el objeto de revalidar la soberanía española sobre territorios y mares. Y al mismo tiempo se dejaba constancia del prestigio científico español en el concierto ilustrado europeo. La expedición llegó a Cádiz en 1794, y este mismo año se firmó en Madrid la convención de Nutka, por la cual España cedió la plaza a Inglaterra y ésta a su vez renunció a su soberanía, quedando el territorio indiviso y de libre acceso a ambas potencias, aunque sin establecimientos permanentes. En realidad, significaba la efectiva eliminación de la siempre precaria soberanía española sobre estas latitudes. Los rusos consolidaron su presencia en las Aleutianas y Alaska, hasta la venta de estos territorios a Estados Unidos en 1867. Los ingleses del Canadá lucharon con los norteamericanos por la posesión de Oregón hasta [105] su repartición, entre ambas potencias, mediante el tratado de 1846. La Alta California fue cedida por la República de Méjico a los Estados Unidos en 1848, mediante el tratado de Guadalupe-Hidalgo. Asimismo, durante todo el siglo XIX las potencias europeas de mayor pujanza naval y comercial irían tomando posesión de islas y plazas del Pacífico, y logrando una mejor integración de este océano tanto en la política como en la economía mundial (153). [106] EXPEDICIONES ENVIADAS AL PACÍFICO SUR
[107] EXPEDICIONES ENVIADAS A FILIPINAS
[108] EXPEDICIONES ENVIADAS AL PACÍFICO NORTE
Un diario inédito sobre la presencia española en Tahití (1774-1775)Francisco Mellén Blanco
* Presentamos aquí un breve diario del piloto español de la Real Armada, Juan Pantoja y Arriaga. Fue estudiado por Manjarrés en 1916 y citado después por Corney, Sáenz-Rico, Landín y Gil entre otros investigadores del Pacífico Sur. Es la primera vez que se publica íntegro en su versión original, con notas a pie de página, en las que se actualizan los vocablos tahitianos empleados por el autor en su texto. Pantoja añade nuevos datos a los aportados por Bonechea, comandante de la expedición; Gayangos, teniente de navío, que por fallecimiento del marino de Guetaria, en Tautira, tomó el mando del Águila; Andía, capitán del paquebote Júpiter; Máximo Rodríguez, soldado intérprete limeño, y los padres misioneros en sus correspondientes diarios. Aparecen nuevos nombres de personajes tahitianos, así como anotaciones curiosas de la vida de los habitantes de aquellas tierras que tuvieron una buena relación con los marinos españoles durante su permanencia en la isla. El gran historiador inglés Corney, al que los investigadores hispanos debemos estar siempre agradecidos por su labor difusora de las expediciones del virrey Amat a la Polinesia, no pudo incluir el diario de Pantoja en su obra, pues desconocía dónde se encontraba este diario. Manjarrés le indicó la referencia y ubicación, pero al estar sus dos primeros tomos [110] publicados y el último en imprenta, y no tener tiempo para su estudio, únicamente lo cita en la bibliografía de su tercer tomo. El documento original se halla en la Biblioteca Universitaria de Sevilla, y corresponde a la signatura 330/107. Una fotocopia del mismo, con varias hojas en malas condiciones de lectura, se encuentra en el Museo Naval, manuscrito 2396, documento 28. Está escrito con letra del último tercio del siglo XVIII, en un volumen en cuarto, de 21,5 15,2 cm., de 74 páginas. En la vuelta de la última hoja hay una cuenta de ropa. Pantoja narra el viaje desde el Callao a Tahití y regreso, con un estilo particular y de fácil lectura, y como indica el autor más que un diario es un �Extracto�. Anota con gracejo muchas de las noticias y vivencias ocurridas durante su viaje por la Polinesia y estancia en Tahití. Así como el manuscrito de Pantoja ha aparecido en Sevilla, creemos que todavía existen otros diarios de los oficiales que estuvieron en las expediciones al Pacífico Sur, desconocidos para los investigadores, y que posiblemente permanecen arrinconados en las bibliotecas de sus descendientes. El historial de Juan Pantoja y Arriaga está lleno de incógnitas, desconocemos dónde nació y cuándo ingresó en la Armada, al no hallarse su hoja de servicios ni su expediente personal. Sabemos por su �Extracto� que en 1774 estaba embarcado en la fragata Santa María Magdalena, alias El Águila, al mando de Domingo Bonechea. Ocupaba el cargo de segundo piloto y participó al menos en el segundo viaje a Tahití, expedición ordenada por el virrey del Perú, Manuel de Amat y Junyent. En 1779, con el mismo cargo está a bordo de la fragata Nuestra Señora del Rosario, alias Princesa, que salió el 12 de febrero de dicho año del puerto de San Blas a seguir la exploración de las costas septentrionales de California, en conserva de la fragata La Favorita, mandada por el teniente de navío Juan Francisco de la Bodega y Quadra, siendo el comandante de las dos Ignacio de Arteaga, que llevaba de segundo a Francisco Mourelle y de primer piloto a José Camacho. Pantoja escribe el diario de este viaje, mucho más completo que el �Extracto� de Tahití antes citado. En 1786 y 1787 aparece su nombre en documentos del Cuerpo General (Asuntos personales) en el archivo de don Álvaro de Bazán, donde sigue con el empleo de segundo piloto. Navega en esos años mandando el paquebote Nuestra Señora de Aránzazu, desde Acapulco al puerto de San Blas. Socorre a la nao San Andrés que había perdido el palo mayor y mesana al norte de la isla de Luzón, y transporta al puerto de Realejo anclas, estopa de cáñamo y sesenta y seis tripulantes para una fragata que se estaba construyendo en dicho puerto. En una carta del 2 de mayo de 1805 de Pantoja al Príncipe de la Paz, desde el puerto de San Blas, solicita el ascenso a primer piloto. En ella anota que llevaba �32 años de servicios de la Real Armada, de los cuales [111] 25 eran de segundo piloto, con dilatada familia y 54 años de edad�, lo que indica que debió nacer en 1751 y empezó a navegar a los veintidós. En otra carta de abril de 1806, aparece destinado en la fragata de guerra Princesa, de treinta cañones, anclada en el puerto de San Blas, y solicita el sueldo y gratificaciones de alférez de fragata, al desempeñar el puesto de piloto con responsabilidad de oficial. También aparece su nombre en una lista de pilotos de 1806 en la cual está como habilitado de oficial. Desconocemos qué empleos tuvo en los años siguientes en la Armada y en dónde murió. La trayectoria de Pantoja es una más dentro de la vida de los pilotos de aquella época, demostrando una gran profesionalidad en sus cargos y una diversificación de destinos a lo largo de su carrera militar. Los diarios de este piloto muestran grandes conocimientos de la terminología marinera, así como una amena narrativa de los acontecimientos y estancias de sus viajes en los diferentes puertos que fondeó su embarcación. Estracto del Diario del Viaje que acaba de hazer Juan Pantoja y Arriaga en la Fragata de S. M. Nombrada Santa María Magdalena, alias El Águila, de las Yslas Nuevamente descubiertas, por el Capitán de esta clase Don Domingo de Boenechea, haviendo dejado en la de Amat (156) dos Religiosos de la Seráfica Orden de San Francisco de Asis, el Ynterprete Maximo, un Grumete (157) para que sirva a los Padres, los dos Yndios (158) que tregeron a Lima en la dicha Fragata el año de 72, una casa de Madera y víveres para un año, y después de haverlos dejado seguimos la vuelta del O. por superior mandato hasta encontrar la Ysla que llaman sus Naturales Orayatea (159) y nosotros la Princesa, la que registramos aunque no toda, nos bolvimos para Otajiti (160) en la que hizimos aguada, y haviendo reconocido o experimentado les iba bien a los Padres, nos regresamos para el Callao de Lima, Puerto de donde salimos para dicho reconocimiento, el que se halla en la Latitud S. de 12 grados 7 minutos y por 298 grados 15 de Longitud Meridiano de Thenerife, por la Carta Francesa y lo Dedico a María Santísima con el título del Buen [112] Ayre [f. 1v] Protectora de los Navegantes que hoy día se venera en el Real Colegio y Seminario de San Pedro González Telmo, Extra Muros de la Ciudad de Sevilla. Ha sido nuestra Reserva el Paquebote Júpiter, Marchante, su Capitán Don Joseph Andía Barela (161). Estos dos Yndios assí que supieron rezar, y tal qual regla de nuestra Religión les echaron el agua del Santo Bautismo, el que ellos recivieron con mucho gozo y alegría, siendo sus Padrinos (162) dos Caballeros Oficiales de las tropas de la Ciudad de Lima y el uno fue el sobrino del Señor Virrey. [f. 2] EXTRACTO DE LOS PUNTOS DIARIOS DEL VIAJE Día 20 al 21 de Septiembre de 74. Se hizo la última demarcasion a la Yslas de San Lorenzo a las 6 de la tarde y quedamos por la Carta Francesa (163) en la
El día 7 de enero de 1775 salimos de Fatutira (164) para la Ysla de Orayatea y a las 6 de la tarde por la demarcación echa al Puerto de Santa Cruz de Fatutira quedé en la
Regreso para el Puerto del Callao, a las 2 de la tarde del 28 de Enero de 1775 se demarcó el Puerto de Santa Cruz de Fatutira y quedé en la
Variaciones observadas en el Viaje El 21 de Septiembre. Al ponerse el sol se observó 9 grados de variación Noreste.
Se advierte que en llegando por la Latitud S. 17 grados 15' y por 260 grados de Longitud, no tiene la Aguja variación, y siguiendo para el O. comienza a crecer, y de la misma especie esto sucedió en el viaje de 1772, y en este se ha visto ser cierto. La Longitud es Tenerife.
Llegada al Puerto del Callao [f. 5v] Principia el Diario; a las 7 de la mañana del 14 de Septiembre de 1774, se tiró la primera pieza de leba y se diferió el velacho. El 16 de dicho, a las 9 de la mañana se metió la lancha dentro. El 20, a las 6 de la mañana se tiró segunda pieza de leba y se cazó la mesana, a las 12 del día se metió el bote y seguimos la faena para hazernos a la vela, lo que se executó a la 1 del día, tirando la tercera pieza de leva y marcamos todo aparejo en buelta del 0 � SO., viento por el S. galeno, siguiéndonos el Paquebote; a la 1 � se le hizo señal de fuerza de vela. A las 6 de la tarde estabamos N.S. con la cabeza de la Ysla de donde formé mi Derrota. El 24 de Septiembre, fue a la enfermería el Yndio Manuel (165), que es el muchachito, y el 28 se reconoció ser viruelas las que te molestaron mucho, y libre de ellas le salió un tumor en el hombro izquierdo, el que fue preciso abrirlo, y no pudo sanar en el viaje llegando a la Isla Otajiti muy endeble. El 4 de Octubre, a las 10 � vimos una embarcación a larga distancia y luego que fue de día se llamó al Paquebote a la voz, y se le preguntó si havía visto alguna embarcación, y dijo vio en el orizonte una luz en todo este tiempo. Se nos ha rajado la gavia y velacho, algunas vezes se ha llamado al Paquebote a la voz; algunas vezes y [f. 6] varias se han puesto señal de fuerza de vela advirtiéndoles de orden del Señor Comandante, que la hiziesse conforme el tiempo lo permitiesse, tambien se les havia muerto mucho ganado de que llevaba de cuenta de la Real hacienda. Los vientos se mantienen por el segundo quadrante, variables y levantan su poca de mar de continuo, assi seguimos hasta el 5 de Octubre, que al amanecer nos hallamos sin nuestra conserva por un temporal desecho por el ESE. y mucha mar por el S., el que nos hizo quedar a la capa con la mayor, y duró de esta conformidad [118] tres dias, asi que abonanció se vieron varios pájaros de tierra los que dixeron ser de la Ysla de San Carlos (166); a las 7 � de la mañana del 7 de dicho se dieron sobre un cañón 100 azotes al grumete Miguel Suñiga (167), de color bajo, por solicitar a un paje para el pecado nefando, al que también se le dió una argolla doble. Este día se vió un palo colorado, largo como de una vara, y del grueso de una luma. El 8, viendo el Señor Comandante no parecia el Paquebote, juntó a sus Oficiales y dijo que en virtud de estar en el Paralelo de 17 grados 30 minutos S. y no verse la conserva determinaba por no perder mas tiempo se-[f. 6v]guir al O. 5 grados S., según manda la Derrota y esperarlo en la Ysla de Todos los Santos (168) o en la de Amat, que es el rendibu que le havia dado, en caso de separación forzosas como la presente, todos fueron del mismo parezer por lo que governamos al dicho rumbo haciendo toda fuerza de vela. El 16 de dicho, se han visto algunos chorlitos y otros pájaros que disen ser de tierra, y se siguen viendo con una abundancia de Dorados, Bonitos y Voladores; y con repetidos chuvascos de mucha agua. El 23 se echó la canoa al agua por estar en calma y se reconocieron los varones del timón los que se hallaron estar faltos, y dispusieron el componerlos luego al instante. El 26, se comenzó a ver una porcion grande de pájaros de varias clases, muchos Taburones y bonitos, los orizontes muy toldados con repetidos aguaseros haziendo capa de noche, y assi siguio hasta el 28 de dicho, que se avistó tierra (169), a las tres de la tarde, a distancia de cuatro leguas, demorando al O. 5 grados N., y manteniendose todo este tiempo fuzilando por el SO. y OSO. Al ponerse el sol de este día estábamos cerca de tierra, como 1 � leguas, y assi que anochesio procuramos, por me-[f. 7]dio de los bordos no separarnos mucho de ella, así que amanecio la teníamos por la proa a distancia de 6 a 7 minutos y navegamos en buelta de ella hasta estar como a una legua y a este tiempo arrivamos al O., costeando toda la parte del S., que es lo que vimos y largamos las insignias. Esta Ysla según lo común de todos parece no haverse visto en el viaje que hizo la Fragata el año de 72 y se halla según la Latitud observada y la distancia navegada hasta las cinco de la tarde, por los 17 grados 25 minutos y por 242 gradoss 47 minutos (170); según por las partes que la hemos visto, es muy rasa y esta poblada de árboles, y segun yo vie desde el tope, comenzando por la punta mas N. al tercio de la Ysla tiene una abra, que me parece boca, desde esta para la punta mas S. corre el arrecife a manera de una pared como de media vara de alto, por el qual suele entrar algun agua a la laguna por la mucha fuerza con que rompe, a la mediania, y tercio de éste tiene algunos árboles, despues de este arrecife para llegar a la tierra firme hay una laguna la que me parece tendrá su milla y media por lo mas ancho, y coje de punta a punta. La mas S. muy poblada de [f. 7v] árboles, pues parece un bosque muy grande segun están los árboles, los que creo son palmas, pero no todos por que distinguí otros [120] bajos y muy coposos con muchas ramas en esta punta. Se vieron venir para la orilla cinco Yridios corpulentos y su color más que de mulatos, y traían unos palos largos. La mas N. no es tan frondosa como la mas S., las dos que forman la boca tiene cada una un montesito de arboles muy unidos, y son muy coposos, y bajos en extremo; toda la tierra que se ha visto esta rodeada de arrecife, en el que suele reventar el mar con mucha fuerza, y de contínuo, en las dos puntas, segun vimos antes del arrecife como a una milla de distancia vie reventar el mar, lo que me parece serán algunas piedras.
El 31 de Octubre, a las 11 de la mañana se avistó tierra por la proa, la que disen ser San Simon y Judas (171) y demoraba al O. distancia de 6 � a 7 leguas. Nota. Una de las señales que se deven observar en estas immediaciones, para saber poco mas o menos si se esta cerca de tierra, es tener cuidado quando se vean algunos pájaros blancos con la cabeza negra, por que se ha verificado en los dos viajes no [f. 8] se apartan de tierra, y lo mas creo son 20 leguas, esta Ysla es como la antecedente. Arrivamos al SO. � O. a passar por la parte del S., a las tres nos pusimos en derrota hallándonos con la medianía de ella NS., a distancia de 2 minutos, y vie desde el tope dos canoas en la laguna, que salieron de la parte del N. y se encaminaban muy de prisa para nosotros, y luego que llegaron a la costa se desembarcaron y vinieron al arrecife con otros que andaban en el, los que llegarían a ocho o diez, y traían unos palos largos, su color y cuerpos son como los antecedentes; a las 11 � del siguiente dia se vio tierra por la proa a larga distancia. A las 12 se distinguió ser dos Yslas, la una por barlovento mas dilatada y poblada de arboles que la otra de sotavento. A la 1 � demoraba la medianía de aquella al SSO. de la aguja, distancia de 4 leguas y esta al ONO., distancia de 5 leguas. A las dos arribamos en buelta de la de sotavento por no parecerle al Señor Comandante mayor y estar más próxima a nuestra derrota, y versele un mogote grande, el que pareció al principio cerro. A las cinco estábamos de ella como 3 � millas y le costeamos la parte del E. hasta [f. 8v] rebasar la punta mas N. A las 6 �estando a distancia de 4 a 5 leguas de ella nos demoraba al SE. 5 E. y nos pusimos en derrota la buelta del OSO., hasta las siete de la noche, que nos pusimos a la capa como acostumbramos todas las noches. Estas dos Yslas segun se ha visto no han sido descubiertas por la Fragata Aguila el año de 72, mas por el Francés si, como demuestra su derrotero. La de barlovento no demostró mas figura que la que se halla en su plano, por ir como he dicho a reconocer la de sotavento, y la punta mas S. se distinguió muy claro ser árboles, pero las demás lomas que haze no pude distinguir que cosa fuesse, excepto los que se hallan repartidos por ella, que se distinguieron eran palmas, por lo alto de ellos, por entre esta y la de sotavento segun disen los que se hallan a bordo que vinieron el viaje anterior, pasaron por entre las dos, mas seria de noche, respecto que no las vieron quando la canal es tan corta, y si es cierto, se puede atribuir a una muy grande felicidad. La de sotavento es un arrecife muy grande el que por unas partes vela y por otras no, pero por donde vela-[f. 9]ba tenía algunas ramas las que no se pudieron distinguir si eran producidas del agua salada o tenían alguna tierra, y lo mismo era la punta del N., pero estaba mucho mas poblada; el que al principio pareció cerro, se reconoció ser un conjunto de árboles, los que no se pudieron distinguir si eran [122] muy grandes y coposos, en la mas S., segun vie desde el tope, tiene una boca no muy grande, en la que no vie reventar el agua, toda ella es por dentro del arrecife una laguna de un color muy verde diferente de las demas y en muchas partes, de ella, vie varios montones negros los que no se pudieron distinguir que cosa fuese y no sobresalian mucho del agua.
A esta se le puso el nombre del Milagro (172), y por sus naturales aunque no tiene ninguno, Tupuae, y se halla en la Latitud de 17 grados 24 minutos y por 238 grados 38 minutos de Longitud de Thenerife. A aquella el de San Juan, y por sus naturales Erua (173), y la encontré por 17 grados 38 minutos y en la Longitud de 238 grados 40 minutos. La de San Simón, se llama Atupataitota (174) y la [f. 9v] hallé por 17 grados 27 minutos y por 239 grados 59 minutos. Los nombres de estas yslas y los de las que siguen son dados por un Yndio que hemos traido a Lima, práctico de todas estas Yslas, y dise las ha andado todas con sus canoas, mas no ha llegado a la de San Narciso (175), esto es, todas las que hemos visto al E. de Otajiti, y tambien dise hay muchas mas, pues llegan a 18 las que él ha registrado; el saber esto es una casualidad, y es que estando nuestro primer Piloto haziendo un plano de ellas en punto muy grande, lo vió este Yndio (por que quando subían a la Fragata no les quedaba nada que no registrasen) y preguntó que era aquello, a lo que se le respondió en su Ydioma lo que significava, no fue menester mas, sino luego se sentó y dijo lo que he dicho arriva que el las ha visto todas, y registrandolas con cuidado conoció por sus bocas arrecifes quasi todas, para esto fue necesario explicarle en su Ydioma los cuatro vientos cardinales, y juntamente comenzó a decir los dias que se echaban de una a otra con vientos favorables, por lo que haviendose echo cargo nuestro Piloto de esto, le preguntó por las demas y los dias que se echaban, y iba situando, aunque esto no lo tomó por [f. 10] cierto, sino por curiosidad, también dijo en las que se hallaban perlas en sus lagunas por que todas tienen estas, y en cuatro o cinco dellas se hallan aquellas con abundancia; deseando saber nuestro Piloto si la Ysla que se descubrió el año de 72 que se nombra Todos los Santos, se llama Matea, que es en la Ysla que se les ha oido a todos los Yndios es en donde hay abundancia de perlas, y que ban de Otajiti a cambiarlas por mantas, por no tener ellos, y ser la ropa con que se tapan sus carnes, dio a entender que no, y que essa se llamaba Tapujoe (176), en la que se hallaban muchas perlas por ser muy grande su laguna, mas no era con tanta abundancia como en Matea, esto verificamos ser cierto por el número tan grande de conchas que traian sus naturales colgadas del cuello quando el bote fue a reconocer dicha Ysla, pues cada uno traía una sarta de siete, y se verificó el que las [123] huviese no que fuessen con mas abundancia que en la dicha, haviendo salido de la duda le preguntó en donde estaba essa Ysla, y dijo que dos dias de Otajiti y señaló demoraba como al SE.; esta creo vio el Paquebote, [f. 10v] aunque no muy clara, segun dise su Capitán (177). Todas estas yslas estan pobladas, menos el Milagro (178), hay algunas en las que sus naturales son bravos. Son circundadas de arrecifes y sus naturales en las mas se mantienen con solo pescado. Solo en Todos Santos, que tienen muchos perros, y se los comen, estos creere sean de Quirós, quando passó por aquí, pues en su derrotero dise, salió en tierra en una de estas Yslas y puso una Cruz (179), esta encontraron los nuestros quando fueron a registrarla, y estaba muy maltratada, y algo ladeada. Esto será por la crueldad de los tiempos, son muy razas y fertiles, por la abundancia de árboles en todas, quasi hay palmas, mas plátanos no, pues se hallan en pocas. El 2 de Noviembre, a las ocho de la mañana se vió tierra por la proa, y se reconoció ser la Ysla de San Quintín, descubierta el viaje anterior, y la hallé por 17 grados 25 minutos y por 238 grados de Longitud, meridiano de Thenerife. se llama Eruoa (180), tiene laguna, habitantes, muy poblada de palmas, plátanos, y otros varios árboles, es rodeada de arrecife. Se levantan o for-[f. 11]man de rato en rato chuvascos, como se ha experimentado en los dos viajes, y hay por la fantasia 8 grados de variacion NE., y lo mismo sucede en las demás. Este mismo dia descubrió el Paquebote una Ysla a quien le puso las Animas (181), y por sus naturales Noaroae. Esta la encontraron segun su punto por 17 grados 48 minutos S. y por 240 grados 30 minutos y según la diferencia que tuve al recalo de Otajiti con el segundo Piloto de dicha embarcación, devo hallarla por la misma Latitud y por 241 grados 20 minutos, meridiano de Thenerife; es en todo semejante a las demas. El 3 de dicho, a las diez del día se vio tierra, la que demoraba al SO., a larga distancia, a las doce se reconoció ser la Ysla de Todos Santos, alias Tapujoe, y se arrivó sobre ella costeándola a ver si se hallaba en ella el Paquebote. Al anochecer estabamos de la punta del NO. como 3 � a 4 leguas. En la noche nos hemos mantenido sobre los bordos por no perderla y el viento ha estado escaso y floxo. Al amanecer estabamos de ella como 5 a 6 leguas y seguimos en su demanda. A las siete rendimos el botalón de estribor del ala de velacho, A las nueve se vieron en tierra algunos Yndios, seguimos como el día antes, y al anocheser apenas se [f. 11v] veia. Al amanecer del día 5 no se vió hasta las diez y media, que haviendo aclarado el tiempo un poco se vió por nuestro sotavento, por lo que arrivamos sobre ella. A las once y ocho minutos estabamos NS., con la punta del NE. a distancia de 3 leguas. A las seis y cuarto del 6 por la mañana se vió en tierra una candelada muy grande por la punta del NO. A las nueve se arrió toda vela hasta quedarnos con solo las gavias y estas encontradas. A las nueve y cuarto se echó el bote al agua y largamos la vandera. A las nueve y media se largó para tierra el Theniente de navío Don Thomas Gayangos, un Pilotín, un Sargento, cuatro soldados, [124] el buzo, Pautu, y la tripulación del bote todos armados. A las nueve tres cuartos mareamos las gavias y trinquete para mantenernos sobre los bordos, porque el viento era mucho y a la capa nos echaba sobre la costa. A las doce y media viendo que el bote venía nos quedamos atravesados, y assi nos mantuvimos hasta las dos, que viendo havia dado fondo el bote en una ensenadita pequeña mareamos. A las dos y media se largó el bote de tierra y arrivó sobre nosotros, por lo que nos atravesamos. A las tres llegó a nuestro bordo sin novedad y se metió dentro. [f. 12] Al principio de la noche se han visto varios relámpagos por el 1.� y 4.� cuadrante. A las seis y media de la mañana del siguiente día se nos cayó un hombre al agua, al que immediatamente se le echó la guindola (182), mas él se hació de un cabo que por casualidad estaba al costado. Relación de lo que acaeció en el viaje que hizo el bote a tierra: A las nueve y media de la mañana del 6 de Noviembre se largó el bote de abordo para la punta del NO. de la Ysla de Todos Santos, que era en donde nos hallabamos, con el Theniente de navío Don Thomas Gallangos, y los que arriva llevo dicho, con el fin de registrar dicha parte, a ver si se le encontraba algun puerto, y tratar sus naturales que desian ser bravos, yendo solo con las velas por ser el viento muy fresco por el ENE. A las diez llegó a tierra y comenzó a costearla por no encontrar puerto, ni aun para el, a este tiempo se hallaban en la playa una multitud de Yndios todos armados, unos con arcos y flechas, otros con macanas, otros con hondas, y otros con lanzas, viendo estos que el bote seguía por la costa comenzaron ellos a correr a la par del bote a distancia de la playa como media [f. 12v] milla encontraron una Santa Cruz, que esta estaba algo inclinada. La laguna que se halla en este paraje tiene dos Yslotes muy poblados de palmas, y en el uso muchas casas. Siguiendo hasta la punta del NO. hallaron otro islote en dicha punta, y viendo no encontraban puerto se bolvieron por el mismo camino que habian llevado, no siendo seguidos de los primeros Yndios, los que por estar cansados se sentaban en la playa, pero de trecho en trecho salían mas que los que se quedaban, y estos y los otros traian por la playa una algazara muy grande con varios ademanes, como amenazando, también los que traian hondas tiraban piedras hasta dar en los remos, y assi siguieron hasta que los nuestros vieron una ensenadita pequeña, la que pareció ser buena para dar fondo. Llegaron a ella y hallaron ser su fondo de piedra mucara con tres brazas de agua, llegaron mas a tierra y dieron fondo en una y media braza, el mismo, mas no se pudo atracar a tierra por la reventazón tan grande. A este tiempo le dijo el Señor Don Thomas a el Yndio Pautu se desnudase y echase al agua para ir a tierra a hablar con los Yndios y ver si querian venir al bote, él lo rehusó por que temió a los [f. 13] Yndios, mas viendo que el buso y otro marinero se havian echado y havian dado un cabo a las piedras que se hallaban en la orilla, mas de vergüenza que de voluntad se echó y fue para tierra, y en este tiempo comenzaron todos los Yndios a halar por el cabo, de forma que se llevaban el bote en tierra, viendo esto los dos que lo amarraron se fueron para largar el dicho cabo, uno de los Yndios amagó con una lanza a el marinero, mas otro Yndio le reprehendió. [125] Comenzó Pautu a hablar en su Ydioma, mas no se les entendió nada, segun dise el, mi sentir es que Pautu no se acordaba de nada de su Ydioma, como se verificó en Maitu, por que apenas sabía explicarse con los Yndios de este quando vinieron abordo. En fin como pudieron hizieron que llegasen algunos al bote, a los que cambiaron por cuchillos varias conchas de nácar muy bien compuestas, algunos taparrabos de petate, un arco y otras frioleras que trahian, con algunos arcos. Todo lo que estos naturales recivian lo entregaban en la playa a una que parecia mujer, algo anciana, tambien la entendio una palabra que tenian muy comun [f. 13 v] quando les hablaba Pautu de Otajiti, que era Manajune (183), esto no se entendió hasta que no llegamos a Otajiti, que supimos era segundo nombre del Eri Otu Manajune. A las dos comenzaron a levarse, a cuyo tiempo ya estaban todos los Yndios que se hallaban en la playa alrededor del bote cambiando sus cosas y demostrando una alegría muy grande. A las tres llegó abordo sin novedad, si solo el que hallaron ser mansos dichos naturales. Esta Ysla esta muy poblada de palmas y otros árboles que no se pudieron distinguir, también es circundada de un arrecife muy grande de tierra que forma varias lagunas. Encontré esta por Latitud S. de 17 grados 25 minutos y por 236 grados 6 minutos de Longitud, meridiano de Thenerife. Desde el 25 de Octubre comenzó la tripulación a hazer el manejo del arma todas las tardes, y de la misma conformidad siguió hasta Otajiti. En la noche del 7 tuvimos varios chuvascos con viento duro, el que nos hizo quedar a la capa con trinquete y mesanas, y al amanecer no se vió la Ysla de Todos Santos, y se forzó de vela para un aver [f. 14] si se descubría. A las once se vió tierra desde el tope, la que demoraba por el segundo quadrante, y a las doce no se vió por estar cerrado el orizonte. A la una se formaron varios chuvascos, los que defogaron con mucha agua, truenos y relámpagos, y se armó la bomba de incendio por lo que pudiese sobrevenir. A las cinco y media de la mañana del 9, se vió tierra la que demoraba al N. 1 � NE. con muchísima reventazón, a las siete se demoraba al NNO. y siempre seguimos en su demanda para reconocerla si era Todos Santos, por que parecia que no era por la mucha reventazon. A las doce del día estabamos de ella como tres o cuatro leguas y se reconoció ser otra Ysla, la que se nombra San Blas, alias Arutua (184), este nombre lo supimos por los Yndios de Maitu, que nos preguntaron si la haviamos visto, no se les pudo dar razón, mas ellos dieron a entender con varias demostraciones que es en donde revienta con muchísima fuerza el mar. Esta Ysla es nuevamente descubierta y se halla al NE. de Todos Santos por la Latitud S. de 16 grados 56 minutos y por 237 grados 41 minutos de Longitud, meridiano de Thenerife, y tiene de variación observada 9 grados 10 minutos. A las cinco de la tarde de este mismo día governamos al SO. para ver si [f 14v] se podía descubrir la Ysla de Todos Santos, la que a las once de la mañana del siguiente día se vio y reconoció ser ella, en la que nos mantuvimos a su vista por medio de los bordos hasta el día 12, que a las nueve y media de la mañana hizo el Señor Comandante junta de guerra con todos sus oficiales, afin de seguir nuestra derrota [126] y dejar dicha Ysla, respecto que ya se havía cumplido el plazo que havia dado al capitan del Júpiter para el rendibú en caso que se separasen. Todos fueron del mismo parecer, y a las diez se governó al SO. con toda fuerza de vela. A las nueves de la mañana, del día 13 del mismo mes de Noviembre se vio tierra al O. � SO. a larga distancia. A las diez se reconoció ser San Christoval y a las once se largaron las insignias. Por la obsservacion del medio dia que fue a mi satisfaccion, halle esta Ysla por la Latitud S. 17 grados 53 minutos y por 234 grados 25 minutos de Longitud, meridiano de Thenerife. Los naturales de esta son muy domesticos, de una estatura regular, y de color de mulatos los mas, aunque hay algunos blancos, y de buena cara, pero todos son natos, muy codiciosos y desconfiados. [f. 15] Ésta está toda poblada de arboles, como son cocos, platanos eurus (185) y otros varios muy coposos que creo son de donde hazen sus canoas. No está circundada de arrecife como las demás, pero no puede atracar en tierra por que sus orillas son de piedra mucara, y tendrá como una braza de agua, y de tiempo en tiempo revienta con mucha fuerza, de cada una de las puntas del NO. y SO. sale una restinga de piedra de mayor a menor, y en la del SE. se halla un Yslotillo quasi pegado a la tierra. No es governada por Eri (186) como otras, sino por un Capitan, el que segun disen está sujeto al Eri de la Ysla de Otajiti, llamado Vejiatua. Al medio dia, de este dia, quedamos costeandola y a distancia como de dos millas de ella, y viendo en este tiempo venian dos canoas nos atravesamos cargando el trinquete para dar lugar a que llegasen. A la una y media llegaron abordo y la una de ellas se puso por la popa, y comenzaron a llamar por la voz de tayo (187), que en su Ydioma quiere decir amigo, y luego que Pautu los vió les dijo que el era, lo que les causó admiración y bolviendo a preguntar uno que venia [f. 15v] en la canoa muy anciano, si el era tayo Pautu, y para verificar la verdad les habló en su Ydioma algunas cosas y luego al instante, lo conosieron todos, por lo que mostraron una alegria muy grande con varios ademanes y escaramuzas que ellos acostumbran, assí que le preguntaron como le havia ido todo el tiempo que faltaba de su tierra. Llamaron por los otros tres, y en particular por el muchachito llamado Manuel, y les dijo se havian muerto, lo que sintieron mucho, y que Manuel estaba malo, mas luego que lo vieron por la cámara, que es donde estaba por estar muy endeble, lo conocieron, y un muchacho que venía en la canoa traía un pescado todo encarnado, y se lo tiró, más fue en vano por que se cayó al agua, pero antes que el pescado cayese estabas el Yndiesito en el agua, lo cojió y subió con el a la Fragata, de alli a poco subió otro Yndio de la misma canoa, quedandose en ella el viejo. La demostración de amistad que reconocí en estos naturales fue, que en lugar de darse la mano y abrazarse se las ponían sobre los hombros, y unian nariz con nariz, y assi se verificó en los demas; entremu-[f. 16]chas cosas que se le preguntaron fue una, que por que no venía su cacique o capitán, y dijeron que no lo sabría y entonces mandó el nuestro que fuessen por el. A estos naturales les puso el Señor Comandante una moneda de medio real, echa a manera de sarcillo, que [128] traía de cuenta de la Real Hacienda para este efecto, despues que yo les havía puesto a cada uno unas cuentas de vidrio azules ensartadas en un alambre, y esto fue por que estando junto a ellos todos nosotros comenzó uno a pedir Rè (188), que quiere decir sarcillos, pues todos gastan agujeros en las orejas. En este intermedio llegaron varias canoas con cuatro Yndios las mas, pocas con cinco, y unas muy pequeñitas con dos, las que trajeron muchos cocos, pero ninguno duro, sino todos de agua, y algunos que estaban pintones. La comida la tenían muy tierna, pues se sacaba con cuchara, estos los cambiaban por cuchillos. A las tres y cuarto fueron los Yndios por su Capitán y yerva para el ganado, pues la hay con mucha abundancia, después que nuestros dos Yndios les havian regalado algunos cuchillos y anzuelos (esto es a los primeros que llegaron), fue tan obediente el dicho Capitán que a las cuatro y media estaba abordo, el que amarro su canoa al costado y subió abordo, mas de allí a poco [f. 16v] nos dió un chuvasco tan grande que fue presiso darle andar a la Fragata, y con la salida que llevaba rompió el cabo y sosobró dicha canoa, aunque no fue ella sola, porque sucedió lo mismo con las otras dos que venían por la popa, pero no se fueron a pique, porque la ligereza de ellos era mucha y consiguieron achicarlas. Estas canoas son muy angostas y pequeñas, y por una banda les salen dos varas largas, y de extremo a extremo les atraviesa un palo más grueso que las varas, y esto es causa de que cada instante no sosobren. A las cinco se fue el Capitán, a quien regaló el nuestro una moneda de a real echa sarcillo como llevo dicho y que aquella cara que veía era de nuestro Eri y suyo, el que se rió, haziendole presente tambien era muy grande y que tenía muchas tierras y preguntó si estaba cerca y se le dijo el tiempo que se echaba. A las cinco y media llegaron dos canoas más grandes que las demas, y en una de ellas venía un paisano de Thomas Pautu, llamado Egipatea (189), y le regaló un zerdo pequeñito, el que recompensó a la dadiva con un cuchillo y dos anzuelos, al mismo tiempo llegó un hermano de la madre de Manuel y le [f. 17] traxo dos cochinitos igual al pasado con dos mantas pequeñas coloradas, el le regaló dos anzuelos, un cuchillo y un pañuelo, azia el que apreció mucho. A las seis, haviendose arriado la vandera e insignia, venía una canoa con yerva, y luego que vieron esta acción de arriar, tiraron la yerva al agua y se fueron, no se si sería causa de estar algo lejos o de haver visto lo dicho. Desde la una y media hasta las seis hemos virado varias vezes para dar lugar a que llegasen las canoas.
Los naturales de esta Ysla no tienen en su cuerpo mas que el taparrabo, que es de un lienzo de corteza de arbol y algunos traen liado en la cabeza un pedazo de lo mismo, y solo el hermano del capitán traía un ponchito de petate muy fino, este petate es una esterita de palma muy fina. En el intermedio que estubimos tratando con estos naturales, reparó el Señor Comandante que uno de ellos hacia algunas acciones desonestas, segun reconocieron en el viaje anterior; por lo que mandó el dicho Señor a Don Thomas Gayangos que llamase a todos los individuos que estabamos abordo sobre el alcázar y nos hizo saber en nombre del [f. 17v] Rey mi señor (que Dios guarde), que tratase de cosas desonestas con dichos naturales, los maltratase, quitase alguna cosa, y le cambiase, no devolviendole lo suficiente en cambio, sería castigado con aquel rigor que segun el delito mereciese. Al amanecer del 14 estabamos de la Ysla como cuatro leguas, y viendo el Señor [129] Comandante era necesario dos o tres días para llegar a ella, por ser el viento por la proa, mandó arrivar y seguir la derrota para Otajiti. Se ve este Yslote o cerro estando claro a distancia de doce a trece leguas. El 14 por la tarde a las tres se vió tierra y fue Otajiti, a distancia de seis leguas, y ceñimos el viento para reconocer la punta del SE. El 15 por la mañana se echó un vando con toda la formalidad necesaria para que todos los individuos de la Fragata tengan buen trato con los naturales de esta tierra, y privando del todo la amistad con las mujeres, so pena de un cañón. A las ocho se vio una vela sobre la tierra, y no se pudo reconocer que vela fuese, la que nos puso con cuidado por havernos dicho los de Maitu que el Ynglés [f. 18] se hallaba fondeado en Matabay. A las nueve se reconoció ser un Paquebote la vela avistada. Hizimos fuerza de vela, largamos las insignias y luego que estabamos mas cerca se le hizieron las señales de reconocimiento, en los sitios que manda la instrucción, arriando las insignias con un cañonazo, a lo que correspondió con su vandera española a popa y largamos la nuestra, haviendo conocido ser nuestra conserva y nos atravesamos echando el bote al agua. A las once se largó el Theniente de Fragata Don Raymundo Bonacorsi, el segundo piloto, un sargento, el intérprete, Pautu, el buzo y la tripulación del bote, todos armados.
[130] Orden que llevó Don Raymundo Bonacorsy. Luego que este salga de abordo con su bote armado y uno de los pilotos hará su derrota para el puerto de Tayarabu (190) a reconocer si está en el Paquebote Júpiter o si ha llegado a otro puerto de esta Ysla, después de hecha esta diligencia para poder entrar con seguridad sondando por fuera y dentro con bastante prolixidad y juntamente se reconocerá si el paraje es bueno para [f. 18v] que los Padres puedan subsistir en su casa teniendo presente tengan el agua en sus inmediaciones. Despues de hecho este reconocimiento navegará siempre por dentro del arrecife, hará la misma diligencia en las Yslas del Rosario (191), como también en el Puerto de San Dámaso (192), en la inteligencia que puede obrar conforme los tiempos que encontrare y ver hasta la ensenada que sigue para el NO. del dicho Puerto de San Dámaso. A las cinco de la tarde de este día se llamó al Capitán del Paquebote viniese abordo, de orden del Señor Comandante, el que immediatamente vino, y luego que acabó de consultar con el dicho Comandante subió sobre el alcázar y dijo havía ocho días llegó a esta Ysla, y que quando fue a tierra lo recivió con mucho cariño el Eri Titorea, Governador del Puerto de Santa María Magdalena, alias Tayarabu.. A las seis y media se fue a su bordo, y seguimos la noche con bordos, unos para tierra y otros para la mar. El 16 llegó una canoa con seis Yndios de los [f. 19] que se quedaron abordo dos, y durmieron esa noche. El 17 llegó otra canoa con varias frioleras de la Ysla para cambiar, y la mujer del Capitán Ytari (193), de quien es la casa en donde estubo la maestranza el viaje de 72. A las cuatro y media de este dia llegaron dos canoas apareadas y en una de ellas venía el Eri Titorea con su familia, y el padre del Yndio Manuel, los que traían varias cosas de las que da el país. Subió el Eri con su mujer y fueron bien recividos del Señor Comandante y demás oficiales y ellos demostraron un grande afecto y cariño, de allí a poco subieron todos los Yndios y entre ellos el padre de Manuel, mas luego que este vió a su hijo, fue causa de admiración, pues uno y otro no pudieron hablarse porque comenzaron a llorar de gozo, y así cada uno puede considerar lo que pasaría entre los dos. A las cinco y media se fue una de las canoas a tierra y el dicho Eri le dijo al nuestro que quería quedarse abordo aquella noche y, entonces, mandó echasen arriva las canoas, las que sirvieron de mucha incomodidad para la manio-[f. 19v]bra, pues llegaban del palo mayor al trinquete. En la noche no hemos tenido novedad alguna. A las tres y media de la tarde del siguiente día se fueron a tierra. El 19 a las dos y media de la tarde nos atravesamos para esperar al bote, que venía en nuestra demanda con vandera larga. A las tres llegó sin novedad con todos los individuos que salieron de abordo, y mas cuatro Eries y dos Yndios, los quales son Otu y Vejiatua (194), Señores de esta Ysla y de otras muchas adyacentes a [131] esta; Ginoy (195), hermano de Otu, dueño de uno de los partidos llamado Otiarey (196), de los dominios de su hermano Titorea, padrasto de Vejiatua y Señor del Puerto de Santa María Magdalena (alias) Tayarabu, de los dominios de Vejiatua; Taruri (197) embajador de Otu y Trajo (198) hermano del Yndio Manolito. Estos Eries fueron bien recividos del Señor Comandante, al que todos ofrecieron sus mantas, demostrando mucha alegría y en particular el Eri Otu que le abrazaba mucho y le daba el nombre de Eri. También le regaló la manta y petate que traía ceñida a la cintura, las que con otras que dió su embajador lo embolvió todo, entre ellos parece que esta es señal de grande amistad. Creeré que sea así porque lo hazen con todos aquellos a quienes [f. 20] llaman tayo, may, tay (199), que significa en nuestro idioma amigo muy amado, y esto lo dise el Yndio Manolito. Estos Eries en los dias que estuvieron no comieron mas que gallinas y zerdo, por decir Pautu no comian otra cosa de las nuestras. Ellos traían su repuesto y se componía de muchos cocos secos, plátanos machacados con ñame y euru, y unos canastos de pescado muy pequeñito, asado y embuelto en unas ojas de platanos. También les gustó el pan nuestro y toda la comida se les daba azada porque asi lo dijo Pautu, añadiendo que no comian de otra manera toda cosa caliente. La tarde que llegaron se les compusieron unas gallinas y se puso un caballero oficial a trinchar y irles repartiendo, lo que tomaban quando les daba, mas Otu no, pues el Yndio Pautu se lo daba en la mano, tambien sucedió que el dicho oficial quiso darle con su propia mano, pero no lo recivió, sí mandó a Pautu lo tomase y entonces lo recivió. Creo que esto es una distinción de las que tienen para demostrar su grandeza. En las ocasiones que se ofreció virar de noche se reconoció ser este Eri muy pusilánime, porque lo [f. 20v] mismo era oir el cañonazo que se tiraba para la señal de virar, que se asustaba en extremo y era necesario avisarle antes, porque quedaba mas de un quarto de hora como tonto. Se le preguntó que qual era la causa de esto, y respondió Ginoy, su hermano, que como el Ynglés le mató tanta gente le cojió ese miedo. A este se le hizo presente si havia algún navío Ynglés en la Ysla, como nos dijeron en Maitu, y respondió que havia como mes y dias que se havia ido y que era mas grande que nuestra Fragata, haviendole oido decir esto se procuró el indagar mas, y haviendole preguntado havia mucho tiempo venian esa embarcasion, se le comprehendio que el año de 69 fue la primera vez que llegaron dos Fragatas, las que fueron a fondear al partido que llaman de Matabay (200), que es la [132] punta mas N. que se halla en Otajiti; por varias demostraciones que hizo conocimos que hizieron algunas observaciones astronómicas, y que estas hizieron de noche sobre un zerro, no muy alto, también dieron buelta a la Ysla con una de las embarcaciones pequeñas, hizieron agua y leña, y por cada árbol que cortaban les daban un hacha, y que una [f. 21] de estas embarcaciones varó en donde el Águila, la que carenó y al cabo de treinta y cinco días navegaron al E., y que no los bolvieron a ver mas hasta el año de 74, que llegó una embarcación y dio fondo en el Puerto de Ojatutira (201), y que estos tuvieron algunas diferencias con Vejiatua, Eri de ese partido, y no estuvieron mas que cinco días, de donde se levaron y fueron a fondear a Matabay en donde armaron una barraca en tierra, metiendo en ella toda la pipería y velamen para recorrerlo. Estando en este trabajo los Yngleses hazian algun daño a estos naturales, y el mayor era quitarles sus mujeres, y cooperar con ellas por fuerza, por lo que estos naturales intentaron robarles la barraca y para ello se juntaron una multitud muy grande y una noche les dieron el asalto, mas fueron sentidos y recivieron un daño muy grande porque los de la barraca hizieron fuego y desde abordo hizieron lo mismo con metralla, haviendo visto luego que de día el daño que havian echo y que los Yndios se havian retirado, temerosos no se juntasen todos los de la Ysla que llegarán de doce a trece mil hombres [f. 21v] según lo que he visto, en las ocasiones que he salido en el bote, determinaron irse recogiendo en dos días lo que tenían en la playa. Se lebaron y siguieron en buelta del O. hasta llegar a Orayatea (202), y dieron fondo en un puerto, que llaman Guamanino (203), en el que estubieron quince días, y haviendo levado llegaron a la Ysla Tuajine (204), llevando consigo a un Yndio llamado Jitijiti (205), que dise el dicho Ginoy le dijo dio fondo en la dicha Tuajine en uno de los dos puertos que tiene a la parte del O., en el que estuvieron poco tiempo. Después se hizieron a la vela y navegaron cuarenta días al O., y encontraron una Ysla llamada Guaitajo (206), muy grande, pues segun señala tiene otro tanto mas grande que Otajiti, en la que dieron fondo y tuvieron buen trato con los Yndios, a los que compraron varias plumas que tienen de unos colores muy estraños (207), y estubieron como veinte días, se levaron y vinieron a la Ysla de Orayatea, y dieron fondo en el dicho puerto de [133] Guamanino, dejando en tierra al Yndio que llevaron consigo, después de haverle regalado una escopeta, un barril de pólvora, sable, hacha y otras [f. 22] cosas, y de allí a los doce o trece días se levó y fue a fondear al Puerto de Matabay, en el que vendió sus plumas muy bien por los efectos que ofrece el país, y por agua y leña, aunque compró algunos árboles por hachas, y que al cabo de un mes se lebaron y tiraron la buelta del E. También dijo haver estado otra Fragata Francesa (208), el tiempo que estubo no se le pudo comprehender. Si estuvo fondeada en el Puerto que llaman Ojitia (209), del Eri Oreti (210), y es tan malo el fondo que en el tiempo que estubieron perdieron dos anclas, y que la una la sacaron los naturales y está en Orayatea, esto es todo lo que nos ha hecho presente el Eri Ginoy, o lo que se ha comprehendido, no se si será verdad. El es un joven muy serio, su edad será de diecisiete a dieciocho años, una estatura regular, bien plantado, muy fornido, y su color algo moreno, no se si será por el sol que estan reciviendo continuamente, y tiene un lunar muy negro en el carrillo derecho y otro sobre el labio, no muy grandes. [f. 22v] Los Yndios de la Ysla Guaitajo (211) son en un todo semejantes a los de Otajiti. Diario de lo executado y visto por los que fueron en el bote al reconocimiento de alguna ensenada o puerto en la Ysla Otajiti, arreglado a las ordenes que dió el Comandante de la Fragata Don Domingo de Boenechea al Theniente de Fragata Don Raymundo Bonacorsy (212). El 15 de Noviembre de 1774, a las once del día salimos con víveres para cuatro días y armamento correspondiente a la tripulación, governamos el Paquebote que estaba inmediato a tierra, al que luego que llegamos le dijimos que con la mayor viveza metiese su lancha dentro y luego que llegara su bote de tierra hiziera lo mismo para incorporarse a la Fragata. Seguimos con mayor y trinquete en buelta del O. con viento por el E.NE. fresco al puerto del Águila (213), en el partido de Tayarabu, a donde llegamos a las doce del día; por dentro del arrecife seguimos asi al N. hasta la ensenada en donde tiene su casa y parientes Thomas Pautu. Muchas fueron las canoas que se nos rodearon al bote con grande algazara al ver su paisano Pautu. Frente su [f. 23] casa desembarcamos y fue recivido con mucha ternura y alegría, llorando de gusto todos sus parientes y amigos, besándole y [134] abrazándose de sus piernas, en grande rato no le dejaron dar un paso, ni le permitieron con el llanto hablar, pasado este primer ímpetu natural se consolaron y comenzó a contarles lo que escuchaban con mucha admiración, y silenció hasta la una que todos nos embarcamos para seguir la comisión. Nos agasajaron con cocos y plátanos y acompañados de un gran número de canoas, y por la playa de una turba de Yndios, seguimos la costa por dentro del arrecife acompañados del cuñado de Pautu, hasta el partido de Ojatutira, a medio camino nos salió al encuentro Titorea y su mujer, luego el Eri Otu y Vejiatua, a todos recimos en el bote, reparamos que Thomas Pautu luego que vió a su Eri Vejiatua se quitó el sombrero y no se lo volvió a ver poner más en su presencia. Todos los Yndios a larga distancia se bajavan los ponchos y mantas de los hombros ciñéndoselo a la cintura, ceremonia que gastan hombres y mujeres al ver al Eri Otu y Vejiatua, caciques principales de la Ysla. Hallamos una ense-[f. 23v]nada que forma el remate de los arrecifes en una hermosa quebrada cuya boca corre NS., y el arrecife del N. con la punta del Puerto de la Virgen (214) E.O. Se desembarcaron los casiques y luego que pasó un fuerte aguasero con poco viento del E.NE. empezamos a sondar, cruzando de una parte y otra, afuera de los arrecifes frente la boca, no hallamos fondo con mas de cincuenta brazas y para dentro del codillo o remate del arrecife del S. hallamos desde 36, 32, 17 y 11 hasta 3 � brazas fondo arena negra. El frontón o frente la boca es llano, en su cumbre se hallan palmas y otros arboles derechos sin que se conoscan azotados del viento, a su pie corre un río, y tiene un grande quebrada con tres cerros, uno chico delante y dos iguales mas altos por detrás, el de la derecha como Pan de Azucar, y el de la izquierda con tres picachos. Esta ensenada esta descubierta desde N.NO. hasta el NE., pero dentro no hay mar, solo frente al frontón, y la playa del frente es alta y algo escarpada, toda la arena negra. Junto los ranchos que estan en gran porción a la izquierda de la entrada es una hermosa llanura, toda cubierta de arboleda. Hay otro rio, y [f. 24] en este vive el Eri Vejiatua, y con este está al presente el Eri Otu con toda su familia como de paseo. Nos dijeron que en esta ensenada estubo dado fondo una embarcación como un mes y que hay otro que se fue el navío llaman Farure (215), y el Capitán Notute. Después de haver sondado y reconocido esta ensenada, a las seis de la tarde dimos fondo al reson en cuatro brazas arena E. � SE. y O. � NO., con las casas y punta del arrecife distancia de uno un cuarto de cable de tierra, demorando la punta del N. de la Ysla a la vista, al NO. � N. luego volvieron los dos caciques principales y Titorea con otros muchos al bote, y Vejiatua traxo una canoa con platanos, cocos, un cochino y pescado. Le recivimos este y algunos cocos por no cargar el bote, dándole del todo las gracias y algunas frioleras como anzuelos y cuchillos en recompensa. Despues de un rato, dada la oración, se retiraron a sus casas y nosotros a cenar y descansar. El 16 al amanecer lebamos el reson, y haziendo las enfilaciones principales se levantó el plano de dicha ensenada, en cuyo intermedio vinieron los dos Yndios caciques con algunos parientes y sequases. A las seis seguimos al remo y vela con poco viento terral para el Puerto de la Vir-[f. 24v]gen y a la entrada del arrecife [135] por donde principiamos a entrar para ir a el, hay una boca de bastante anchura, y en su medianía sondamos veintidos brazas arena, y este arrecife forma un buen fondeadero, pero descubierto de los vientos reynantes, por cuya razón no hizimos mayor reconocimiento y por havernos dicho los Yndios haver algunas piedras en su fondo. A las seis tres cuartos llegamos al puerto de la Virgen, y después de haver visto y regalado al Eri Pajariro (216), y haver reconocido parte del puerto. A las siete y media pusimos en derrota para el partido de Ojitia, para poder en el día evacuar el reconocimiento del Puerto en donde estubo la Fragata Francesa al mando de Mr. Buganville (217), y de sus immediaciones. Los dos casiques y compañeros no quisieron seguirnos al parecer por tener alguna indisplicencia con el casique de aquel partido, Oreti, diciendonos que por estar enfermo dicho Oreti no querían ir alla, aunque nosotros le hallamos perfectamente bueno, y se desembarcaron. Nosotros seguimos con vela y remo en buelta del N., saliendo por la boca del puerto de la Virgen y saliendo por fuera de los arrecifes. [f. 25] Se nos quedó el viento calma y el sol estubo descubierto con toda su fuerza. A las once llegamos a una boca que forman los arrecifes, estos corren NS., y su entrada E.O. Hallamos en medio de su boca 17 brazas, fondo piedra mucara, y mas adentro arena con 20 y 14 brazas, frente la boca aun, y medio cable de tierra y dos del arrecife, mas para el N. cascajo, y después piedra, de modo que el mismo Eri Oreti que nos salió al encuentro en su canoa, nos dijo estaba todo sembrado de piedras. Seguimos mas para el N. y vimos otra pequeña boca en la que revienta el mar, y seguidamente hacia las Yslas del Rosario está todo sembrado y serrado de arrecifes. En este puerto desabrigado desde el N. hasta el E.SE., y la boca chica ha sido abierta, según disen los mismos naturales de este partido, por la fuerza y continuacion de marejadas gruesa, por cuyas razones no nos pareció necesario conocimiento mas prolixo, considerándolo enteramente inutil y al abrigo de un bajo que hay frente la boca, arrimado a tierra, dimos fondo al reson en piedra mucara, mientras se prin-[f. 25v]cipiaba la comida. Entre las dos bocas estubo fondeada la Fragata de guerra Francesa (218) y en el arrecife que forma la boca de la parte del N. nos dijo el casique que havian dejado varias anclas, y havian estado en peligro muchas. Fueron las canoas que acudieron a la novedad del bote, trayendo sus mantas y petates para cambalachear con cuchillos, anzuelos y otras bujerías. Reparamos que en este partido las mujeres son mas hermosas y demas atractivo que en lo que hemos visto hasta ahora. A la una y media salimos por la misma boca para atravesar la ensenada y volver al puerto de la Virgen, a donde no llegamos hasta las seis y media de la tarde por haverse quedado calma muerta y no poder andar mas que con los remos, estando el sol descubierto con toda su fuerza. Dimos fondo en ocho brazas, arena y cascajo, demorando la punta del N. de este puerto de la Virgen al N. La reventazón de la boca del arrecife del N. al NE. � E. y la del E. al ENE., distancia de tierra uno y un tercio de cable corto. Dia 17, a las cinco nos levamos y enfilamos las puntas principales y sondando [136] se sacó un plano de este puerto de la Virgen. Su boca tendrá a lo menos dos cables [f. 26] de ancho, fondo arena por toda la parte del O. y N. Es buen puerto, descubierto y desabrigado de los vientos del primer quadrante, frente la boca tiene un río, el terreno es medianamente espacioso, aunque no tanto, como en Fatutira. El Eri Pajariro nos regaló cocos y plátanos, y nos despedimos. A las seis seguimos al S., por donde pasamos el día anterior, y al pasar por el puerto y partido de Fatutira supimos que los Eries principales estaban en Tayarabu. Seguimos asia el y a las nueve y tres cuartos llegamos a la casa de Pautu. Este estubo un rato con sus parientes, refrescamos y llenamos los barriles en un puquial muy hermoso. Descansó la gente de haver venido siempre al remo, y a las diez y cuarto seguimos el destino, frente el puerto del Águila atracamos para recivir a Vejiatua y compañero Taruri (219), hermano del Eri Oreti, y con estos en el bote y con porción de canoas salimos en conserva por fuera de los Yslotes que estan al S. del puerto del Águila, y governando al SO. con viento galeno del E.NE. entramos dentro de los arrecifes y pasando por entre muchas piedras, a las dos de la tarde salimos por una boca chica, y [f. 26v] de poco fondo, por decirnos los naturales no poder pasar el bote por dentro. A las dos y tres cuartos entramos por otra boca de una milla, algo corta, que haze como un pedazo de costa y aun tercia del arrecife del E. Hallamos quince brazas fondo piedra, en medio veintidos Ydem. y corre para dentro su mediania N. �NE. S. �SO. Este arrecife abre mucho por fuera, y por dentro tendrá de arrecife de uno a uno y medio cable en la medianía de los dos codillos que forman la boca; hay veintiseis brazas arena blanca y a distancia de un cable por dentro del arrecife cuarenta y seis brazas Ydem., dentro hay un espacio regular, pero es precioso entrar en el con viento del tercer cuadrante y a la espia, pues donde se puede unicamente fondear es a la parte del NE. al E. y por esta parte a distancia de un cable de tierra hay catorce brazas piedra, y el resto para tierra sigue piedra sembrada, sólo frente la boca hay buen fondo. A distancia de uno y medio cable de tierra hay catorce brazas arena, mas a tierra doce arrimado al arrecife del NO., en su medianía hay diez, y ocho, arena gorda negra, y el resto para el NO. muchas piedras. Haviendo aca-[f. 27]bado de sondar el todo de esta boca, que forma el puerto, que en el plano llaman San Dámaso (220), y hallandole nada al propósito para nosotros, asi por su fondo sembrado de piedras como por su pequeñez y dificultoso de entrar con los vientos reinantes en esta estación. A las cuatro y media dimos fondo en una y media brazas de agua, fondo mucara, demorando la puntilla de esta ensenada al S., distancia de tierra de veinte a veinticinco brazas y la punta de Papara al O.NO. El Alferez de esta compañía de Marina, Don Diego Machao (221), fue a tierra con el Eri Vejiatua, el soldado Maximo (222), y Thomas Pautu, vieron el paraje en donde esta depositado el cadaver del Eri Taitoa (223), estando su [137] casa desvaratada, y debaxo de ella dijeron que estaba el cuerpo, pero no permitió Vejiatua que se acercasen a ella, y al mismo tiempo vino un Yndio con mucha algazara a ofrecer un cochinillo blanco a Vejiatua, con un tayo de plátanos (224); un poco más adelante hallamos otros dos depósitos de cadaberes y aunque quisieron infundir temor a los nuestros diciendo que el Demonio los veía y les haría daño, le respondieron enseñándole una crusezita que el Demonio no [f. 27v] podía nada, y aun huía de los que tenían esta señal de Christiano, y arrimandose repararon que los cadaberes los ponen en un tabladillo alto, con su techo bien cubiero (225) y precabido de que no puedan subir las ratas. Tapan el cuerpo con mantas y les ponen porción de comestibles en sus immediaciones. Los Yndios al abrigo de los nuestros se arrimaron, pero con mucho espanto y miedo, al retirarse para el embarcadero vieron dos mujeres todas con la cara ensangrentadas, que en la orilla del mar se lababan y limpiaban las manchas, e indagado el motivo de esta excena sangrienta, supieron eran las parientas de Pautu y que al verles se comenzaron a golpear la cabeza con mucho llanto hasta que sacaron porción de sangre en señal del sentimiento que hizieron de su ausencia, ceremonia que ellos usan y que ignoramos si la sacan con las uñas u otros instrumentos (226). Bolvieron los nuestros abordo del bote y se quedó Vejiatua en tierra con su amigo o embajador de Otu. Este partido se llama Oyaotea (227), y es de Vejiatua por muerte de Taitoa. La noche como el día, en calma muerta. [f. 28] Día 18, a las cinco de la mañana nos levamos, vino el Eri Vejiatua con Taruri y seguimos nuestro destino hacia la ensenada por dentro del arrecife, pasamos a la vista de la boca chica del partido de Mataoae (228). A las nueve y media llegamos a la boca grande de nuestro destino, estando con el arrecife del E., entre la tierra y su codillo hay diecisiete brazas arena, en medio la boca de adentro veintiseis brazas y N.S. con el Pan de Azucar de la ensenada, distancia de dos millas y de tierra una; corre la boca por su entrada NE.SO., y el arrecife por defuera al andar de la costa. En medio de dicha boca a distancia de una y media milla de tierra hay veintidos brazas mucara, en la entrada de esta que tendrá una milla larga hay veintitres brazas piedra, fuera de la boca no se halló fondo. Volvimos a entrar por dicha boca y su marca en tierra es sobre la costa unos zerros llanos sin arboleda por cima, pero verdes con yerva chica y desde Pan de Azucar principia a lebantar la tierra poco a poco del medio de la boca para el N. El fondo es piedra de cuatro brazas, aunque mas para tierra crece el fondo, pero siempre piedra. El arrecife del E. corre para [f. 28v] dentro hacia el N., de suerte que desde el codillo para tierra queda la distancia de una milla y es preciso para entrar [138] adentro que montado este codillo se meta al E.NE., que será la proa, a la quebrada mas grande de que hay en este paraje. En la medianía hay diecinueve brazas, arena y mucara, a dos cables veinte Ydem., todo esto está desabrigado del O. hasta el S.SE., sole tiene el abrigo del arrecife que es muy raso y que distará de la tierra cerca de dos millas. En el tiempo que se sondaba y reconocía esta ensenada, sabiendo que este es el partido de Guayuru (229), del que era el natural de esta Ysla que murió en Lima Francisco Ojellao (230), fue el soldado Máximo Rodriguez con Pautu en una canoa a tierra a saber de sus padres y parientes, pero no se pudo hallar ninguno de ellos y dijeron sus paisanos que estaban en Tayarabu. Evacuada ya toda la comisión y reconocimientos que se nos havian mandado, a las nueve y media nos bolvimos por el mismo camino por dentro del arrecife en busca de la punta del S. y de la Fragata. A las once y media llegamos a puerto de San Dámaso, de donde haviamos [f. 29] salido por la mañana, siempre con el Eri Vejiatua y Taruri, himos (231) alto y preparamos la comida. A las once y tres cuartos seguimos por dentro del arrecife; a las dos y media salimos de el siguiendo el pedazo de costa braba, siempre al remo. A las tres y tres cuartos dimos vista a la Fragata, que nos demoraba al SE. y pusimos la proa a ella, estando entre Tayarabu y la punta del S. de la Ysla, a distancia de un cable de tierra. La gente aun no havia comido esperanzada de encontrar viento, al descubrir la punta del S. luego lo executaron, pero por estar cansados de no haver en todo el día dejado el remo de la mano por estar calma, la Fragata a una vista, y no determinase la gente de ir a ella por ser tan tarde seguimos la costa y a las seis y cuarto fimos fondo en seis brazas arena y mucara en el puerto de Tayarabu, en donde solían bajar a tierra los carpinteros en el viaje anterior al abrigo del N. El Eri Vejiatua y Taruri se fueron a dormir en tierra, Pautu, el buzo y el soldado Máximo fueron a ver la huertesilla que se le havia dejado plantada al amo de la casa en donde trabajaban los carpinteros en el [f. 29v] viaje anterior y la encontraron toda desbaratada y perdida. Vieron al epure (232) o sacerdote, que en nada se distinguía de los demás, pero si hazen mucho caso de el, pues hasta los casiques los respetan. Día 19, a las seis nos levamos y salimos por la boca del puerto de tayarabu trayendo en el bote al Eri Otu y dos hermanos, Titorea con su mujer, Vejiatua, Taruri, y el hermano de Manuel. Seguimos a la vela con viento por el N., hasta que a las ocho viendo que no se avistaba la Fragata, que el viento refrescaba a turbonadas y que la punta del S. nos demoraba al SO. �S., distancia de cuatro y media leguas, viramos para el puerto de Tayararu, en el que volvimos a entrar. A las once y cuarto se fueron a tierra quasi todos los Yndios, y el Eri Otu mandó a dos criados fuesen a ver si se veía la Fragata. Se estaba preparando la comida quando a las doce dijeron se veía, dejamos todo por la mano, nos levamos y salimos por la boca del puerto de donde demoraba la Fragata al SE. �E. Volvieron los Yndios menos la mujer de Titorea y el hermano pequeño de Otu, seguimos con solo el trinquete [139] hasia la Fragata con viento del N.NE. y a las dos y media llegamos a su bordo sin [f. 30] novedad particular. Al presente nos mantenemos sobre la tierra de buelta y buelta sin novedad particular, hasta el 22 de Noviembre, que a las tres de la tarde llegó a bordo una canoa aparcada en la que venía Opó (233), mujer de Titorea, muy llorosa, y quasi anegadas las canoas por la mucha mar, los repetidos chuvascos y estar de tierra como de siete a ocho leguas, que por estar el tiempo rebuelto y el viento escaso nos havíamos sotaventado. Así que el marido la vió comenzó a llorar también, y así que huvieron hablado un rato dijeron querían irse a tierra por que estaban todos los Yndios de la Ysla llorando y mayormente todos los subditos de Otu y su familia, pues hacía cuatro días que faltaban de tierra y como no se veía la Fragata de tierra por la mucha cerrazón, creían nos los haviamos traído para Lima. Viendo el Señor Comandante de la forma que estaba el tiempo, y la distancia que havia de tierra, le hizo presente al Eri Otu, que es el mas racional de todos, al peligro que se exponían, que [f. 30v] esperase al día venidero, nos atracaríamos más a tierra, y entonces se irían. Haviendose echo cargo el dicho Eri de todo lo que se le proponia, dijo que estaba muy bien, demostrando mucha alegría y llamando a nuestro Comandante tayo, may, tay; se metieron las canoas abordo y esta noche se han mantenido quince hombres sobre las armas. A las once del día del 23, se echaron las canoas al agua y se fueron para tierra con solo los criados. A las doce se echó el bote al agua y a las doce y cuarto se largó para tierra con el Theniente de Ynfantería Don Juan de Manterola, un Sargento, el soldado Máximo y dos mas, la tripulación del bote y yo, todos armados, llevando en él a todos los Eries y sus familiares para el Puerto de Santa María Magdalena, alias, Tayarabu. A las nueve de la mañana del 24 entró la ventolina por el S.SE., y se forzó de vela para ver si venía el bote. A las nueve y media llamó el Señor Comandante a sus Oficiales y formó Consejo de guerra, mostrando el Diario del bote quando fue el reconocimiento de los puertos y tomando parezer qual sería mejor para hir a fondear, que-[f. 31]daron todos de común acuerdo ir a la ensenada del partido que llaman Fatutira, por ser el fondo sólo de arena y estar limpio de piedras, solo si esta descubierto del NO., el que se ignora si levanta mucha mar en el, sin embargo los naturales disen que no hay tal y que el viento en el es floxo, tal vez seran causa los zerros que tiene a la parte del S. El otro puerto de la Virgen está mucho mas descubierto y no tiene tanta campiña para el establecimiento de los Padres. El 24 de dicho, a las cinco y media de la tarde llamaron al Paquebote a la voz, y se le dijo de parte del Señor Comandante que respecto a que los vientos estaban escasos y que tenía ganado algun barlovento para dar fondo en el puerto de Fatutira, que es en donde se havia determinado estar, algo distante del puerto de Tayarabu, y no parecerle conveniente el atracarse a dicho puerto, por no perder lo ganado, para que el bote los viese y se viniese a su bordo, que procurase hazer en la noche toda fuerza de vela posible, a fin de amanecer sobre el puerto de Tayarabu [140] a distancia de dos y media a tres leguas, y que se mantuviese a la vista a ver si veía [f. 31v] el bote, y que lo recogiese dandole un remorque por la popa, sin que se expusiese a algun peligro, y que mantuviese de la media noche para el día un farol al tope mayor, que es la señal que llevamos, haviendose echo cargo de todo mareo la buelta de tierra. Relación de lo que acaeció en el viaje que hizimos al Puerto de Santa María Magdalena, alias, Tayarabu, a llevar los Eries principales y familiares. A las doce y media nos largamos de abordo al remo en demanda del Puerto de Tayarabu, Don Juan de Manterola, un Sargento, el Yntérprete Maximo, dos soldados, la tripulación del bote y yo, todos armados. Hasta las dos y media navegamos al remo y de allí a poco echamos el trinquete arriva con viento por el S. quasi calma. A las tres largamos la mayor y trinquete, siguiendo al remo hasta las cuatro, que nos dio un chuvasco por el NO., tan grande que se nos cerró del todo la tierra y de-[f. 32]marqué la punta que llaman de Fatutira al O.NO., y la mas S. de la Ysla al S.SO., y el puerto de Tayarabu al SO., todo de la aguja distancia de dos leguas, y nos duró el chuvasco y cerrazón de la tierra hasta las cinco, que dejó de llover. A las cinco y cuarto echamos el trinquete arriva, y seguimos con el remo. A las seis y media entramos por una boca que a mi parecer tendría dos tercios de cable de ancho, mas al N. que Tayarabu, llamada Guayurua (234), y seguimos al remo y vela por dentro del arrecife acompañados de infinitas canoas, hasta llegar al fondeadero en que la lancha hizo la aguada el viaje pasado de 72, que es el paraje en donde estaba la familia del Eri Otu. A las siete y media dimos fondo en tres y media brazas y la popa en cuatro, fondo arena gorda y cascajo. Luego que el Eri Otu saltó en tierra, se le presentaron una multitud de Yndios, los que llegarían hasta 300 pocos mas o menos, estos hizieron un cerco muy grande, en el que al frente se presentó la familia del Eri Otu y de estos salió uno con muchos tayos de plátanos, los que tiraba de rato en rato. Dicho Eri se mantenía en medio del cerco en pie hablando en alto, y otros que havia con unas [f 32v] varas largas sujetaban a los Yndios que estos querían llegarse a él. Así que acabó el que tenía los tayos de platanos le trajeron un perro pequeño y se lo arrojó acabada esta ceremonia. Salieron dos mujeres de dicha familia, se pusieron junto dicho Eri y con unos caracoles de puntas se postraron en tierra, hiriéndose la cabeza, y herida que fue, recojieron la sangre en unos lienzos blancos, que viene a ser con lo que ellos se visten y llegaron a la orilla del río, se labaron acabada toda esta ceremonia comenzando a separarse los Yndios y hablar en alto, pues hasta entonces no se les havia oido hablar a ninguno. De allí a un rato de acabado lo dicho comenzó el Eri Vejiatua, Señor de la mitad de la Ysla Otajiti, a porfiarle al Señor Don Juan de Manterola que fuese en tierra, y fue tanto lo que importunó a dicho Señor que determinó ir y fue con el Yntérprete Máximo, dos soldados, tres marineros y yo, los que estubimos poco tiempo por cerrarse la noche con mucha agua, truenos y relámpagos, y duró hasta las tres de la madrugada con mucha abundancia. A las cuatro de la ma-[f. 33]ñana se oyeron cantar varios gallos en tierra. Amaneció con los orizontes y cielo muy toldados y el viento quasi calma. A las cinco y media comenzaron a venir varias canoas, de forma que a las cinco y tres cuartos llegarían al número de 200. A este tiempo fueron seis hombres en tierra a traer los barriles de agua y yerva para el ganado [141] que teníamos abordo, mas los Yndios no permitieron que los nuestros viniesen cargados, si ellos anduvieron con porfia qual havia de traerlos. A las seis llegó la canoa del Eri Titorea con un regalo para el Señor Comandante y Don Juan Herve, todo lo reciví y levamos al instante siguiendo al remo. Al montar la punta vimos la familia del Eri Otu que se ocupaban en la misma arenga que ayer tarde, seguimos hasta salir por la boca del arrecife de Tayarapu, en donde metimos de la buelta del E. y haviendo navegado como una y media legua, viendo que no parecía la Fragata, ni menos el Paquebote y que estábamos en calma, determinamos arrivar, y de alli a poco se cerraron los orizontes, que fue a las [f. 33v] ocho y media del día, y entramos a las diez y tres cuartos por la boca del puerto de Tayarabu, con muchísima agua y ningún viento. A las once y cuarto dimos fondo en seis brazas, arena gorda, y llegamos quasi anegados. A las doce fue Don Juan de Manterola y Máximo a tierra con el Sargento, los dos soldados y cuatro marineros, para componer de comer y ver de que subiesen algunos Yndios a las palmas si se veía la Fragata. A las doce y cuarto bajaron y dijeron no verse, así estuvieron bajando y subiendo hasta las dos, que dijeron se veía, y segun señalaban me demoraba al NE., por lo que nos levamos y seguimos al remo y vela con viento por el NO. floxo. Salimos por la boca de Tayarabu, y asi que estábamos como una milla refrescó el viento por el N.NO., y seguimos con las dos velas hasta las tres y tres cuartos, que se comenzó a cerrar el orizonte de todas partes, quedarse el viento calma, obscurecerse la tierra y no verse ninguna de las embarcaciones, arrivamos. A las cuatro nos dió un chuvasco de agua y viento duro por el N., el que duró hasta las cuatro y tres cuartos, que ya haviamos entrado en el arrecife del puerto de Tayarabu. Seguimos al remo cargando el [f. 34] trinquete por quedarse el viento calma, con aguacero muy menudo. A las cinco dimos fondo en el puerto de la primera vez, fondo arena y cascajo. De allí a poco echamos el toldo y se achicó el bote. A las seis de la tarde vino el Eri Vejiatua y dixo que no se havia visto a la Fragata. Anochesimos con los orizontes cargados, cielo claros y el viento quasi calma. A las siete y media se fue a tierra el Eri Vejiatua. A las diez se toldó el cielo y comenzó a llover hasta las doce, que sopló el viento por el NO. fresco y cesó el agua. A la una de la madrugada del 25, se toldó el tiempo y nos dio un chuvasco con mucha agua, viento, truenos y relampagos. A las dos y media sopló el viento por el S. fresco y cesó todo. A las tres y media se oyeron cantar varios gallos, amanecimos con los orizontes y cielo no muy claros con alguna garua y el viento quasi calma. A las cinco y media fue un hombre a tierra con el Yntérprete para traer arena y candela; a dicha hora comenzaron a venir infinitas canoas. A las seis y cuarto vieron la Fragata, la que demoraba al NE. �E.; seguimos levando a toda priesa y acabado navegamos por dentro del arre-[f. 34]cife hasta salir por la boca de Tayarabu. A las seis y media governamos al NE. �E., y luego comenzó a llover, con viento N. fresco. A las ocho se largó el trinquete y se vió que la embarcación avistada era el Paquebote. A las ocho y media cargó el trinquete y aferró los juanetes, largandonos morron (235), que fue señal de llamarnos. A las ocho y tres cuartos llegamos a su bordo y nos dio un remorque por la popa. A las dos de la tarde nos largamos para nuestro bordo, y llegamos todos los que fuimos con felicidad. A las diez y tres cuartos del 27 de Noviembre, se echó el bote al agua y se le [142] hizo señal al Paquebote de prepararse a dar fondo y luego immediatamente nos largamos en el bote el segundo Piloto y yo, con su tripulación correspondiente para ir a ponernos a la boca del puerto. A la una echo gallardete el bote, señal de estar a la boca del puerto y a esta hora largamos las Ynsignias. A la una y media estando por la popa del bote dieron fondo el ancla de estribor, luego después llegó el Paquebote, al que se le hizo señal de dar fondo a un ancla, lo que executó luego al instante. A las dos y media dimos fondo a un anclote en trece brazas, fondo arena. [f. 35] A las tres y media se arriaron las vergas mayores; a las cinco y media se calaron los masteleros y a las seis se dió el �Viva el Rey! Relación de lo que acaeció quando fuimos en el bote al reconocimiento del puerto. A las once nos largamos de abordo el seguno Piloto y yo en el bote para irnos a poner en la boca del puerto, y largamos mayor y trinquete. De allí a poco rendimos la botavara de la mayor, por ser el viento frescachon, y seguimos con el trinquete y al remo. A las doce compusimos la botavara con una verga de ala de velacho y seguimos con mayor y trinquete hasta la una, que llegamos a la boca de los arrecifes que forman el puerto. Cargamos mayor y trinquete, sondamos en veintiocho brazas piedra mucara; seguimos mas adentro hasta encontrar de veinticinco a diecinueve y bolvimos a buscar las veinticinco, arena y lama. Dimos fondo al reson (236) y largamos gallardete Ynglés para que la Fragata y el Paquebote entrasen en el puerto a dar fondo. A la una y media llegó la Fragata por nuestra popa y dió fondo; [f. 35v] echo esto, nos retiramos abordo y me mandaron a sondar por el rededor del navío. Durante nuestra navegación los vientos que han reynado han sido del primero y segundo quadrante y tal qual ocasión por el N. y NO. sin pasar a mas, los tiempos mas, han estado toldados, que claros, los orizontes siempre aturbonados, y mas quando estabamos cerca de las Yslas. Hasta no estar cerca de estas como doscientas leguas no se experimentan chuvascos de agua y viento duro, en el demas tiempo tal qual, en las conjunciones y oposiciones de luna hemos visto los tiempos muy rebueltos con vientos frescachones, pues en una de estas fue quando perdimos el Paquebote. A las cinco y media de la mañana del 28, se siguió la faena de amarrarnos de firme. A las siete y media fue el bote a tierra con el Señor Don Thomas Gallangos, los Padres Misioneros, Pautu, el Yntérprete, y dos soldados, a ver el terreno en que havian de formar la casa. A las diez se viniron abordo; a las once quedamos amarrados con dos anclas al N. �NO. en trece brazas arena, otra en catorce Ydem. y otra al S. �SE. [f. 36] en cinco brazas arena y cascajo, el cuerpo del navío en ocho brazas, lama negra y dura, demorando la punta de tierra baja al NE. 7 grados N., la punta del arrecife del N. del puerto al N. 3 grados O., la punta del NO. de la Ysla a la vista al NO. 2 grados O., el arrecife del puerto del O. al O. � NO., distancia de la playa de cable y medio. A las doce llegó el Eri Vejiatua abordo, y por medio del intérprete le pidió el Señor Comandante sitio para el establecimiento de los Padres, y le respondió que veria a sus Yndios. A la una se vino a Tierra y juntó a todos sus Yndios y Capitanes, y en una casa muy grande se sentaron todos; el Eri en una de las frentes, y en [143] los rincones cuatro capitanes. En esta arenga estubieron mas de dos oras, y al fin de ella comenzaron a gritar todos y salieron de la dicha casa, esto disen algunos de la Fragata lo vieron, y disen que toda la arenga se vino a reducir a que si eran gustosos de que estubiesen en ese puerto dado fondo, y que se diese terreno a los Padres para que se quedaran, a lo que respondieron que si, respecto que haviamos estado el año de 72 y que no se les havia echo daño y que queríamos ser sus amigos, pues haviamos re-[f. 36 v]galado tantos a sus Eries quando estuvieron abordo. Todo esto que ellos disen es verdad, porque nuestro Comandante se esmera en esto que no se les haga daño, pero si es cierto todo lo que disen los nuestros que han echo presente a su Eri. Creo no se les debe llamar bárbaros, en todo, sino solo el que no amen nuestra religión, porque el modo de pensar y discurrir es muy estraño del concepto que nosotros haviamos echo. A las cuatro llegó abordo con su padrasto Titorea, cada uno en su canoa, y se fueron a tierra a las cuatro y media con los Oficiales, y les enseñó el sitio que havía destinado para los Padres, y está como treinta pasos de su casa. El 29, por la mañana fue el Señor Comandante a tierra con los Padres Misioneros y Don Thomas Gayangos a ver el sitio que havia señalado el Eri, y visto por el nuestro le gustó mucho, mas a los Padres no les gustó por ser la tierra algo húmeda, pero esto era causa de que los Yndios la tenian así para hazer sus siembras o almazigos de sus comidas. Registrado todo el terreno por nuestro Comandante le hizo presente a los Padres que no havia terreno mas al [f. 37] propósito por muchas cosas, y las principales por estar el Eri cerca, las casas de los capitanes, y el rio (237) de agua dulce, por lo que se confirmaron, y se comenzó a señalar el sitio para la huerta y casa. Esta tiene de frente viente varas (238), de fondo veintinueve, y la huerta el mismo frente, y cien varas de fondo. Acabada esta diligencia se retiraron abordo, quedando todos muy contentos, los Yndios por ver que era verdad se quedaban los Padres y nosotros, y nosotros, por ver el principio tan favorable para nuestro intento. En este dia se comenzó a hazer la aguada, se destinó gente para que fuesen a cortar los maderos para la dicha casa con los carpinteros de la Fragata y se desembergaron todas las velas, las que se pusieron a secar y se guardaron. El 30, por la mañana fue el Señor Comandante a tierra con Don Juan Herve, y la maestranza (239), y se dio principio a la faena, que todos deseábamos ver, y volviendo a registrar el sitio se halló era necesario señalar el sitio de la huerta como diez o doce varas mas al rio, porque de lo contrario se les quitaban muchos eurus, que se hallaban en las cien varas, y ellos sentian derri-[f. 37v]var estos árboles por tenerlos cerca, y ser su fruta el pan que ellos acostumbran; para esto, estorvaban dos casas, las que mandó a sus dueños las quitasen y les señaló el sitio que ellos quisieron para armarlas. A las ocho se retiraron estos señores dejando la maestranza cortando maderas. A las diez de la mañana fue Don Thomas Gayangos a tierra a hazer una veriguación de resulta de una quexa que dieron los Yndios al intérprete, el que avisó al Señor Comandante. A las once y cuarto vino la lancha con d cho Señor y traxo preso al grumete Pedro Caravajal, el que se puso de dos pies en el cepo. A las once [144] y media se llamó a la tripulación del Paquebote y luego que llegaron abordo se tiró un cañonazo hizando vandera de castigo (240), el que no se executó porque pidió por él, el Eri Vejiatua y Ginoy, hermano de Otu, y fue por que dicho grumete el dia antecedente por la tarde havia amenazado algunos Yndios (241), y de esto se quejaron los caciques y capitanes al Yntérprete, diciendole se iban todos los Yndios del partido. El 3 de Diciembre, viendo los Yndios que los [f. 38] nuestros cortaban muchos árboles comenzaron a indisciplinarse, como que no querían se siguiese el corte, por lo que el Yntérprete dio parte al Señor Comandante y luego que vino el Eri Vejiatua con los demás Eries, como acostumbraban todos los dias dos o tres vezes, le dijo lo que pasaba, y mandó a uno de sus capitanes, llamado Taitoa, que corriese con el dicho corte todo el tiempo que durase la casa, para que de ningun modo los Yndios se opusiesen a nada advirtiendo que havian de cortar los que dicho Taitoa señalase, respecto que el sabe los que dan buena fruta o mala, para que los Yndios no se pudieran quexar de que les quitavan su comida, pues estos arboles tenian sus dueños, que no eran todos del Eri, aunque el terreno todo es suyo, pero este les señala a cada uno su poco de terreno, y les pagan su tributo diario, sin que a esto halla novedad, y así lo experimentamos, tambien se le dio a entender que los arboles cortados, y que quedaban por cortar, eran muchos, estaban muy retirados, y que la gente era poca y esta rendida de su corte, y que tenian que andar sus dos leguas. Dio orden al dicho capitán que llevase consigo los [f. 38v]. Yndios necesarios para ayudar a los nuestros, los que llegarian al fin de la casa como a doscientos, estos arrastraban los árboles sin mucho trabajo, porque sabian los caminos y también usaban de la prescausion de buscar el rio, el que algunas vezes era necesario meterse mas al monte para hallarlos y echadas las maderas en el, no tenian trabajo alguno porque las corrientes las traia a la misma casa. En este tiempo hemos experimentado muchos chuvascos, y según disen los Yndios creeré que sea asi siempre. El 4 de dicho, al amanecer se vieron por la punta del NO. una multitud de canoas muy grandes (242), las que se dirijian para nosotros, preguntamos a los Yndios que se hallaban al costado, que eran infinitos, y esto sucedió siempre los que venian a cambiar sus cosas y otros a ver, y dijeron eran del Eri Otu y que venian de Opare (243), partido en donde este asiste, a traerle comida para el y sus criados, pues estaban en este de Fatutira de paseo, y aun acabando de hazerse amigos, pues havia poco se havia acabado una guerra muy grande, que este havia tenido con Vejiatua por causa de defender a los de la Ysla de Morea (244), [f. 39] que siempre [145] estan en guerra con ellos, aunque haora no. Esta Ysla de Morea estará de Otajiti como tres leguas por la punta del N.; a las tres y media llegó abordo el Capitán del Júpiter en su bote, trayendo arrestado al marinero Esteban Gómez de su buque, por haverlo acusado los Yndios de que cooperó con una mujer. Esto se supo porque este le dio a la Yndia un pañuelo y luego que acabó se lo quitó. Ella se quexó a los Yndios y ellos al dicho Capitan, y este lo presentó al Señor Comandante, dejando su castigo a su disposición. El siguiente dia se llamó a la tripulación del Júpiter, se tiró un cañonazo, hizando vandera de castigo y se le dieron cincuenta azotes. Esto lo vieron los Eries y les causó una novedad muy grande, dando aentender lo muy al contrario que obraron los Yngleses, por lo que mandó el Señor Comandante se les hiziese presente la diferiencia de religión que havia entre las dos naciones. Impuestos los Eries y Yndios de este paso asi que en tierra veían hablar a un hombre de los nuestros con una Yndia, decían venían a dar parte a la Fragata. [f. 39v] Así que alguno de los nuestros impedían abordo que estos subiesen arriva porque todo lo querian trastear, y se venían muchos, porque nunca venian cuatro o cinco, aunque no lo huviesen visto, comenzaban a gritar que los havian visto andar con las mujeres; esto sucedió o duró doce o catorce dias, mas luego fue lo mismo que al principio, que ellos eran los corredores de número, de semejante negocio. El 6 de dicho, a las seis y media fue el Señor Comandante a tierra a ver las tapias que se estaban haciendo, porque estas luego que se secaban se rajaban y se hacian pedazos, por lo que determinó dicho Señor se hiziese estacada. A las cinco y cuarto de la tarde, al largarse para tierra dicho Señor se oyeron en ella alguna vozes, las que decían mate (245), que significa haver muerto alguno, y juntamente hacían señas con un paño blanco, por lo que tanto las canoas que se hallaban al rededor del Júpiter, como de nuestro costado, comenzaron a huir precipitadamente, mas ninguna para la parte en donde gritavan, sino para el puerto de la Virgen, y ademas de esto se vieron correr desde abordo infinitos Yndios, los que se encaminaban para el monte. A las cinco y tres cuartos se largó el bote de tierra en diligencia y llegó a nuestro costado con el mari-[f. 40]nero Manuel Basquez, difunto. Este era uno de los que estaban cortando las maderas para la casa de los Padres y cortando una palma le cayó encima y lo mató. Dios le de eterno descanso. A las siete vino el bote de tierra con el Comandante y Oficiales, los que dijeron haver visto al Eri Otu con mas de cien Yndios que se iba a sus partidos por el monte, por causa de la muerte sucedida. Estos embiaron varios Yndios para que le dijesen que no se fuera, que el no tenía la culpa, ni ninguno de los Yndios. Viendo esto se volvió, aunque con alguna desconfianza. Los vientos que vamos esperimentando reynan mas, con del SE. y S.SE., algunos del S. y NO., mas estos vienen muy sucios, pues traen mucha garua. Al siguiente dia se le dijo misa de cuerpo presente al difunto, y luego se llevó a tierra, y se le dió sepultura con todos los requisitos que se acostumbran delante de la casa de los Padres. El 8 de dicho, al salir el sol se empabezó y engalanó la Fragata saludando a la voz de �Viva el Rey! la festividad de la Concepción Purísima de María Santísima, Patrona de los Dominios de España, [f. 40v] y al ponerse el sol se quitó, y arrió en los mismos términos. El siguiente dia se hizo lo mismo por el cumpleaños de la [146] Princesa, y fueron los pilotos a levantar el plano del puerto de la Virgen, y al siguiente día se levantó el de Santa Cruz de Fatutira. El 11 de Diciembre, a las ocho y media llegó abordo el Eri Ginoy, hermano de Otu, a dar parte a nuestro Comandante como los Yndios de la quebrada se havian levantado contra el Eri Vejiatua, y luego al instante se fue a tierra, y se puso una casaca vieja de uniforme que un caballero Oficial le había regalado, y al mismo tiempo las dos charratelas (246), que por olvido se fueron en los bolsicos. Este partió con un trozo de gente caminando quasi a carrera, a acompañar a su hermano, que iba mas adelante a ayudar a Vejiatua. A las ocho mandó el Señor Comandante a tierra a Don Nicolás Toledo en la lancha con doce hombres, Sargento y Cabo, armados, para el fin a que fueron no se. A las doce se vieron venir por la quebrada muchos Yndios cargados, unos con los techos de las casas, otros con medias, otros con pedazos, y otros con al-[f. 41]gunas esteras, y entre estas, una que la traían al pie de ochenta hombres. De estos llegaron algunos abordo y dieron a entender haver vencido Vejiatua, y que por esto se traían todo lo que encontraban. A la una llegaron abordo los dos Eries, Otu y Vejiatua, acompañados de todos sus Capitanes, todos con sus camisas y algunos con dos, y dijeron quedaban ya sosegados los levantados y presos dos de los principales, a los que dijo iba a castigar de muerte, en el mismo paraje el día siguiente, avista de todos los suyos. Desde que llegamos a dar fondo nos han tenido estos naturales en confusión por no saber en donde echaban las cosas nuestras, como de ropa, que unos les daban y otros cambiaban, pero en la presente refriega se les ha preguntado, que por qué no se havian puesto nada de ropa hasta el dia presente, y respondieron, que todo lo guardaban para los dias de bailes, fiestas en los emmaraes (247) o guerra. Estos emmaraes, es donde hazen sus sacrificios, todo hemos visto ser cierto, por que a la tarde de ese mismo dia vinieron muchísimos Yndios en sus canoas al estado como [f. 41v] lo hacían todos los días, y vimos muchos disfrazes, pues cada uno sacó lo que tuvo, y huvo chupa que la traían tres, porque uno traía una manga, otro otra, y otro lo demás; otros un pernil de calzón con una media sola; otros una camisa muy rota, y en fin, cada uno sacó lo que havía podido cambiar. El Eri Vejiatua antes de irse para la quebrada de Santa Cruz de Ojatutira, dejo en el agua todas sus canoas, para si lo vencian irse huyendo a Tayarabu, y juntar toda su gente. Estos Yndios de la quebrada se levantaron porque el dicho Vejiatua los havia echado de su tierra, porque con el motivo de estar la Fragata en ese puerto dada fondo, se entretenian en sus cambios y no se acordaban de ir a entregar el tributo que pagan diario a dicho Eri, el mas se compone de comida, que es con lo que mantiene este a sus criados. Echados que fueron, a la noche siguiente, se arrojaron al puerto y comenzaron a quemar las casas y demas cosas que encontraban, y Vejiatua, asi que los venció, hizo lo mismo, pues lo echó todo a [f. 42] a tierra. Luego que los Eries y Capitanes vieron la tropa en tierra, disen los que lo vieron, que se mostraron muy alegres, abrazados a cada uno de porsi y diciendoles si havian ido ayudarles, a lo que cada uno respondió lo que le pareció. Sigue la mestranza en tierra, la aguada, y la composición del velamen. [147] El 18 de dicho, tuvimos un NO. tan grande que este nos hizo echar las vergas de juanetes abajo, brazear las gavias con el viento, arriar del todo los masteleros, y tender otro cable y ancla al N., por lo que puediese suceder en la noche. Acabado el tiempo que duró dos días, se recorrieron todos los cables y no se halló novedad alguna y se levó el ancla. El 26 de dicho, a las cuatro de la tarde se vió desde abordo que los Yndios andaban corriendo en tierra y echando las canoas al agua y todos montaban la punta del E. como para Tayarabu, mandó el Señor Comandante en el bote a Don Juan de Manterola, un cabo y tres soldados. A las cuatro y media vino el bote del Paquebote con el marinero Francisco Navarro, el que haviendo ido a labar con otros de su mismo barco le urtaron tres camisas, y dos pares de calzones, y siguiendo al Yndio que se los havia robado otro le dió una pedrada en la cabeza, y queda en la enfermería de esta Fragata de algun cuidado, según dice el cirujano. Inmediatamente vino el vote con recados de Don Juan de Manterola para que fuese a tierra el segundo Capitan Don Thomas Gayangos, a averiguar los Yndios, porque todos se iban a otros partidos sin quedar alguno, luego, al instante se largó el bote con el dicho, y otros Oficiales. A las siete vino Don Nicolás Toledo con recado de Don Thomas para el Comandante, y de allí a poco se fue a tierra. A las ocho se vinieron todos los Oficiales trayendose todas las herramientas que se hallaban en tierra de los carpinteros. [f. 43] A las nueve volvió el herido en si, se confesó y recivió la Santa extremaunción. A las seis y media de la mañana del siguiente dia, se administraron los Santos Sacramentos al dicho; a las ocho y media llegó abordo el Capitán Taitoa que corre con la casa de los Padres, y dijo tenía su Eri al deliquente preso y que fuesen por el los dos Yndios que teniamos abordo y el Yntérprete Máximo; también dijo que toda la noche no havian dormido de la pena tan grande que havian recevido de lo acaecido, y de no haver querido entregar los Capitanes a Don Thomas el deliquente, pues lo tenian en una de sus casas metido. Se dispuso el ir a tierra y para esto se juntaron los caballeros Oficiales en la Cámara y de allí a poco se largó el bote con Don Thomas Gayagos, el Alferez de Ynfantería, un Cabo y cuatro soldados armados para traer el reo. A este tiempo se le enseñó al dicho Taitoa el herido, y se le hizo presente que por haver un marinero amenazado a los Yndios se le dió un cañón, todo esto lo comprehendió el dicho Taitoa muy bien. A las once y media mandó el Señor Comandante un recado a Don Thomas que qual era la tardanza y respondió que havia ido al Yntérprete, Thomas Pautu y Barbarua (248) a ver a Vejiatua, y juntamente a tra-[f. 43v]er el reo, que se hallava distante como una legua. A las doce y cuarto se vinieron los Oficiales abordo, quedandose en tierra el Yndio Pautu y Máximo, este se quedó, vino a las doce y media. A las dos fue el bote a tierra, a la misma diligencia y vinieron a las siete sin el Yntérprete y Pautu, y fueron a tierra quince hombres armados con un Sargento para custodiar la casa. A las siete y media llamó el Señor Comandante a consultar a sus Oficiales, y de resulta se armó la lancha en guerra, llevando un oficial, y dió fondo en la playa para resguardo de la tropa que estaba en tierra. La noche anterior de resulta de lo pasado se comenzó a hablar mal de los Yndios y a dar a entender a Pautu lo mal que havian obrado, el comenzó a dar sus [148] escusas, y le preguntaron si se quería quedar o irse a Lima y dijo que aunque no le diesen nada, que se quedaba muy contento, y del mismo parecer fue el chicuelo Manuel, a esta respuesta le reprehendieron los Oficiales, luego supimos por el Yndio Barbarua, que el no haver traido el reo este dia y haverse retirado Vejiatua, fue causa de haverle influido Pautu, lo querían prender y castigarlo abordo porque no havia echo fuerza para que sus Capitanes entregasen el reo. [f. 44] Al siguiente día por la mañana llegó un criado de Vejiatua con recado para Don Thomas Gallangos que se llegase a tierra, que tenía miedo de ir a bordo solo, de allí a poco llegó el Yntérprete y Taitoa, con el mismo recado, fueron los dichos Señores a tierra, y fue el Yntérprete con Don Thomas y Taitoa hasta montar la punta del E., y viendo dicho Señor estaba muy retirado mandó al dicho Yntérprete y Taitoa para que avisasen a Vejiatua como lo esperaba. Este se determinó venir, y al pasar por la casa de Pautu salió y lo detuvo, diciendole que si iba abordo lo matavan, con otras muchas cosas que el levantó de su cabeza, por lo que se volvió atrás y se fue hasta el partido de Oyaotea (249), sin que el Yntérprete lo pudiese reducir diciendole que todo era falso. Este malvado havia ya tirado toda la ropa y se havía puesto taparrabo, también usó de la villanía de gritar a los que iban en la canoa en donde iba el Yntérprete, de que bolcasen la canoa, a ver si podían haogarlo, este dió parte a Don Thomas de lo que pasaba, el que se enfadó mucho, y a las tres y media se volvieron abordo. Según mi parecer creo que el no venir Vejiatua [f. 44v] abordo no es causa de la pedrada que dieron los Yndios en tierra al marinero del Paquebote, sino que ese mismo dia por la mañana, estuvo abordo, y se fue al rancho de los Sargentos y con el motivo de estar obscuro y no haver nadie, se metió dentro, y luego que vino el quartelero y los halló dentro pensó que estaban robando alguna cosa y se ocultó, mas vió que estaba Vejiatua mamando la natura a el criado que llevaba consigo (250), por lo que se levantó el dicho quartelero y le dió una bofetada, y al criado de palos, y sin decir nada se fueron a tierra. El 30 de Diciembre, a las diez del día llegó abordo Vejiatua, la madre de Otu, su hijo Ginoy e infinitos Yndios y Yndias, a este se le preguntó qual era la causa de haverse retirado de abordo y de su partido, y dijo que Pautu le estaba diciendo siempre que si lo cogian lo havian de matar; también se le preguntó por el dicho Pautu, y dijo quedaba con solo taparrabo, y que no queria venir abordo, entonces se le dijo lo mal que havia echo y lo mal agradecido que era, y que era un embustero muy grande, pues suponía muchas cosas [f. 45] falsas. Impuesto Vejiatua de la correspondencia tan mala que havia tenido, a tanto bien como havia recibido, fue y aunque quando vino, por varias cosillas que le dió lo hizo Capitán, mandó a todos los suyos lo echasen, y que no hizieran caso de él. A esto ayudó mucho Taitoa, pues por sus ruegos vino Vejiatua abordo, como estubo siempre en la obra de la casa de los Padres quando se fueron todos los Yndios, y veia con el amor que los tratábamos y tan contrario todo lo que Pautu le decía, se obligó a traerlo, y hasta que lo consiguió no paró, también ayudó mucho el Capitán Ytari, dueño de la casa [149] en donde trabajaron el viaje pasado los carpinteros, pues este vino abordo en unos de estos dias desde Tayarabu, con su mujer, y hijos, a ver al Señor Comandante y algunos otros conocidos. Al venir para la Fragata dijo, le dijeron los Yndios lo que havía pasado, mas el no hizo caso de nada llegó abordo, y comenzó a repartir varias cosillas que traía con sus conocidos, y por medio del intérprete le dió a entender el Señor Comandante que [f. 45v] Vejiatua no era su amigo, pues lo havia mandado llamar varias vezes y no havia querido venir, porque Pautu le havia dicho lo quería matar. Asi se fue este con su familia procuró ver a Vejiatua y le dijo lo enojado que estaba el Eri de la Fragata porque no iba a verlo, y que a el lo havian regalado muy bien, y no le havian echo daño, ni aun a sus criados, le prometió que al siguiente día vendría sin falta, y asi lo executó. El dicho Ytari dió parte al Señor Comandante de lo que Vejiatua le havía respondido con uno de sus criados aquella misma tarde. Estos dias se trabajó poco en la casa de los Padres por no haver Yndios que ayudasen, y se le dijo a Vejiatua, que por qué no mandaba a los Yndios que ayudasen que sino se quedaria la casa por hazer y los Padres se volverían a Lima. Esto lo sintió él mucho, pues no quería que los Padres se volviesen, y entonces el propio fue a tierra y a quantos Yndios vio dio orden para que ayudasen en todo trabajo. [f. 46] El 31 de dicho, se echaron en tierra los víveres de los Padres, y todo lo que les pertenecía, tomando para esto posición de la casa, y siendo aquella noche la primera que dormieron en tierra, y se retiró la tropa que se hallaba en ella de custodia. Dia 1.� de Enero de 1775. A las cinco de la mañana fue un guardia con cuatro hombres para ir acomodando a los Padres todas sus cosas en orden. A las siete y media juntó el Señor Comandante a sus Oficiales y celebró consejo de guerra él, para que no se. A las nueve fue toda la tropa y mas quince hombres en tierra, todos armados, para formarse en ella y hazer funcion de fuego, asi que la Santísima Cruz llegase; a las nueve y media se bendijo y la embarcaron en el bote yendo acompañándola los dos capellanes, y todos los Oficiales de guerra llevándola con toda veneracion y decensia que corresponde, así que llegó hizo la tropa la primera descarga, se formó una procesion, cantando el Te Deum. Asi que llegaron a la casa de los Padres, se comenzó a celebrar el Santo Sacrificio de la misa, al lebar la Hostia se hizo la segunda descarga, y al po-[f. 46v]nerla en su lugar se hizo la tercera saludando al mismo tiempo desde la Fragata con la voz de �Viva el Rey! y veintiun cañonazos, lo que causó una novedad muy grande a los Yndios, pues muchos se tiraron a tierra y otros a huir precipitadamente, todos los nuestros se ocuparon en decirles no se fuesen que no se les hacia ningun daño, pues eso era geiba (251) de Lima, que quiere decir baile. Todos bolvieron y asistieron a la función. A las once se vinieron todos abordo y el Eri Titorea (252) que venia de Papara (253) de curarse un catarro muy grande, que havian tenido con toda su familia, estos llegaron [150] abordo quando estaban en la función y se les dijo fuese a verla y que luego volviesen. En esta función no han estado los Eries por haverse ido la tarde antes a unas que se celebraban en el partido que llaman Oyaotea, para cortejar a ciertos caballeros que havian llegado de Orayatea y venian a divertirse y ver toda la Ysla. A este partido se le puso el nombre de Santa Cruz de Ojatutira. En la noche de este dia huvo un chuvasco muy grande, como suele haver muchos días y acabado que [f. 47] fue se dió ronda al navío como se acostumbra, y de improviso se vió saltar al agua dos hombres y lo más prompto que se pudo salieron las embarcaciones pequeñas y los cogieron haviendo dado un trabajo muy grande, los quales eran Yndios, los subieron sobre el alcázar y los metieron en el cepo de dos pies, atandoles las manos, y a las dos horas se las havian soltado ellos propios. A las nueve y media del siguiente dia se les dió un cañón, preguntándoles por medio del Yntérprete qual era su intención, y dijeron que de robar las cadenas de las mesas de guarnición, estas no eran redondas, sino como plachuelas y como ellos aman tanto todo fierro tendido, pensaron que podrían quitarlas. De estos fierros hazen unas hachitas muy primorosas, y de los arcos de pipas, que son algo gruesos y anchos, hazen mucha estimacion, pues no estiman un cuchillo como un pedazo de una quarta. Para hazer este castigo se mandó llamar a Taytoa, y se le dijo la causa, y mostró era su voluntad los castigase el Señor Comandante como quisiera, y que si [f. 47v] los queria ahogar que lo hiziese. Este es el castigo que ellos hazen quando cojen a un ladrón, los sacan en una canoa les amarran los brazos y a los pies una piedra y los botan al agua. Esto no lo he visto, ellos disen lo hazen así; acabándose el castigo llegó Titorea y su mujer, madre de Vejiatua a ver a los ladrones, pues los Yndios se lo dijeron en tierra. Este así que los vió y se informó del como havia sido, le tiró aun con un canalete, y lo lastimó. Mandó el Señor Comandante los echasen en tierra y la madre de Vejiatua no quería, sino que los matasen, entonces se le dijo que ya iban bien castigados, y a las once se fueron a tierra. Este dia se guindaron los masteleros y se hizaron las vergas mayores. El 4 de Enero, llegaron abordo los Eries que venían de las funciones de Oyaotea. El 6 de dicho, se vieron por la punta del NO. una porción de canoas que llegaron a ciento treinta y cinco, que venían de las tierras de Otu a traerle comida, entre estas venían como sesenta muy grandes, pues traían dos [f. 48] velas (254),las demás eran de las regulares, asi que llegaron a barar en tierra se armó una gresca muy grande, porque quando traen comida tienen por costumbre los que estan en tierra quando estan desembarcando la comida de robarles. Viendo el Eri Ginoy que no havia remedio, y que lo robaban todo fue y avisó al Yntérprete que es su grande amigo, vino a la playa y comenzó a dar vozes y palos con su sable, y consiguió el aquietarlos, esto fue causa para que no lo bolviesen hazer mas, pues quando venían algunas canoas llaman al dicho Yntérprete y no era osado ninguno a tomar nada. El 7 de dicho, nos levamos y a las once y media mareamos para ir a reconocer [151] a Orayatea; fue una cosa muy sensible para los Yndios nuestra ida, pues muchos lloraron, llevamos consigo al Yndio Barbarua como práctico de ella, y sujeto de mucha estimación para los naturales, también fueron dos Yndios que estos se havian escondido, y así que estabamos de tierra como de diez a once leguas se presentaron. El uno era criado de Otu, y el otro de [f. 48v] Vejiatua. El 8 por la mañana vimos tierra al N.NE., muy rasa, esta dise Barbarua se llama Teturoa (255) y que es muy fertil y en donde se hazen los petates muy finos, por nosotros se llama Los tres hermanos, y la hallé por la latitud S. de 16 grados 56 minutos, y por 232 grados 14 minutos, meridiano de Tenerife. La Ysla de Morea, por sus naturales, y por nosotros Santo Domingo, se vio el dia siete de dicho, al ponerse el sol y fue descubierta el año 72. La encontré por 17 grados 21 minutos y por 231 grados 52 minutos de longitud. Es muy montuosa, tiene muchas quebradas con muchísimos árboles, y por la parte del E. tiene una muy grande (256) que de la orilla del agua hasta la falda del monte mas próximo tiene de tierra llana como milla y media, muy poblada de árboles, que no pude distinguir, lo demás de la Ysla tiene de todo, porque por una parte esta rasa y por otra se le ven algunos arboles, en las dos puntas le vie muchas palmas. Sus havitantes son en todo semejantes a los [f. 49] de Otajiti, tiene mucha gente y quasi siempre estan en guerra con los de Otajiti, haora se hallan en paz. Tienen alguna subordinación al Eri Otu, la circunda un arrecife el que tiene dos vocas (257) como de dos tercios de milla, de ancho, y segun demuestran los Yndios de Otajiti hay buenos puertos y limpios de piedras. El 9 de dicho, por la mañana se descubrieron dos Yslas algo distante y dise Barbarua se llaman Tuajine y Tupuemanu (258). Esta Ysla de Tupuemanu (259), alias, la Pelada, la encontré por la latitud S. de 17 grados 16 minutos y por 230 grados 56 de longitud. Es muy pequeña con algunos montesillos, como demuestra su prespectiva, mas disen los Yndios no vale nada. La de Tuajine (260), alias, la Hermosa, la hallé por la latitud S. de 16 grados 44 minutos y por 230 grados 35 minutos de longitud, meridiano de Tenerife; según la parte por donde la costeamos, que fue por la del O. la vie desde el tope que la circunda un arrecife, y en este estaban nueve canoas, las tres grandes y las de-[f. 49v]mas [153] pequeñas, las que creo estaban pescando. En la punta del S. tiene una Ysla (261), que la circunda una muy grande laguna y todos los árboles me parecen palmas. Su tamaño será como de una milla; en la punta del N. tiene una ensenada muy grande (262), y en medio tiene un monte pequeño, poblado de algunos árboles. Esta Ysla es montuosa, mas no, como la de Morea, y es fértil, en la mediania tiene otra ensenada como la primera, pero sin Yslote, estas ensenadas vie desde el tope, que el agua que las circunda se estendia para dentro como un callejon angosto y no le vie el fin.
En la punta del N. al N. de dicho arrecife tiene dos Yslotes (263), uno mas grande que otro, el mas chico lo vie separado de la costa, por lo que creo está sobre el arrecife, y revienta en el mucho el mar, el mas grande, no se, si se separa de la costa porque no lo vie claro. Los naturales de esta Ysla, dise Barbarua, [f. 50] son en todo semejantes a los de Otajiti, porque siguen la misma ley, son tan ladrones como ellos, visten lo mismo, y tienen las mismas frutas y canoas. El mismo día 9 se vió Orayatea y Otajaa (264), pero hasta el 10 no se distinguieron. La Ysla Orayatea, alias, la Princesa, la hallé por la Latitud S. de 16 grados 46 minutos y por 230 grados 20 minutos de longitud, quando se está en la punta del S. a distancia de dos y media a tres leguas; parece esta Ysla y la de Otajaa toda una, pues asi se creia al principio, mas demostré la dicha punta al ESE. 5 grados E., distancia de cuatro leguas. Se distingue la abra o separación de las dos Yslas la que demuestra tener la distancia de dos y media a tres leguas, mas por entre estas dos Yslas no puede pasar ninguna embarcación porque tienen de punta a punta un arrecife en donde revienta muchísimo la mar. Esta isla, según decian, no es tan grande como la ponderaban, por dos causas, la una, porque sus naturales disen ser mayor Otajiti, tambien desde que la vimos se costeó mas de la mitad porque se le preguntaba qual era puerto de Guamani-[f. 50v]no, que es donde estubo fondeado el Ynglés y nos daba a entender era necesario montar la punta del S., como asi fue, luego que nos pusimos a una distancia regular del puerto se formó un juicio prudente, y con las marcaciones hecha se vio lo contrario, de lo que se pensaba,, en quanto a su fertilidad tiene de todo, solo si muchos rios de agua dulce y no es tan aspera como Otajiti, porque tiene mucha tierra llana, y los montes son mas bajos. Sus havitantes segun disen los que estubieron en tierra son mas blancos (265) que los de Otajiti y corpulentos, en el mismo Otajiti lo he visto pues vienen muchos a pasear. Las especies de arboles y frutas que tienen son las mismas que en Otajiti, solo lo que tienen con mucha abundancia son unos calabazos redondos (266), con punta [155] como pescuezo que haran como media arroba. Estos los llenan de una vebida con que se embriagan y la llaman eaba (267). Estas dos especies las estiman mucho en Otajiti porque la tienen con tanta abundancia y asi que nos fuimos, como sabian haviamos de bolver nos en-[f. 51]cargaron a todos les tragesemos que ellos nos regalarian muy bien.
El 11, a las siete de la mañana se vió una Ysla que dise Barbarua se llama Porapora (268), esta es un cerro como demuestra su prespectiva, aunque nunca se puso ver claro, y segun dise Barbarua la circunda un arrecife el que tiene su boca. Se le puso San Pedro, y se halla por 16 grados 43 minutos de latitud S. y por 230 grados 7 minutos de longitud; en todas estas se halla de 9 a 9 � grados de variación. Este dia fue el bote a tierra con un oficial a registrar el puerto, el que no halló su entrada de satisfacción. A las diez del día llegó abordo una canoa apareada con seis Yndios, y se largaron las ynsignias preguntando si la embarcacion era de los Yngleses, se le respondió que no, y no quisieron llegarse al costado. El 13 de dicho, hizo junta el Señor Comandante y celebró Consejo de guerra, y de resulta llamó al Capitán del Júpiter abordo, y luego que se fue hizimos toda fuerza de vela para Otajiti. [f. 51v] Al siguiente dia de nuestro retorno vimos tierra, la que no se pudo demarcar por cerrarse todo el horizonte, dise Barbarua se llama Manua (269), y que no tiene habitantes, pero muy fértil y hay con mucha abundancia plátanos, eurus, cocos y pájaros. Los naturales de Orayatea ban a buscar estas frutas; el no tener habitantes es poque la tienen consagrada a su Dios con otra que llaman Mapija (270), esta no la hemos visto. A Manua se le puso el nombre de los Pájaros, por la mucha abundancia que se vió, y dise Barbarua, que se levanta en su costa unos torvellinos de vientos que les [156] zozobran las canoas y se haogan todos, esto lo atribuyen a que su Dios lo haze con aquellos que ban a robarle las frutas. El 16 de dicho, a la una y tres cuartos entre la Ysla Morea y Otajiti nos dió un torvellino de viento que nos rindió la verga de gavia por la cruz, y seguimos para el puerto de Fatutira en el que dimos fondo hasta el 20 de Enero por no dar lugar los vientos. El dia antes se les dió a nuestro Comandante el beatico (271). A las tres y tres cuartos de la tarde dimos fondo en diez brazas al an-[f. 52]cla de babor, fondo arena negra y lamosa, demorando el codillo del arrecife del E. al N., y la punta del NE. al NE. 8 grados N., antes de dar fondo llegaron dos canoas, en una el Eri Otu y en otra Máximo. A las seis y media quedamos amarrados como la primera vez, y a esta hora entró el Paquebote y se le mandó el bote para que le ayudase. El 24 de dicho, al amanecer, se largó el bote de abordo con el Alférez de navío Don Nicolas Toledo, Don Diego Machao. Ydem. habilitado de la Compañía, y yo con el destino de levantar el plano del puerto de Matabay. A las cinco y media se echó en tierra a la maestranza con la verga de gavia rendida para componerla, y la lancha principió a hacer aguada. Relación de lo que acaeció en el viaje de Matabay. A las cinco de la mañana del 21 nos largamos de abordo el Alferez de navío Don Nicolás Toledo y el havilitado de la Compañia Don Diego Machao y yo, con el hermano de Eri Otu (272), con el destino de ir al puerto, en donde estuvo fondeado el Ynglés, que llaman Matabay, para registrarlo y levantar su plano, de allí a poco vinieron dos canoas con [f. 52v] Otu, Vejiatua y Taitoa, de quien es dicho partido, y seguimos al remo. A las nueve y media entramos por la boca del arrecife de Ojitia (273), partido de Oretí, que fue en donde perdió el Francés las anclas, vinieron los Yndios y a los nuestros les regalaron de todas frutas y pescado asi que lo recivieron seguimos al remo y desde aqui se comenzaron a hazer varias demarcaciones a las puntas que iban sobresaliendo, y se vió que las Yslas que llaman del Rosario, necesitan alguna corrección, hasta la una seguimos al remo y a dicha hora comenzó a soplar una ventolina del NE. floxa y se largaron las velas. A las tres se aferraron y seguimos al remo y se reconoció un Yslote (274), mas al E. de la punta de Matabay, el que se ignoraba, y por entre el y la tierra pasamos. A las tres y media entramos en el arrecife de Matabay, a las cuatro dimos fondo en una braza, fondo piedra y arena gorda. A las cuatro y media fueron los Yndios en tierra dos marineros para traer agua y componer de comer y Don Diego Machao para que no huviese algun desorden y registrar la dicha punta y nosotros levamos, y comenzamos a sondar y haziendo todo lo necesario para levantarlo con toda la exactitud posible. A las siete y media dimos [f. 53] fondo en el mismo paraje que antes, y llegaron los Yndios y marineros con mucha comida y un zerdo pequeño azado entero. De allí a poco llegó Don Diego Machao y dijo havian recivido a Otu en los mismos términos que en Tayarabu. A las ocho y media se fueron los Yndios en tierra a dormir. En la noche no hemos tenido más novedad que algunos chuvasquillos. A las cinco de la mañana vinieron los Yndios y trajeron mucha abundancia de sus comidas para todos, y tres puercos regulares vivos; levamos y fuimos a [157] sondar la punta que nos quedaba, en la que baramos por ser toda piedra y haver media braza de agua, después que acabamos seguimos al remo hasta salir por la boca por donde entramos, y largamos las velas, mas de allí a poco se cargaron por quedarse calma. Luego que montamos la punta salieron algunos Yndios a saludar a Taitoa con algunos tayos de plátanos. A la una y cuarto llegamos al partido de Oretí, dimos fondo en tierra los Yndios, Don Diego Machao, yo y dos marineros para componer de comer; antes de llegar a Oretí salieron unas canoas y regalaron los Príncipes tres dorados que tendría una [f. 53v] arroba cada uno, azados enteros. A la una y media llegaron tres canoas, cargamos de comida algunos zerdos vivos, y tayos de plátanos para hazer sacrificio a Otu, el que se hallaba en tierra, y en ella lo celebraron, hallándome presente. En el tiempo que estubimos dando fondo estarían a nuestro costado como cien canoas y cuatrocientas cincuenta a quinientas personas, poco mas o menos, todo el regalo que hizieron a Otu lo mandó al bote y se compuso de mucho pescado, platanos, euru, cocos, un zerdo grande azado y tres vivos. A las dos y media acabaron de componer la comida nos fuimos abordo, comimos y a las cuatro y media nos largamos al remo con viento por la proa. A las nueve y media de la noche llegamos al puerto de Santa Cruz de Fatutira, echamos los Yndios en tierra y nos fuimos abordo sin novedad alguna. En lo que hemos registrado hay que aumentar alguna cosa y corregir la punta de Matabay. Reconocimiento de la dicha ensenada de Matabay. Esta ensenada se halla en lo mas N. de la Ysla de Amat, ella es formada por una punta rasa (275) [f. 54] que es lo mas N. que tiene la ysla y lo mas S. de un pequeño cerro escarpado, corriendolas dos SO. � S. y NE. � N., en distancia de una milla y su fondo de un tercio distante de ella se prolonga un bajo al S.SO., en que engrozando mucho el mar no pudimos sondar en menos de cinco brazas fondo piedra, pero por lo que aparentaba juzgamos no tendrá menos de dos brazas. Entre este bajo y un arrecife que rodea la punta del NE. de la ensenada hay un canal de un décimo de milla que en su entrada tiene de doce a quince brazas sobre cascajo y piedra, pero después de esta canal, cuyo ancho es igual a su largo, se encuentra por toda la ensenada un fondo limpio de arena negra de seis hasta quince brazas. Entre la punta de la restinga que rodea la punta del NE. y un bajo que sale de la costa como un décimo de milla de la punta hay restinga de piedra con tres a cuatro brazas de agua y después se disminuye hasta quedar en media, siguiendo para la punta; el doblar esta para el E. con el bote es impracticable ni menos poder desembarcar por el poco fondo. [f. 54v] Estando toda la ensenada descubierta sin arrecife que la defienda es combatida por la marea, de tal modo que en toda su costa es impracticable el desembarco, a menos que no halla procedido una larga bonanza, pues hasta los mismos Yndios usavan su tránsito, y así su pequeño número de casas y canoas las tienen después de doblada la punta, excepto algunas que estan en el fondo de la ensenada. El número de havitantes llegaran a doscientas personas, que poseen corto numero de canoas, que en ellos es la señal principal de pobreza. En la misma punta a la parte del NE. desemboca un río (276) de buen agua, pero se haze muy trabajoso el tomarla porque no pudiendo doblarla la lancha la punta, ni acercarse [159] a la playa, es preciso conducir por tierra la basijería y traerla por agua, una distancia de veinte varas que se quedan las embarcaciones de la playa.
El terreno ynterior es montuoso, pero descansado por ser muy tendido desde sus faldas, hasta el fin y no tener arboles, sino solo algunas ramas y mucha yerva. Parece de tierra barrosa colorada; el terreno havitado es lo llano de la playa, [f. 55] poco poblado de palmas y euru en menos número. Aquí nos señalaron los Yndios el sitio en que armó su tienda una navío Ynglés, que a su Capitán llaman Otute, estubo fondeado en donde se halla el ancla en el plano, y supimos por los Yndios havia barado y que carenó. La principal marca para conocer la entrada es la vista de un cerro (277) escalpado y de mediana altura, que hay en la punta del SO. con tres arboles muy grandes encima, y otra puntilla que está mas adentro de la ensenada. El paraje entre el bajo y la restinga que rodea la juzgamos peligrosa por la immediación del bajo y que las aguas salen con fuerza del arrecife, y así la mas segura entrada la consideramos entre el bajo y la punta del SO. siempre que el viento lo permita. Es quanto nos permitió reconocer la cortedad del tiempo, de lo que contiene la ensenada de Matabay, cuyo plano algo defectuoso dará a entender algun tanto de lo que arriva he dicho. [f. 55v] El 24 de Enero, a las diez del dia llegaron abordo ocho canoas en las que venian toda la familia del Eri Oretí, a estos armó Vejiatua casas, y se estuvieron hasta el día de la vela, que salieron tras de nosotros para sus partidos. Este dia mandó el Señor Comandante se juntasen abordo todos los Eries con sus mujeres para repartirles algunos efectos que venian de cuenta de la Real Hacienda, y para esto se separaron los hombres de las mugeres, dandole a cada uno su lugar e iguales partes, excepto a Otu y Vejiatua, que se les dio alguna cosa mas para distinguirlos de los demas, entre estos estubo el Eri de Morea. Titorea, padrasto de Vejiatua, no quiso recivir lo que se le dió porque queria fuese su parte igual a la de este, llamando a Don Thomas Gayangos, tayo yno y epiro (278), que quiere decir malo y cicatero, por lo que este mandó echarlo de la Fragata, haziendole presente como aquellos eran los dos Eries y el era Capitán, como los demás, con nombre de Eri. Acabado esto se les hizo presente que Eri de España les regalaba todo lo que havian recivido [f. 56] porque eran sus amigos y que no quería lo recompensasen con cosa ninguna y que quando bolviera otra vez la Fragata les daría mas; comprehendido esto por ellos, dijo Otu, y después todos, que el Eri de España era muy grande, pues les havia regalado sin interes y que era tayo, may, tay (279) y por el contrario el Ynglés. Algunos de estos Eries así que recivieron la dadiva mandaron a sus criados trajesen algunos zerdos para recompensar y entonces fue quando se les hizo presente lo dicho arriva. Al siguiente día se hizo diligencia por debajo de cuerda para que Titorea hiziese las amistades con Don Thomas Gayangos, por ser Yndio que nos ha servido de mucho, y servirá; vino abordo y este se mostraba muy enojado y mas quando lo miraba por lo que el pobre Yndio se desconsolaba y los Oficiales le decian le [161] hablase, después de algun rato llegó y le nombró por su nombre, diciendole no estuviese enojado que el era su amigo, a esto le hizo presente el dicho Don Thomas la causa de su enojo y el Yndio no respondia nada, hasta que le dio un [f. 56v] abrazo, de lo que se alegró mucho, y comenzó a decir varias vufonadas, como el acostumbraba por ser Yndio muy gitano.
Este dia se le hizo presente a Vejiatua si era gustoso fuese nuestro monarca Eri de Otajiti, y respondió que de su parte no havia novedad, pero que era necesario ver a sus Yndios, asi que comió se fue a tierra y juntó a todos y con una formalidad muy grande formaron una junta, la que duró mas de tres horas, en la que tuvieron muchas vozes y acabada que fue, comenzaron a llamar por Eri de la Ysla a nuestro monarca, asi que llegaron los Oficiales a tierra (como lo hacian todas las tardes) se juntó Vejiatua con una porción de Yndios delante de los dichos y les hizo presente como todos eran gustosos fuese nuestro monarca su Rey. Otu se hallaba algo distante y fueron a ver lo que decia, pero el no necesitó de junta para recivirlo, y señaló dos criados para que sirviesen a los Padres; de esto tomó el contador razón (280), nada de esto he visto, sino lo oy decir a algunos. El 26, a las cuatro de la tarde murió nuestro Comandante Don Domingo de Boenechea, Dios le de eterno descanso, ayudado de los Padres misioneros, asi que espi-[f. 57]ró se largó vandera a popa y proa a media asta. A las seis de la mañana del siguiente dia se dijo una misa rezada y se puso a la tropa sobre las armas. A las ocho llegaron de tierra los Padres misioneros, se le cantó la vigilia y misa de cuerpo presente haziendo la tropa las descargas correspondientes. A las nueve y cuarto se embarcó en el bote el cadáver, acompañados de todos los oficiales y embarcaciones menores de la Fragata y Júpiter, asi que se largó el bote se le saludó con siete cañonazos; luego que llegó a tierra se puso sobre la pasa, hizo la tropa una descarga, y al darle sepultura otra, que fue delante de la casa de los Padres. Acabado el funeral nos retiramos abordo, siendo esto una confusión muy grande para los Yndios y mas la muerte, pues esa tarde me hallé en tierra, y asi que murió corrió la voz en todos los Yndios, y lo sintieron tanto, que ni aun hablaban preguntando de que havia muerto. A las seis de la tarde levamos el anclote. El 28 de dicho sábado nos comenzamo a lebar y echaron menos dos grumetes llamados Manuel Montoro y Blas de la Candelaria, a los qua-[f. 57v]les mandó el Comandante Don Thomas Gallangos buscar, y fue un sargento con el Yntérprete en bote y el Eri Titorea en sus canoas para el puerto de la Virgen en el que los encontraron durmiendo. A las once y tres cuartos marcamos todo aparejo en buelta del Callao, puerto de nuestro destino; hasta el 31 de Enero estubimos a la vista de Otajiti y cerro de San Christoval, por ser los vientos escasos. Estos naturales al despedirnos de ellos mostraron un sentimiento muy grande llorando muchos, mas que quando salimos para Orayatea, pero los que se señalaron fueron la madre de Otu y Taitoa. El mismo dia de la vela estaban abordo los dos Eries y le dijo el Comandante a Vejiatua como Señor de Santa Cruz de Fatutira, que cuidado cómo los Padres recivian algun daño de los Yndios, porque quando volviese que seria luego al instante lo habia de haorcar y a toda la Ysla le pegaba fuego y no dejaba a ninguno [162] vivo, le respondió que no tubiese cuidado y que en primer lugar no les havia de faltar todos los dias pescado, como lo cogiesen en la Ysla, de las demas frutas tendran con mucha abundancia, que los Yndios no le harian daño que el cuidaba [f. 58] de ellos, pero que si tenian guerra y los enemigos podian mas y les hacian algun daño, no quedaba el responsable a pagar el daño que reciviesen, por lo que se le hizo presente que tenía razón. �Será razón que a este mozo se le llame bárbaro?, pues no es de los mas haviles o entendidos; su edad será como de veintidós años, muy rubio, con los labios negros, muy corpulento, de buena cara, solo quando llegamos que lo encontramos muy feo, pues todo estaba lleno de una enfermedad como lepra y es causa de la bebida con que se embriagan, pero sabiendo la causa los oficiales comenzaron a reprehenderlo y se consiguió que se sujetase del todo y asi que salimos quedaba bueno. El puerto de Santa Cruz de Fatutira lo hallé por la latitud S. de 17 grados 44 minutos y por 233 grados 1 de longitud, y la punta del SE. por 17 grados 52 y por 232 grados 58 minutos, meridiano de Thenerife, esto es por varias observaciones que he echo y en particular la del dia en que entramos que estabamos a las doce del dia EO. con dicho puerto. [f. 58v] El viaje pasado disen lo hallaron 6 minutos mas al N., no se qual será la causa, por falta de instrumentos no ha sido, pues haora se han hallado cinco octantes mas que el viaje pasado, y ninguno la ha hallado menos de 17 grados 51, antes dos la han hallado en los 54 minutos. NOTA Según han indagado o se ha experimentado en quanto a los dueños absolutos de esta Ysla, Otajiti por sus naturales, y de Amat por nosotros, disen ser dos, que son el Eri Otu y Vejiatua, y estos tienen sus Eries y Capitanes que llaman toofa (281), repartidos en cada uno de estos, los quales son veintiuno, los trece de Vejiatua y ocho de Otu, pero este tiene mas tierra. Los de Vejiatua son: Papara, Guayuriri, Guayari, Guayuru, Mataoae, Oyaotea, Otepari, Tayarabu, Guayurua, Fatutira, Pajiriro, Abafaiti y Otijia (282). Los de Otu son: Otiarey, Onojea, Apayanou, Ajonu, Matabay, [164] Opare, Otetaja y Atejuru (283). El partido de Pajiriro creo no es de Vejiatua, si el Eri era hermano de su padre, y luego que murió el dicho Pajiriro quedó su hijo [165] governando, y se llama Maritata (284), mas [f. 59] creo esta sujeto a Vejiatua. En este partido se halla el puerto de la Virgen. Los Eries que han estado abordo en el tiempo de nuestra mansion han sido Otu, Eri de Opare, Ginoy hermano de dicho Otu, de Otiarey, Mayoro (285) Ydem. de Apayanou, Tautiti (286) de Ajonu, Nari (287) de Onojea, Vejiatua de Fatutira, Titorea de Tayarabu, Oreti de Ojitia, Potatau de Atejuru, Guaroji (288) hermano de Titorea, de Papara, y Tetuaunauna (289) hermano de Vejiatua, como de cinco o seis años, su heredero; los demas partidos son governados por Capitanes.
Estos Eries no se diferencian de los demás Yndios en cosa alguna que la vista halla podido especulizar, porque las mismas mantas y petates traen los superiores que los subditos, solo el Eri Otu es el que se diferencia de los demás en dos cosas, la una en la comida, mas no es como dijeron en el viaje que hizo la Fragata el año de 1772, que no comia con sus manos, sino le daban con agenas, y no hay tal cosa, pues yo lo he visto comer muchas vezes abordo y en tierra, y lo mas que ha hecho abordo es no meter la mano en el plato, sino uno de los Yndios [f. 69v] se lo dan en la mano, y juntamente todo lo que come, como son gallinas y zerdo, lo moja en agua salada, y en donde este tiene el agua, ninguno mete la mano, como sucedió varias vezes que comieron juntos, Otu, su hermano Ginoy, Titorea y Vejiatua, pues estos tenian otro plato aparte; la otra es que luego que lo ven tanto Yndios como Yndias de toda la Ysla y aun los que vienen a pasear de las circunvezinas, si traen las mantas, por los ombros o los petates se los ciñen por la cintura, por lo que me parece que Otajiti es la Ysla mas grande de las que hay alrededor de ella como 60 a 70 leguas en contorno, y Otu, el Eri de mas mando, aun del de Orayatea, que decian era mas, pero se ha verificado lo contrario, y aun creo que le tienen alguna [166] subordinación. La madre de este Eri, llamada Fayere (290), es de Orayatea, la que tiene ayá mucha familia y un hermano suyo es Eri como también el Yndio que traemos llamado Barbarua es su hermano. Entre los demas Yndios hay unos llamados toofa, que son como Capitanes, y estos quando estan delante de Vejiatua, si son de Otu [f. 60] se quedan cubiertos, mas si son del dicho Vejiatua se despojan como los demás, pero con Otu no hay nada de esto, y aun los mismos Eries, pues lo he visto muchas vezes, y otras tantas lo he preguntado a varios, los que me lo han explicado con una claridad muy grande. También he visto muchas vezes abordo y en tierra, que las mujeres no pueden comer delante de los hombres, como ha sucedido abordo quando han venido algunas, y se han quedado abordo todo el día, y para comer alguna cosa han andado escondiéndose para que ningun Yndio las viese. En tierra comen en sus casas, sin que hombre ninguno este presente, y cada una aparte y separadas, como dos o tres varas, solo sí, quienes las ven comer son los muchachos que les componen su comida. Los naturales de esta Ysla, como los de todas las que hemos tratado son muy desconfiados, pues creen que quando se les piden algunas cosas para ver, de las que traen, se las quieren quitar, y es que como ellos son tan ladrones, se creen son los nuestros lo mismo. [f. 60v] También se dijo en el año de 72, que fue el primer viaje, que estos naturales no tenian Ydolos en quien adorar, mas son infinitos los que he visto, esto es, no los tienen como los de la Ysla de San Carlos (291) en las playas, sino les dan mucho culto, pues les tienen echo unos sementerios de piedras puestas con mucho orden, y alrededor muchos arboles; y junto a este sementerio hay un cerco, que está en los mismos términos, mas en este se encuentran los mejores arboles que se hallan en sus alrededores, platanos, y otras llervas, muy frondosas. En este paraje no entran sino son los Eries, y sacerdotes o tajuas (292) que es quando van a llamar a su Teatua (293) o Dios, en el otro es donde entran todos los Yndios, y en este se hallan como tres o cuatro asientos, que se diferencian de los demás. Les llaman a estos, emmarae (294);quando los nuestros iban a tierra a pasear, procuraban entrar o examinar este lugar, mas, por voluntad de los Yndios que los acompañaban, y aun a mí me sucedió [f. 61] no entrabamos porque al instante nos decian que si sus Eries y tajua lo veían, los havian de castigar. Algunos entramos, mas no se podia llegar a nada de lo que tenían presente, porque luego levantaban la voz de que su Teatua los havia de matar. [167] Ni tienen vicio que este sea con moderacion, sino todos con exceso, como también no se, vicio aborrescan. En quanto a la luxuria y lascivia, pues tienen el de mamar la natura de los hombres (295), como se vió abordo con uno de los principales llamado Vejiatua. Creen en los sueños, y usan de muchas supersticiones. También disen algunos que hay mujeres que estas se comen a sus hijos, y otras que estando en reputación de doncellas, tienen algun descuido, y llegan a parir los matan, como ha sucedido con la hermana mayor del Eri Otu, llamada Tetua (296), que ha parido dos vezes de un criado suyo, esto no lo he visto ninguno de los que hemos estado, sino los Yndios han sido quienes lo han explicado con mucha claridad. Lo que si se vió [f. 61v] fue que ninguno de los hijos de Fayere y Ajapa (297), que son el Eri Otu y demás hermanos, no se vio entrar en la casa de sus padres, ni aun uno pequeñito que hay, esto sucedió varias vezes que iban algunos de los nuestros con ellos y pasaban por la casa de sus padres entraban a verlos, mas ellos, se quedaban fuera, pero quando estaban fuera o venían a la Fragata handavan juntos, hablaban todos, y algunas vezes se abrazaban. La mayor parte de estos naturales son casados, mas no hay formalidad alguna, porque quando les parece dejan una y toman otra, aunque no es mas que una, mas tienen por costumbre, que quando al año de casados no ha parido la mujer la desprecian del todo, aunque le halla ido bien y todos le hazen mucha mofa, como sucedió con Tauti (298), que casó con Vejiatua. Esta dise el Francés en su derrotero que era la gran sacerdotisa de aquellas tierras, y que estaba obligada a guardar virginidaz, no se porque regla de tres, saco la cuenta, pues hemos sabido que todo el tiempo que estubo soltera, después que Vejiatua la repudió, fue una gran sorra, mas luego que se casó de segunda vez asentó el paso [f. 62] y parió. El tiempo que la hemos tratado abordo y en tierra la hemos reconocido un gran talento, creeré que como esta noticia tendrá muchas mas el derrotero, aunque no es mucho porque los nuestros, algunos de ellos contaron cosas muy diferentes de las que hemos visto o indagado, es verdad que como era el primer viaje no entendían el Ydioma, y en un mes que estuvieron querian imponerse en todas las costumbres de estos naturales, esa fue la causa, puede ser que a estos caballeros franceses les huviese sucedido lo mismo. Mucho se ha especulizado en este viaje, pero creo que todos pueden servir de interpretes porque no huvo cosa que los Yndios dijesen que no se comprehendiese. Es verdad que a vezes lo explicaban con acciones que se comprehendian mejor que con la voz y esto era quando alguno decia alguna palabra que no la entendian. No tienen embarazo de combidar estos casados con sus mujeres, pero el pago tiene de ser una camisa a lo menos, esto si es por modo de venta, que si es porque le estiman o porque le ha regalado alguna cosa no hay [f. 62v] contribución alguna. Estas son como algunas de nuestro reino, que a escondidas de sus maridos suelen hazer sus cambios, pero de esto no dan parte a sus maridos, sino es quando ellos buscan el flete, que parten la mitad. [168] Las que disen son doncellas y las solteras o mundanas, no tienen dificultad de dar su cuerpo a qualquiera que llega y con tanto extremo que ellas vienen a solicitar a los nuestros, como sucedió infinitas vezes, y para esto vienen en vandos, y luego que llegan a donde estan los nuestros, que por lo regular era quando iban a labar, se quitaban las mantas y en cueros comenzaban a bailar y a meterse en el agua, y viendo no va ninguno, se llegan a ellos, y los comienzan abrazar, y a combidarlos por lo claro. Ellas no son muy blancas, pero hay muchas que son bien parecidas. Por esta libertad de conciencia, tanto hombres como mujeres, padecen muchas enfermedades como son mucho galico (299), yncordios, purgaciones, dolores, llagas, y quantas hay entre nosotros por ese asumpto. [f. 63] De la que saben que ésta está muy enferma, o ha puesto a algunos, les quitan el pelo, les rapan las cejas y luego la hechan al monte. También, luego que qualquiera de todas en general llega a parir, luego al instante se van a bañar como tambien al recien nacido. Quando estan pariendo lo hazen como racionales, pues la tiene un Yndio sentada en sus piernas y las demas mujeres estan alrededor, mas hay una de estas que haze de comadreja, y luego que estan como de un año usan de padrino para ponerles nombre. Todo es cierto, pero lo primero, por casualidad yendo de paseo por la quebrada a dentro, lo vie. A estos naturales quando mueren les dan sepultura de dos maneras, si es Eri o toofa, sobre quatro puntales forman un techo y sobre este ponen el cuerpo, y luego le forman otro como tixera, para que lo cubra (300), que es la grandeza que ellos traen en sus canoas y a lo que nosotros decimos carroza, pero muy bien echas. Al común los entierran [f. 63v] y les hazen su función de difunto, la que no pongo por que no la he visto, aunque el Yntérprete estuvo quando murió el Eri Pajairiro, y lo especuliso todo, lo que si he visto es que en todos estos parajes o sepulturas hay de todas las comidas que produce la Ysla, cada cosa de por si en unos canastos, lo que se ha preguntado que significa, y dicen que el difunto viene a comer de noche, y diciendole que como puede ser, estando muerto, y han respondido que el cuerpo no come, por lo que hemos entendido, que ellos saben que tienen alma, y haviendoles preguntado que ese alma a donde andaba no supieron responder, y dijeron se mantenian visitando las Yslas. Son muy cobardes, porque quando mató la palma al hombre y quando dieron la pedrada al otro no quedó ninguno en el puerto de Santa Cruz de Fatutira, porque todos huyeron, y fueron a otros partidos, esto será a nuestras armas y mas a las de fuego, porque ellos tienen una guerra muy sangrienta con la mitad de la Ysla Otajiti, y con otra que está junta, que llaman Morea, aunque haora [f. 64] estaban en paz; mas durante nuestra mansion ya andaban moviendo varias conversaciones, entre ellas si convenia tener guerra o no, y aun al Yntérprete le dieron a entender si en caso de tenerla les ayudaria con sus armas, el que respondió que no tenía orden, mas que lo mandaría a decir al Señor Virrey y ellos quedaron muy contentos. Los prisioneros de guerra que hay de una parte y otra se los presentan a los Eries con un tayo de platano y a estos les sacan los ojos y se los comen dichos Eries. [169] Estos tayos de platanos deve ser para ellos dadiva muy grande, o es planta que ellos tienen para hazer sus funciones, porque tanto en alegría como en pesar regalan dichos tayos, como sucedió en las dos ocasiones que fuí la una a llevar dichos Eries a sus tierras y la otra al puerto de Matabay, y juntamente quando se murió el Eri Pajiriro. Las armas que usan son lanzas, arco con flechas, onda y macana, las que juegan con destreza, además de estas tienen unas canoas muy grandes (301) [f. 64] en las que caben de treinta a cuarenta hombres, y estas en la proa tienen un tabladillo en el que se ponen tres hombres, cada uno con su lanza, y allí riñen, y si mueren estos, buelven otros, los demas se defienden con flechas, y en algunas ocasiones con las hondas. Estas canoas son muy primorosas por el trabajo tan pulido, y mas no teniendo de las cosas que son necesarias para su construccion, son aparcadas, y usan de dos velas en dos trozos de madera que ponen de una a otra, y la carlinga la tienen entre las dos, a sus costuras le dan con un líquido que estila uno de los arboles que ellos tienen en el monte (302). Las comunes de su uso son también muy bonitas y les sale por la proa una tabla larga, que remata en punta no muy aguda, son muy angostas pues apenas tienen dos tercias de ancho y muy expuestas a sosobrar, no las apareadas, sino las sencillas, y para tener algun seguro las traen armadas como dije en Maitu. Tambien, tienen tiempos señalados para hacer sacrificio a sus dioses y entre ellos tienen algunos de los que llamamos de primera clase, como sucedió en el [f. 65] tiempo que fuimos a reconocer a Orayatea, y quando vinimos nos dijeron los Padres y el Yntérprete que havian tenido una función muy grande y que no se havia aquel día encendido en todos aquellos partidos candela, y también querian que los Padres guardasen el mismo precepto, mas el dicho Yntérprete los reprehendió, y se combinieron. Este procuró ir a ver dicha funcion, el que pensando fuese por la mañana temprano se fue como a las cinco, mas fue en vano, porque quando llegó ya estaban acabando, y queriendo entrar en dicho emmarae no lo permitió el tajua, y Vejiatua haziendole prezente que no podía entrar sino iba con solo taparrabo las pisadas muy quietas y sin mover los brazos, que si no veía a los que estaban allí y que aquella no era función de las que ellos llaman jeiba, que entonces va cada uno con la mejor ropa que tiene, y que este sacrificio era a su Teatua, divinidad que ellos quieren mucho, mas disen que no lo ven por lo claro, sino que ven venir una [f. 65v] nuve blanca, la que haze algun ruido (y lo mismo es ver a esta nuve el tupapau (303), que es el demonio, a quien ellos ven muchas vezes y les tienen mucho miedo, porque los maltrata mucho y disen que por ojos, nariz, boca y oídos echa fuego), se mete debajo de la tierra y no parece interin esta la nube presente. No se si esto sera verdaz, pero a mi me lo han explicado muy bien varios Yndios y algunos de los que se han reconocido son muy formales, lo que si [170] he visto tanto en la Ysla como abordo con los que hemos traido, que quando ellos quieren algunas cosas de las que carecen cantan sus oraciones a Teatua, como sucedió varias vezes abordo, por ser los vientos escasos y mas quando fui con el bote, la una a Tayarabu y la otra a Matabay, que siempre fueron los vientos escasos y de noche, y quando hay algunos Eries delante no cantan los Yndios, sino ellos y asi sucedió, porque en las dos vezes fueron los Eries principales. [f. 66] El modo de mandar estos superiores es muy extraño, porque no les tienen mucho respeto, y mas a Vejiatua, quando alguno haze algun daño a otro que necesita de castigo, no ocurren a ningun Eri. Si cada uno toma venganza de su agravio solo a quien carga dicho Eri, es a sus criados y esto se ha experimentado muchas vezes, y juntamente que ellos lo han dado a entender. Estos pagan a sus Eries tributo, y si no contribuyen los echan de sus partidos, como sucedió con los de la quebrada de Santa Cruz de Fatutira, que por estar ellos entretenidos en los cambios no pensaban en dichos tributos y Vejiatua los echó como llevo referido. Su morada son unas casas de paja muy bien dispuestas, pues los techos son muy curiosos, hay algunas que estan cerradas todas, y otras que solo tienen techo, y estos sobre diez o doce puntales, por lo general son de tixera, y hay de todas clases, grandes en extremo, pues habrá algunas que tienen de [f. 66v] largo 60 varas (304), 25 de alto y 10 de ancho, otras de 15 o 20 de largo, 10 de alto y 5 o 6 de ancho, que son las comunes, y otras muy pequeñitas para los muchachos. No tienen mas adorno que es mucho eno en el suelo, algunas taleguitas de petate en que tienen guardado algunas cosas que apresian, varios canastos en que tienen la comida y algunos bancos grandes y pequeños, estos para dormir, pues le sirven de almoadas, y aquellos para sentarse. Las comidas con que se alimentan son varias porque tienen un banco de cuatropies (305) y una maza de piedra y hay componen varias cosas, pero sin composición, son platanos que tienen de varias clases, pues llegan a diecinueve, una fruta que llaman euru, que tienen el simil de una sidra, y en el pan que ellos usan como todos nosotros usabamos algunos dias que estabamos en tierra, unas yervas que parecen yuyos (306), pescado, carne y ñame, todo lo comen azado. Las dieciocho calidades de plátanos, que los comen crudos, aunque el pescado lo [f. 67] he visto comer lo mismo. El modo de hasar toda esta comida es haciendo un agujero en el suelo, lo lian en ojas de platanos, le hazen suelo de piedras y lo ponen con mucho orden, después lo tapan con otras piedras pequeñas y encima echan leña y arriman para a los lados y dejan que arda la dicha, y asi que las piedras estan echas asquas las tapan con tierra, y las dejan tapadas todo el tiempo que les parece (307). Este trabajo lo hazen los muchachos, pues nunca vie a ningún hombre. Tambien, tiene cada sexo su casa separada para comer, y aun para dormir, [171] pues si no son los casados no estan juntos, mas para comer no, y los animales que tienen que son zerdos, perros y gallinas duermen con ellos, porque tienen miedo que se los roben. Las especies de marisco son muy escasas, y son ostiones, madre de perla, cangrejos, erizos, almejas, langostas y caracoles grandes y chicos, con mucha abundancia. [f. 67v] El pescado hay ocasiones que no se puede matar el que hay, porque se cansan de cojer tanto y se mete en el rio; también hay ocasiones que, está escaso y he visto de todos los colores, y de varias clases como son: Dorados, taburones, bonitos, albacoras, salmonetes, brecas, besugos, anguillas, morenas, jureles muy grandes, y otros varios que no se crian por acá, ni conosco. Aves de pocas especies, y son: Gallinas, palomas torcases, patos, sarapicos reales, y algunos pajaritos pequeños como los periquitos de Lima, con el pico algo colorado, el pecho blanco y lo demás morado claro. De animales quadrúpedos, zerdos y perros, los que estiman mucho, porque duermen con ellos, y ratas en muchísima abundancia, pues la causa de no haver encontrado muchas legumbres que dejaron los nuestros el primer viaje son ellas, pues todo lo destrozan. [f. 68] Las frutas son varias, euru, cocos, plátanos, ñame, nuezes y castañas, esto es se parecen a las nuestras, y otras varias que no conosco, ni menos tienen simil alguno a las nuestras. Arboles de varias clases, no muy sólidos, excepto uno que llaman loa (308), que es tal qual, y es en donde benefician las mantas y de donde sacan los mazos para el dicho beneficio. Yerva es infinita la que se encuentra, y muy viciosa. En el viaje antecedente se dijo que el sacerdote de estos naturales se llamaba epuré, no hay tal cosa, que es al rezar, y el dicho se nombra tajua, epure, emmarae (309), que quiere decir el sacerdote que reza en el emmarae o yglesia, y es necesario nombrarlo asi porque hay otros tajuas o sacerdotes, que estos pueden ser casados, pero no tienen mas exercicio que es limpiar la Yglesia y cuidar que se esté con devoción, mas el tajua que ofrece el sacrificio y el Eri Otu no pueden ser [f. 68v] casados, y de estos no hay mas que dos, uno tiene Vejiatua y otro Otu. A estos les tienen mucho respeto y los obedecen mas que a los Eries, y estos tambien les tienen alguno. También oí decir que en el viaje anterior supieron que estos hacian su sacrificio en esta forma, que se juntan en un lugar separado todos, con solo taparrabo, las mujeres cubiertas y separadas, los Eries con mantas por la cintura, el sacerdote sobre los hombros, y congregados todos hazen una larga exortación, y acabada esta presentan sobre un tabladillo un cochinillo tierno amarrado de pies y manos, e immediatamente se ponen en oración en alta voz mirando al cielo; finalizada esta ceremonia el epure enciende una hoguera, mata el cochinillo y lo chamusca en ella para poderlo limpiar, y poniéndolo a hazar se van todos en el intermedio a bañar, [172] y a la buelta del baño sacan la víctima de la hoguera y presentándola sobre dicho tabladillo, la divide el sacerdote en muchas y diminutas partes, y comiendo el primera-[f. 69]mente, distribuye a todos los restantes empezando por el Eri, a quien da mas porción; esto se lo pregunté al Yntérprete quando estuvo, y me dijo no vió nada, yo lo he preguntado a varios los que me han explicado algunas cosas, mas no toda esta relación, quizas estos que me han dicho no seran inteligentes (310). El 30 de Enero de 1775, se le dió un cañón a los dos grumetes (311) que se havian desertado en la Ysla. El 2 de Febrero, a las nueve de la mañana se vio por estribor un celaje o sombra, muy parecida a tierra, la que algunos dijeron ser y otros no, pero yo según mi corta inteligencia, soy de parecer que era tierra y montuosa (312), porque desde arriva distinguí muy bien los cerros y preguntándole a los Yndios si la veían, ni dijeron si ni no, pero hallándonos de Otajiti como unas cincuenta y cuatro leguas, se le preguntó si havia por este paraje algunas Yslas y dijeron que si, y que se llamaba Ururutu, grande, montuosa, y que se criaban unos euros muy grandes y segun señalaron tendran como de seis a siete libras de peso, y que de estos havian llevado a Otajiti, los [f 69v] que se hallan en unos de los partidos que llaman Papara, en la dispuesta si era o no, se cerro de niebla en tales términos que apenas se veía desde la Fragata dos millas de distancia. Es verdad que estaban los orizontes muy toldados, y así se mantuvo quasi todo el día, por lo que cada uno quedó con su parecer. A las once de la mañana del 5 de Febrero, se vió tierra a larga distancia, demorando al SO. � O., a las dos y media y se arrivó a este rumbo. A las cinco nos demoraba al O.SO., distancia de tres a cuatro leguas, y huvo consejo para si convenía el registrarla, lo que salió que sí, y tomamos rizos a las gavias manteniéndonos en la noche sobre los bordos para no apartarnos de ella. Amanecimos a distancia de cinco leguas, pusimos la proa a ella y a las ocho se vió una canoa apareada que venía para nosotros y estando a distancia de tierra como de cuatro millas se largaron las mayores y nos quedamos con las gavias encontradas, y viendo no se acercaba a nosotros se echó el bote al agua, en el que fue Don Raymundo Bonacorsy, un pilotín, dos soldados, los dos Yndios y la tripulación del bote, todos armados. A la una lle-[f. 70]gó el bote sin novedad. [173] Descripción de la Ysla de Santa Rosa, alias Eroibabae (313). Según mi fantasía la latitud observada y la demarcación echa al medio día a la mediania de la Ysla, que según me parece y demuestra su prespectiva es el pico del medio, de los tres que tiene, se halla por la latitud S. de 23 grados 59 minutos y por 234 grados 27 minutos de longitud, meridiano de Thenerife. Esta Ysla, según la carta francesa parece ha sido descubierta por Quirós (314), según su latitud, mas en la longitud no, porque la he hallado 185 leguas más al O. que dicho Quirós la situa, por lo que quedo con la dificultad si será o no. Segun se ha visto parece es circundada de un arrecife muy grande en el que se hallan varios Yslotes muy poblados de árboles, y estos con mucha abundancia y grandes, los que disen nuestros Yndios se llama loa (315), una madera sólida y que se va a pique y es de donde ellos hazen sus canaletas y lanzas; por dentro del arrecife se vio una muy grande laguna. [f. 70v] Las costas de esta Ysla estan muy pobladas de los árboles que llevo dicho, algunos eurus, palmas de cocos, y plátanos no se han visto, pero disen nuestros Yndios que sí tienen, que ellos lo vieron. No es muy montuosa (316), porque no tiene mas que tres cerros y estos regulares, lo que a lo último están pelados, sin yerva ni planta alguna; en uno de ellos, mirando por la parte del N. se halla formada una cruz muy grande (317), lo demas es muy fertil. Sus naturales tal qual trae taparrabo, son mas blancos que los que hemos visto en las demás Yslas. Son muy propensos a robar. El Ydioma es diferente del de nuestros Yndios, sólo entendieron, tal qual palabra: no se le ha visto casa ninguna en tierra, por lo que se ignora si las tendrán en el monte o debajo de tierra. Quando el bote fue a hablar a la canoa lo mismo fue verlo, que comenzaron a huir precipitadamente, y luego que le cojió el barlovento [f. 71] arrivó sobre ella, y no pudieron cojerla, y preguntaron si iba de guerra, y diciéndoles que no, señalaron que fuesen para tierra, bolvieron los nuestros a cojer barlovento y a arrivar sobre ella, mas de ninguna manera la pudieron cojer por ser mucho el viento y la mar, y ellos que hacian una ciaboga muy prompta y se escapaban, en este intermedio preguntaron como se llamaba el Eri y ellos dijeron se llamaba el suyo Jarabaroay (318). [174]
[175] Viendo los nuestros era trabajar mucho y que ya andaba por los bajos arrivaron a tierra, para ir a ver su costa, y al mismo tiempo una multitud de Yndios muy grande, no podían verificar su llegada por las muchas piedras, hasta que encontraron una canalito muy angosto con cuatro brazas, fondo piedra, por el qual siguieron hasta quedarse como veinte varas de la playa, como demuestra el plano, y dieron fondo. Nuestros Yndios comenzaron a hablar, de allí a un rato fueron viniendo algunos Yndios, tanto que a la media hora llegarían como a cuatrocientos [f. 71v] y cuatro canoas apareadas, pero estas no se acercaron al bote. Estos naturales todos a una querían subir al bote por lo que los nuestros estorbaban su subida, mas entró uno y luego que se vio dentro no le quedó cosa que no registró y quanto veía tanto quería llevarse. En este tiempo hubo uno muy necio que quería subir al bote, y viendo esto el caballero oficial comenzó a darle de palos con el sable y algunos recios, mas el nunca hizo caso de los golpes, entretenidos con esto llegó otro y de repente le quitó al patrón el gorro que tenía puesto y queriendo impedir esto el pilotín, vino otro y hizo lo mismo con él, este le quitó al tal una lanza de madera, muy sólida y bienhecha; también se reparó que ninguno vino abordo sin traer lanza o canalete; las playas y arrecifes son de piedra mucara como su fondo. Muchos de estos traían sartas de conchas de perlas muy bien cortadas y de mejor oriente que las que trajeron de la Ysla de Todos Santos y prometiendo el oficial un cuchillo le dieron [f. 72] una sarta de siete conchas. Estas las traen colgadas del pescuezo. Uno de estos, algo anciano, dio señales a Barbarua de mucha amistad, abrazandolo y besandolo muchas vezes, y fue el único que dió señales de tener alguna formalidad, porque los demás no se exercitaban mas que en hazer muchos gestos. Se vio también que son muy atrevidos y ninguno vieron que estuviese pintado como los demás Yndios que hemos visto; no se vió ninguna mujer, si no uno de ellos le decia a uno de los nuestros la palabra de evajine (319), que quiere decir mujer, no se sabe si combidaba con su mujer o entendió que este lo era, por ser bien parecido y hallarse afeitado. Se verificó no temieron a las armas de fuego, no se si será porque ignoran su uso. De los clavos y cuchillo también ignoraban, van viendo su uso, los estimaron. Según estos y algunas otras cosas que vieron en [f. 72v] ellos son causa para decir que estos no han visto otra embarcación, creo que será así. Sus canoas son muy angostas y apareadas, muy bien hechas, en las costuras tienen colgando muchos flecos de color negro y encarnado, en la popa y proa les sale una punta, andan mucho y son de tamaño de las regulares de Otajiti. Desde que salimos de Otajiti hasta el día 12 de febrero hemos echo capa todas las noches. Este mandó el Señor Comandante al Capitán del Júpiter diese ración completa y a nosotros lo mismo, y hasta el 14 hemos tenido los vientos muy escasos, pues llegamos a estar en 32 grados de altura y 28 leguas mas al O. que Otajiti. Los vientos han estado del E., E.SE. y SE., unas vezes floxos y otras recios, algunos chuvascos, los orizontes y cielo por lo general toldados y mucha mar de continuo, haviendose rifado algunas vezes la gavia y velacho. [176] El 24 de Febrero, amanecimos sin verse nuestra conserva, pero havia una garua (320) muy grande [f. 73] que absolutamente no se veía nada; al anochecer sopló el NE. fresco, acortamos de vela a ver si al otro se veía, pero no se pudo por estar el tiempo cuatro días con niebla. El 26, se vió a las cuatro de la tarde un lobo marino, y se sondó con 120 brazas y no se encontró fondo; esa noche hizimos capa. El 5 de Abril, a las ocho de la noche vimos la Ysla de San Gallan y Lechusa. El 6, la de San Lorenzo, y el 8 dimos fondo en el Callao de Lima con mucha felicidad, a Dios gracias; haviendo recivido todo el comun una alegría muy grande de vernos, y mas el Señor Virrey por pensar que huviese recivido algún daño respecto que tardamos un mes y días más que el número de víveres señalaba. El viaje llegó a 6 meses 21 días, y en este tiempo no hemos tenido más enfermo de cuidado que han sido dos, que fue el marinero de la pedrada y el segundo [f. 73v] cocinero del Comandante, los que sanaron y no han fallecido mas que dos, que fue nuestro Comandante y el marinero que mató la palma. A los cuatro días de nuestra llegada llegó el Paquebote, el que trajo dos Yndios, uno de Orayatea, y el otro de Otu, aquel murió en el mes de Mayo de viruelas (321). Nosotros trahimos otros dos, uno llamado Barbarua, hermano de la madre del Eri Otu y natural de Orayatea, y el otro llamado Pujoro (322), práctico famoso de todas las Yslas que estan al E. de Otajiti y ha estado en todas, menos en San [177] Narciso, y ha ido varias vezes a cambiar algunos efectos de su patria, por perlas para su Eri Vejiatua, y en particular a la Ysla de Matea, que es en donde dise las hay con mucha abundancia y grandes. [f. 74] Situación de las Yslas que se hallan en este extracto, descubiertas nuevamente y de las del viaje de 72 y otras en este, según mi punto.
[178] [179] Documentos estudiadosManuscritos Diario de la Navegación que de Orden de S. M., comunicada por el Excmo. Sr. Don Manuel de Amat y Junient Cavallero del Real Orden de San Genaro, y del de San Juan, Virrey, Governador, y Capitán General de los Reinos del Perú y Chile, hizo a la Ysla de Amat y sus adyacentes, el Capitan de Fragata Don Domingo de Boenechea, Comandante de la Santa María Magdalena (alias Águila) y el Paquebote Jupiter, con el fin de restituir a su Patria pertrechados de muchos utiles, los dos Naturales Pautu y Tetuanui: Transportar dos Padres Misioneros del Orden Seráfico para que diesen principio a predicar el Santo Evangelio, y una Casa de Madera para su Establecimiento, ganado, y semillas de varias Expecies, con muchas Herramientas proprias para el Cultivo: Dado a Luz por el Theniente de Navio Don Thomas Gayangos destinado en la propia Fragata. (AGI, Audiencia de Lima, leg. 1035.) Relación del viage hecho a la Ysla de Amat y sus adyacentes. Por Dn. Joseph de Andia y Varela. Año de 1774. (AMN, Diarios, mss. 190 y 208.) Descripción de las islas del Océano Pacífico reconocidas ultimamente de orden de S. M. Por Dn. Domingo de Boenechea, Capitan de Fragata de la Real Armada, y Comandante de la de S. M. nombrada Santa María Magdalena (alias El Águila) en los años de 1772 y 1774. (AMN, Astronomía y otros Asuntos, ms. 476.) Noticia de algunas costumbres de los naturales de las nuevas Yslas o Tierras de Quiros, segun el ultimo viage que hizo la Fragata de S. M. nombrada el Aguila la que fondeó el día 2 de noviembre de 1775 en el Puerto de Ojatutira en la Ysla de Otajeti. (AMN, Astronomía y otros Asuntos, ms. 476.) Diario de las Cosas notables que ocurrieron en la Isla de Amat (alias Otageti) desde el día 28 de Enero de 1775, en que se hizo a la vela para el Puerto del Callao la Fragata de su Magestad llamada el Aguila, hasta el 12 de Noviembre de dho. año, en cuio dia salió segunda vez para el mismo Puerto conduciendo a los P.P. Predicadores Apostólicos Fr. Gerónimo Clota, y Fr. Narciso González, del Colegio de Propaganda Fide de Santa Rosa de Ocopa. (BRAH, A-93, Colección Muñoz, t. 66.) Descubrimientos hechos en America desde el año de 1767 hasta el de 1775: copiados de los Originales que existen en la Secretaria de Estado y del Despacho Universal de Indias, a consequencia de R. Orden de 1.� de Enero de 1778. Autorizados por el oficial de ella Don Manuel Josef de Ayala. (BRAH, Viajes a la mar del Sur, D-91.) Relación Diaria que hizo el intérprete Máximo Rodríguez de la Ysla de Amat, alias Otagiti, el año de 1774. (Royal Geographical Society, ms. 264.) Bibliografía ANDÍA Y VARELA, José (1947): Relación del viaje hecho a la isla de Amat, por otro nombre Otahiti, y descubrimiento de otras adyacentes en los años 1774 y 1775. Barcelona. [180] ANRIQUE, Nicolás (1897): Cinco relaciones geográficas e hidrográficas que interesan a Chile, publicadas por... Imprenta Elseviriana, Santiago de Chile. 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Viajes y viajeros españoles por el Pacífico en el siglo XIX
EL FIN DE LAS GRANDES EXPEDICIONES CIENTÍFICAS MARÍTIMAS El Siglo de las Luces había sentido la pasión del conocimiento. Se había entregado con éxito al descubrimiento y la investigación elaborando una grandiosa explicación mecanicista del universo; sondeando las constelaciones, explorando los océanos, organizando la botánica y la zoología. Durante la Ilustración, muchas cosas habían cambiado en relación a los viajes transoceánicos. El tiempo de las flotas sumidas en la total incertidumbre ante lo que el horizonte deparaba -al estilo de los viajes de Colón o Magallanes- estaba ya finalizando. Con todo, en pleno siglo XVIII el hombre aún se encontraba desvalido ante los mares y océanos del planeta. A partir de 1764 los viajes de circunnavegación dejaron de ser tentativas audaces y se transformaron en expediciones cuidadosamente organizadas, con instrucciones precisas y disponiendo de los equipos más refinados de la época. A lo largo de ocho décadas, las potencias europeas se lanzaron a la exploración del planeta, paso previo a la expansión colonial que siguió al fin de las guerras napoleónicas. Los marinos europeos dotados de mejores buques de vela recorrerán, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, grandes distancias sobre las olas gracias a la sustitución del astrolabio por el sextante y a la incorporación del cronómetro, levantando cartas y mapas de nuevas derrotas alejadas de las rutas entonces clásicas de navegación. Las grandes exploraciones del siglo XVIII permitirán que el siglo XIX tenga a su disposición cartografías fiables e itinerarios estacionales basados en la notación de los vientos, así como numerosos estudios sobre las nuevas tierras que permitirán una rápida expansión colonial; los océanos estaban a punto de dejar de ser grandes superficies de agua casi desconocidas [184] para convertirse en la más rápida y económica vía de comunicación y transporte de hombres y mercancías. En 1750, el mar del Sur era un mundo todavía ignorado para los europeos, estando sus secretos celosamente guardados por los marinos de los países ibéricos, que ya fuese a bordo del galeón de Manila o desde los puertos de Macao y Timor habían recorrido el océano Pacífico y los mares de Joló, China y Japón. El deseo de romper el monopolio ibérico y holandés llevó a británicos y franceses a buscar con insistencia el paso del Noroeste. Por estos y otros motivos, la tecnología y parte de la energía y recursos de los países occidentales, se volcó en torno al Pacífico, y muy especialmente en relación al mejor conocimiento de las vías marítimas y de las tierras en él situadas. El siglo XIX se inauguró con nuevas expediciones científicas que vendrían a culminar los descubrimientos y logros alcanzados durante el siglo que se cerraba. El capitán Baudin, entre 1800 y 1804, saliendo de Le Havre, recorrerá y explorará las costas de Nueva Holanda (Australia). Entre 1801 y 1808, el británico Flinders en el Investigator, navegará por las costas australianas y la Tierra de Van Diemen. Entre 1803 y 1829, Rusia realizará tres viajes de exploración y de carácter científico, recorriendo el mar de Bering, el mar del Japón y el de China, para luego internarse en el Pacífico; entre 1803 y 1806 se produce el de Krusenstern; entre 1815 y 1818 el de Kotzebue, y entre 1826 y 1829 el de Lütke. Estos últimos tocarán en Filipinas, Guam y Palaos. El primero, en Manila y Guam, y el segundo en la casi totalidad del islario de las Carolinas. Francia, durante la Restauración y la Monarquía de julio, envió tres grandes expediciones científicas a la zona de los Estrechos y Nueva Holanda: el viaje de Freyecinet, entre 1817 y 1820; el de Duperrey, entre 1822 y 1825, y el de Dumont d'Urville, entre 1826 y 1829. Los dos últimos recorrerán las aguas de las Carolinas, Marianas y Palaos. Nuevamente los británicos, entre 1825 y 1842, enviaron tres expediciones científicas a Extremo Oriente y al Pacífico: las expediciones de Beechey (1825-28), Fitz-Roy (1831-36) y Belcher (1836-52), que recorrieron las aguas del mar de China y Japón, el mar de Joló, la zona de los estrechos, para luego adentrarse por diferentes rutas en el Pacífico y visitar las Sandwich, Nuevas Hébridas, Fidyi, Marquesas, Tuamotu, etc., y para explorar las costas americanas. Este último gran ciclo explorador se cierra con los viajes de Dumont d'Urville (1837-40), Charles Wilkes (1838-42) y J. Clarke Ross (1839-43) a la Antártida, en los que se recorrerán las aguas de Australia, así como las islas de Tonga, Fidji, Wallis, Samoa, Sociedad, Tuamotu, etcétera (324). El nacimiento de los clippers y de los bricks supuso el canto del cisne de [185] la navegación a vela. Estos grandes veleros comerciales inauguraban una época que vendría marcada por el ritmo de las calderas y el crepitar del carbón. El vapor y la hélice, derivada de la rosca de Arquímedes, permitirían la sustitución efectiva del buque de vela por la fuerza del vapor, lo que supuso la liberación del hombre del designio de los vientos, hecho que trajo aparejado la completa explotación de los mares como vías de transporte, convirtiendo en áreas de interés estratégico, político y económico a espacios terrestres y marítimos hasta entonces ignorados o inalcanzables. El fin del dominio del viento sobre las grandes rutas navales coincidió con tres acontecimientos directamente relacionados con la historia del océano Pacífico y sus países ribereños: el contrabando del opio en China y los sucesos que por el mismo se desataron; el libre comercio del té indio y el descubrimiento de oro en Australia y California. Los buques con misiones científicas serán sustituidos por veleros y vapores cargados de mercancías o de soldados. En 1826 el Red Rover inaugura el tráfico del opio entre Calcuta y Hong-Kong; en 1845 el Rainbow hace el viaje de Nueva York a Cantón en 92 días, y en 1849 el Oriental va de Hong-Kong a Londres en el mismo tiempo (325). Los grandes viajes de exploración como los de Magallanes, López de Villalobos, Legazpi, Urdaneta, Cook, Bouganville, etc., han terminado; a mediados del siglo XIX, el océano Pacífico ya era lo suficientemente conocido y transitado para que los gobiernos y las sociedades geográficas dirigiesen su afán de conocimiento hacia otros lugares más recónditos y desconocidos. Los cartógrafos, botánicos, zoólogos, etc., serán sustituidos por los oficiales de la Armada, los diplomáticos, y luego por los comerciantes, balleneros, misioneros y colonos (326). EL OCÉANO PACÍFICO, VÍA DE ACCESO AL MUNDO CHINO Las Guerras del Opio significaron para Occidente una fiebre de curiosidad e interés por el inmenso mercado que suponía el Celeste Imperio y, en general, toda Asia oriental (327). China comienza a verse como un mercado [186] inagotable para los productos manufacturados nacidos de la revolución industrial, al tiempo que suministradora de productos tan codiciados como el té o la seda. Los mares de China y el Pacífico se convirtieron, en muy poco tiempo, en un espacio transitado febrilmente por buques de todas las nacionalidades hambrientos de hacer negocio. Camino al nuevo El Dorado se trazaron tres nuevas rutas que unían Europa y Asia oriental. Una cruzaba Egipto, descendiendo hasta el mar Rojo, y surcando el mar de Arabia; la segunda llegaba hasta Mesopotamia a través de Siria, para luego descender por el Éufrates y el golfo Pérsico hasta el mar de Arabia; la tercera, circunnavegaba África por el cabo de Buena Esperanza. Existía una cuarta, propia del viejo imperio español, la ya citada del galeón de Manila, luego reavivada por el joven imperialismo estadounidense con base en California, que atravesará el Pacífico desde las costas americanas a las asiáticas. En 1835, la East India Company abrió la ruta del mar Rojo. La compañía naviera Peninsular and Oriental Steam Navigation Co., que tras añadir una escala en Vigo pasó a ser la Peninsular Steam Navigation Co. y luego la Peninsular and Oriental, hizo accesible un viaje rumbo a Asia mediante una línea estable de pasajeros y carga, logrando a mediados de los cincuenta que el viaje entre Londres y Bombay fuese de sólo un mes. La apertura del canal de Suez terminó por romper la imagen de lejanía inalcanzable que Asia oriental y el Pacífico parecían tener, acortando drásticamente la distancia entre Europa y el Lejano Oriente. Comparando con la ruta de El Cabo, el viaje desde Londres a Bombay se acortó en un 51 %, a Calcuta en un 32 % y a Singapur en un 29 %, a lo que se unía el establecimiento de líneas regulares de vapores entre Estados Unidos y China. En los años treinta del pasado siglo, cuando un inglés escribía a alguien en Asia Oriental, su carta, que era llevada alrededor de África por un barco de la East India, necesitaba entre cinco y ocho meses, no recibiendo contestación de la misma hasta cerca de dos años después por causa de los monzones del Índico. En los años cincuenta, una carta enviada desde Londres iba por tren a través de Francia, en barco hasta Alejandría, cruzando el istmo de Suez en camello, para allí embarcar en un vapor y llegar a Calcuta o Bombay en un tiempo comprendido entre treinta y cuarenta y cinco días de su salida de Inglaterra, necesitando el mismo tiempo aproximadamente para regresar la respuesta. Veinte años después, si bien una carta seguía tardando un mes a la India, un telegrama llegaba ya en sólo cinco horas, y la respuesta regresaba el mismo día (328). Todo había cambiado a gran velocidad. [187] LA CRISIS DESCUBRIDORA Y COLONIZADORA DE ESPAÑA EN ASIA ORIENTAL DURANTE EL SIGLO XIX Desde la derrota de Trafalgar, España había perdido toda importancia como potencia marítima. A pesar de tener unas extensas y ricas posesiones ultramarinas diseminadas por América, Asia y África, la España del siglo XIX ni supo ni pudo rehacer su antiguo poderío naval, tanto en lo militar como en lo comercial. La base principal de la Armada de España en Asia, el apostadero de Manila, fue suprimido en 1815, volviendo a crearse en 1827 (329). A partir de esta fecha, la situación del apostadero fue siempre lamentable. Los escasos efectivos, su excesiva utilización, la naturaleza de las misiones encomendadas, el clima en que operaban, en unión a la carencia de astilleros en las Filipinas y la endémica falta de recursos de la administración española en el archipiélago filipino, hacían que la presencia y eficacia de la flota española en Asia fuese casi nula. Esta carestía de medios no impidió que durante el siglo XIX algunos buques españoles realizasen viajes de exploración -generalmente de orden cartográfico, militar o diplomático- por algunos puntos aún no suficientemente conocidos de aquella parte del mundo. Las posesiones de Filipinas, Marianas, Carolinas y Palaos, fueron prácticamente relegadas al olvido tanto por los comerciantes como por los navieros españoles, como proyección de lo que la sociedad peninsular sentía hacia estas ricas e importantes colonias durante el pasado siglo. Mientras que Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, a lo largo de todo el pasado siglo, centraban su atención y sus recursos en Asia oriental, Australia y los archipiélagos del Pacífico, los gobiernos de Madrid no sólo explotaban deficientemente sus colonias en esta parte del mundo, sino que paulatinamente mostraban su debilidad e incompetencia en materia colonial ante otras naciones ávidas de nuevos territorios, abriendo la puerta para su redistribución entre 1898-99. Británicos, estadounidenses y franceses, luego seguidos por Alemania, comprendieron que el éxito de Occidente en materia de expansión colonial se cimentaba, en buena medida, en la apertura de China y, tras ella, en todo el Extremo Oriente y el Pacífico; por el contrario, la sociedad y la élite política y económica española volvía la espalda a los fundamentales sucesos que estaban ocurriendo en aquella parte del mundo, cerrándose así la oportunidad de participar, desde su privilegiada colonia de Filipinas, en el principal foco de interés ultramarino de las potencias occidentales entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial. Esta incomprensión, falta de interés y carestía de medios en un siglo en que se produjo la práctica y casi total exploración del mundo, comenzándose [188] a crear las bases de la sociedad internacional actualmente existente, supuso para España la pérdida no sólo del espíritu descubridor que antes tenía, sino también del expansionista y colonizador característico de aquella época. Durante todo el siglo XIX, las posesiones españolas en Asia estuvieron prácticamente incomunicadas respecto a su metrópoli, no existiendo una línea comercial estable entre España y Filipinas hasta las últimas décadas del siglo, siendo muy escasos los buques de bandera española que hacían el recorrido entre España y esta colonia. Comparativamente, Manila estuvo mejor comunicada con España en tiempos del galeón de Manila, que durante todo el siglo XIX. En 1813, las Cortes españolas decretaron la abolición del galeón, autorizando a los filipinos a emprender el comercio por medio embarcaciones particulares. Pero pronto la competencia extranjera, en unión con la anacrónica legislación española, llevaron al tráfico marítimo entre España y sus posesiones de Asia a la práctica desaparición. En un informe de 1842 se decía:
Esto generaba que los buques que viajaban entre España y las Filipinas no pasasen de cuatro o cinco al año, dejándose el comercio de altura y el transporte de viajeros en manos de compañías extranjeras, quedando la flota con base en Filipinas relegada al cabotaje y al tráfico entre el archipiélago y el continente asiático. ESPAÑOLES EN ASIA Y EL PACÍFICO El continente asiático está de �moda� en el siglo XIX: Japón, tras siglos de aislamiento, se ha abierto al mundo occidental, incorporándose al proceso [189] de modernización europeo a partir de la Revolución Meiji (331); China ofrece un inmenso mercado, al igual que los reinos de la Península indochina, siendo áreas atractivas para la expansión colonial. Los dos grandes imperios son dados a conocer en Occidente, desde el punto de vista cultural, a partir de la exhibición de Londres de 1850 (332); la porcelana china invade los salones victorianos, mientras que el arte japonés comienza a inspirar a artistas europeos (333). Algo similar ocurrirá en 1887, cuando la Exposición de Filipinas celebrada en Madrid promueve el interés hacia lo �oriental�, lo lejano y lo exótico, que aporta nuevas formas de expresión a la cultura occidental (334). A lo largo del siglo XIX, tanto las colonias españolas de Asia como el propio Extremo Oriente en general, y en el marco amplio de la denominada por Fieldhouse �segunda expansión colonial�, fueron varios los españoles que se lanzaron a la aventura de llegar a tan lejanas tierras. Si bien ya no es el gran siglo de los viajes científicos al Pacífico, de exploración y descubrimientos, característicos del siglo XVIII -hay que tener presente que el siglo XIX es eminentemente africano en cuanto a viajes y exploraciones se refiere-, continuaron éstos teniendo lugar, aunque los principales, por un lado, con un matiz bien diferente: los viajes de diplomáticos españoles por el continente asiático encaminados a establecer relaciones con las monarquías autóctonas, así como de militares por nuestras posesiones insulares, con objetivos claramente políticos, contribuirán ambos al mejor conocimiento de unas sociedades diferentes con las que nuestro país se apresurará, en la medida de lo posible, a reanudar sus antiguos lazos; el trasfondo comercial es evidente, no obstante primar en nuestro caso las motivaciones de prestigio internacional encaminadas al pleno reconocimiento de la presencia española en la región en plano de igualdad con el resto de las nuevas potencias colonizadoras. Por otro lado, escritores y periodistas, misioneros o comerciantes, movidos por sus propios intereses científicos, religiosos o de lucro, también [190] aportaron a la sociedad española, a través de sus crónicas, relatos, artículos en prensa, noticias e informes que pasaron desapercibidos en su época, siendo hoy de gran valor. No hay que olvidar que a lo largo de la centuria pasada los viajes científicos de otros occidentales a la Micronesia española (335) -principalmente rusos y franceses- se sucedieron con una relativa frecuencia, lo que en determinados casos motivaba la respuesta española que se traducía, con relativo retraso, en el envío de un barco con objeto de que se viera en aquellas tierras el pabellón español. En este sentido hemos de entender, por ejemplo, la visita que la corbeta Narváez realizó a las islas Marianas en 1865, sobre la que su capitán, Eugenio Sánchez Zayas, nos ha dejado un interesante testimonio en su artículo �Islas Marianas. Viaje de la corbeta de guerra Narváez desde Manila a dichas islas�, publicado ese mismo año en el Anuario de la Dirección de Hidrografía de Madrid, cuya importancia fue tal que incluso fue traducido al inglés y publicado en la revista estadounidense Nautical Magazine, entre 1865 y 1866; el viaje de la goleta Santa Filomena a la bahía de Sandakán en el norte de Borneo en 1862; o el del capitán de fragata Claudio Montero y el teniente coronel Victoriano López Pinto a Japón en 1868, poco antes de la llegada de la primera embajada española ante el Mikado (336); o la comisión científica de 1862-65, presidida por Patricio María Paz y Membiela y en la que tomó parte el naturalista y escritor Marcos Jiménez de la Espada, que se dirigió al Pacífico americano. Aunque España quedó a la zaga en relación con el resto de los países occidentales, que se apresuran a conocer y repartirse un mundo prácticamente inédito para ellos, algunos españoles contribuyeron con sus viajes [191] a ampliar el conocimiento de aquellas tierras, bien españolas, bien vecinas de las mismas. Resulta evidente que el esfuerzo investigador español correspondió a la centuria anterior, si bien las más de las veces no contribuyó de forma determinante al conocimiento general de la zona; por ello, en el siglo XIX, y en parte impulsado por esa �avalancha� de occidentales, aún se llevarán a cabo algunas comisiones científicas, militares o simplemente políticas al Pacífico, tanto asiático como americano. A) Españoles en el continente No fueron muchos los españoles que a lo largo del siglo XIX visitaron países asiáticos del Extremo Oriente, destacando, por un lado, los diferentes diplomáticos que desempeñaron algún cargo en aquéllos, y por otro, los militares que con sus viajes de reconocimiento apoyaban la política exterior española en la región. Entre los primeros, nombres de sobra conocidos como los militares Carlos Palanca, Melchor Ordóñez o Serafín Olabe, o los civiles Adolfo Patxot, Miguel Hernández o Luis Castillo, a través principalmente de sus informes remitidos al Ministerio de Estado, constituyen un punto de referencia obligada a la hora de analizar el conocimiento que había en España sobre aquellas tierras. De entre ellos, y por su aportación especial, destaca el barcelonés Sinibaldo de Mas (1809-68), viajero incansable, aventurero, diplomático, convencido iberista, escritor, políglota, analista de política internacional y de la situación precolonial de China e India (337). Nombrado agente diplomático, su primera misión (1834-38) le llevará al Próximo Oriente y a Egipto con objeto de recabar noticias y elaborar documentos estadísticos sobre el comercio, pero también informar sobre la situación militar y política de la zona y de las presencias y actitudes de los occidentales. Este viaje se prolongará, desde 1838, por Suez y atravesando la península arábiga, a Persia, a la India (Calcuta y Benarés) y a Malaca, como agregado diplomático, en un viaje lleno de vicisitudes y penurias económicas a pesar de su cargo oficial, lo que le obligó a emplearse en distintos oficios, llegando incluso a vivir de la caridad. Ello le impulsó a viajar a Manila en 1840, con la intención de que las autoridades españolas saldaran su deuda: allí nadie le conocía y no había noticia de su persona como [192] agente diplomático. Se emplea como fotógrafo, vagabundea, enferma, son múltiples las dificultades que le acechan, hasta que un buen día, el general Oraa recibe noticias desde Madrid sobre la identidad de Mas. Inmediatamente le busca y acaban reconociéndole todos sus méritos. Su estancia en Manila fue fructífera, viviendo allí el tiempo suficiente como para escribir sobre la posición de España en Filipinas y el modo de hacerla más rentable (sin embargo, curiosamente, Mas acabaría rechazando el colonialismo ibérico en Extremo Oriente, considerando que las colonias lo único que reportaban a estas dos metrópolis eran gastos y pérdida de hombres). De regreso a España en 1842, es nombrado primer representante diplomático de España en China; son los años en que las Guerras del Opio han significado la apertura del gran mercado chino a diferentes países occidentales, y España busca la forma de ser uno de los beneficiados: ésta será ahora la misión de Mas, infructuosa por el momento, que realiza su primer viaje al Celeste Imperio, a Macao en concreto, entre 1843-45. Si bien no fue el primer agente diplomático -antes lo había sido el capitán de navío Halcón-, no cabe duda de que él fue el gran impulsor de la política española en China. Tras una estancia en España, Mas es nombrado enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, iniciando su segundo viaje entre 1848-51 con destino igualmente a Macao: tampoco consigue la firma de un tratado hispanochino, pero su tarea en esos años fue de gran importancia, informando detalladamente de la evolución comercial del gigante asiático, tanto con Occidente como con Filipinas, y preparando el terreno para la consecución de la firma de aquél. Ello se conseguirá en el tercer y último viaje de Sinibaldo de Mas como ministro plenipotenciario en China y Siam, entre 1864-68: será el Tratado de Tientsin [hoy escrito Tianjin] (1864), por el que el representante español, además de las consecuencias ventajas económicas, obtiene la sede de su residencia en Pekín. Obligado a dimitir de su cargo, regresa a Madrid, ciudad en la que moriría en 1868. De entre sus obras, fruto de sus análisis e intenso conocimiento de aquellas tierras, podemos citar, en relación con Filipinas y la posición española en Extremo Oriente: Informe sobre el estado de las islas Filipinas en 1842 (Madrid, 1843, 2 vols.) y Memoria sobre las rentas de Filipinas y sobre los medios de aumentarlas (Madrid, 1853). No menos importantes son sus obras relativas a la política de las potencias occidentales en relación con dos de los grandes asiáticos, China e India, publicadas en París, donde el autor tenía un reconocido prestigio, y traducidas algunas al inglés y alemán: L'Angleterre et le Celeste Empire (París, 1857), L'Angleterre, la Chine et l'Inde (París, 1857 y 1858) y La Chine et les puissances chrétiennes (París, 1861, 2 vols.). Entre los oficiales de la Armada que visitaron aguas asiáticas destaca, por ejemplo, Guillermo Camargo, teniente de navío y segundo comandante [193] del aviso Marqués del Duero en su viaje a Siam y Annam, con objeto de firmar un tratado comercial con este último reino, y estrechar los lazos con los demás, en el marco amplio de la fracasada política española en una Indochina prácticamente controlada por Francia. El voluminoso informe del marino (338) puede ser considerado como una crónica de un viaje diplomático, con una detalladísima descripción de la colonias, reinos y diferentes territorios por donde pasaron: Singapur, Saigón, Tourane, Thuam-An, Hué, Bangkok, Hong-Kong, Cantón y regreso a Manila, haciendo una relación de edificios públicos, comercio, situación geográfica, población, sistema de gobierno, fuertes militares, estado naval, política, intereses de las potencias occidentales -especialmente de Gran Bretaña y Francia-, etcétera. B)Viajeros por los archipiélagos españoles Como centro de las posesiones españolas en el Pacífico, las Islas Filipinas fueron el principal foco de atracción para escritores y aventureros, pero especialmente para los militares, cuyos objetivos políticos y comerciales, en este caso, también son manifiestos. Entre los primeros, podemos citar a Máximo Cánovas del Castillo, cuya obra Noticias históricas, geográficas, estadísticas, administrativas y militares de las islas Filipinas, y de un viaje a las mismas por el cabo de Buena Esperanza, y regreso a España, Madrid, 1859, ofrece un amplio panorama sobre su visita al archipiélago, siendo de particular interés la crónica del viaje en sí desde su salida del puerto de Cádiz, regresando por vía del istmo de Suez, o a Manuel Walls y Merino, escritor y especialista en cuestiones filipinas quien, entre otras obras, nos ha legado una interesante crónica de su estancia en el archipiélago, Relato de un viaje de España a Filipinas, publicado como libro en el año 1895 en Madrid, si bien parte del mismo ya había aparecido anteriormente en el Diario de Manila con el nombre genérico de �Cartas de un viajero�, firmadas con su seudónimo, Enmanuele. Fue una obra bien conocida en su tiempo, y hay que destacar que más tarde volvió a editarse, esta vez en forma de artículos publicados en la Revista Contemporánea de Madrid. El movimiento de buques españoles que surcaron las aguas del mar de China y de las costas japonesas, ni siquiera con la constancia que hubiese sido necesaria para consolidar la posición española en la zona, sí al menos se dejan ver, aunque esporádicamente, desde los inicios de la centuria. El estado de las fuerzas navales españolas destacadas en aguas del [194] Pacífico dejaba bastante que desear, como bien puso de manifiesto el almirante Santiago Durán en 1880 (339), año en que solamente dos corbetas, Doña María de Molina y Vencedora, el ya citado aviso Marqués del Duero y la goleta Sirena, se encontraban en buen estado. El resto de las fuerzas (tres goletas, dos transportes y dieciséis cañoneros) eran prácticamente inútiles. Entre otros barcos españoles que en comisión política navegaron por estas aguas, pueden citarse algunos como la corbeta María de Molina, que en 1880 viaja a Japón con objeto de estrechar los lazos comerciales con el Imperio, o la famosa expedición del contraalmirante Pita da Veiga en 1891 también al Japón, con los cruceros Reina Cristina y Antonio Ulloa, respuesta española ante lo que se consideraba en Filipinas los inicios de un expansionismo japonés que se acercaba peligrosamente a las posesiones españolas en el Pacífico, visita de �urgente conveniencia política y con un fin eminentemente político� (340), que habría de servir tanto para mostrar en aquellos puertos la casi desconocida bandera española como para hacer un informe sobre las pretensiones reales del gobierno japonés respecto a los territorios españoles en Asia. En 1871 el escritor y periodista Juan Álvarez Guerra recibe orden del entonces gobernador general de Filipinas, don Rafael Izquierdo, para que al par que evacuaba una comisión meramente judicial en las islas Marianas, escribiera una Memoria sobre el estado moral, político y material en que se encontraban aquéllas. El nombramiento para desempeñar tal misión científica originó un viaje, y el viaje un libro, Un viaje por Oriente: de Manila a Marianas, que, publicado por primera vez en Madrid en 1873, posteriormente conoció sendas ediciones en 1883 y 1887; en relación con las islas Marianas, el análisis de Álvarez Guerra no se refiere únicamente a los datos del momento, sino que traza además un recorrido por la historia precolonial de este archipiélago. Este libro está en la línea de los muchos que se escribieron a lo largo del siglo pasado, firmados la mayoría por miembros del Ejército que habían desempeñado algún cargo en el Extremo Oriente ibérico, aunque también hubo abogados, geógrafos, economistas, etc., que demandaban una mayor presencia española en la región, máxime cuando la crisis china y la cuestión del canal de Panamá ciertamente habrían de revitalizar el interés internacional por los archipiélagos españoles. De gran interés son las Memorias realizadas por estos militares sobre sus años de gobierno en los archipiélagos españoles: nombres como Manuel [195] Scheidnagel (341), teniente coronel de Infantería, ex gobernador de provincia, condecorado múltiples veces por sus obras de índole científico, o J. Altamirano y Salcedo (342), último gobernador de la provincia de Cagayán de Luzón, son de sobra conocidos en lo que se refiere al archipiélago filipino; para el caso de las Marianas y Carolinas, cuyos comisionados acababan -por regla general- desempeñando el cargo de gobernador, baste citar, respectivamente, a Felipe de la Corte y Ruano (343), ahogado, teniente coronel, gobernador político-militar entre 1855-66, y a Luis Cadarso y Rey, teniente de navío y gobernador político-militar de las Carolinas Orientales, este último con una espléndida Memoria referida, sin embargo, a las islas Marianas (344). Un análisis exhaustivo sobre las publicaciones aparecidas en el siglo XIX puede verse en las actas del I Congreso sobre Extremo Oriente, destacándose los trabajos presentados por el grupo de investigación dirigido por la profesora Lourdes Díaz Trechuelo, o los de Antonio Molina, Leandro Tormo y Dolores Elizalde, entre otros. [197] Marcos Jiménez de la Espada y la Comisión Científica del Pacífico (1862-1866)
Marcos Jiménez de la Espada, científico e historiador, y uno de los más notables americanistas españoles del siglo XIX, fue el miembro más activo y destacado de la Comisión Científica del Pacífico que viajó por América del Sur entre 1862 y 1865, aunque tanto su vida como su obra no sean suficientemente reconocidas, en correspondencia a lo que merecen sus méritos y actividades (345). Tras una vida intensamente dedicada al estudio e investigación, en 1898, el mismo año en que España perdía los últimos restos de sus territorios ultramarinos, moría en Madrid este profesor e investigador, entre la indiferencia de la mayoría y la consternación de la minoría de sus allegados, formada por familiares, amigos y científicos. Por un singular azar del destino, aquel mismo año histórico se quebraba la continuidad secular de la presencia española en América y el Pacífico y, paralelamente, se extinguía la vida de Jiménez de la Espada, el hombre de ciencia que había dedicado su existencia al estudio y exposición de los vínculos históricos, a través de su presencia y la investigación, que unían a España con aquellos lejanos territorios ultramarinos del Pacífico Sur, que había visitado y estudiado directamente. Y es esta doble faceta de la labor científica e histórica desarrollada por Jiménez de la Espada lo que caracteriza sus estudios e investigaciones. Este quehacer histórico-científico lo realizó Espada de singular y variada manera motivado, por un lado, por sus condiciones vocacionales y formación personal, y por otro, por su actividad y experiencia vitales, aspectos [198] ambos íntimamente vinculados. En cuanto a su formación y condiciones personales reunía las características del científico con las aptitudes y la vocación del historiador y del geógrafo. Jiménez de la Espada era por sus estudios un hombre de ciencia, un naturalista, licenciado, y luego doctor, en Ciencias Naturales, de las que era profesor, dedicando toda su vida además de a esta tarea docente en la Universidad de Madrid a su trabajo en el Museo de Ciencias Naturales, formando parte, por su condición de naturalista, de la Comisión Científica del Pacífico, que viajó por tierras y mares de América del Sur (346). Sólo más tarde sintió la vocación de los estudios históricos y geográficos sobre la América Hispana, a los que se dedicó plenamente realizando investigaciones de este tipo en las que se manifiesta su sólida erudición científica, a la par que el saber que llegó a alcanzar en las materias histórico-geográficas, así como en otros diversos campos científicos. Esta doble formación personal, la del naturalista y la del historiador, se proyecta sensiblemente en toda la obra de Espada. Su labor americanista tiene una doble base: el conocimiento y el estudio directo de la realidad americana, adquirido en su viaje, tanto en sus aspectos científico-naturalistas estrictamente como en los histórico-geográficos en su más amplio sentido, uniendo ya tras su regreso a España, sobre esa experiencia vital, los estudios e investigaciones de textos, mapas, relaciones y documentos que busca y consulta en bibliotecas, archivos y museos, completando así una intensa actividad histórica americanista de profunda raíz personal (347). La vida de Jiménez de la Espada puede dividirse en dos partes (348). La primera comprende hasta su viaje a América del Sur y el Pacífico, hecho destacado y fundamental de su existencia, el más trascendental e importante, ya que además de constituir una aventura única y decisiva, las consecuencias de la empresa realizada influyeron de tal manera en Espada que sus derivaciones dieron un nuevo sentido a su vida y a su actividad profesional. La segunda parte comprende lo vivido desde el regreso de tal [199] viaje hasta su muerte en 1898, fase en la que López-Ocón distingue tres etapas (349). Espada nace en Cartagena el 5 de marzo de 1831 (350), y realiza sus primeros estudios en institutos de Barcelona, Valladolid y Sevilla (351), recibiendo en la Universidad de esta última ciudad el grado de bachiller en 1850. Sigue luego en la Universidad de Madrid los estudios de la licenciatura de Ciencias Naturales, y en 1853 obtiene la plaza de profesor ayudante de la cátedra de Historia Natural. En mayo de 1855 recibe el grado de licenciado en Ciencias Naturales por la Universidad de Madrid escribiendo su disertación sobre �Los anfibios de Blainville y los batracios de Cuvier forman una clase aparte�. Desde 1854, cuando sigue las asignaturas del doctorado en Ciencias, y a lo largo de los inmediatos años siguientes desarrolla una actividad docente doble, como profesor auxiliar y ayudante tanto en la Facultad de Ciencias como en el Museo de Ciencias Naturales, ambos en Madrid, participando además en varias excursiones científicas; hasta que en 1862 se le presenta la ocasión de realizar el viaje por América del Sur al ser propuesto para formar parte de la Comisión Científica del Pacífico, viaje que como se ha indicado pone fin a la primera parte de su vida. Dicha expedición constituye el eje en torno al cual gira la mayor parte de la existencia de Jiménez de la Espada, proyectándose de una manera definitiva sobre el futuro profesional del profesor e investigador en ciernes. Sobre los preparativos, desarrollo, consecuencias y resultados de dicho viaje, que se llevó a cabo organizado en mayo de 1862 por el Ministerio de Fomento y que recibió el nombre de Comisión Científica del Pacífico, ha publicado en 1926 un completo e interesante estudio el padre Barreiro (352), que valiéndose de la documentación directa de dicha expedición, es decir, las disposiciones oficiales, las cartas y los diarios escritos por los propios componentes de la Comisión hace un estudio detallado tanto de su preparación como de su desarrollo y de sus resultados científicos y en orden a los miembros integrantes y aún se extiende en un juicio crítico sobre la conveniencia de tal viaje. También ha escrito brevemente sobre esta expedición Martínez y Sáez (353). [200] Jiménez de la Espada, hombre inteligente y observador, vivió una experiencia decisiva y de gran interés, tanto desde el punto de vista de su formación humana como desde el derivado del conocimiento directo de América del Sur, que implicaba la realización práctica sobre el terreno de los estudios naturalistas y la posibilidad bien aprovechada de iniciarse en los histórico-geográficos, sociales y humanos y de otra diversa índole científica que aquel mundo, sus tierras y sus hombres, podían ofrecerle. Vivió aventuras y momentos singulares como fueron su extravío en el Pichincha y �el Gran Viaje�por el Napo, así como la travesía por los océanos Atlántico y Pacífico. La Comisión estaba integrada por ocho miembros (354): P. M.� Paz y Membiela, como presidente; F. de P. Martínez y Sáez, secretario y encargado de peces, moluscos y zoofitos; M. Jiménez de la Espada, encargado de mamíferos, aves y reptiles; F. Amor y Mayor, responsable de la parte de entomología y geología; J. Isern y Batlló, encargado de botánica; M. Almagro y Vega, responsable de la antropología y etnografía; B. Puig y Galup, taxidermista, y F. de Castro y Ordóñez, dibujante y fotógrafo (355). Salió de Cádiz el 10 de agosto de 1862 a bordo de dos fragatas: Resolución y Triunfo, y dos goletas, Virgen de Covadonga y Vencedora, de la Marina de guerra española, escuadra que cumplía una misión político-militar, paralela y unida a la Comisión Científica, con la que debía colaborar en algunos puntos (356); se inició así lo que el padre Barreiro llama primera parte del viaje, que se desarrolló principalmente y casi en su totalidad por mar, haciendo escalas en diversos puertos y visitando las tierras próximas del interior. Esta expedición tenía un objetivo estrictamente científico y su finalidad era estudiar y recoger en diversas partes de América del Sur y la costa suramericana del Pacífico material científico que se enviaría al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Sus trabajos versarían sobre geología, zoología, antropología, etnología y botánica; y el itinerario previsto era Canarias, Cabo Verde, Brasil, Río de la Plata, Patagonia, Malvinas, cabo de Hornos, Chile, Perú y California (357). Durante la primera parte del viaje se [201] fue cumpliendo tal itinerario, visitando Espada Tenerife y Cabo Verde, y llegando a Bahia el 9 de septiembre del mismo año de 1862, recorriendo seguidamente la Comisión partes del territorio de Brasil durante tres meses, dividida en grupos. Escribió Espada un diario durante el viaje, como otros miembros de la Comisión, en el que iba reflejando el desarrollo del mismo y donde anotaba sus experiencias, impresiones y sucesos acaecidos a lo largo de su transcurso, dejando testimonio en esas páginas de la evolución de su pensamiento ante lo que iba conociendo y viviendo en aquel fabuloso mundo (358). El 6 de diciembre de 1862 llegan a Montevideo y desde allí se divide la Comisión marchando parte de la misma por Argentina hacia Chile atravesando por tierra el continente suramericano mientras que el resto continuó el viaje por mar, costeando los navíos en dirección sur por aguas del Atlántico, por Malvinas y Tierra del Fuego, para doblar por el extremo meridional del continente y llegar al Pacífico. Este último itinerario fue el seguido por Jiménez de la Espada, iniciado el 16 de enero de 1863. Aprovecha todas las escalas y detenciones durante la travesía para realizar con afán los estudios y trabajos de recogida del material adecuado que tenía encomendado. Tras varias jornadas e intentos logran atravesar el estrecho de Magallanes y llegan a Valparaíso en el mes de marzo de 1863, donde se volvió a unir la Comisión. El resultado de las primeras recogidas de material por la Comisión, agrupado en colecciones, comenzaba a llegar a Madrid, aunque no en el perfecto estado de conservación deseado. Continúa la Comisión trabajando en Chile, también organizada por grupos, y el 16 de julio uno de ellos se traslada al Perú, desde donde la goleta en la que viaja Espada recorre varios puertos de Centroamérica: Panamá, Costa Rica, Nicaragua y El Salvador, volviendo en diciembre de 1863 al Perú y seguidamente de nuevo a Chile, donde se reúne toda la Comisión. A comienzos de 1864 reside todavía la Comisión en este último país, continuando Jiménez de la Espada en todo momento su trabajo de naturalista encargado de varias colecciones de zoología. En marzo de 1864 se produce el abandono de la Comisión por la escuadra en Chile en un momento difícil en las relaciones entre España y algunos países del Pacífico sudamericano que desembocan en la llamada Guerra del Pacífico entre España y Perú iniciada en abril de 1864, y que se prolongó a lo largo de varios años y se extendió a otros países como Chile. La Comisión se hallaba [202] además en un proceso de dispersión interna ya que su presidente había dimitido de la presidencia de la misma y regresado a Madrid, otro miembro había muerto -Amor-, y dos más la abandonaron algo más avanzado el año 1864 -Puig y Castro. Jiménez de la Espada figura entre los otros cuatro miembros -además de él, Martínez y Sáez, como presidente interino, Almagro e Isern- que quedan en la Comisión empeñados en continuar adelante con la tarea científica que se les había encomendado, a pesar de ser abandonados por la escuadra que les había llevado hasta allá, y de que recibieron órdenes desde España de regresar e interrumpir la empresa, cada vez más difícil de realizar, entre otras causas por el conflicto del Pacífico entre España y algunos países suramericanos, y con creciente escasez de medios, en especial por el citado abandono de la escuadra que los albergaba, si bien más adelante se les autorizó a continuar la expedición, ampliando el itinerario inicialmente previsto. Espada permanece en Chile hasta que en octubre de 1864 se traslada la Comisión a Guayaquil. A partir de este momento el P. Barreiro considera concluida la primera parte del viaje. La segunda se inicia cuando la Comisión del Pacífico, reducida a cuatro miembros dispuestos a seguir adelante, entre ellos Jiménez de la Espada, se lanza a realizar lo que llamaron �el Gran Viaje� atravesando el interior del continente suramericano por su parte más ancha desde el Pacífico al Atlántico superando los Andes y llegando al río Napo por el que navegarían hasta salir al río Amazonas, y de esta manera alcanzar el Atlántico. Antes de emprender tan aventurada travesía y llevado de su celo y curiosidad científicas, aconteció a Espada entre el 12 y el 16 de diciembre de 1864 el grave incidente de perderse dentro del cráter del volcán Pichincha donde se había introducido solo. Allí quedó durante cuatro días, perdido y sin medios de ninguna clase, sufriendo cansancio, lluvia, nieve y hambre y temiendo no salir vivo. Pero aprovecha tal hecho para realizar estudios, tomar notas y dibujos y hacer prácticas de trabajo (359). Al fin fue encontrado cuando ya estaba al límite de sus fuerzas y llevado a Quito donde se repuso de las privaciones y fatigas pasadas. En febrero de 1865 sale Jiménez de la Espada con los otros tres miembros de la Comisión hacia el interior del continente en dirección a los Andes, camino del río Napo, por el territorio ecuatoriano, recorriendo selvas, montes, ríos, tierras casi vírgenes y poblados de indígenas, que Espada aprovecha para hacer estudios y trabajos y recogida de material. El 17 de julio de 1865 comienza la arriesgada navegación por el río Napo en balsas y canoas. La descripción de �el Gran Viaje�, al entrar en conocimiento [203] del mundo escondido que iban visitando, es tan interesante como la más sugestiva de las aventuras, de todo lo cual extrae Espada muy valiosos datos y experiencias. Navegando por el río Napo llegaron al Amazonas en agosto de 1865. Embarcados en navíos regulares de transporte, sin dinero, mal vestidos y alimentados y con mal aspecto como consecuencia de las incidencias de �el Gran Viaje�, llegan los comisionados a Pernambuco en octubre. Al mes siguiente embarcan Jiménez de la Espada, Martínez y Sáez e Isern -pues Almagro lo hizo vía La Habana- de regreso a España vía Lisboa, llegando a Madrid el 21 de diciembre de 1865, después de tres años y cinco meses de inolvidable y épica expedición por el Pacífico y América del Sur. Jiménez de la Espada es uno de los cuatro integrantes últimos de la Comisión que, entre los ocho que la habían comenzado, hicieron el viaje completo, y a cuyo regreso fueron muy bien recibidos en Madrid por los organismos oficiales y centros culturales, aunque no tanto como debían por los méritos contraídos durante su heroica aventura, según escribe el padre Barreiro (360). Como señala M.-A. Puig-Samper (361), la expedición se dio por terminada el 18 de enero de 1866, después de una reunión en Madrid de los integrantes de la Comisión. Indudablemente fue una hazaña digna de honrar la vida de Espada, el miembro más activo y destacado de la Comisión del Pacífico. En 1866 comienza la segunda parte de la vida de Jiménez de la Espada. Tras el viaje por el Pacífico y Suramérica el joven profesor e investigador se reintegra en Madrid a sus tareas en el Museo y en la Universidad, ampliándose considerablemente su campo y actividad científicas, y dedicándose intensamente a nuevas investigaciones y trabajos. En primer lugar aborda la ingente tarea de preparar los estudios y publicaciones del material recogido durante la expedición y elaborar las memorias de tal viaje, para lo que se ordenaron disposiciones por el gobierno a la Comisión de estudio creada en 1866, que sucedió a la Comisión expedicionaria. En mayo de 1871 participó en la fundación de la Sociedad Española de Historia Natural en Madrid, junto a otros miembros de la Comisión, y uno de los más destacados resultados de la misma. En segundo lugar, se inicia en el estudio y publicación sistemática de trabajos e investigaciones realizadas en el campo de la historia y la geografía sobre América Hispana, acabando esta dedicación al americanismo, en la que tiene numerosas publicaciones, por dominar y destacar sobre cualquier otra actividad de Jiménez de la Espada; y en 1875 es socio fundador de la Sociedad Geográfica de Madrid. En las últimas dos décadas de su [204] vida, la tercera etapa señalada por López-Ocón (362), al tiempo que aumentó sus actividades científicas, recibió todo tipo de distinciones, honores y nombramientos, como son, entre otros: académico de la Real Academia de la Historia (1882), miembro de la Comisión Real sobre límites entre Colombia y Venezuela (1881), medalla de oro por el gobierno de Perú (1892), académico de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1893), miembro honorario del Ateneo y de la Sociedad Geográfica de Lima (1891), de la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria de Berlín (1891) y de la Sociedad Americanista de París (1896), miembro correspondiente de la Sociedad Geográfica de Berna (1879) y de la Royal Geographical Society de Londres (1898), premio de la Real Academia de la Historia por su publicación sobre las Relaciones geográficas de Indias (1898) y catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid (1898). Señala Barreiro (363) que en su honor González Hidalgo le dedica una especie nueva de molusco denominada Bulimus jimenezi, Cabrera el Eptesicus espadae y Bolívar el género Ximenezia de los fasgonúridos con que designa el más interesante de los insectos de esta familia. El 3 de octubre de 1898 moría en Madrid Jiménez de la Espada, dando noticia los periódicos de la capital. Poco después, el 6 de diciembre la Sociedad Geográfica de Madrid celebró una sesión pública en homenaje de su socio fundador y de honor desaparecido, pronunciando discursos analizando la vida y la obra de Espada, Fernández Duro y Martínez y Sáez, y un discurso final el marqués de la Vega de Armijo que presidió la sesión. Así acaba, casi en silencio, como había vivido, la existencia de Jiménez de la Espada, uno de los más destacados profesores e investigadores, viajero, naturalista, historiador y geógrafo español del siglo XIX, con casi un centenar de publicaciones en su haber, como recoge López-Ocón (364), y que alcanzó una mayor notoriedad por su participación en la Comisión Científica del Pacífico. [205] Notas sobre los reales de a ocho hispanoamericanos y su ámbito por el PacíficoJorge Jiménez EstebanJUSTIFICACIÓN El acicate para la elaboración de este artículo lo constituye una moneda de plata que poseo, cuyo valor es de ocho reales y que fue acuñada en Potosí (hoy en Bolivia) en 1808, llevando resellos por su anverso y reverso. A partir de los signos, a primera vista �enigmáticos�, quise investigar su significación encontrándome ante las puertas de un capítulo poco conocido de la historia política y económica del imperio español en América y Oceanía, como más tarde se verá. DESCRIPCIÓN E HISTORIA La moneda, que realmente no tiene un gran valor numismático, sino que su valor es puramente histórico, es un duro, real de a ocho o peso, que de estas maneras se llama. Es grande: mide 2 cm de radio, aproximadamente. Por el anverso está la efigie del rey Carlos IV con la inscripción �CAROLUS IIII DEI GRATIA 1808�. Por el reverso, �P. 8R. P.I. HISPAN. ET. IND. REX� y el escudo simplificado de los Borbones consistente en las armas de Castilla y León, Granada y la flor de lis con la corona real y las columnas del Plus Ultra a cada lado. Como característica especial, y para ser breve en la exposición, la moneda está llena de contramarcas que llegan a treinta entre el anverso y el reverso. La pieza de la que hablo sirve de base para las miles de piezas de iguales características que tuvieron larga vida por Hispanoamérica, Filipinas y todo el ámbito del Pacífico, monedas reselladas o reacuñadas �que es la pieza monetaria a la que se le ha punzonado un nuevo sello o estampa [206] para su circulación, alterando su valor primitivo más o menos, o reafirmando la buena ley de su metal. En general, los resellos han sido estampados por países extranjeros sobre moneda que no era la propia para hacerse de numerario� (365). Los resellos se hacen sobre la moneda de ocho reales de plata, que era el 96,75 % de la moneda acuñada normalmente en el siglo XVIII en Hispanoamérica. Este tipo de pieza provenía de la época de los Reyes Católicos, autorizándose su acuñación en América en 1537, siendo la primera ceca en elaborarla la Casa de la Moneda de México. Debido a que España descubre para Europa el Océano Pacífico y se establece en las Islas Filipinas, extendiendo su área de influencia por Micronesia (Islas Marianas, Palaos, Carolinas, Marshall), además de descubrir y dar nombre a gran parte de las islas del Pacífico (Salomón, Santa Cruz, Marquesas de Mendoza, etc.), pronto se establecerá un comercio marítimo vía Acapulco (México), Manila (Filipinas), comercio realizado por un galeón que irá y volverá una vez al año llevando productos europeos y mexicanos (especialmente moneda en plata) y devolviendo porcelanas y productos orientales que procedían especialmente de China. El galeón o la nao de Manila, que así se va a llamar este barco, era un verdadero eslabón entre Oriente, América y España, y va a iniciar su ruta en 1565 para clausurarse en 1815 por motivos de la independencia de México, teniendo la metrópoli (España) que comerciar directamente con Filipinas y sus posesiones de Oceanía. Este galeón de Manila hizo, pues, 250 viajes aproximadamente durante los 250 años que mantuvo su ruta entre México y las Islas Filipinas. El galeón de Manila llevaba de vuelto a América ámbar, almizcle, seda, telas finas, incienso, perlas, muebles y especias, que se pagaban con duros o reales de a ocho, a lo que los comerciantes chinos �para indicar la buena ley de las monedas, tanto autoridades como comerciantes y banqueros, [207] las marcaban con signos llamados �chops�, mientras más �chops� contenían, eran más apreciadas� (366). Una vez expuesto esto, volvemos a las monedas o duros hispanoamericanos de busto, donde suelen aparecer las contrapartes, es decir, esos signos �enigmáticos� a los que al principio me refería, �con numerosos caracteres chinos, punzonados por banqueros y comerciantes de esa nacionalidad, que de esa forma verificaban la bondad del título de las monedas que pasaban por sus manos� (367). Por lo tanto, las contramarcas, en su mayoría chinas, eran señales precisas para distinguir la moneda en plata hispana de las falsificaciones que empezaban a hacer los ingleses en el siglo XVIII por el Pacífico, en su comercio con China, ya que esta nación exigía a sus socios comerciales occidentales (ingleses, holandeses o portugueses) que le pagara solamente en plata española, o mejor dicho, hispanoamericana. En China se hicieron numerosas contramarcas, que, según los catálogos, van desde el año 1736 hasta 1911. El puerto principal era Shanghai, cuyas contramarcas podemos observar en numerosas monedas. En Japón, a partir del siglo XVII, los misioneros españoles y portugueses llegaron a este imperio comerciando con los shogun japoneses, utilizando éstos también las contramarcas hasta 1912. Unas veces indicaban el nuevo valor que le asignaban, y otras la ciudad que los tasaba. El reino de Siam o Thailandia, más próximo a las Islas Filipinas, tuvo también una moneda de cambio internacional los ocho reales, desde 1782 hasta 1851. Don Salvador Fontella Ballesta, en un breve pero excelente artículo (368), nos informa cómo desde 1735 se va resellando la moneda mexicana en China. En 1766 aparece resellada la ceca de Lima y dos años después la de Potosí, teniendo las tres cecas gran auge entre los años 1777 y 1789 con motivo de la Guerra de Independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa, sucesivamente, llegando a sus máximas cotas entre 1802 y 1807, en que se produce mayor número y difusión del real de a ocho en plata. México sostenía el monopolio de los ocho reales con resello, con un 63 % de los existentes. Lima y Potosí un 16 % y un 1 % Guadalajara de México, Madrid y Santiago de Chile. Con la independencia hispanoamericana, tras un largo proceso entre 1810 y 1824, finalmente sólo le resta a España, del antiguo imperio, las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas con Micronesia. Se crea en Manila una Casa de la Moneda en 1828, que perdurará hasta 1898. [208] Ante la implantación del patrón oro en 1873 y la formación de la Casa de la Moneda en China, el duro español pierde importancia, llegando a desaparecer como moneda internacional por el ámbito del Pacífico en la primera década del siglo XX. CONCLUSIÓN Como conclusión a lo antes expuesto, diremos que el real de ocho, duro o peso hispanoamericano, sirvió de moneda internacional con China, Japón, Siam e incluso la India, desde el siglo XVIII hasta principios del siglo XIX, continuando cien años más con los pesos hispano-filipinos. No es, pues, casualidad que la unidad monetaria española sea la peseta (diminutivo de peso), y el peso, llamado así por el peso de los ocho reales, sea la actual unidad monetaria de México, Cuba, República Dominicana, Colombia, Bolivia, Chile, Uruguay y la lejana Filipinas. Argentina, hace unos años, cambió temporalmente el peso tradicional por el austral, y caso inverso es el de Puerto Rico, que al dólar estadounidense lo llama peso. Una moneda internacional durante doscientos años que unía España, América y todo el Pacífico, �podría llegar a ser la unidad monetaria futura hispanoamericana? [209] Hacia el lejano mundo soñado (Manifestaciones literarias y artísticas de los viajeros y soñadores por el Extremo Oriente y por las islas del Pacífico a fines del siglo XIX y principios del XX)Sue-Hee Kim Universidad Complutense de Madrid A mediados del siglo XIX el Occidente sufre contradicciones internas e intenta recuperarse, entonces, aspirando a un nuevo conocimiento de la vida y de la realidad que desborda por todas partes sus ideas acostumbradas. Y como un camino de este cambio y con curiosidad superficial y exótica se acerca al Extremo Oriente o a otras remotas partes del mundo. De este modo se acerca igualmente a su arte y a su sensibilidad, a la estética y al pensamiento, que le parecen amables o imitables. Como bien definiría Octavio Paz, poeta cosmopolita y gran conocedor de la poesía japonesa, en un artículo:
Precisamente en ese momento el Occidente intenta mirar a los mundos de ficción situados en el Extremo Oriente y en las lejanas islas del Pacífico o en el pasado concluido o bien en un mundo de fantasía. El gusto por lo oriental se convierte de esta forma en una tendencia al exotismo. Y las manifestaciones literarias y artísticas incluidas por aquello se desarrollarían en dos vertientes diferentes: una vertiente extremo-oriental incluyendo a las islas del Pacífico, como las islas Filipinas o Indonesia y la otra, del mundo árabe, del Cercano Oriente incluyendo en ocasiones a la India. El apogeo de la segunda vertiente, el ambiente oriental del exotismo musulmán, se sitúa en el siglo XIX con las obras producidas por una auténtica [210] iniciación a un arte y literatura diferentes en sus principios y en su sensibilidad a través de viajes tanto de los exploradores como de los cronistas (370). Y a fines del siglo XIX y principios del XX el ambiente es sustituido por lo extremo-oriental y por lo �primitivo� del área del Pacífico. En esta ocasión lo extremo-oriental está representado por lo japonés. Si el ambiente japonizante en el ámbito español del fin del siglo han sido un reflejo de las aficiones de índole general y desconocido, el mismo afán de especificarse, para determinados sectores apasionados, en unos objetivos concretos. El arte japonés fue un ideal soñado por los pintores europeos finiseculares y los artistas españoles encabezados por los catalanes y los vascos participaron en la renovación de la estética y de las técnicas artísticas occidentales inspiradas y motivadas por el conocimiento de lo extremooriental (371). El ambiente admirador por lo lejano, por lo no conocido, surge como la necesaria consecuencia en la Europa del fin del siglo XIX y en España, calificada por J. A. Gaya Nuño como uno de los períodos más confusos y contradictorios de la historia, extendiendo la parte del siglo XIX hasta la declaración de la guerra a Marruecos, en 1859, y el final de otra contienda bien infausta en 1898. En política interior, un ascendente sentimiento revolucionario que culmina en la proclamación de la Primera República, en 1873, para concluir con la Regencia; en política exterior, liquidación total de los restos del imperio ultramarino y el comienzo de un peligroso aislamiento de Europa; en lo literario y artístico, la mezcla de admiración ilimitada hacia lo extraño y de introversión y revisión de lo propio (372). El ambiente era propicio para el exotismo. La moda japonizante está en la vida cotidiana de la clase burguesa, la clase dominante que sustituye a la aristocrática o la eclesiástica anteriores, que prepara la mirada hacia el mundo lejano, representado por aquel entonces por el Japón y las islas del Pacífico. Son los marinos, diplomáticos o los viajeros, la mayoría de ellos procedentes de la emergente burguesía cimentada en el comercio interior y exterior. La inquietud arriba mencionada está reflejada en un escrito de Pedro Salinas:
El cultivo de los temas japonizantes entre los poetas y los pintores europeos explica la introducción del mismo en el panorama literario y pictórico español, en la misma época. Este fenómeno podría ocurrir bien como una simple imitación o la introducción de temas u objetos extremoorientales o bien influidos por su filosofía y religión. Su máximo representante entre literatos sería el poeta nicaragüense Rubén Darío acompañado por otros literatos como F. Villaespesa, E. Gómez Carrillo, R. Gómez de la Serna, E. González Blanco, J. R. Jiménez, Adolfo Salazar, etcétera. En cuanto a las manifestaciones artísticas destacaríamos los artistas catalanes como Apel.les Mestres y Lluís Masriera, entre otros, los pioneros en la plasmación del ideal estético del Extremo Oriente que transformaría el concepto estético tradicional del Occidente heredado desde tiempos antiguos y teorizado su perfeccionamiento en el arte de Renacimiento (374). FUENTES-MOTIVACIÓN: NOTICIAS Y VIAJES Durante el período de la apertura y la expansión política y el comercio internacional en la segunda mitad del siglo XIX, el Occidente está representado por los países colonizadores como Gran Bretaña, Francia y Holanda. Y la importancia del conocimiento de la cultura extraeuropea y su estudio se desarrollaría principalmente en estos países, ya que España perdería el protagonismo en el ámbito de la expansión colonizadora a fines del siglo XIX (375). Asimismo hay que anotar un elevado número de viajeros-visitantes de estos países al Extremo Oriente o de las islas del Pacífico que dejaron sus testimonios escritos, mientras son escasos los viajeros españoles, aun estando entre los primeros visitantes de aquel mundo lejano. Sin embargo, numerosos artículos y crónicas han sido publicados en España al alcance de todos los públicos, que sirven como fuente del conocimiento y de motivación de la moda exótica, japonizante por excelencia, junto a las exposiciones universales celebradas en Europa y España en las que se podían ver y conocer las curiosidades y los objetos de arte de los países participantes. Es decir, a través de estos medios se expandieron rápidamente la moda o el gusto social de fácil acceso y el entusiasmo por las cosas �exóticas�procedentes del Japón o de las islas Filipinas. Y no hay que olvidar el papel importante de los viajeros-coleccionistas. Las noticias sobre aquel mundo lejano aparecieron en las publicaciones [212] periódicas a lo largo del siglo XIX, tales como la Ilustración Española y Americana que ha contribuido enormemente en la divulgación de ellas. Como mera simple introducción a ello y como modo de percepción generalizada anotamos unas noticias recogidas en la citada publicación a lo largo de la década de 1870. Esta década es muy importante para la relación entre Europa y Japón, precisamente por la apertura de éste hacia el mundo exterior alrededor del año 1860 y el desarrollo del intercambio comercial, política y cultural (376). -15 de enero de 1871: fue publicado un artículo titulado �El cable submarino de Australia a China� que dio la siguiente noticia entre otras: �Mañana sabremos, a juzgar por las señales, que el telégrafo eléctrico, tendido en inmensa red por toda la superficie del globo, ha realizado en nuestros días el bello ideal de los enciclopedistas franceses: �corra el pensamiento humano, veloz como las centellas, por todos los ámbitos del mundo! En efecto: trátase de unir por medio de un cable submarino, a través del océano Pacífico, la América septentrional con la Australia y el archipiélago índico, el imperio del Japón y la China...� -5 de diciembre de 1871: hay una noticia sobre Conchinchina y �El cable telegráfico� que dio el resultado del artículo anterior. -8 de abril de 1872: se publica una noticia titulada �Nueva embajada japonesa�y el grabado de los miembros componentes. -8 de mayo de 1872: fue publicado un comentario sobre Japón y el reino de Siam [hoy Thailandia] que narró lo siguiente, entre otras cosas: �... El Japón hace esfuerzos generosos para romper la secular muralla que le separaba de los europeos y adopta nuestras costumbres, nuestros adelantos, hasta nuestra táctica militar: el reino de Siam, más desconocido aún que aquel antiguo imperio, empieza también a separarse de sus viejas prácticas y parece decidido a dejarse vencer por la influencia que ejerce en todas partes la moderna civilización europea.� -1 de agosto de 1872: en la primera página-pórtico de la revista se inició con la noticia resaltada acerca de Japón: �Empezamos esta revista dando cuenta de un acontecimiento inesperado, que hará época seguramente en los anales del mundo... A la vista tenemos un periódico inglés que publica en Kioto, hermosa ciudad japonesa... Y en él hablamos nada menos que la descripción minuciosa de una exposición artística e industrial que se verifica actualmente en aquella remota ciudad... El primero de estos pabellones es un antiguo templo de imponente apariencia... en el cual hay reunidos innumerables objetos de mucho gusto y riqueza... Este certamen público es [213] el primero que se celebra en aquellos extraños países, cerrados hasta ahora a las impresiones y a la influencia del progreso del mundo europeo...�. -24 de diciembre de 1872: la revista publica la noticia sobre �La inauguración del ferrocarril de Yeddo a Yokohama� en Japón. El autor del artículo, E. Martínez de Velasco, escribe sobre los adelantos conseguidos en Japón con la introducción de un croquis. Y asimismo recogió unas frases publicadas en el periódico The Japan Weekly Mail, editado en Yokohama en inglés y japonés. -16 de julio de 1873: aparece la noticia titulada �Gran pagoda budista en Rangoon� con el grabado del mismo. -8 de mayo de 1874: el cronista asiduo de la revista E. Martínez de Velasco escribe acerca de los tipos y costumbres de Japón, que fue el ensayo antropológico antecedente a Dai Nipon de Antonio García Llansó. En �Tipos y costumbres del Japón� dijo, entre otras cosas: �... Abolido el sistema de los daimios, o sea el sistema feudal, existe ahora el tycoon, que viene a ser una forma de gobierno representativo... Aun el budismo, que ha sido por tantos años la religión única del Estado, se encuentra hoy como herido de muerte por una declaración oficial que promulga la tolerancia de cultos en todo el imperio.� -30 de noviembre de 1874: aparece la noticia sobre la posible guerra entre la China y el Japón. 8 de abril de 1875: el número se inicia con los retratos de los emperadores de Japón con el artículo extenso y detallado sobre la situación política interior de este país. -30 de julio de 1875: aparece una noticia breve sobre Birmania con el título de �Sectarios budistas orando ante el dragón de la pagoda de Gaudama�. -8 de octubre de 1875: se publican unas noticias acerca de las islas Filipinas tituladas �Apuntes de Mindanao�, escritas por F. Pleguezuelo Rojas. En ellas anota el origen del asentamiento de los musulmanes filipinos en la isla de Mindanao y revela el profundo conocimiento del autor sobre aquella lejana área, sin embargo muy vinculada a España. -15 de octubre de 1875: �Yeddo -progresos de la civilización europea: el traje de etiqueta�, escrito por E. Martínez de Velasco. -15 de noviembre de 1875: se publica un artículo dedicado a China y a los misioneros españoles en aquel país. Asimismo, recopila una necrología que fue dedicada a fray Francisco Zea, misionero dominicano por el periódico The Hong-Kong Times. -30 de enero de 1876: unos grabados acerca de las islas Filipinas ilustran este número. Son sobre los tipos de indígenas, los tagalos, en la hacienda agrícola denominada �Rosa Santa Margarida�. [214] -22 de abril de 1876: hay un grabado de las escenas del �Salón del vapor Bristol�, destinado a la navegación fluvial. -8 de septiembre de 1876: en este número el cronista escribe sobre las costumbres funerarias en el Extremo Oriente. -15 de septiembre de 1876: �Exterior de una pagoda en Siam�es el artículo dedicado a Siam que dice lo siguiente entre otras cosas: �... En el centro de la vasta región asiática denominada Indochina, entre los estados de Annam, el Laos, Birmania y China, hállase el reino de Siam, en una extensión de 250 leguas, formado por dilatadísimo y fértiles valles que rodean altas montañas: Bankok es la capital y Ajunthia [es decir, Ayuthia] es la segunda ciudad del reino... Los pocos viajeros europeos que recorren aquellas lejanas comarcas se detienen principalmente en esta última ciudad para visitar los templos antiguos...� Seguidamente el cronista habla del misionero francés monseñor de Pallegoix, que los visitó detenidamente en 1857. -8 de enero de 1877: hay un artículo que habla del viaje al Oriente por Juan de Dios de la Rada y Delgado, de la Academia de la Historia. Se trata de la última entrega de los capítulos titulados como La �Arapiles� y subtitulados �El viaje a Oriente de la fragata de guerra Arapiles y la comisión científica que llevó a bordo�, escrito por el presidente de la misma comisión. Fue editada en Barcelona por Emilio Oliver y contiene también los dibujos ilustrativos de Ricardo Vázquez. -15 de enero de 1877: se publica una crónica titulada �Birmania�. -22 de enero de 1877: hay noticias del primer embajador extraordinario del soberano de Birmania, que hizo llegar su petición de procurar el establecimiento de relaciones comerciales al rey Alfonso XII. -15 de marzo de 1877: se publica una noticia curiosa e interesante sobre la relación comercial entre el Japón y España. Se trata de un anuncio del agua �Kananga de Japón� para el tocador femenino, importado por Rigaud y Cía. -15 de septiembre de 1877: en la sección de la crónica general, J. Fernández Bremon escribe sobre Norodom, rey de Camboya. -22 de octubre de 1877: bajo el título del �Arte suntuaria en Asia�, E. Martínez de Velasco hizo comentarios sobre las piezas de arte extremo-oriental, pertenecientes a la colección de Adelardo López de Ayala. -30 de octubre de 1878: A. Fernández de los Ríos escribe crónicas sobre los chinos y los anamitas en la preparación de la Exposición Universal de París. -3 de mayo de 1878: en el artículo titulado �Una representación japonesa� habla de las cosas típicas japonesas y de la obra teatral de M. d'Hervilly titulada Le Belle Saïnara. [215] En los sucesivos números de la Ilustración Española y Americana se publican las crónicas enviadas desde París sobre las noticias de la Exposición Universal del mismo año. -30 de noviembre de 1878: E. Martínez de Velasco escribe sobre el viaje de barco de vapor, transporte de guerra, Marqués de la Victoria desde Manila a la China. El capitán del barco fue el teniente Manuel Eliza y Vergara. El artículo describe la ciudad de Cantón (donde llegaron en julio de 1878) y la pagoda de Wampoa, sus calles principales, el pórtico de la entrada a la pagoda de los �cerdos sagrados�, �Lorcha� mandarina, etc. El croquis del natural esta hecho por Eliza y Vergara en los mismos lugares de referencia. Además de las noticias aparecidas en las publicaciones periódicas de gran difusión, como la ya mencionada Ilustración Española y Americana, se publicaron otras muchas revistas a fines del siglo XIX con el contenido literario, artístico, histórico o antropológico, que contribuyeron grandemente en la propagación de lo extremo-oriental en el ámbito español (377). En cuanto a las noticias sobre los viajes o las relaciones habidas entre España y los países del Extremo Oriente mencionamos algunos acontecimientos y algunos nombres de sus protagonistas tales como: -El enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la reina Isabel II en el imperio de China y en el reino de Annam, J. H. García de Quevedo firmó el tratado de amistad, comercio y navegación entre España y Japón en noviembre de 1868, en Kanagawa. -Los españoles Fábregas y Negreverdis, domiciliados en La Habana, viajaron en el América, un buque-correo de la Compañía del Pacífico rumbo a Filipinas junto a otro español, J. Roseñada, en agosto de 1872. -M. Álvarez entrega al emperador del Japón una carta personal del rey Alfonso XII, en correspondencia diplomática en agosto de 1876. -En agosto de 1878, el gobierno español pronuncia la real orden por la que se declara que Japón, así como China, Hawaii, Persia y Siam, tiene derecho al trato de nación más favorecida en materia arancelaria. -La creación de un consulado español en Yokohama en junio de 1885. -El establecimiento de una nueva casa comercial española en Yokohama que regenta en el nombre de Odón Viñals. Otros negociantes españoles instalados en Yokohama son Gil y Remedios, en abril de 1888. [216] -El general Emilio Terrero visitó Japón, recién terminado su mandato como gobernador general de Filipinas. Le acompañaban su hijo, Ricardo, el coronel J. González Parrado y otros militares, Ladislao de Vera y Raimundo Cortés, en mayo de 1888. -El lexicógrafo y lingüista español Julio Casares publicó algunos estudios sobre la música japonesa en los Annales de l'Alliance Scientifique de París en 1898. Casares estudió japonés en la Escuela de Lenguas Extranjeras de París y luego en Tokyo. -Los dominicos Serapio Tamayo y Evaristo Torres llegan a Japón como misioneros en 1903. -Gonzalo Jiménez de la Espada y Fernández de León llega a Japón como profesor de español en la Escuela de Lenguas de Tokyo, en septiembre de 1907. -P. Antonio Guasch, uno de los ocho jesuitas llegados a Japón, se ocupa de algunas gestiones económicas en favor de la misión de Carolinas en 1919 (378). Aparte de las noticias arriba recogidas, se conocen la llegada de los buques y de los marinos españoles a Japón o a las islas Filipinas, como por ejemplo: los buques mercantes españoles Altagracia y Serafín llegan a Yokohama (junio, 1870); la corbeta Doña María de Molina de la Marina española llega a Yokohama, Kobe y Nagasaki bajo el mando del capitán de fragata Tomás Olleros (julio, 1880); los cruceros españoles Reina Cristina y Don Antonio de Ulloa visitan Japón bajo la capitanía de Manuel Díaz y Gabriel Pita de Veiga (mayo, 1892); visita a Yokohama y Nagasaki el crucero español Castilla y su capitán es Francisco de Liaño (junio, 1893); el crucero español Don Juan de Austria mandado por el capitán José de Padriñán llega a Yokohama (junio, 1894) (379). VIAJEROS COLECCIONISTAS Como fuente del conocimiento de lo extremooriental hay que recordar la figura del viajero-coleccionista de objetos de arte, junto a la del literato o artista-coleccionista. Son conocidos los coleccionistas franceses en el ámbito de las ciudades de moda de aquel entonces como París o Londres, mientras son poco conocidos los españoles. En el Museo Romántico de Madrid se conservan objetos artísticos procedentes del Extremo Oriente. La mayoría procede de la colección de su fundador, Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer (1858-1942), segundo marqués de la Vega-Inclán, personaje de cultura cosmopolita y gran viajero que estudió en la Real Academia [217] de Bellas Artes de San Fernando y la carrera militar, ejercida al lado de su padre que fue capitán general de Puerto Rico en 1884. El primer marqués, el padre del fundador, estuvo en años anteriores en las islas Filipinas. Y el último gobernador español de las islas fue Antonio Dias de Cendrera, cuyo retrato por Valeriano Bécquer se conserva en el Museo. La mayoría de las obras y objetos de arte del Museo Romántico son de producción española, por una parte, y muchos objetos artísticos procedentes de las islas Filipinas, principalmente, existiendo una sala denominada Saleta Filipina. Otros objetos artísticos extremo-orientales proceden de donaciones de colecciones particulares, por ejemplo: de Julia Fernández Merino, abanicos, estuches, joyas, etc., del Extremo Oriente; muebles de laca y nácar, costurero filipino, cómoda japonesa de laca y oro, etc., legado de Alice Pestana de Blanco; otros objetos procedentes de Manila donados por la condesa de San Jorge, etc. (380) Asimismo, mencionaremos algunos artistas relacionados con el Museo Romántico y con el arte del Extremo Oriente. Se trata de Francisco Lameyer (1825-77), el pintor y dibujante relacionado con Alenza, los Madrazo y Fortuny, viajó al Extremo Oriente probablemente en la década de 1860-70. En sus dibujos y pinturas reflejan el influjo de sus viajes, publicados en ocasiones en el Semanario Pintoresco y en el Siglo Pintoresco. Y el Museo conserva las obras del pintor Enrique Mélida, hermano de uno de los escritores-arqueólogos más importantes de fin de siglo, y sobre todo gran conocedor de lo extremo-oriental, José Ramón Mélida. En cuanto a los coleccionistas no hay que olvidar los pertenecientes al ámbito barcelonés. Algunos de ellos son muy conocidos e importantes como Balaguer o Masriera en las primeras décadas del siglo XX (381). Y asimismo, la figura de coleccionista-viajero Santos Munsuri, en las décadas posteriores, cuya colección fue donada al Museo Nacional de Etnología en Madrid (382). En fecha más tardía, en la década de 1940, el Museo Etnológico de Barcelona presentó una colección de objetos artísticos japoneses junto a otros procedentes de las islas del océano Pacífico. Es destacable la labor de investigación del responsable de la colección japonesa, sobre todo de su conocimiento y afán de coleccionista-viajero, Eudaldo Serra Güell (383). [218] VIAJEROS-SOÑADORES: MANIFESTACIONES LITERARIAS Y ARTÍSTICAS A los viajeros ya mencionados, marinos, misioneros, comerciantes o coleccionistas, podemos añadir la figura de viajero como diplomáticos, escritores, científicos o pintores que realizaron las obras o escritos inspirados o influidos por aquel lejano mundo. Se trata de las manifestaciones literarias o pictóricas tales como las crónicas, cartas, novelas, poesías, obras teatrales, ensayos, etc., y las pinturas, dibujos, ilustraciones, diseños, carteles, etc., sin olvidar las obras arquitectónicas y las piezas de joyería. La moda japonizante estaba �en el aire� en el fin de siglo español. Los pintores y los escritores contribuyeron grandemente a la propagación del ideal estético del Extremo Oriente, a través de las escritores teóricos y de las obras pictóricas, y que a su vez fueron entusiastas coleccionistas de su arte. Existen unas manifestaciones del entusiasmo cuando llegan a conocer la pintura japonesa, bien las estampas o las pinturas propiamente dichas o las decorativas. El Extremo Oriente enseñó a las impresionistas y estetas occidentales algunos aspectos nuevos, como un nuevo ideal de belleza, basado en el encanto de la irregularidad o una nueva sensibilidad o habilidad para percibir los aspectos efímeros de la Naturaleza y un gusto nuevo por lo cotidiano, por citar algunos ejemplos (384). Posteriormente en las primeras décadas del siglo XX, el arte �primitivo� de las islas del Océano Pacífico y del continente africano ejerce influencias innegables en la corriente artística occidental. En resumen, los artistas occidentales sienten la fascinación al tener contactos con el arte y los objetos artísticos del Extremo Oriente y de otros lugares lejanos de Europa, en el ambiente de rechazo de las convenciones en la búsqueda de algo renovador y diferente (385). En las manifestaciones literarias encontramos a autores como Ernest Fenollosa, Josep Masriera, Antonio García Llansó, en el estilo de ensayo, crónica o crítica; en el campo de novela, Vicente Blasco Ibáñez; en la poesía, Apel.les Mestres, Jacinto Verdaguer, Adolfo Salazar, Francisco Villaespesa, Juan Ramón Jiménez, etc.; en el teatro, Lluís Masriera como la figura más representativa. Es destacable la figura de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo y José María Heredia en el fin del siglo XIX y más tarde, Octavio Paz, que, a pesar de no ser españoles, influyeron grandemente en el panorama literario del ámbito de la lengua española. [219] En las manifestaciones artísticas destacaríamos a los artistas que realizaron obras influidas o inspiradas por el arte del Extremo Oriente como Apel.les Mestres, Lameyer, A. Riquer, J. M. Sert, L. Masriera, etc., sin omitir los artistas que realizaron objetos de artes decorativas como los biombos, porcelanas, carteles, etc., a fines del siglo XIX y principios del siglo XX (386). La mayoría de estos artistas produjeron obras influidas por el arte y la estética japonesa, aunque no hay que olvidar los artistas de la corriente surrealista, como André Bretón, que dijo:
El surrealismo contribuyó al descubrimiento estético del arte esquimal y oceaniano, además del arte oriental. A. Breton, que tenía un estrechísimo contacto con los artistas surrealistas españoles, viajó al Pacífico en la década de 1940. Domingo Pérez Minik, figura importante de la corriente surrealista y uno de sus fundadores en el ámbito español, consideraba las islas un espacio abierto a las corrientes renovadoras internacionales (388). Conocemos pocos escritos de los literatos y artistas españoles respecto al mundo del Océano Pacífico mientras en otros países europeos como Francia encontramos a un Gauguin, visitante y residente en Tahití, y otros viajeros que dejaron sus impresiones escritas (389). Antes de exponer algunos otros testimonios relacionados con el Extremo Oriente y el área del Pacífico, destacaríamos a Vicente Blasco Ibáñez y su obra La vuelta al mundo de un novelista, y a Adolfo Salazar con sus hai-kais. Vicente Blasco Ibáñez escribió el libro titulado Oriente después de viajar hasta Constantinopla en la primera década del siglo XX y en la década de 1920 inició otro viaje largo, una nueva aventura, dando vuelta al mundo a bordo del transatlántico Franconia. Desde edad temprana el novelista manifestó el entusiasmo por el mar y por los viajes deseando [220] conocer las razas nuevas, costumbres y ciudades distintas del mundo. Blasco Ibáñez manifestó por aquel entonces:
El novelista visitó Corea y Japón en su viaje alrededor del mundo, probablemente en el año 1924, cuando Corea atravesaba momentos difíciles políticamente en sus relaciones con la potencia asiática emergente, Japón. Guiado por un japonés el novelista conoce y viaja por la península coreana dejando escritos que dan una impresión algo fúnebre y pesimista, y sobre todo algo distorsionada debido a la influencia de la opinión del guía-traductor japonés. Entre otras cosas dijo lo siguiente:
Sobre la impresión recibida en Japón, el novelista escribió que:
Vicente Blasco Ibáñez narró sus impresiones en el estilo de �la captación fotográfica�, pero con el criterio realista y no exento de un lirismo reflejado en otras obras suyas. Y en ocasiones, estas descripciones se convierten en un estilo de ensayo crítico de los acontecimientos que él había presenciado o conocido a lo largo de su viaje. Sin embargo, es evidente su afición reflejada en la descripción de lo popular, del �folklore�, característico de cada pueblo o de cada país por lo que nos llega una fuente valiosa de información antropológica. [221] La introducción del �haikaísmo� en el ámbito español se debe a José Juan Tablada, el poeta mexicano que influyó en la formación de la nueva estilística y estética en la poesía española en las primeras décadas del siglo XX, todavía con las huellas de la influencia de la poesía de Rubén Darío. Adolfo Salazar fue uno de los primeros poetas que escribió Hai-kai, la poesía japonesa conocida en Europa. En una publicación dirigida por José de Ciria y Escalante, Reflector (393), Salazar publicó �Jornada� (seis hai-kais). Seleccionamos dos hai-kais de Salazar:
Desde la introducción del arte del Extremo Oriente hubo muchos poetas y pintores que han realizado obras influidas por ello. Desde los poetas franceses hasta los españoles, y desde la obra titulada Caligramas de Apollinaire hasta los hai-kais de Salazar, la poesía japonesa, china e india está reflejada o presente. Adolfo Salazar contribuyó en la divulgación del estilo y de la estética de la poesía japonesa por su manifiesto �Proposiciones sobre el hai-kai� que disertó sobre los conceptos tales como:
Para concluir, hay que anotar que Adolfo Salazar escribió sus hai-kais aun antes de la conocida traducción de las poesías de Bash, realizada por Octavio Paz y el hispanista japonés Hayashi en la década de 1950. Entre fines del siglo XIX y principios del XX los literatos españoles frecuentaban los círculos artísticos de París o de Londres. Igualmente los artistas como Juan de Echevarría, Darío de Regoyos, Lluís Masriera, etc., viajaron por Europa y conocieron las colecciones del arte del Extremo Oriente en las tiendas de S. Bing o de J. A. Braquemond, siendo el último el descubridor de los grabados en madera coloreados de Hokusai que influyó profundamente en la concepción pictórica finisecular. Paralelamente a París y Londres, Barcelona fue el centro de la renovación artística española. En la década de 1880 ya se conocen las tiendas en las que podían encontrar piezas de arte japonés o chino. La crónica de Arthur Gallard publicada en la sección de bellas artes de la revista La Il.lustració Catalana habla de los objetos extremoorientales de la tienda de un tal señor Vidal (30 de agosto, 1880). En el mismo año la Ilustración Española y Americana publicó noticias sobre el Extremo Oriente tituladas �De Madrid a Pekín�, �De Hong-Kong a Shanghai�, etc., escritas por P. de Prat (396). Y el artículo titulado �El emperador Tu-duc recibiendo al ministro plenipotenciario de España en el palacio de Hué� dio las informaciones del reino de Annam (397). En la página 206 de la misma se dio una noticia insólita de las partidas de ajedrez, jugadas con figuras vivientes con ocasión de la reciente visita de Norodom, rey de Camboya, a la capital de la Conchinchina francesa (Saigón). Muchos artículos y crónicas fueron publicados por autores españoles como Eusebio Martínez de Velasco, Augusto Arcimis, José Ramón Mélida, etcétera (398). Augusto Arcimis escribió en �La cara de la luna� publicada en 22 de febrero de 1887 en la Ilustración Española y Americana y dijo lo siguiente, entre otras cosas.
José Ramón Mélida, el escritor, ensayista y arqueólogo, publicó muchos artículos del tema japonés. Entre ellos, uno titulado �El arte japonés� en julio de 1890 en la revista España Moderna. Es de destacar la importancia de los escritos sobre el Extremo Oriente de autores españoles igual que ocurrió en Francia o Inglaterra. Hemos de recordar el discurso de Josep [223] Masriera titulado �La influencia del estilo japonés en las artes europeas�, dictado en 1885 en la Real Academia de Ciencia y Artes de Barcelona. José Ramón Mélida fue, junto a Antonio García Llansó y Josep Masriera, un entusiasta y gran conocedor del arte y cultura del Extremo Oriente. En uno de sus artículos dijo lo siguiente entre otras cosas:
El citado ensayo de Mélida no fue un estudio completo del arte japonés sino un mero artículo de introducción poco demuestra sobradamente el interés y el conocimiento de un autor español sobre lo japonés. Y Mélida consideró a Wakai, el organizador de la sección japonesa de la Exposición Universal de París de 1878 y el estadounidense, E. Fenollosa, como �los inteligentes más autorizados de las cosas japonesas� en un manifiesto lleno de humildad propia de un sabio. Ernest Fenollosa, de origen español, afincado en los Estados Unidos y más tarde en Japón, escribió sobre el arte y cultura de Japón, a cuyo reconocimiento contribuyó grandemente, lo mismo que a su conversación y divulgación. Entre otros autores destacamos la figura del cronista R. Becerro de Bengoa que escribió sus impresiones sobre Japón, su cultura, sus religiones, sus costumbres, etc., en los extensos artículos publicados en las páginas de la Ilustración Española y Americana (399). Y el cronista Fernando Araújo escribió, para la España Moderna, sobre el arte japonés y sobre E. Fenollosa en 1898. Y en 1897 aparecieron unas noticias en la publicación Luz. Sobre todo, una noticia del estreno de la zarzuela en tres actos titulada Flor de té, con letra de Conrado Colomé y música del maestro Lecocq, lo cual va a ser como un reflejo del exotismo japonizante en la vida popular. Junto a esta noticia, una nota curiosa fue expuesta en la Revista Gráfica del año 1901 a 1902. Se trata de la publicación del �Silabario japonés y kata-kana� de la obra Álbum caligráfico universal. Del año 1902 es el libro escrito por el diplomático-viajero español por las tierras del Extremo Oriente. El libro titulado Sombras chinescas es de Luis Varela, marqués de Villasinda, que se trata del conjunto de recuerdos del viaje al Celeste Imperio y fue presentado por E. Gómez Carrillo en la España Moderna en 1902. Para concluir el breve vistazo del panorama orientalizante-japonizante de la España finisecular citamos los escritos de Antonio García Llansó, el autor de Dai Nipon. Fue la figura fundamental en la divulgación de la [224] cultura japonesa en la sociedad finisecular barcelonesa. Fue destinado como el miembro del jurado calificador por el Imperio japonés en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Escribió varios libros sobre el tema como por ejemplo el ya mencionado Dai Nipon (El Japón), publicado por Manuales Gallach, Numismática de los países del Extremo Oriente, Armas y armaduras, etc. (400). Seleccionamos unos hai-kais recogidos en el libro de A. García Llansó:
Y aquí un poema de J. R. Jiménez, una obra poética representativa de japonería en España:
Juan R. Jiménez creó obras poéticas en la misma corriente lírica como Rubén Darío en el fin del siglo, aunque su poética es más cercana a las de Francisco Villaespesa, en cuanto a la manifestación de japonerías. Y por último, recordamos la obra de Jacinto Verdaguer, L'Atlántida (1877), de motivos mitológicos y de la exaltación de la visión de la naturaleza. Verdaguer, coronado como �el Poeta de Catalunya�, fue el capellán [225] del buque Marqués de Comillas, lo que le proporcionó muchos viajes y el contacto asiduo con el mar. Sus obras poéticas en general son del predominio de los motivos religiosos, vividos en la tradición de conceptos franciscanos, de sabor popular. Verdaguer asimiló en sus poemas los sentimientos elementales y sencillos como creara su coetáneo el poeta-pintor-viajero Apel.les Mestres. Ambos crearon poesías como �El canto de la naturaleza�, no según el concepto tradicional occidental, sino más cercano al concepto extremo-oriental de la naturaleza (401). [228] Notas[229] Una obra excepcional (Descubrimientos Españoles en el Mar del Sur)Una obra excepcional (Descubrimientos Españoles en el Mar del Sur, Banco Español de Crédito, Madrid 1991. Tres Volúmenes, 931 páginas. Edición no venal). Esta es una obra magna, quizá la mejor de las publicadas, hasta ahora, sobre el tema de los descubrimientos españoles en el Océano Pacífico. Su excelente calidad le viene, principalmente. por su intento de abarcar todos los viajes y expediciones que los españoles llevaron a cabo por aquellos mares y de los que existen pruebas documentales. No cabe duda de que en una publicación de esta envergadura, de carácter excepcional, no puede ser ni comentada, ni reseñada, como cualquier otra, por muy valiosa que ésta sea, por ello le damos cabida en el espacio de Notas, con el deseo de que alcance el relieve informativo que desde luego merece. Hay que agradecer, en primer lugar, a la Fundación Banesto y a su Presidente Mario Conde su generoso mecenazgo para que fuese posible la sin duda costosa edición de estos tres volúmenes, generosidad que se verá altamente compensada por la acogida que esta obra recibirá, y que redundará en un mayor entusiasmo para continuar las investigaciones y los estudios sobre los viajes de nuestros antepasados. Aunque el tema parezca paradójico, una de las primeras cuestiones que todavía sigue siendo motivo de encontradas opiniones es la siguiente: �qué se entiende por Océano Pacífico?, es decir, �el mismo mar tiene igual concepción en la mente de un japonés, un chino, un filipino o un indonesio, que en la de un australiano, un neozelandés, un polinesio, un melanesio o un micronesio?, �cuál es la idea que del Pacífico tienen los pueblos de la ribera del continente americano? Por experiencias sabemos que el concepto varía mucho según el punto de vista de cada pueblo. Pongamos un ejemplo: los mares del Sur, denominación antigua -la Mar del Sur del descubridor Balboa- que en realidad englobaría a la Polinesia, Melanesia, Nueva Zelanda y la costa oriental de Australia, es, sin embargo, [230] objeto de distinción parcial por parte de los habitantes de algunas de sus zonas que bien la amplían o la reducen de acuerdo con su propia visión de su pasado histórico o de sus vivencias actuales. El problema podríamos trasladarlo a otras áreas de la cuenca del Pacífico, con resultados semejantes, pues hay pueblos cuya proyección histórica se vierte en sí mismos o se ha encaminado preferentemente hacia Asia, por ejemplo: China, Filipinas, Corea y Japón, mientras que otros mantuvieron una posición intermedia, acenturada, en pro y en contra, según las circunstancias de su devenir histórico: los países ribereños de América. El asunto es difícil de concretar pues está sujeto a muchas opiniones que a la larga pueden conducir a una polémica estéril, por ello me parece que uno de los grandes aciertos de la obra que comentamos es presentar al Pacífico como �un mar de mares�, con cuya definición se abarca su concepto y se delimitan sus peculiaridades locales o de zona, englobando como hijos suyos el mar de Cortés, el de Bering, el de Ojótsk, el de Japón, el Amarillo, los de China Oriental y China Meridional, el de Filipinas, el de Célebes, el de Molucas, el de Banda, el de Timor, el de Arafura, el del Coral, el de Tasmania, el de Salomón y alguno más. De la lectura de sus páginas aprendemos claramente el componente esencial que da tono manifiesto al gran océano: su poca densidad insular, con la contrapartida de la enorme cantidad de islas de pequeño tamaño, factor este que dificultó durante varios siglos la posibilidad de fijarlas en los mapas, por lo que, en muchos casos, su descubrimiento se ha atribuido a otras naciones, no a la que realmente la avistó por primera vez. Con relación a esta cuestión son importantes las páginas que se dedican a las condiciones de la navegación, especialmente en los primeros siglos, en los que la principal dificultad estribaba en no poder fijar la longitud geográfica, que tenía que hacerse por estimación, si bien la latitud era en muchos casos determinada con notable exactitud, ello ocasionó confusión y desconcierto al tratar de encontrar islas previamente descubiertas. Igualmente se nos explican de forma completa y clara todos los aspectos de las mencionadas condiciones de navegación a lo largo de varios siglos: clase de barcos; arqueos; dimensiones; dotaciones y clase de tripulantes; cuadernos de navegación; tipos de navegación, costera y de estima; las declinaciones de la aguja y la declinación magnética; las medidas, leguas, millas, etc...; los instrumentos, el astrolabio, la aguja de marcar, etc...; los calendarios del tiempo; la aparición del cronómetro para fijar la longitud ya en el s. XIX; los errores más frecuentes; las enfermedades a bordo; la higiene; la alimentación y, en fin, todo lo que determinaba la vida y el destino de aquellos viajes. Otro mérito extraordinario de esta obra y que le da un carácter ejemplar lo constituyen las siguientes notas: 1. La exactitud de los datos, con absoluta fidelidad a los documentos; lo que no está comprobado se hace constar para que el lector saque sus propias consecuencias. 2. La claridad expositiva, pese a la densidad de algunas de las narraciones. 3. El rigor científico, compatible con una amenidad que permite una lectura fácil, haciéndola accesible a personas no especializadas. 4. La perfecta colocación de las notas aclaratorias. 5. La oportunidad y belleza de muchas ilustraciones y mapas. Nos ha llamado la atención la utilización de la filatelia, con la reproducción de sellos conmemorativos relacionados con los descubrimientos españoles en el Pacífico. [231] 6. Los derroteros de cada viaje están muy bien dibujados y permiten una exacta localización geográfica de los descubrimientos y rutas seguidas. A estas breves notas hay que añadir algo que no es fácil encontrar en trabajos sobre estos temas al ser una obra escrita por marinos, todos los términos náuticos que se utilizan son propios de la vida marinera, por eso es un verdadero gozo, por lo menos para los que amamos la historia marítima de España, leer siempre palabras como �a longo�, �avistar�, �estribear�, �singlar�, �barloventear�, etc... Quizá otro éxito de este libro es que da una visión esencialmente marinera de aquellas expediciones, sin exponerse a los errores en los que caen algunos historiadores poco conocedores de esta terminología. De una obra tan extensa y tan rica en datos sería imposible extraer ni siquiera una mínima parte de sus contenidos, vamos, pues, a limitarnos a presentar una serie de noticias e informaciones que puedan ayudar al lector a comprender mejor la calidad de este excepcional trabajo. En un período de 86 años, desde el viaje de Magallanes al de Fernández de Quirós, quedan descubiertos para Europa la mayor parte de los grandes archipiélagos de Oceanía, añadiendo a estos prácticamente la totalidad de la costa Pacífica Americana desde California al Estrecho de Magallanes. Esos años tuvieron unos antecedentes precisos en una obra cartográfica numerosa pero que podemos sintetizar en la visión genial de Waldseemüller, que intuyó la existencia de un nuevo mar que no descubriría Núñez de Balboa hasta seis años después. Tal vez, según indican los autores de esta obra, del estudio de este y otros trabajos cartográficos dedujo Magallanes que las Islas de la Especiería estaban dentro de la demarcación de España de acuerdo con los límites que se habían fijado en el Tratado de Tordesillas. Empezando con el primer viaje de circunnavegación de la tierra, y siguiendo todas las demás expediciones, se nos ofrecen una serie de datos que constituyen el armazón de cada aventura: capitulaciones; instrucciones; buques y tripulaciones; apuntes biográficos; fuentes documentales del viaje; y el relato de cada expedición basándose en los datos más fidedignos. Todo acompañado de espléndidas ilustraciones como mapas, facsímiles, retratos, grabados, planos, notas a pie de página, etc..., es decir, un estudio completo, fiel y contrastado que permite al investigador tener en sus manos un magnífico instrumento de trabajo, y al estudioso o al simple lector la más completa información. En el estudio de las fuentes documentales se hace referencia a aquéllas que permanecen inéditas, a las que están perdidas y a otras de difícil localización, todo lo cual abre la posibilidad a futuras investigaciones, y, por supuesto, al deseo de que algún día puedan publicarse. Ya hemos mencionado el rigor científico de esta obra, fruto de ello es la fijación de detalles históricos para los que todavía existen dudas o, al menos, confusión, por ejemplo: Elcano residía en Sevilla cuando fue contratado como maestre de la Concepción; Magallanes había renunciado a su calidad de súbdito portugués, el lugar de la arribada en Filipinas; la nao Trinidad fue la primera que subió en el Pacífico a los 42� de latitud septentrional, y, posteriormente, el patache San Lúcar llegó a los 43�, identificación de la isla de Samar como el origen del nombre de Filipinas; y, en fin, muchísimas otras aclaraciones que permitirán en el futuro enfocar muchas cuestiones sin necesidad de estar removiendo continuamente los fundamentos históricos. El último capítulo de la obra, titulado Miscelánea, tiene un atractivo especial, [232] presentando una estructura distinta a los demás, ya que según los autores �no es posible hablar de antecedentes, organización de flotas, instrucciones específicas, reconstrucción minuciosa de derrotas ni de otras particularidades propias de campañas proyectadas deliberadamente y con fines específicos�, es decir, se trata de hallazgos de islas producidas de manera casual, de viajes poco documentados, de supuestos descubrimientos basados en hipótesis elaboradas por algunos historiadores, pero que, sin embargo, cuenta siempre, en muchos de ellos, con argumentos perfectamente defendibles. Entre ellos citamos: el derrotero de la carabela San Lesmes, separada de la flota de García Jofre de Loaísa en 1526, y que originó, entre otros descubrimientos, el de Nueva Zelanda; identificación de las Islas Galápagos; el descubrimiento de la corriente de Humboldt; las islas de Armenio, Rica de Oro y Rica de Plata; y otra serie de hechos que culminaron con los últimos descubrimientos españoles en el Pacífico a fines del siglo XVIII. El Índice Documental ofrece 261 Documentos por orden cronológico. Empezando por el �Memorial presentado el Rey sobre el descubrimiento (...) y las mercedes que pedían entregado por Magallanes y Rui Faleiro en 1518. Y terminando con la �Contestación de la Dirección Hidrográfica al Ministerio de Marina, sobre noticias históricas relativas al descubrimiento de las Islas Hawaii�, de fecha 25 de enero de 1865. En el Índice Bibliográfico aparecen unas 450 obras sobre expediciones descubridoras en el Pacífico. Es un deber dar a conocer los miembros de Asociación Española de Estudios del Pacífico citados, con sus obras correspondientes, en esta extensa bibliografía: Leoncio Cabrero: Fernando de Magallanes. Lourdes Díaz-Trechuelo: Los derroteros del Pacífico, Expediciones del área de la Especiaría y La organización del viaje magallánico. Marjorie G. Driver: Guam: A nomenclatura chronology. Amancio Landín Carrasco: Islario Español del Pacífico, Mourelle de la Rua, explorador del Pacífico y Vida y viajes de Pedro Sarmiento de Gamboa. Francisco Mellén: El Virrey Amat y la expedición a las Islas de Pascua, Manuscritos y documentos españoles para la historia de la Isla de Pascua y Salas y Gómez, una isla chilena en el Océano Pacífico. Isacio Rodríguez: Historia de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas. Leandro Tormo: Algunas ideas rectoras de las relaciones entre las Indias Españolas y los países del Extremo Oriente durante el siglo XVI. El Índice de Ilustraciones detallaba la procedencia y autoría de las que componen los tres volúmenes. Y finalmente figura un importantísimo Índice Analítico con centenares de nombres geográficos. Como consideración final, hay que elogiar una vez más el gigantesco esfuerzo de los autores, cuyo fin ha sido el de determinar con precisión los caminos recorridos por nuestros navegantes, y de esta forma devolverles la justicia que se merecen, pues, como dice el historiador estadounidense Donal D. Brand, citado en esta obra: �La magnitud de los descubrimientos españoles quedó en silencio por no haberse divulgado suficientemente los diarios de navegación y las cartas náuticas correspondientes. En consecuencia, sólo una mínima parte de la toponimia original, debida a los españoles, se conserva en los mapas contemporáneos. De todas formas, se dieron a la imprenta bastantes relaciones y cartas de los verdaderos [233] descubridores, por lo que el cambio de nombres de muchas islas y accidentes geográficos costeros sólo puede atribuirse al descaro o a la ignorancia de los hidrógrafos británicos y de otras nacionalidades�. Precisamente por esto, y con el estímulo de otros ilustres marinos que en tiempos pasados legaron una obra histórica monumental y ejemplar, Landín Carrasco, como director y redactor, y el grupo colaborador, nos entregaron en este V Centenario un trabajo de alcance internacional, inicio, sin duda, de la revisión histórica que la presencia española en el Pacífico merece.
Los países del Pacifico en la Exposición Universal de SevillaEl pasado 12 de octubre, día de la Hispanidad, Fiesta Nacional de España y, este año, aniversario del Quinto Centenario del descubrimiento de América por los españoles, fue clausurada por S. M. el Rey Don Juan Carlos esta magna exposición que, a juicio de críticos autorizados, ha sido la más importante celebrada hasta ahora en la historia de este tipo de acontecimientos. Inaugurada el 20 de abril con el tema general de la Era de los Descubrimientos, ha reunido también el mayor número de participantes: 111 países, 23 organizaciones internacionales, numerosas empresas extranjeras y nacionales, así como la totalidad de las regiones españolas. Además de una serie de Pabellones de carácter temático: Navegación, Descubrimientos, Naturaleza, Arte y Cultura en torno a 1492, Jardín de las Américas, Medioambiente, Energía, Telecomunicaciones, Universo, Artes, Siglo XV, Cine Espacial etc...; y el llamado Puerto de Indias en el río Guadalquivir, en cuyas aguas estaban ancladas las réplicas de las históricas naves: la nao Santa María, las carabelas Pinta y Niña, y la nao Victoria con la que Elcano completó la primera vuelta al mundo, La Exposición fue construida en la Isla de la Cartuja, terreno de aluvión de 3.000.000 m2, enmedio del Guadalquivir, donde se encuentra el Monasterio de Santa María de las Cuevas en el que residió Cristobal Colón antes de viajar a América, y en donde años más tarde estuvo enterrado durante un tiempo. El recinto construido ha sido de 650.000 m2, aparte de las zonas ajardinadas, puentes sobre el río y otras obras de infraestructura. No podemos extendernos en más detalles sobre otros aspectos importantísimos de la Exposición como, por ejemplo, la arquitectura de los Pabellones, las obras de artes exhibidas y las manifestaciones culturales de todo tipo. Ofrecemos las fotografías de los Pabellones de los países de la cuenca del Pacífico y, muy someramente, puntualizamos los siguientes detalles de alguno de ellos: Australia: edificio de cinco pisos envuelto en una cortina de lona que se movía con la brisa, evocando la línea costera de Australia y los barcos de los primeros visitantes europeos. [236] Canadá: de gran éxito entre los visitantes por su variedad y sus avances tecnológicos, en especial audiovisuales. Chile: edificio de madera y cobre, que proponía una nueva arquitectura basada en el uso de tecnologías apropiadas y materiales naturales. En el interior se encontraba un iceberg traído expresamente desde la Antártida. Atención especial a la Isla de Pascua. China: Presentó un resumen de su historia y su desarrollo tecnológico actual. Exhibición de los cuatro grandes inventos chinos: la manufactura de papel, la imprenta, la pólvora y el compás. Corea: Exteriormente el diseño representaba el ambiente festivo de una casa de banquetes para la celebración de acontecimientos, lo que se conoce como un janchijip. Estados Unidos: la entrada estaba formada por una gran cortina de agua, imagen representativa del Océano Atlántico. En lo alto, tres grandes velas en alusión a las naves de Colón. Filipinas: guardaba cierto parecido con una casa del siglo XIX, con su techo de bambú. Exhibición de fachadas de Iglesias monumentales hispano-filipinas. Indonesia: mostró sus recursos naturales, flora, fauna, artesanía y numerosas exhibiciones de danzas típicas. Japón: presentó el mayor edificio de madera del mundo, verdadera aportación arquitectónica de la Exposición, con un interior riquísimo en historia y cultura. Malaysia: mostró la variedad de lenguas, religiones y culturas que la integran, así como su industrialización y su veloz crecimiento. México: una X de 18 metros de altura, fue el símbolo para identificar su Pabellón, como signo y señal de cruce de caminos y de unión de culturas. Nueva Zelanda: repitió su éxito de Brisbane 88, con un espectacular edificio imitando acantilados marinos, con olas que lamían las rocas, peces, y el canto de las aves, o sea se contemplaba Nueva Zelanda como la vieron los maoríes y los europeos por primera vez. Interesantísimo contenido, y entre ello una sala de cinco estatuas dedicadas a los exploradores del Pacífico, dos de ellos ibéricos: Mendaña y el portugués Quirós. Danzas maoríes cinco veces al día. Islas del Pacífico Sur: reunía a Fidyi, Salomón, Kiribati, Tonga y Vanuatu. El Pabellón tenía forma de tres islas, como un lago circular, escenario al aire libre para actuaciones folklóricas, y viviendas tradicionales. Sufrió un incendio tres días antes de la apertura de la Exposición, pero fue reconstruido con la aportación económica de los trabajadores que contribuyeron con su propio sueldo a cubrir el importe que faltaba para alcanzar el coste total de la reconstrucción. Papúa Nueva Guinea: tuvo una participación seria y responsable. El diseño del Pabellón se asemejaba a una Haus Tambaram, una casa de espíritus. El interior imitaba la transición del mar a la montaña, se ascendía por una pasarela hasta la Mina, una cueva con muestras de los recursos minerales y energéticos. Luego en la Gran Sala se imitaba la selva, con una cascada de agua de 12 metros de altura, y se exponían ejemplos de su cultura y de su potencial comercial. Plaza de América: aquí se ubicaron los países que no tenían Pabellón particular, entre ellos los restantes de la cuenca del Pacífico: Ecuador, Perú, Colombia, Panamá, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Singapur: la fachada del Pabellón mostraba el diseño de su antigua arquitectura. En el interior se recreaba el bullicio y la vitalidad de las calles de la ciudad. Thailandia: edificio esférico, de cuatro plantas, rematado en forma de pagoda. [237] País de contrastes geográficos ofreció una muestra de sus tradiciones, arte, comercio, y avances tecnológicos. España: deslumbró por su calidad haciendo honor a su papel de país anfitrión. La exposición �Tesoros de España� fue algo inolvidable. La película �Vientos de España�, realmente impresionante por su técnica. Finalmente una mención especialísima para Sevilla, Sede de la Exposición, que exhibió durante esos meses toda su riqueza monumental y artística, atesorada durante muchos años. Ciudad antiquísima, puerta de las expediciones a Ultramar y que custodia el incomparable Archivo de Indias, cita ineludible para la investigación y el estudio de la expansión hispana por América y el Pacífico hasta Filipinas y el Extremo Oriente. Tanto al entusiasmo como a la cálida acogida de sus habitantes se debe también gran parte del éxito de la Exposición, como se demuestra por un dato muy elocuente: cerca de cuarenta y dos millones de visitantes.
Reseñas[249] BARRÓN, María Cristina, y RODRÍGUEZ-PONGA, Rafael (coordinadores): La presencia novohispana en el Pacífico insular. Actas de las Primeras Jornadas Internacionales celebradas en la ciudad de Méjico, del 19 al 21 de septiembre de 1989. Universidad Iberoamericana-Embajada de España en Méjico-Comisión Puebla V Centenario-Pinacoteca Virreinal, Méjico 1990, 210 pp. Estas jornadas nacieron como expresión del deseo de investigadores de diversa nacionalidad que residen en Méjico, de compartir sus respectivos conocimientos sobre el tema, y, además, de poner al día y de refrescar la memoria de todos aquellos que se sienten atraídos, por diversos motivos, por la creciente importancia de la cuenca del Pacífico. Nada mejor para ese fin, que recordar la histórica vinculación que España y la América Hispana mantuvieron durante siglos con el gran océano, y cuyos lazos llegaron hasta China y Japón. Aunque la independencia mejicana rompió la centenaria vinculación marítima entre Acapulco y Manila. España continuó en Filipinas y en Micronesia hasta 1899, y su huella y la de sus hermanos de América pervive todavía en muchas zonas del Pacífico, todo esto junto con la influencia asiática en muchos aspectos de la cultura de Hispanoamérica, constituyen factores prácticos que hay que revitalizar de nuevo para un mejor entendimiento de los pueblos ribereños del Pacífico y de la propia España. Lothar KNAUTH presentó una ponencia acerca de la Constitución histórica de la cuenca del Pacífico, abordando la formación conceptual e histórica de las naciones y regiones de la cuenca del gran océano, desde las épocas más remotas hasta nuestros días. Rafael RODRÍGUEZ-PONGA describe en Lengua y cultura en las islas Marianas. Rasgos novohispanos la profunda huella hispánica en aquel archipiélago, especialmente la dejada por la estrecha relación con Méjico a través del galeón de Manila, y que abarca una amplia gama de conceptos: lingüísticos, culinarios, folklóricos, etc. Igualmente comenta la situación actual de la lengua española en Micronesia. Carmen-Paloma ALBALA presentó su trabajo sobre Nahuatlismos en las islas del Pacífico, es decir los préstamos de la lengua náhuatl, la más importante del imperio azteca, o sea los nahuatlismos existentes en las lenguas de Micronesia y Filipinas, transmitidas a ellas bien de forma directa, bien a través principalmente del español y en menor grado del inglés. [250] María Fernanda GARCÍA DE LOS ARCOS hace en El traslado de novohispanos a Filipinas en la segunda mitad del siglo XVIII un detallado estudio sobre los diversos métodos, y sus circunstancias, de la emigración mejicana a las islas de Poniente. Esta ponencia es un avance o síntesis de un libro que se está redactando sobre tan importante tema. Mercedes MEADE DE ANGULO nos relata en Un gobernador de Tlaxcala en Filipinas el nombramiento de Fernando Manuel de Bustamente y Bustillo, hasta entonces gobernador de dicha provincia mejicana, como capitán general de Filipinas, mando supremo en el archipiélago, pues era a su vez gobernador y presidente de la Real Audiencia. Sin embargo la ponencia describe la embajada que envió al reino de Siam encabezada por su sobrino Gregorio Alejandro Bustamante, y cuya narración parece, como dice Meade un cuento de hadas por su colorido y fantasía. La profesora Vera VALDÉS LAKOWSKY estudia en Problemas económicos en el Pacífico el tráfico hispano en el galeón de Manila, así como todas sus vicisitudes y circunstancias durante más de dos siglos. La ponencia abarca igualmente la política general de España en el Pacífico y la creciente influencia de otras potencias a partir del siglo XVIII. La Proyección pacífica de la expedición Malaspina (1789-1794) sirve a Virginia GONZÁLEZ CLAVERÍA para poner de relieve la importancia de aquel viaje y su permanente valor geográfico y científico. Marta ORTEGA SOTO describe los intentos españoles de comprobar la expansión rusa desde Siberia a lo largo de la costa del noroeste de Norteamérica y que podían significar un peligro para el virreinato de Nueva España, todo ello lo refleja su En busca de los rusos: expediciones novohispanas al Noroeste del Pacífico (1774-1788). Los problemas que planteó la cristianización en Méjico, Filipinas y Japón, el choque psicológico y moral que produjo, así como los fenómenos de interpretación y adaptación, constituyen la base de la ponencia Aceptación y resistencia a los valores hispánicos en la Nueva España, Filipinas y Japón presentada por María Cristina BARRÓN SOTO, quien hace más hincapié en las dificultades y choques con la mentalidad japonesa. Reiko KAWATA en su trabajo La carrera política del santo criollo. La cambiante imagen de protomártir mejicano Felipe de Jesús, relata todo lo concerniente a este criollo mejicano, basándose en las escasas fuentes biográficas que existen, pero que ha gozado de gran arraigo popular en Méjico como lo demuestra su significado histórico. Este mártir murió crucificado en Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Las dos últimas ponencias tratan de Los primeros contactos del Japón con Nueva España, de Takahiro NAKAME, y La misión Hasekura, un intento de firma de un convenio de comercio con Méjico en la época colonial (1610-1620), de María Elena OTO MISHIMA, que tratan respectivamente del comienzo y del final de los intentos de relaciones con el Japón bien desde Filipinas o desde Méjico, que terminaron al cerrarse las fronteras japonesa a todo contacto con el exterior. Cada ponencia lleva notas y bibliografía, y algunas de ellas grabados y fotografías.
RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ, Isacio, y ÁLVAREZ FERNÁNDEZ, Jesús: Diccionario biográfico agustiniano. Provincia de Filipinas, vol. I (1565-1588), Editorial Estudio Agustiniano, Valladolid 1992, 577 pp. Con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América, la Orden agustiniana está publicando una serie de obras de extraordinario interés histórico. Entre ellas destacan para nosotros las relativas a Filipinas y al Extremo Oriente que, naturalmente, engloban las sucesivas travesías del océano Pacífico, en las que los agustinos fueron los pioneros de todas las congregaciones religiosas; siendo además uno de ellos Andrés de Urdaneta, el descubridor de la ruta del tornaviaje, es decir, el camino de vuelta desde Filipinas hasta la costa occidental de Méjico. Este hallazgo de Urdaneta constituyó una verdadera revolución náutica y significó el comienzo del tráfico regular entre Asia y América y el inicio de los viajes del legendario galeón de Manila o navío de la China, cuya huella mercantil y cultural es aún visible. El presente volumen es una prueba más del tradicional esmero y pulcritud con que los agustinos suelen ofrecer sus publicaciones. Consta de un glosario de los términos más utilizados en la obra: geográficos, eclesiásticos, políticos, náuticos, culinarios, etc. A continuación vienen las fuentes manuscritas, con referencias de los principales archivos y bibliotecas del mundo en los que se encuentran fondos agustinianos, con exacta descripción del lugar para localizarlos fácilmente. Luego una magnífica y exhaustiva bibliografía y un apartado de siglas y abreviaturas. El centro del trabajo se inicia con una introducción que es una pequeña historia de las notas biográficas y de los catálogos de los miembros de la Orden a lo largo de los siglos, que nos hace ver las vicisitudes y dificultades por las que pasaron, y, a su vez, el esfuerzo realizado para redactar el que nos ocupa. La estructura y el método para presentar los datos referentes a las catorce misiones que se enviaron a Filipinas entre 1565 y 1588, los examinamos utilizando como ejemplo la primera expedición (1565) que, en ciertos aspectos, es la más interesante por su carácter pionero. Misión I. Responsable de la armada, Miguel López de Legazpi, que la presidía, y Andrés de Urdaneta, que la dirigía técnicamente; AGI, Patr. 23, R.� 12. Descripción de los navíos de la flota con cada uno de sus capitanes y principales oficiales; número de marineros, de soldados y nombres de los religiosos agustinos. Cada uno de todos estos datos viene acompañado por su correspondiente indicación o nota para saber de dónde se ha obtenido su conocimiento. Lo mismo con el resto de noticias que se dan: bastimentos, día exacto de salida de Méjico y de llegada a Filipinas, detalle de ornamentos para el culto divino y su coste, gastos de libros y otras cosas, salarios de un intérprete, gastos de caballos, gastos de ropa, etc. De cada uno de los seis religiosos figura una extensa biografía con notas intercaladas; sus escritos, con su correspondiente localización, y, por último, las fuentes y bibliografía sobre ellos. No cabe duda de que estos primeros adelantados de la evangelización en las islas de Poniente y en las travesías del Pacífico, tienen una categoría humana y una altura espiritual verdaderamente sorprendentes. No es posible en esta breve reseña dar muchos detalles, pero sí apuntar una brevísima pincelada que pueda caracterizarlos: Andrés de Aguirre, cruzó el Pacífico cinco veces con más de 30.000 leguas de recorrido; Pedro de Gamboa, el primer agustino que recibió sepultura en el Pacífico, en viaje de Manila a Acapulco en 1567; Diego de Herrera, gran organizador, testigo de la fundación de Manila, atravesó cuatro [252] veces el Pacífico, murió al embarrancar el galeón en que regresaba a Manila a manos de los habitantes de la costa de Catanduanes; Lorenzo Jiménez no llegó a Filipinas, murió en el Puerto de la Navidad antes de embarcar con Legazpi; Martín de Rada, una de las figuras cumbres de la historia de Filipinas, lingüista, astrónomo, matemático, embajador en China y el primer europeo que identificó ese país con el Cathay de Marco Polo, autor de numerosos libros, entre ellos Arte y vocabulario de la lengua china; Andrés de Urdaneta, superviviente de la expedición de Loaysa y, años más tarde, el hombre del tornaviaje. Del resto de las misiones que fueron llegando, no damos más nombres, pero baste añadir que sus componentes fueron consolidando la evangelización y llevando a cabo una enorme labor cultural, pues aparte de introducir los conocimientos occidentales iniciaron el estudio de los idiomas locales, con lo cual los preservaron históricamente hasta nuestros días, siendo esta labor seguida por las otras órdenes que se fueron incorporando a Filipinas. Al final hay un utilísimo índice de personas y otro de lugares y cosas. En resumen, obra espléndida, de indudable valía para investigadores pues constituye un verdadero arsenal de notas y referencias.
BERNABEU, Salvador: El Pacífico Ilustrado: del lago español a las grandes expediciones, Colección MAPFRE, Madrid 1992, 312 pp. Los viajes de exploración -en palabras del autor de este libro- buscaban en último término poseer el mundo. Los sucesivos viajes enviados al Pacífico buscaron este objetivo, junto a un afán de exploración geográfica y conocimiento científico, en estrecha unión con la apertura de nuevas rutas de comercio. En el presente trabajo que aquí analizamos, Salvador Bernabeu, joven historiador americanista, afronta dentro del campo de la alta divulgación el reto de hacer una síntesis de un espacio geohistórico tan inmenso y amplio como es el Océano Pacífico y las tierras no continentales por él bañadas. Articulado en siete capítulos, realiza un recorrido histórico que nos lleva desde el descubrimiento por Núñez de Balboa hasta los primeros años de la época contemporánea. Comienza el estudio con la situación geográfica del espacio a estudio, seguido de una introducción histórica a lo largo de dos capítulos referida a los siglos XVI y XVII, época de predominio hispanoportugués en aquella parte del mundo (capítulos I y II: La aparición del Pacífico; La rivalidad internacional en el Nuevo Océano). Los cinco capítulos restantes, siguiendo el modelo habitual en libros ingleses sobre las exploraciones del Pacífico, afronta las diferentes expediciones científicas que durante todo el siglo Ilustrado recorrieron este espacio marítimo. A los habituales Byron, Cook, Wallis, La Pérouse, se unen la generalmente olvidada -por desconocimiento o simple mala intención, muy normal en un tipo de publicaciones anglosajonas- aportación española a estos descubrimientos. Malaspina, González de Haedo, Manuel Amat, etc., se mezclan con los anteriores, formando un todo, que presenta la verdadera imagen de una época, de una vía de comunicación, que [253] se nos presenta muchas veces como casi exclusiva de británicos y franceses (capítulo III, Los primeros avances del siglo ilustrado; capítulo IV, El asalto definitivo; capítulo V, La resolución de los enigmas; capítulo VI, La ampliación de los conocimientos; capítulo VII, La conquista ilustrada). En definitiva, trabajo sin pretensiones investigadoras, sino con el inteligente propósito de cubrir una laguna que la alta divulgación y el estudio no especializado estaba demandando desde hacía tiempo. Al especialista no le descubrirá nada nuevo, pero al historiador de otros campos y al lector curioso le presentará una visión diferente, aunque relacionada, de un espíritu y de un acontecimiento histórico diferente al que las series de televisión y la bibliografía de pluma británica nos tienen acostumbrados.
Colección Galicia e América. Xunta de Galicia. Con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América, la Xunta de Galicia está publicando una serie de obras relacionadas con dicho acontecimiento, y en las que, lógicamente, se resalta la contribución de Galicia y de los gallegos en aquellas efemérides. Generosamente, la Asociación Española de Estudios del Pacífico ha sido obsequiada por la Xunta con las seis primeras publicaciones, magníficamente impresas, con mapas, grabados, dibujos, bibliografía en su caso, y con unas bellas portadas, de las que ofrecemos a continuación una breve reseña. I. SIERRA FERNÁNDEZ, Avelino: Historia da carabela �Pinta�, 1991, 110 pp. La villa de Bayona, en Pontevedra, está históricamente ligada al descubrimiento de América. El 1 de marzo de 1493, capitaneada por Martín Alonso Pinzón y pilotada por Cristóbal García Sarmiento, arribaba a su puerto la carabela la Pinta con la noticia del descubrimiento, siendo así esta real villa el primer pueblo de España y del Viejo continente que tuvo conocimiento del hallazgo de un nuevo mundo. Este acontecimiento ha sido el origen de la estrecha vinculación que desde hace muchos años mantiene a Bayona relacionada con todo lo referente al 1492. En esta obra se relata todo lo referente a la carabela: preparativos del viaje, tripulación, vida a bordo, el derrotero, la llegada a Bayona y su estancia. Y por último las réplicas o reproducciones de la Pinta, así como las conmemoraciones celebradas el 22 de junio de 1991 cuando la sociedad estatal para el V Centenario envió al puerto de Bayona las réplicas de las naves del Descubrimiento, reconociéndose de este modo el protagonismo histórico de esta villa en este hecho. El alcalde hizo público un original bando en papel de pergamino y en castellano de la época exhortando a todo el pueblo a recibir a las naves, al igual que sus antepasados lo habían hecho con la Pinta colombina. Varios días de especial y merecida significación para la vieja Bayona, que culminaron con la ofrenda floral ante el monumento a la arribada en homenaje a Martín Alonso Pinzón. [254] II. GÓMEZ CANEDO, Lino: Los gallegos en los descubrimientos y las exploraciones, 1991, 163 pp. Esta obra se edita como homenaje y tributo de gratitud al franciscano Lino Gómez Canedo, ilustre investigador y americanista, uno de los mejores conocedores de los Archivos de América, que nos ofrece un amplio esquema de la contribución gallega a la obra de España en América y el Pacífico. Consta de una introducción dividida en tres partes: el aporte demográfico, otras vías de penetración y la trampa de los apellidos, en la que el autor, inteligentemente, llama la atención de que contabilizar la presencia de los gallegos en América y otras partes del imperio español basándose en apellidos presuntamente galaicos es un grave error, pues en todas las regiones españolas, mucho antes del Descubrimiento, existían esos nombres y no quiere decir que sus portadores fueran nacidos en Galicia y a este respecto pone varios ejemplos de personajes bien conocidos. El capítulo referente a los descubrimientos y exploraciones, lo divide de esta forma: en los viajes colombinos; en los otros viajes y conquistas; en Méjico con Hernán Cortés; en busca de la especiería con los gallegos de la armada de Magallanes y con la expedición de Loaysa que partió de La Coruña; en los viajes de Perú a Oceanía, con Álvaro de Mendaña de Neira, Sarmiento de Gamboa, etc.; los descubrimientos en el estrecho de Magallanes por los hermanos García de Nadal en el siglo XVII, y los exploradores del XVIII, entre los que destaca Mourelle de la Rúa. Finalmente hay un índice onomástico, una extensa bibliografía y una bibliografía especial de las obras que sobre América ha escrito el autor desde 1932 hasta 1981. III. GÓMEZ CANEDO, Lino: Los gallegos en el Gobierno, la milicia y la Iglesia en América, 1991, 160 pp. En el capítulo I se incluyen los virreyes y los gobernadores con autoridad de capitanes generales; los presidentes y miembros letrados de las Audiencias; los gobernadores, corregidores, alcaldes y regidores; los oficiales reales; los militares y marinos, y, por último, los que participaron en la independencia de América. El capítulo II trata de los prelados, clérigos, misioneros y religiosos, haciendo especial hincapié en los que pertenecieron a la Orden franciscana. El volumen ofrece índice onomástico, bibliografía, y, también, la bibliografía sobre América del autor. IV. GÓMEZ CANEDO, Lino: Los gallegos en la cultura, las letras y el comercio en América, 1991, 209 pp. En la primera parte se estudia el mundo de la cultura y de las letras de acuerdo con las diferentes regiones, desde las Antillas hasta Sudamérica. En la segunda lo referente a la industria y al comercio. La obra consta de un Epílogo, aplicable a los tres volúmenes que hemos reseñado, en el que el autor explica el alcance de su trabajo, considerando que se trata de una colección de apuntes y notas con el fin de indicar y sugerir y �dar una idea general de lo que Galicia y los gallegos significaron en la historia del imperio español [255] en América, y estimular con ello a otros para que ahonden en la investigación del tema�. Pese a la modestia de Gómez Canedo, creemos que su esfuerzo es importante y esclarecedor. Además del Índice onomástico, de la bibliografía general y la de las obras del autor, viene su biografía escrita por José Luis Soto Pérez. V. VARIOS AUTORES: Galicia, Santiago y América, 1991, 120 pp. Esta publicación recoge cuatro conferencias organizadas por el Colegio Mayor La Estila de Santiago de Compostela, con motivo del V Centenario. La primera de Emilio GONZÁLEZ LÓPEZ: Los gallegos y América, es un amplio recorrido desde los viajes de Colón hasta la gran emigración gallega del siglo XX, la guerra civil española y la situación actual de los Centros gallegos de América. La segunda en la que el doctor Robert PLÖTZ, especialista en el tema, estudia El lazo espiritual y cultural entre América y Europa: Santiago de Compostela. En tercer lugar Juan PÉREZ DE TUDELA con El descubrimiento: nuevas perspectivas científicas, presenta una visión muy interesante de la discutida personalidad de Colón y de sus conocimientos sobre la existencia de unas tierras al otro lado del Atlántico. Finalmente, José Agustín DE LA PUENTE habló sobre Cinco siglos de evangelización centrando su conferencia en la figura de Santo Toribio de Mogrovejo, segundo arzobispo de Lima, verdadero evangelizador del Perú y organizador de la Iglesia en América del Sur. VI. LANDÍN CARRASCO, Amancio: Galicia e os descobrimentos oceánicos, 1991, 165 pp. Obra bilingüe, en gallego y castellano, presenta una estupenda síntesis de los principales navegantes y exploradores gallegos. En la introducción, Landín expone las terribles dificultades en las condiciones de la navegación de hace siglos, así como la gran tradición marinera de los pueblos de Galicia, todo ello para enmarcar las biografías de los personajes que trata escueta pero densamente. Enumeramos a continuación sus nombres con brevísimas referencias a sus hechos. Juan DA NOVA (1501): descubridor, al servicio de Portugal, de las islas de la Ascensión y Santa Elena. En el canal de Mozambique hay una isla que lleva su nombre. Sebastián DE OCAMPO (1508): demostró la insularidad de Cuba bojeando todas las islas. Gonzalo DE VIGO (1522): superviviente de la expedición de Magallanes, fue recogido en las Marianas por la flota de Loaysa. Fue el primer europeo que descubrió y recorrió aquellas islas. El misterio de la San Lesmes (1526): esta carabela de la expedición de LOAYSA desapareció en el mar del Sur tan pronto la flota había cruzado el estrecho de Magallanes. La mayor parte de su tripulación era gallega, y Landín expone las [256] teorías, con bastantes fundamentos, del australiano Robert LANGDON y del francés Roger HERVÉ, sobre el descubrimiento de Nueva Zelanda y de Australia, alrededor de 1528, por los tripulantes de la San Lesmes en su intento de buscar la latitud de las Molucas. Miguel NOBLE (1537): descubridor de islas en la parte occidental de Nueva Guinea. ÁLVARO DE MENDAÑA Y NEIRA (1567-95): descubridor de las islas Salomón, Marquesas y Santa Cruz. Pedro SARMIENTO DE GAMBOA (1579): descubrió las Salomón con Mendaña; escribió la Historia de los incas; realizó la primera travesía completa del estrecho de Magallanes de Oeste a Este, y en dicho lugar llevó a cabo importantes fundaciones y exploraciones. Fue una figura singular y de gran personalidad. Bartolomé y Gonzalo GARCÍA DE NADAL (1618): estos dos hermanos reconocieron todo el entorno del estrecho de Magallanes, el cabo de Hornos, las islas de Diego Ramírez y alcanzaron la mayor latitud austral navegada hasta entonces por españoles. JOSÉ QUIROGA MÉNDEZ (1745): exploró detalladamente la costa meridional de América del Sur hasta el estrecho. Cayetano de LÁNGARA Y HUARTE (1775): tomó parte en el reconocimiento español de la isla de Pascua en 1770, trazando el primer plano de la isla; dirigió la última expedición española al archipiélago polinésico de la Sociedad. Francisco A. MOURELLE DE LA RÚA (1780): gran personaje de la Marina española, autor de relaciones, planos y libros del mayor interés náutico. Aparte de numerosos viajes y de intervenciones bélicas, es memorable su travesía desde Filipinas a Méjico en cuyo derrotero pasó por las Palaos, Salomón, Santa Cruz, Fidyi, Tonga, Carolinas, Marianas, hasta el puerto de San Blas en Nueva España, haciendo nuevos descubrimientos. Las cartas y crónicas hechas durante este viaje, reliquias del Museo Naval, son de una exactitud y de un interés sorprendente. Jacinto CAAMAÑO MORALEJA (1792): explorador de la costa norteamericana más allá de Nutka. Benito SOTO (1828): como contraste con las ejemplares biografías citadas anteriormente, Landín ofrece la de este pirata, asesino cruel y despiadado, aunque al fin hombre de mar, cuyo campo de acción fue el Atlántico Sur.
SMITH, Bernard: European Vision and the South Pacific, Yale University Press, New Haven y Londres, 1985; ilustr., xiii + 370 pp. Libro editado en gran formato, con abundantes y bellas ilustraciones recopiladas de las colecciones de dibujos de marinos ingleses y franceses, que surcaron los mares del Sur. Además incluye numerosas fuentes bibliográficas y gráficas en su literatura y se centra principalmente en los viajes de Cook y en el continente australiano. A toda persona de habla española le parecerá inaudito que en esta obra, en la cual no se han escatimado medios ilustrativos y de imprenta, no figure ni se incluya algún grabado de las muchas expediciones que envió España al océano Pacífico. [257] El lector quedará sorprendido al leer el título European vision and the South Pacific y no encontrar entre los europeos que navegaron aquellos mares a los numerosos marinos y exploradores españoles que surcaron las aguas del Pacífico desde su descubrimiento por Balboa en 1513. Hay que asumir que el autor Bernard Smith o desconoce la historia universal o el título dado a su obra no corresponde con lo tratado. De ser cierto que desconoce la historia universal, sería conveniente que alguien le tradujera la obra de Amancio Landín Descubrimientos españoles en el mar del Sur. En ella encontrará, desde Magallanes a Malaspina, toda una serie de marinos y exploradores del océano Pacífico, acompañada de abundante literatura, así como una hermosa cartografía de época y numerosos grabados desconocidos u olvidados por el profesor Smith. Creemos más bien que el título no se corresponde con las fuentes recogidas por el autor, a no ser que el profesor Smith no incluya como europeos a los navegantes hispanos. En estos últimos años estamos viendo cierta proliferación de libros en inglés sobre temas históricos, antropológicos, etnológicos, etc., que olvidan, bien de una manera inconsciente, por desconocimiento, bien de una forma deliberada los estudios y trabajos (manuscritos o impresos) publicados por autores de lengua española. Es triste que esta visión europea del Pacífico Sur se quede tuerta al no tener la versión inicial y experimentada de aquellos primeros marinos hispanos que ven relegados sus viajes y trabajos por otros que, aun teniendo gran valor histórico, fueron posteriores a los suyos.
DOUMENGE, François y Jean-Pierre (compil.): Le Pacifique, l'océan, ses rivages et ses îles / The Pacific, the ocean, its shores and islands. Collection Îles et Archipels, n.� 14, Centre de Recherches sur les Espaces Tropicaux (CRET), Institut Océanographique de Monaco, Burdeos, 1991, 509 pp. Este volumen contiene las actas del coloquio organizado, el 6 de noviembre de 1990, por la Fundación Singer-Polignac sobre �Treinta años de investigación científica francesa en el Pacífico: 1960-1990�. Consta de prefacio, prólogo e introducción del profesor D. DOUMENGE, escritos, como toda la obra, en francés e inglés. El trabajo está dividido en tres partes. En la primera se presentan los principales organismos científicos franceses relacionados con el Pacífico: participación francesa en los trabajos de la Pacific Science Association de 1960 a 1990; creación de diversas instituciones y programas científicos, como el Institut Français d'Océanie; L'École Pratique des Hautes Études y el Musée National d'Histoire Naturelle en Tahití; la Comisión de Energía Atómica (CEA) ha contribuido al conocimiento geográfico y biológico de las tierras y mares del Pacífico Sur; el Institut Français de Recherche pour l'exploitation de la mer (IFREMER); los Institutos franceses de estadística en el Pacífico; el Instituto Territorial de Investigaciones Médicas Louis Malardé en Papeete; la Maison Franco-Japonaise; la Société des Océanistes, y las diversas Asociaciones que tienen como centro Nueva Caledonia. La segunda parte presenta una gran bibliografía de trabajo publicados sobre el [258] Pacífico en revistas, tesis, boletines, etc., tanto en Francia como en sus dependencias de ultramar sobre ciencias físicas y biológicas, divididos de la siguiente forma: investigaciones en biología y geofísica; fondo del mar y corrientes marinas; oceanografía física e hidroclimatología; biología y ecología de los arrecifes de coral; el litoral pliocuaternario; la morfología litoral; hidrología; botánica, biología marina y zoología. La tercera parte abarca las ciencias humanas o sociales: prehistoria y arqueología; etnología y antropología sociocultural; lingüística; historia del Pacífico desde la llegada de los europeos; demografía; desarrollo agrícola; relaciones internacionales, política y geoestrategia del Pacífico Sur, y estudios sobre las pesquerías japonesas, sus procedimientos y técnicas. Esta obra es muy útil y debe completarse con la otra reseña que publicamos en este mismo número sobre las tesis.
The Journal of Pacific History, vol. 26, núm. 2, diciembre, 1991, Australian National University, Canberra 1991, 376 pp. Volumen especial dedicado a Francia en el Pacífico, a su pasado, presente y futuro, y publicado con la ayuda financiera del Gobierno francés. Contiene dieciséis artículos sobre los siguientes temas: la política penal francesa y los orígenes de la presencia francesa en Nueva Caledonia; el impacto de la política administrativa colonial sobre las costumbres sociales locales en Tahití y Nueva Caledonia; la población en los territorios franceses del Pacífico; los trabajadores extranjeros en Nueva Caledonia; el sistema de las plantaciones y el método francés; la guerra de 1878-79 en Nueva Caledonia; emigrantes franceses en la costa occidental de Nueva Caledonia a fines del siglo XIX; conflictos en las Nuevas Hébridas en 1940; el Pacífico en la política de la Quinta República; la lengua francesa en el Pacífico; trabajos sobre separatismo, nacionalismo y política en Nueva Caledonia; pruebas nucleares; las religiones en Tahití, y, finalmente, una interesante bibliografía de monografías francesas sobre los territorios franceses del Pacífico, abarcando de 1984 a 1991. Se completa este número especial con una serie de mapas y comentarios sobre diferentes publicaciones. En resumen, creemos que se trata de un conjunto de trabajos muy interesantes, seleccionados de entre los que se presentaron en la conferencia internacional celebrada en Canberra, en diciembre de 1991, bajo el título de Francia en el Pacífico: pasado, presente, futuro, y que reflejan, principalmente, la preocupante situación que para los intereses franceses significa el actual estado de cosas en Nueva Caledonia.
The journal of Pacific history. Bibliografía 1991, vol. 26, núm. 3, diciembre 1991. Australian National University, Canberra. Esta prestigiosa revista ofrece cada año una bibliografía que incluye tesis doctorales, tesinas y otros trabajos universitarios, así como libros, artículos y capítulos de obras, siendo en todas ellas su denominador común el estar dedicadas al Pacífico. En el presente volumen figuran, en primer lugar, 134 tesis (incluyendo tesinas, etc.), la mayoría de ellas en lengua inglesa, seguidas por las escritas en francés y en alemán. Fueron presentadas en universidades de Europa, Estados Unidos y el Pacífico hasta principios de 1991. La lista que se ofrece no pretende tener carácter exhaustivo, y los propios editores solicitan más nombres y, en su caso, las aclaraciones que sean pertinentes sobre las que publica. De ellas 39 tratan de historia en general, 33 de religión, 31 de educación, 14 de antropología y prehistoria, 10 de medicina y siete de lingüística. En inglés están escritas 114, en francés 15 y en alemán cuatro. La segunda parte contiene 731 obras que desglosamos de la siguiente forma, destacando aquellas que hacen referencia a España, o que puedan tener un interés más directo para nuestros lectores. Obras de referencia. De las veinticuatro que se ofrecen, citamos: índice de los volúmenes 1-25 del Journal of Pacific History y la �Colección de mapas antiguos en la bibliotecas australianas�. Biografías: cinco obras. Asuntos de actualidad: cuatro. Historia general, económica, marítima y militar: 77, de las que destacamos �European expansion in the islands of the Pacific�, �Pedro Fernández de Quirós�, �The great era of Pacific exploration� y �El Pacífico español de Magallanes a Malaspina�, edición a cargo de Carlos MARTÍNEZ SHAW. Misiones y religiones del Pacífico: nueve. Prehistoria y Antropología: 40. A continuación enumeramos los trabajos de acuerdo con el área geográfica a que se refieren. Islas Chatham: una obra. Islas Cook: seis. Isla de Pascua: 32, dos de ellas de Francisco Mellén, �Una ma'eaika de las islas de Pascua� e �Historical summary of Merahi Metua notehamana�. Fidyi: 31. Polinesia francesa: 11. Hawaii: 137. Isla Henderson: una. Irian Jaya: 10. Islas Kermadec: una. Kiribati: siete. Isla de Lord Howe: una. Micronesia: 37, entre ellas las de Marjorie Driver, �An account of the islands of the Ladrones� y The Guam diary of naturalist Antonio de Pineda y Ramírez. Febrero 1972, y la de Francis X. Hezel, From conquest to colonization: Spain in the Mariana Islands 1690 to 1740; David North, �Spanish wreck reveals Marianas Link�; Pedro C. Sánchez: Guaham: the history of our island; Dale Willoughby, �Chamorro culture on Guam�. Nauru: dos. Nueva Caledonia: 46, con la de Denys Choffat, �Les premiers navires européens dans l'océan Pacifique-Est� y Françoise GRISCELLI, �De Magellan au Popaa: le nom du blanc dans le Pacifique�. Papúa-Nueva Guinea: 160. Pitcairn: una. Polinesia: dos. Samoa: 20. Islas Salomón: nueve. Tokelau: dos. Tonga: 29. Islas del estrecho de Torres: tres. Tuvalu: tres. Vanuatu: 12. Wallis y Futuna: tres. El volumen concluye con un índice alfabético de autores, y una serie de crónicas políticas sobre la situación en Nueva Caledonia, la economía en Fidyi, el sufragio universal en Samoa Occidental, y sobre las crisis de Papúa-Nueva Guinea entre 1990 y 1991.
ANGLEVIEL, F., CHARLEUX, M., COPPELL, W. G., y DOUMENGE, J.-P. (compil): Le Pacifique Sud. Bibliographie des thèses et mémoires / The South Pacific. A bibliography of the theses and dissertations. Colección Îles et Archipels, núm. 13. Editado en 1991 en Talence en el Centre de Recherche sur les Espaces Tropicaux (CRET) y el Centre d'Études Géographie Tropicale (CEGET), 276 pp. Jean-Pierre DOUMENGE explica, en el prólogo de esta obra, que las memorias y tesis universitarias sobre el océano Pacífico, sobre sus islas y sobre los pueblos que las habitan, son periódicamente reseñadas en publicaciones de diferente alcance. Así, en 1970 la Universidad Nacional de Australia publicó un World Catalogue of Theses on the Pacific Islands. En 1983, W. G. COPPELL, uno de los autores del volumen que estamos comentando, en colaboración con S. STRATIGOS, presentaron una Bibliography of Pacific islands theses and dissertations, editada conjuntamente por The Research School of Pacific Studies (ANU, Canberra) y The Institute for Polynesian Studies (Brigham Young University, Hawaii Campus). Estas dos obras tratan de ser lo más exhaustivas posibles, pero, según el doctor DOUMENGE, son muchas las dificultades para conseguir toda la información completa, no sólo por la diferencia de las lenguas en que están escritas, sino también por el gran número de países en los que se han redactado, pues no hay que hablar sólo del Pacífico y sus naciones, sino de las que existen en otras zonas aledañas y en Europa. Por estas razones, existe hoy en día tendencia a limitar el alcance de las publicaciones a objetivos más abarcables y más concretos, por ejemplo la obra Contribution française à la connaissance géographique des mers du Sud (publicada en la misma colección de la obra que estamos comentando), cuyos autores son F. DOUMENGE, A. HUETZ DE LEMPS Y O. CHAPUIS, y que fue presentada con motivo del Congreso de la Unión Geográfica Internacional celebrado en Sydney en 1988. El presente trabajo puede ser considerado como un complemento de la obra de COPPELL, por ello se enumeran sólo a partir de 1980, aunque incluye otras de los años setenta no mencionadas por COPPELL, así como unas pocas de las década de los sesenta con el fin de que el lector pueda tener una visión global de los temas que más le interesen. Habida cuenta de las dificultades que existen para recopilar información, se recogen sólo las obras referentes al Pacífico Sur o más exactamente a los países (Estados o territorios) miembros de la Comisión del Pacífico Sur (CPS), que abarca Melanesia, Micronesia y la mayor parte de Polinesia. No se incluyen ni Hawaii ni Nueva Zelanda, ya que estas zonas merecen un trabajo aparte, pero que enumeran las que de ellas tengan relación con otros archipiélagos de Oceanía. Se han eliminado una serie de trabajos que por su carácter específico y limitado sólo interesan a un reducido círculo de investigadores. Se citan cerca de tres mil obras de la siguiente manera: número de referencia; apellido y nombre del autor; título del trabajo; si se trata de tesis doctoral o de otro galardón, Universidad y año. Se indica si la obra está publicada, o, por el contrario, dónde puede consultarse. Hay un índice geográfico y otro temático, además se acompaña una lista de instituciones universitarias y de universidades citadas, así como una interesante referencia a las fuentes documentales utilizadas (publicaciones con repertorios de tesis de Francia, Gran Bretaña, Australia y Tasmania), Nueva Zelanda, Hawaii, Bélgica y Canadá. [261] Cerca del 20 % de los trabajos tratan sobre Papúa-Nueva Guinea, seguida por los referentes a Nueva Caledonia, Fidyi, Polinesia francesa, islas del Pacífico en general, oceanografía, Guam, Vanuatu, Samoa, Cook, etcétera. En cuanto a los temas las diferencias no son tan grandes como con las geográficas, y citamos los principales: religión (incluyendo sectas), botánica, educación, biología marítima, economía, etnografía, geografía, salud, zoología, emigración y otros asuntos con menor número de obras. En resumen, se trata de un valioso instrumento de investigación, complementario de otros y avance de los que vengan en el futuro. Los temas religiosos -incluyendo en este apartado la Biblia, el catolicismo, el cristianismo, la cultura, la educación, la enseñanza, la religión natural, etc.- son los que ocupan gran espacio. Es curioso observar que las tesis de literatura sobre Herman Melville y su novela Moby Dick son numerosas, así como las dedicadas a Robert Louis Stevenson y a Pierre Loti, aunque estas últimas en menor número. Los idiomas dominantes son el inglés y el francés, seguidos del alemán; hay una escrita en japonés y otra en ruso. Una treintena de ellas se refieren a la presencia hispana en el Pacífico: la educación en Guam durante el período español; los viajes españoles al suroeste del Pacífico; Tahití a fines del siglo XVIII, según Máximo Rodríguez; Malaspina en Tonga; historia de las islas de Pascua; la rebelión contra los españoles en Ponapé, y otras relacionadas con la actividad misional de España en aquellas regiones. Finalmente quisiéramos hacer una observación que, en realidad, es una sugerencia: las universidades españolas deberían facilitar una lista de las tesis, tesinas, memorias, etc., presentadas en los últimos treinta años más o menos y referentes al Pacífico, con el fin de hacer el oportuno repertorio que podía ser publicado en España, o enviar los datos a publicaciones extranjeras especializadas para que conste nuestra labor y, de esta forma, tenga la debida publicidad. Podemos adelantar, sin embargo, que este es uno de los inmediatos proyectos de la Asociación Española de Estudios del Pacífico y que esperamos pueda reflejarse pronto en nuestra revista.
DURANT, Stuart: La ornamentación (De la revolución industrial a nuestros días). Alianza Editorial, Madrid, 1991, 337 pp. Como bien definiría Herbert Read, �el ornamento como una necesidad psicológica�, el autor de este libro con magníficas ilustraciones expone el arte de la ornamentación y su implantación como tema de debate. El libro se divide en doce capítulos que estudia la clasificación, categoría o clases de ornamentación, tanto las composiciones geométricas como las inspiradas en los elementos de la naturaleza, y sobre todo la ideología expresada o el simbolismo que hay en ellas. Para Stuart Durant la palabra �ornamentos�tiene �cierta resonancia arcaica pero, al igual que la decoración misma, también está recuperando el favor perdido�. En el capítulo 8, titulado El primitivismo, el autor explica el concepto del arte �primitivo� como el arte de culturas preliterarias y remotas cuyo estudio se inició en el siglo XIX, en la época de las todavía poco desarrolladas antropología y etnología. [262] Asimismo estudia y analiza el arte polinésico, el de las costas del Pacífico, o el arte de los maoríes, etc., tanto su simbolismo como la repercusión en las corriente artísticas occidentales. Hay que destacar el estudio de las teorías o los libros de investigación que el autor cita y analiza. Se trata de los estudiosos como G. G. Zerffi, W. G. Collingwood, Ch. Wiener, Ch. Dresser, H. Bolfour o A. C. Hadelon, entre otros. En definitiva, el autor realiza un estudio crítico de los libros sobre el tema del arte primitivo y su ornamentación aportando los datos significativos e imprescindibles para la investigación. Y respecto a su conclusión sobre el impacto del arte y la decoración primitivas, dijo que la admiración por ellas aumentó a medida que avanzó el siglo XX. Y �los abanderados de la modernidad�, según el autor, �no tardaron en captar en ellos un mensaje antiacadémico o antihistoricista�. Respecto a su influjo, es indudable que existió o al menos fue reflejado en las obras literarias y artísticas de los artistas o literatos de fin del siglo XIX y principios del XX. Como diría el autor que �ciertamente, un buen número de pintores cayeron bajo su influjo. Las estatuas y las vasijas de Gauguin estaban influidas por el arte que había visto en Tahití...�. El libro de Stuart Durant nos ofrece, además de su visión y estudio crítico de los temas tratados, un amplio fondo bibliográfico y documental y sobre todo, las ilustraciones para un mejor análisis estilístico comparado.
IBÁÑEZ y GARCÍA, Luis de: History of the Marianas, Caroline, and Palau Islands. 1887. MARC Educational Series n.� 12, Guam Quincentennial Commision, University of Guam, Guam 1992. Trad. y notas de Marjorie G. Driver, 193 pp. Después de las traducciones de las obras de los Gobernadores Felipe de la Corte, y Francisco Olive, el Micronesian Area Research Center publica ahora la que escribió en 1887 el que fue Gobernador de las Marianas, el 17 de Agosto de 1871 al 24 de Marzo de 1873, Luis de Ibáñez. Marjorie G. Driver, miembro de la Asociación Española de Estudios del Pacífico y Directora del Departamento de Documentos Españoles del MARC, ha llevado a cabo un excelente trabajo, uno más de los muchos que lleva ya realizados, dando a conocer en versión inglesa los documentos más importantes del período español en la Micronesia. En el Prefacio, Driver explica las fuentes utilizadas por Ibáñez en la redacción de la obra, las características de algunos de los Capítulos y Apéndices; así como las circunstancias y antecedentes que decidieron su traducción. Un párrafo lo dedica a agradecer la ayuda recibida de diversas personas que le ayudaron a completar su trabajo, entre ellos los que colaboraron en la traducción de algunos textos de especial dificultad. Hay una interesante y documentada Introducción escrita por Richard J. Hitchman, para ambientar la época histórica en que Ibáñez redactó su obra y para dar una idea general a las características, intenciones y fines de las conquistas españolas en ultramar. [263] La obra de Ibáñez arranca con el descubrimiento del Mar del Sur por Núñez de Balboa en 1513 y las reclamaciones de Fernando el Católico en 1518. Luego el viaje de Magallanes, la expedición de Loaisa de 1524, la de Saavedra en 1527, y finalmente la de Legazpi en 1565. En los Capítulos 7 al 10, se tratan los disturbios y revueltas ocurridos en el Archipiélago, así como las causas de la disminución del número de sus habitantes, las costumbres y la organización social de éstos. En los Capítulos 11 al 29 se describen la división territorial de las Marianas, su clima, enfermedades y monumentos antiguos, y, principalmente, la detalladísima descripción de cada una de las islas que ocupa la mayor parte del libro. El Capítulo 30 da cuenta de algunos sucesos: una relación de víctimas españolas en manos de los indígenas; los naturales que acogieron bien a los españoles y, aquellos que fueron sus peores enemigos. El Capítulo 31 informa sobre los efectivos militares en Agaña y sobre la llegada del navío de guerra ruso Vitiaz al puerto de Apra. En el Capítulo 32 viene la lista de los Gobernadores de las Marianas desde 1668 a 1880. Y, por último, el 32 trata del descubrimiento de las Palaos. La obra concluye con 10 Apéndices sobre diversas cuestiones: las Molucas; la isla de Mactán, donde murió Magallanes; López de Legazpi; órdenes e instrucciones de Gobernadores; diálogos en lengua chamorro y española; buen gobierno de las islas, las Carolinas, etc... Por el breve resumen de la obra, se puede apreciar el extraordinario interés que tiene. Por esto es de agradecer el trabajo hecho por Marjorie Driver que rinde un magnífico servicio a los lectores de habla inglesa, y, principalmente, a los estudiosos de la Micronesia. Además un Glosario de términos y conceptos de imposible traducción al inglés, así como un utilísimo Indice onomástico completan esta magnífica traducción enriquecida también con numerosas y eruditas notas a pie de página. En la contraportada final aparece una foto del Tribunal que construyó Ibáñez en 1872, destruido en la guerra del Pacífico en 1944. Esta publicación está patrocinada también por la Comisión del Quinto Centenario de Guam, que utiliza un logotipo en el que figura una carabela española. Esta Comisión ha demostrado su deseo de participar estrechamente con España en las conmemoraciones de 1992.
HAYNES, Douglas E., y WUERCH, William L.: Historical Survey of the Spanish Mission Sites on Guam (1669-1800). Micronesian Arca Research Center, University of Guam, Guam 1990, 22 pp. Los autores, profesores de la Biblioteca Robert F. Kennedy de la Universidad de Guam, explican en la introducción que su propósito es mostrar las pruebas escritas, cartográficas y pictóricas con significado arqueológico de las misiones españolas que existieron en Guam desde 1668 hasta 1800. Como se sabe, la isla de Guam -situada en el archipiélago de las Marianas- fue descubierta por Magallanes y Elcano en 1521, en la primera circunvalación del globo. En 1668, el beato Diego Luis de Sanvítores comenzó la evangelización de esta isla, que fue española hasta que pasó a Estados Unidos en 1898. [264] Este folleto es un estudio de documentación, no una historia de las misiones españolas, lo que explica su limitación. Se basa en los materiales existentes en el Micronesian Area Research Center (MARC) de la Universidad de Guam y se publica gracias a una subvención de la Historical Preservation Office, Department of Parks and Recreation, del Gobierno de Guam. Este estudio recoge información sobre los diecisiete lugares en los que hubo misiones españolas: Agaña -capital de la isla-, Agat, Ayraan, Fuuna, Inapsan, Inarajan, Mapupun, Merizo, Nisihan, Orote, Pagat, Pago, Pigpug, Ritidian, Tarague, Pepungan y Umatac. En cada caso, se señalan -muy brevemente- las principales fechas de la historia de la misión y las pruebas documentales. Los autores sacan la conclusión de que hubo tres períodos de construcción: de 1669 a 1675, de 1680 a 1681 y de 1679 a 1779. Los dos primeros se caracterizan por las construcciones de madera y palma; el tercero es el período de construcciones de piedra (Agat, Inarajan, Pago, Umatac y Merizo). En realidad, creo que los dos primeros podrían haberse reducido a uno solo. También indican Haynes y Wuerch el proceso de construcción de una misión: primero la iglesia, a continuación la casa de los sacerdotes, después la escuela y, por último, otros elementos, como el almacén. El estudio se ve completado con una bibliografía y tres mapas. Este trabajo, referido sólo a los siglos XVII y XVIII, sería mucho más interesante si se hubiera proyectado hasta el XIX y el XX. Comprendo la dificultad de estudiar nuevos lugares de asentamiento de misiones españolas en el siglo pasado, pero al menos podían haber explicado qué queda en la actualidad de esas misiones fundadas antes de 1800. Que yo sepa, al menos tres misiones españolas mencionadas en este estudio tienen alguna continuidad en la actualidad. En Umatac quedan las ruinas de la iglesia española de San Dionisio, que estaban comidas por la vegetación cuando estuve allí en 1985. Los autores sólo se refieren a ellas de pasada. En Merizo quedan el convento, que es la vivienda más antigua que todavía está en uso en Guam, y el campanario, ambos del siglo XIX. En Agaña, en el mismo lugar donde estuvo la misión española, junto a la Plaza de España (llamada así, en español, todavía hoy), se construyó la catedral que conserva su nombre español: Dulce Nombre de María. También se echan en falta algunas fotos (por ejemplo de las ruinas de Umatac) y grabados de las expediciones del siglo XIX, si bien la cubierta del folleto es un grabado de la iglesia de Umatac. El estudio, con muchas citas a pie de página, está muy bien documentado, lo que refleja la gran cantidad de información que existe en la colección de documentos españoles del MARC, gracias a la continuada labor de su encargada, la prestigiosa profesora Marjorie Driver, a quien los autores no citan. Un trabajo, pues, interesante y útil, que representa una importante aportación al conocimiento de la historia de la evangelización de Guam. Esperemos que los autores continúen sus investigaciones y pronto tengamos mayores datos sobre las misiones españolas, porque este folleto resulta excesivamente escueto.
BAHN, Paul, y FLENLEY, John (1992): Easter Island. Earth Island. Lleva como subtítulo: A message from our past for the future of our planet. 240 pp. y 200 ilustraciones, 15 en color. Thames and Hudson Ltd, Londres. Este libro es uno de aquellos que deliberadamente no incluyen en la bibliografía las fuentes españolas, a pesar de citar en varias páginas la presencia de González de Haedo y sus compañeros en la isla de Pascua, durante su estancia en 1770. Recoge los datos de los marinos españoles en otros autores, que a su vez transcriben y citan los manuscritos y documentos originales de dichos marinos, pero desgraciadamente Paul Bahn no debe considerar oportuno anotar las fuentes primeras y originales. Debido a ello, y basándose en traducciones erróneas, escribe entre otras cosas que los españoles vieron en isla de Pascua las guindillas (chile pepper), cuando no hay documento alguno que cite tal planta. En la referencia del plátano �guineo�, es una expresión que se aplica a una variedad de plátano de fruto pequeño y sabor agradable, y en nada tiene que ver con lo que él anota en el libro. Dejando estos pequeños fallos, es un libro que desenmascara la teoría romántica de Heyerdahl de la presencia de una presunta cultura andina en Pascua, masacrada después por la migración o migraciones polinésicas. Actualmente, podemos decir por los estudios arqueológicos, etnológicos, filológicos, etc., que el origen de los pascuences es polinésico, como perfectamente explica en varios capítulos. El palinólogo Flenley presenta unos didácticos diagramas de la vegetación del Rano Kau, desde el año 950 a 1980, pero echamos en falta un diagrama de análisis del polen de superficie de la isla, para su estudio comparativo. Flenley profundiza su trabajo con el tema de la palmera Jubaea chilensis. El libro incluye en diferentes capítulos aportaciones de diversos especialistas en temas de los moái, petroglifos de Orongo, plataformas ceremoniales, etc., añadiendo un capítulo al estudio demográfico de la población pascuense, relacionado con su alimentación y comparativamente con la del resto del planeta Tierra. La lección de isla de Pascua puede servir, y así lo señaló Cousteau, como ejemplo de lo que puede ocurrirle al planeta terrestre por exceso de población y carencia de alimentos.
SCOTT, WILLIAM HENRY: Slavery in the Spanish Philippines. De La Salle University Press, Manila 1991, 78 pp. Un terna que no cuenta con numerosos estudios, y que ha resultado controvertido entre los escaso historiadores que lo han tratado es el de la imposición por los españoles de la esclavitud en Filipinas bajo el sistema colonial; trabajos que se han centrado principalmente, por un lado, en sus características esenciales: el derecho y la práctica, y por otro, en el período que estuvo vigente, en especial, el siglo XVII. Esta breve obra de W. H. Scott, misionero de la Episcopal Church con treinta [266] años de experiencia docente sobre la historia de las islas Filipinas, es de gran interés y utilidad, ya que reúne, revisa y actualiza el tema, al mismo tiempo que expone la cuestión en conjunto y desde una perspectiva histórica amplia, a lo largo de los siete capítulos que componen el trabajo. Tras una sucinta Introducción, en la que plantea el interés del tema, en el capítulo 1 estudia el sistema de esclavitud adoptado por España para las Indias: su legitimidad y características, desde comienzos del siglo XVI, y su práctica durante los siglos modernos siguientes. La esclavitud en Filipinas es analizada en el capítulo 2, con sus aspectos particulares y peculiaridades, especialmente en la última parte del siglo XVI. En el capítulo 3 trata sobre el derecho y la práctica de la esclavitud en Filipinas desde el tratado firmado por Legazpi en 1565 y la ocupación de Luzón que creó la situación de esclavitud entre parte de la población filipina, contra lo que se alzaron algunas voces, especialmente de misioneros. Pero en la práctica, la esclavitud filipina se estableció como una institución legal bajo el sistema colonial español, aunque el número de esclavos fue reducido. Ante la opinión contraria y las limitaciones a la esclavitud filipina, los españoles introducen esclavos en Filipinas procedentes de otros lugares, lo que es estudiado en el capítulo 4 al tratar sobre la esclavitud española en Filipinas. Estos esclavos no filipinos procedían de los mercados portugueses en África, India, Malaca y las Molucas, llegando al archipiélago a lo largo del siglo XVII, aunque este sistema no sustituyó totalmente a la esclavitud filipina. En 1681 el Dr. Lorenzo Esteban de la Fuente, fiscal real, llegó a Manila con un nuevo decreto sobre la esclavitud, suprimiéndola en el archipiélago, y promulgándose una resolución en 1682 que declaraba libres a los esclavos en Filipinas, lo que es analizado en el capítulo 5: el informe sobre la esclavitud de 1684. Continuando en el capítulo 6 al tratar sobre la lucha contra la esclavitud en Filipinas a finales del siglo XVII. El fin de la esclavitud en Filipinas es estudiado en el capítulo 7: desde 1692 está llegando este sistema a su término, que continúa con sucesivas liberaciones durante la primera mitad del siglo XVIII, hasta su desaparición final, que es total en el siglo XIX, lo que coincide con las nuevas condiciones económicas impuestas por la industrialización occidental; y este proceso se produce al tiempo que se va registrando la abolición de la esclavitud por España: en 1817 la firma del tratado con Gran Bretaña suprimiendo la trata, en 1873 la abolición en Puerto Rico y en 1886 en Cuba, si bien ninguna de esta legislación afectó a Filipinas, que vivió un proceso paralelo pero claramente diferenciado. En las últimas páginas del libro se recoge una amplia relación de notas y de referencias bibliográficas y de fuentes.
DÍAZ TRECHUELO, Lourdes: Cristóbal Colón. Ediciones Palabra, Madrid 1992. 224 pp. El largo y fecundo magisterio de Lourdes Díaz-Trechuelo parece que se ha concentrado en esta obra, ofreciendo una admirable biografía del primer almirante de la mar océana. Cristóbal Colón forma parte de esa serie de controvertidos personajes, de renombre universal, sujetos pasivos de apasionados polémicas, cuyas dimensiones no [267] siempre están dentro de cauces estrictamente históricos, pues, frecuentemente, se desbordan hacia posiciones nacionalistas, políticas, religiosas, etc., originando, la mayor parte de las veces, una gran desorientación entre los lectores no especializados en el tema. Para hacer frente a esa avalancha de noticias, de informaciones partidistas y ciertamente tendenciosas, y de opiniones sin rigor ni fundamentos documentales, aparece este trabajo de Díaz-Trechuelo precisamente en este año de 1992, cuando tantas cosas increíbles se oyen en torno al V Centenario (hecho que López de Gómara calificó como el más importante de la Historia después de la encarnación del Hijo de Dios). A este tenor, la autora se ufana de utilizar el término tradicional de Descubrimiento, y no el de �encuentro�, en definitiva sinónimo del primero -véase el Diccionario de la Real Academia Española y que refleja una actitud vergonzante y, a nuestro juicio, cargada de resentimientos y de inconfesables complejos. El libro se basa en las fuentes historiográficas y en las obras de los mejores especialistas de nuestro siglo en temas colombinos, dibujando, a su vez, algunos rasgos de la España del descubrimiento con los personajes que formaron el entorno de Colón, sin hacer apología ni ataques, sino exponiendo las circunstancias históricas y los hechos sin aplicar criterios del siglo XX a cosas que ocurrieron en el XV y XVI. Como introducción y base de su estudio, Díaz-Trechuelo nos resume: las navegaciones de la Antigüedad y la Edad Media; los viajes terrestres medievales; las exploraciones en el Atlántico; la arquitectura naval; la orientación en el mar, y las fuentes históricas del descubrimiento, es decir, los autores que narraron los hechos ocurridos. Según los datos disponibles, la autora nos aclara diversos aspectos y circunstancias de la vida de Colón que hasta ahora habían dado origen a controvertidas polémicas: su lugar de nacimiento; su posible ascendencia judía por línea materna; sus primeras navegaciones; la génesis de su proyecto descubridor; el tema del pre-descubrimiento de América y su conocimiento por el almirante; su proyecto de llegar a Cipango y Catay; sus errores de cálculo y los libros en los que se basó; las Capitulaciones; las ayudas que recibió; sus problemas y dificultades; la ayuda de los Reyes Católicos y el asunto de las joyas de la reina Isabel; las circunstancias de sus viajes; sus privilegios; su grandeza como marino y sus enormes fallos como gobernante; su interés por el comercio de esclavos y su rechazo por los Reyes; el descubrimiento del continente americano; su cuarto y último viaje en busca del paso hacia Japón, China y la Especiería, y, finalmente, su fallecimiento y el problema sobre el lugar en que reposan sus restos mortales. A través de esta obra quedan aclaradas muchas cuestiones, especialmente una que ha sido utilizada como argumento para presentar a Colón como una víctima de los Reyes Católicos: nada más falso ni más alejado de la realidad histórica, como se demuestra por el probado afecto de los monarcas hacia él y por su devoción hacia ellos. Es un placer leer esta obra, de estilo sencillo y claro pero muy denso de contenido. En realidad se trata de una especie de magistral acta notarial por la que la doctora Díaz-Trechuelo certifica, con su autoridad, lo bueno y lo menos bueno en la vida de Colón, la verdad y lo falso de los sucesos en los que intervino.
MAUFFRET, IVON: Yo, Magallanes, Caballero Portugués, Capitán de Su Magestad el Rey de España, que quiso dar la vuelta al mundo. Anaya, Madrid 1991. Trad. de M. Martínez Solimán, 119 pp., 2.� edición. La colección Yo, Memorias, presenta una serie de biografías en las que sus personajes hablan en primera persona, relatando sus propias vidas y especialmente el hecho histórico por el que han pasado a la posteridad. La presente obra trata sobre Magallanes, y el autor pone en boca del navegante la narración de su propia vida, más concretamente de los proyectos, avatares y circunstancias del viaje que le llevó, a través del estrecho que lleva su nombre y del océano Pacífico, a morir en la isla de Mactán, en Filipinas. Basándose en conocidas biografías y también en el diario de Pigafetta, se nos ofrece esta pequeña biografía con rigor documental aunque, lógicamente, con una cierta dosis de imaginación, tratando de interpretar el pensamiento de Magallanes ante los acontecimientos que iban ocurriendo. Sin embargo, el autor se ciñe bastante a la verdad histórica aunque, como ocurre con la mayoría de los autores extranjeros, glorifique en exceso al navegante a costa de sus compañeros de viaje. Hay algunos errores, si bien de menor importancia; uno de ellos, que se repite con frecuencia en muchos autores especialmente en traductores, es el de confundir la ciudad de Calicut en el golpe índico con Calcuta, en el golfo de Bengala.
RODRÍGUEZ, Isacio, y ÁLVAREZ, Jesús: Andrés Urdaneta, agustino. En carreta sobre el Pacífico. Editorial Estudio Agustiniano, Valladolid 1992. 231 pp. Incomprensiblemente sólo cuatro biografías importantes habían sido publicadas, hasta ahora, sobre esta insigne personalidad de la historia de España: Urdaneta, el conquistador de los espacios del océano Pacífico, de José de Arteche; Monje y marino. La vida y los tiempos de fray Andrés de Urdaneta, de Mariano Cuevas; la de Fermín de Uncilla, Urdaneta y la conquista de Filipinas. Estudio histórico, y, finalmente, Andrés de Urdaneta, de Leoncio Cabrero. Sin embargo, tanto sus relaciones, cartas y otros documentos figuran en distintas obras y colecciones documentales, y, en especial, de forma completa y acabada en el volumen XIII de la monumental historia de Isacio RODRÍGUEZ, Historia de la provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas. A tenor de estos antecedentes, hay que dar la bienvenida a esta nueva biografía, copiosamente documentada pero sin notas, ya que las noticias y datos figuran en el propio texto del relato indicándose siempre la fuente de origen. Este método facilita grandemente la lectura de la obra, sin que esta, por otra parte, pierda nada de su rigor científico. La narración arranca de la amistad del ya veterano Elcano con el joven Urdaneta y de la protección y ayuda que éste recibió del hombre que había dado la primera vuelta al mundo. Se relata el viaje de García de Loaysa, segunda travesía del Pacífico, su muerte y también, pocos días después la de Elcano que había tomado el mando de la expedición, y, sobre todo, se va haciendo hincapié en los conocimientos y experiencia que Urdaneta iba adquiriendo y que serían decisivos para el viaje que años más tarde realizaría bajo el mando de López de Legazpi. [269] La expedición de Loaysa si bien debe ser calificada como desafortunada, tuvo, sin embargo, beneficiosas consecuencias históricas no sólo por un mejor conocimiento de las rutas de la mar del Sur, sino por el acopio de noticias que, gracias principalmente a Urdaneta, se obtuvieron sobre las islas Marianas debidas a las informaciones dadas por Gonzalo de Vigo, un superviviente de la expedición de Magallanes que se había quedado en dicho archipiélago. Además, las relaciones de Urdaneta fueron fundamentales para el conocimiento de la situación en las Molucas y para valorar la tirantez existente entre portugueses y españoles. Igualmente sus informes en la corte tuvieron una gran importancia, pues, años más tarde, fue el propio monarca quien lo eligió como la persona más adecuada para encontrar la ruta del tornaviaje. La vida de Urdaneta fue intensa. En esta biografía se destaca la pasión que puso en todas sus empresas, pues supo ser soldado, capitán, cosmógrafo y fraile, dando todo lo que tenía de sí. Precisamente esta fuerte personalidad ha dado motivo a que ciertos episodios de su vida, muchos de ellos relevantes, hayan quedado algo oscurecidos, ya que algunos de sus contemporáneos no informaron adecuadamente de sucesos en los que él tomó parte principal pero que, por ese motivo, fueron prácticamente silenciados por los testigos. De estos puntos algo conflictivos, trata también la presente obra aclarándolos y poniéndolos en su justo término. Como ejemplo de esto último está la posición que Urdaneta, junto con los demás agustinos, tomó cuando Legazpi leyó en alta mar las instrucciones que había recibido de la Audiencia de Méjico, y en las que se le ordenaba tomar el rumbo hacia las Filipinas en lugar de hacia Nueva Guinea, pues debemos recordar que según los cálculos de Urdaneta las islas del Poniente caían en la demarcación de Portugal. En fin, muchos otros aspectos de su biografía quedan expuestos documentalmente en esta obra, mediante una narración evocadora, llena de fuerza y colorido, de dramatismo y de riesgo; en suma, una de esas vidas que abundaron en aquellos tiempos.
Varios autores: Spain and the Moluccas. Galleons around the World. Ministerio de Turismo, Correos y Telecomunicaciones de la República de Indonesia - Embajada de España en Yakarta - AMPER, Ltd., Yakarta 1992, 126 pp. La presencia histórica española en lo que hoy es Indonesia, y concretamente en las Molucas, fue relativamente breve, pero suficientemente intensa y llena de acontecimientos como para interesar repetidamente a los historiadores y demás estudiosos, y no sólo a los indonesios, españoles y portugueses, sino también a los holandeses y anglosajones. Esta presencia se prolonga durante más de un siglo -si incluimos los años en que Portugal y sus posesiones estuvieron bajo dominio español-. Una nueva aportación a la no muy abundante bibliografía sobre el papel de España en las Molucas la constituye la obra que reseñamos. En ella han participado el gobierno indonesio y la Embajada de España en Yakarta, y ha sido financiada por la empresa de telecomunicaciones AMPER, [270] Ltd. Los autores son conocidos estudiosos españoles, José Luis Porras, Antonio García-Abásolo, y Rafael Rodríguez-Ponga (los tres miembros de la Asociación Española de Estudios del Pacífico); y en ella ha colaborado también el experto indonesio Des Alwi, y se han incluido algunos textos de Ricardo de La Cierva, ya publicados en otros lugares. La obra, ya lo hemos dicho, se centra en la presencia española en las Molucas. Pero es más que eso. Es también un repaso de la atracción europea por el Oriente, del interés por las especias y el control de su comercio y de sus lugares de producción y de las rutas que hasta ellos conducían, como se explica en los tres capítulos iniciales: �Galeones alrededor del mundo�, �Colón: la búsqueda de la Especiería� y �Elcano: la primera circunnavegación del globo�. La llegada de los españoles a las islas y la competencia con Portugal por su control, la relación con los Estados locales -Tidore, Ternate, Gilolo, etc.-, la retirada española, centran el cuarto capítulo, �La presencia hispana en las Molucas�. En �La historia posterior� se describe la segunda etapa de la presencia de España en las Molucas -cuando los españoles estaban ya instalados en Filipinas-, derivada de la anexión de Portugal por España; la primera competencia con los holandeses; la desgraciada expedición de Dasmariñas, la alianza con Tidore, la guerra con Ternate, y los últimos momentos de España en ese área en la década de los 60 del siglo XVII. La obra termina con el capítulo �Algo más que vestigios�, donde se repasa lo que queda de la influencia española en las Molucas, en el terreno lingüístico -la influencia del castellano y del portugués, la formación de lenguas criollas, etc.-; en el religioso, con la actividad misionera de san Francisco Javier y el pequeño número de católicos (aproximadamente un 5,5 por ciento de la población moluqueña) que subsiste hoy día; los documentos escritos existentes, etc. Completa la obra un gran número de fotografías, la mayoría de las cuales se debe a Sira Sebastián de Erice.
Varios: Expediciones a la Costa Noroeste, Historia 16, Madrid 1991, Crónicas de América, n.� 67; edic. de F. Monge y M. del Olmo; 237 págs. En el siglo XVIII los viajes marítimos de los españoles tienen un carácter marcadamente diferente de los de los siglos anteriores. Ahora, con los Borbones, no se trata ya tanto de �descubrir� y anexionar nuevas tierras, como de defender lo que se tiene, evitar que otras potencias pongan en peligro las colonias y su economía. Además, dentro del espíritu del siglo, y junto al aspecto político, económico y militar hay un factor que podemos llamar científico, por lo general complemento y a veces casi mero pretexto de las expediciones, como hacen, por otro lado, potencias como Francia, Rusia y, en especial, Gran Bretaña. Los viajes por el Pacífico, a partir de la América española, fueron impulsados sobre todo por los virreyes de Perú y Nueva España. Las expediciones son numerosas y cubren una enorme extensión de Oceanía (archipiélagos de Melanesia, [271] Micronesia, Polinesia, Australia, etc.) y también del Pacífico asiático (Filipinas) y americano, con nombres, por citar sólo a algunos, como González de Haedo, Bonechea, Gálvez, Mourelle de la Rúa, Malaspina, Bustamante, etc. Precisamente el Pacífico americano es la meta de varias expediciones en la segunda mitad del siglo, y sobre éstas trata el libro que comentamos. Se trata de las expediciones a lo largo de las costas noroccidentales de lo que hoy son México, Estados Unidos, Canadá y Alaska. Están destinadas a contrapesar o contrarrestar la expansión zarista desde Alaska hacia el sur, y a adelantarse a los planes de Cook sobre el noroeste americano. Así, los barcos españoles visitarán las Californias, Oregón, el estado de Washington, la costa canadiense y Alaska meridional, y entran en contacto con muchas de las numerosísimas poblaciones que habitaban estas vastas regiones, cuyos accidentes rebautizarán con nombres españoles, bastantes de los cuales subsisten todavía. El primer texto narra las vicisitudes de la expedición de Arteaga y De la Bodega y Cuadra, en la que iba el gallego Mourelle de la Rúa. Este escribirá una interesante relación, Los acaecimientos en el Puerto de Bucareli (4 de mayo al 1 de julio de 1779), con la descripción de la bahía de Bucareli (hoy Point Grenville, en el estado de Washington, en Estados Unidos), de los tlingit klawat y otros habitantes de la zona, las dificultades de contacto con los indios, etc. El segundo texto es el Diario de Tomás de Suria en su viaje a la costa noreste con la expedición Malaspina (1789-1794). Suria, dibujante, quizá madrileño, que formaba parte de la expedición de Malaspina, nos describe -a la obra le falta una parte- el episodio de Puerto Mulgrave, las relaciones con los indios tlingit yakutat, las querellas entre los españoles, dando una visión no oficial y espontánea. A ello se añaden sus dibujos, realistas, sobre los indios de la región (incluidos en esta obra). El tercer texto es Descripción física de las costas del Noroeste de la América o visitadas por nosotros, o por los navegantes anteriores, de Alessandro Malaspina, el toscano de Mulasso al servicio de España. Entre 1789 y 1794, durante cinco años, llevó a cabo una de las más importantes expediciones del siglo y la más importante de las patrocinadas por los españoles en el siglo XVIII. Se trató de un viaje político-científico que recorrió la costa americana desde Uruguay hasta Alaska (y luego, a través del Pacífico, alcanzó las Filipinas, China, Australia, y varios archipiélagos polinesios y micronesios...). En el texto se incluye la parte de la expedición referida a la costa noroeste americana, desde el norte del estrecho de Juan de Fuca, entre Estados Unidos y la isla canadiense de Vancouver, y la porción más meridional (y estrecha) de Alaska, cuando buscaba el paso del noroeste.
RODRÍGUEZ, Máximo: Españoles en Tahití, Historia 16, Madrid 1992, Crónicas de América, n.� 69, 231 pp., edición de Francisco Mellén. Los viajes de británicos y franceses por el Pacífico en el siglo XVIII han acaparado la atención de los historiadores, por su importancia objetiva -piénsese en los viajes de Cook, de Bougainville y otros- y por la no injusta pero muy grande [272] y exclusivista valoración que de ellos se hizo y hace. No ocurre lo mismo con los viajes de otros países, en concreto con los de España. Las expediciones de los españoles (y extranjeros al servicio de España) por el Pacífico no tienen, en conjunto, la transcendencia de las de Francia y Gran Bretaña. Sin embargo, no son de importancia menor, y algunos de estos viajes por las costas americanas del Pacífico, y a través de este océano, tienen un puesto importante en la historia -como los de Malaspina-. Entre estos viajes dieciochescos de los españoles tienen especial relieve los organizados por el virrey del Perú Amat, en el último tercio del siglo. Se trata, como otros del mismo período, de viajes político-científicos, en competencia con Francia y Gran Bretaña, en los que destacan nombres como los de Bonechea, González de Haedo, Gálvez, Mourelle de la Rúa, Malaspina y otros. Con los viajes a través del Pacífico se trata de tomar contacto con la isla polinesia de Pascua y establecer en ella una colonia. Pero ante las noticias del interés británico por Tahití -que Cook había visitado en 1769- los españoles deciden adelantarse a éste y establecer en esta otra isla, también polinesia, una colonia. Esta es la finalidad de los viajes de Bonechea, en los que aparece, como personaje aparentemente secundario, pero de inesperada importancia real, el peruano Máximo Rodríguez. En 1772-73 Bonechea realiza su primer viaje a Tahití (relatado en los diarios del propio Bonechea y de Hervé y Amich), en el que aparece ya como soldado Máximo Rodríguez, que inicia aquí sus servicios y su fructífera relación con los tahitianos. En 1774-75 se organiza la segunda expedición de Bonechea, en la que gracias a su experiencia anterior también participa Rodríguez, ahora en calidad de intérprete. De esta segunda expedición el peruano nos ha dejado una interesante relación, cuya edición ha corrido a cargo de un experto en Polinesia y en las expediciones españolas, autor de la excelente introducción y de las notas. En esta segunda expedición los españoles desean establecer una colonia en Tahití, en la que se incluyen algunos misioneros. Máximo convivirá con los isleños y tratará de que las relaciones con ellos sean las mejores posibles. Máximo no es un hombre culto, es un soldado, luego nombrado alabardero y más tarde alférez de infantería. Pero va a demostrar en sus escritos grandes dotes de observación, ayudado por su conocimiento del tahitiano (es coautor de un Diccionario español-tahitiano, y de otros textos, al parecer perdidos), un gran sentido común, y una aceptable capacidad de comprensión, pese a ser europeo, hacia el modo de vida polinesio. El Diario, que cubre un espacio de tiempo que va del 15 de diciembre de 1774 al 12 de diciembre de 1775, es la primera relación de un europeo sobre Tahití. En ella describe la llegada a la isla, el trato con los isleños, la actitud indecisa y pasiva de los misioneros, las relaciones con dos gobernantes locales, Vehiatua y Tu, que facilitaron las relaciones de los españoles con los tahitianos, contribuyendo a que aquéllos aceptaran, por las capitulaciones de Tautira, una soberanía española más o menos comprendida y más o menos nominal. Se describe asimismo el establecimiento de los españoles, el levantamiento de planos, el reconocimiento de la isla y de otras próximas. Máximo recopilará también diversos objetos de los autóctonos, entre ellos un umete o batea, regalo de Tu, de piedra negra. El umete conocerá [273] diversos avatares hasta su última ubicación en el actual Museo Etnológico de Madrid. El Diario de Rodríguez tuvo también diversos avatares: hay una versión de Corney, una traducción francesa y, ahora, la edición de Mellén, que puede considerarse definitiva.
FERNÁNDEZ-SHAW, Carlos: Antonio Arrom de Ayala, primer cónsul de España en Australia (1853-1859), y su esposa Cecilia Böhl de Faber, �Fernán Caballero�. Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid 1988, 119 pp. La publicación de esta obra debe incluirse como una aportación más de España a la conmemoración del bicentenario de la fundación de la colonia de Nueva Gales de Sur y del inicio de la historia de lo que hoy es el Commonwealth australiano. Tercer marido de Fernán Caballero y a la sombra de su ilustre esposa, es indudable que Arrom de Ayala ha pasado prácticamente desapercibido para biógrafos y estudiosos de la obra de la famosa escritora. Sin embargo este trabajo nos demuestra, con palabras de su autor, que: �... Arrom fue nombrado cónsul gracias, en gran medida, a las gestiones de su mujer, y ésta llegó a ser Fernán Caballero en buena parte debido a la colaboración de su media naranja. De tal manera que cabría afirmar que sin la celebración de la coyunda, la esposa no habría alcanzado la celebridad literaria, y el esposo no se hubiera desplazado hasta las alejadas tierras de Oceanía.� Por todo esto, el esfuerzo de Fernández-Shaw queda justificado como aportación a la historia literario-diplomática de España, y, al mismo tiempo, como homenaje a la tarea pionera de nuestro primer representante en Australia, cuando hoy en día es creciente el interés mundial por el área del Pacífico. Se exponen, en primer lugar, los datos más sobresalientes de la vida de cada uno de los personajes hasta la celebración de la boda. A continuación, el autor se ocupa de los años de la vida conyugal, los preparativos del viaje a Australia, el desarrollo de la misión en la colonia y el fin de ella coincidente con la muerte de Arrom. Los perfiles de ambas biografías están muy bien trazados, tanto las vicisitudes de doña Cecilia en sus primeras bodas y en sus dificultades familiares y psicológicas, como la personalidad de nuestro cónsul y sus problemas de salud. Asimismo es muy interesante el examen de las razones que condujeron al matrimonio, teniendo en cuenta la sensible diferencia de edad, pues ella tenía dieciocho años más que él. De todas formas, cualquiera que fueran los motivos es indudable que la pareja se compenetró, influyéndose mutuamente. Precisamente, Antonio tuvo un papel primordial en la voluntad de su esposa para animarla a publicar sus escritos, e incluso en la elección de su seudónimo. Ella, por su parte, fue factor decisivo en la elección de su marido como cónsul en Australia. De forma detallada se nos van ofreciendo todos los pasos que se siguieron para el deseado nombramiento, pues la situación económica de la pareja era bastante mala y sólo aquel puesto oficial podría solucionarla. Las relaciones de Arrom con casas comerciales de Cádiz e Inglaterra, y las de ella con influyentes personajes de la aristocracia, concluyeron en la creación del Consulado de España en Sydney con fecha 24 de octubre de 1853. [274] El 1 de enero de 1855 Antonio tomó posesión de su cargo, y a partir de ese momento envió a su Ministerio una serie de comunicaciones que, dada su poca afición epistolar, pueden calificarse de escasas. Esto es lamentable, pues se conservan muy pocos documentos en el Ministerio sobre sus impresiones australianas, y es una pena que, hasta la fecha, no se haya encontrado la colección de sus cartas a Cecilia, en las que, sin duda, le relataría detalles de su vida en aquellas regiones. Por cierto que, con el fin de que los ingresos de Arrom fueran más altos, su esposa continuó haciendo gestiones para conseguirle otros Consulados de algunas otras naciones que no fueran incompatibles con el que ya tenía. Dada la parquedad de documentaciones existentes, Fernández-Shaw ha hecho un meritorio esfuerzo para ir recopilando, de diversas fuentes, impresiones, proyectos, sugerencias, etc., que nos puedan ayudar a tener una idea de la Australia de aquellos momentos. Resumimos pues una serie de aspectos: hermosura del país, del clima y de Sydney; la buena acogida que recibió; lo caro de sus precios, su creciente importancia comercial; la enorme inmigración, a la que deseaba se uniesen los españoles, pues �estas colonias son saludables y ricas�. Estas impresiones nos han llegado a través de la correspondencia de su esposa con terceras personas. Respecto a sus informes oficiales, también resumimos seguidamente: elogios al puerto de Sydney, �uno de los mejores del mundo�; noticias mercantiles; falta de noticias de España; necesidad de fortalecer las relaciones comerciales con el envío de productos españoles, especialmente desde Filipinas; detalla unas cuantas mercancías que, a su juicio, podrían constituir objeto de comercio en un sentido o en otro, tales como oro, madera, tabacos y carbón. Igualmente se dirigió al capitán general de Filipinas, tratando sobre la necesidad de que fueran barcos españoles los que llevasen a cabo el comercio, evitando navíos con pabellón extranjero. El tema migratorio fue uno de los que más atrajo su atención, y pensaba que Australia era un magnífico destino para los excedentes de mano de obra o escasez de demanda en España, sin embargo esta sugerencia encontró la oposición del Gobierno español, pues se consideró más lógico y necesario que los súbditos españoles que quisieran emigrar lo hicieran a Cuba, Puerto Rico y Filipinas, aunque se le dieron instrucciones para que ayudase en todo a los españoles que llegasen allí. Se reseña también la poca fortuna de Arrom en sus negocios particulares en Australia, lo mismo que le había sucedido en España. Sirva como disculpa que era un hombre bueno, caballeroso, pero confiado hasta la ingenuidad. Todo ello lo relata minuciosamente el autor. Finalmente se nos narra su viaje a España, pues había solicitado un permiso oficial de doce meses, su suicidio en Londres y todos los detalles y circunstancias de su muerte, con el efecto que ello produjo en su esposa. Termina la obra con los últimos años de Fernán Caballero y con la serie de incógnitas de su testamento en lo que se refiere a su tercer esposo. Realmente hay que felicitar al embajador Fernández-Shaw, que lo fue en Australia durante varios años, por este magnífico trabajo. Ya hemos adelantado que uno de sus méritos principales es haberlo llevado a cabo con una falta de medios documentales que nos atreveríamos a calificar de asombrosa, sin embargo lo ha hecho sin especulaciones, sino ateniéndose a los datos disponibles, abriendo la puerta a otros investigadores que en el futuro puedan encontrar más noticias y aclarar los puntos todavía oscuros de la vida de Arrom. Creemos que esto sería una obra de justicia y de caridad con el primer representante de España en aquella lejana tierra.
VAN TILBURG, Jo Anne: HMS Topaze on Easter Island. N.� 73 de Occasional Paper (1992) del British Museum, Department of Ethnography. Lleva por subtítulo: Hoa Hakananai'a and five other museum sculptures in archaeological context. Con dibujos de estatuas de la isla de Pascua de Cristián Arévalo Pakarati, fotos y un cuadro cronológico, 207 pp. Ha sido para nosotros una grata sorpresa que la Dra. Van Tilburg, una de las mayores autoridades sobre los moái de la isla de Pascua, haya optado esta vez por el estudio de la estancia del Topaze en 1868 en dicha isla, acompañado de un trabajo minucioso de cinco estatuas pascuenses localizadas en varios museos de Europa y América. El estudio comparativo, amparándose en una abundante y selecta bibliografía, especialmente en aquellos libros y documentos anteriores a la llegada del Topaze, hacen que este trabajo sea serio e interesante para los investigadores de Rapa Nui. De una forma puntual analiza con esmero la etimología del nombre del moái transportado por el Topaze a Inglaterra, hoy en el Museo Británico, Hoa Hakananai'a, cuyos vocablos tienen influencias tahitianas y de las islas Tuamotu. La traducción de �stolen friend� o �amigo/a robado/a� hace referencia al desalojo de esta estatua de su lugar original en el poblado de Orongo. Además, rompe con la sofisticada y errónea traducción inglesa de �divinidad rompeolas� y la de Charlin �divinidad que custodia el secreto de las ceremonias� o �la que expulsa a los que escuchan indebidamente�. Describe con detalle la composición y figuras que dicha estatua tiene en el dorso, citando a su vez a otros autores que investigaron ante esos grabados. Además, incluye un breve, pero selecto, estudio de cinco estatuas pascuenses que existen fuera de la isla y que se encuentran en el Museo Británico (Moái Hava); en los Museos Reales de Arte y de Historia de Bruselas (Pou hakanononga); en el Museo de Historia Natural de Washington; en el Museo Nacional de Historia Natural, de Santiago de Chile (dos estatuas). Van Tilburg, excelente arqueóloga de campo, aporta una serie de datos sobre diversos ahu moái, pukao, y sobre la constitución de los mismos, acompañados de un completísimo apéndice de cincuenta y tres estatuas de toba diferente a la del Rano Raraku, con sus códigos de clasificación. Los dibujos de Cristián Arévalo Pakarati, precisos y con detalles puntuales, algunos de ellos acompañados con fotos de David Ochsner, prestan al investigador detalles interesantes de la estatua observada. Como anotación curiosa, podemos decir que en las figuras 18 y 19, correspondientes a un moái de traquita del Pua Ka Tiki, en los años 1975 y 76, todavía se apreciaban en el cuello restos y marcas de pintura. En 1988 lo volvimos a ver y ya no se notaban, pues había una fina capa de hongos verdosas que recubría parte de la cara y el cuello. Las tres veces que visitamos el Poíke fuimos acompañados del padre de Cristián, D. Mario Arévalo. Resumiendo, un interesante libro, tanto de lectura como de consulta, necesario en toda biblioteca de aquellos lectores que estudien la isla de Pascua y Polinesia.
MARTÍN CEREZO, Saturnino: La pérdida de Filipinas, Historia 16, Madrid 1992, Crónicas de América, n.� 71, 244 pp. Edic. de J. Batista. Crónica viva, ordenada y minuciosa del último episodio de los últimos momentos del imperio español: la defensa de Baler por el teniente Martín Cerezo, laureado por tal acción, durante la guerra de independencia de Filipinas, y concretamente en su segunda fase, la guerra contra Estados Unidos. Los independentistas filipinos sitiaron en Baler -población costera al noreste de Manila- a algo menos de 60 españoles. El sitio se prolongó durante casi un año, del 30 de junio de 1898 al 3 de junio de 1989, en parte cuando ya se había producido la capitulación oficial de una España y de un Ejército que vivían de las �rentas imperiales� de otros siglos, y que se encontraron metidos de improviso, pero no por sorpresa, en una larga y penosa guerra, sin la preparación suficiente, impopular, mal conducida y mal combatida, contra los insurgentes filipinos pero sobre todo contra una potencia que ya era casi respetable, los Estados Unidos. En medio del desastre español -no sólo en Filipinas, sino también en Cuba y Puerto Rico- el sitio de Baler (dejando a un lado las consideraciones éticas sobre cualquier dominación colonial) tiene un significado especial. De importancia militar general muy limitada, sobre todo durante la segunda parte del asedio, cuando la guerra ya había concluido, representó un episodio notable por la heroica resistencia de los españoles, que tuvo una gran importancia moral, sobre todo en esa segunda parte, cuando los sitiados conocían ya el fin de la guerra. Y tuvo una gran repercusión en la ya ex metrópoli, desmoralizada por las sucesivas derrotas, donde produjo un alivio exagerado, casi estulto, mucho más sangrante si tenemos en cuenta la casi total indiferencia ante la guerra en gran parte del país, que se apresuró a registrar patrioteramente el asedio en la historia de las gestas patrias, casi olvidando cuál había sido el final real de la guerra. El teniente defensor de Baler nos describe los antecedentes del asedio, cómo y por qué se inició éste, los planes de defensa, los ataques, los heroísmos, las deserciones, las dudas, la vida cotidiana, el trato con los filipinos, el hambre, los parlamentos con los norteamericanos, la capitulación y la marcha hacia Manila. Escrita un mes después del fin del sitio, publicada en 1904, la crónica fue traducida al inglés y muy leída en las academias militares estadounidenses. Y recomendada (�pero en 1915!) por el Ejército español. El episodio tuvo repercusiones literarias y cinematográficas: una novela de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March, Héroes de Filipinas, en la que se incluye el sitio de Baler; y una bastante buena película, sobria y poco triunfalista, Los últimos de Filipinas, de Antonio Román, de 1945. La edición de Historia 16, en su gran colección Crónicas de América, dirigida por Manuel Ballesteros Gaibrois, es del teniente coronel de Artillería Juan Batista, y se basa en la tercera edición de 1934. El libro se completa con documentos, croquis, dibujos y mapas.
PALOMO, José R.: Recollections of olden days, MARC Educational Series n.� 13, Guam Quincentennial Commision, University of Guam, 1992, 181 pp. Autobiografía del Dr. Palomo, a quien la Universidad de Guam concedió, en 1985, el título de Padre-Fundador, pues en su puesto de Director de educación en el Gobierno de Guam durante los años 1950 a 1951, impulsó y sentó las bases de lo que sería unos años después la espléndida realidad de dicho Centro Universitario, uno de los más importantes del Pacífico. Este libro es especialmente emotivo para un lector español. El autor es chamorro, nacido en Guam en 1905 pocos años después de la retirada de España de aquellos territorios, pero por aquellas fechas todavía no se habían producido los inevitables cambios que la ocupación norteamericana traería consigo. Por ello sus recuerdos �de los viejos tiempos� constituyen una verdadera delicia, ya que él mismo se esfuerza en rememorar los elementos de la cultura chamorra que vivió en su niñez, lo cual hace brotar la profunda huella que España había dejado allí. Además su gran conocimiento de nuestra lengua fue para él un factor de decisiva importancia durante toda su vida. Las descripciones que hace de la vida campesina a primeros de siglo son interesantísimas, pues nos introducen con gran sencillez pero con extraordinaria vivacidad en las costumbres, hábitos alimenticios, horarios, vida cultural y otros aspectos de la vida en Guam. Relata su vida en Estados Unidos, sus viajes, negocios, su obtención del título de Doctor en Filosofía con una tesis sobre literatura española, y en fin todas las vicisitudes de su larga existencia, en la que siempre actuó con honradez y decisión, según la norma que él mismo se fijó basada en un viejo refrán español que siempre le sirvió como guía: �el que no se atreve, no cruza el mar�. Esta obra está también patrocinada por la Comisión de Guam para el Quinto Centenario, y, desde luego, nos parece muy merecida su publicación como homenaje al fundador de la Universidad de Guam.
BIGGS, Bruce: English-Maori, Maori-English Dictionary, Auckland University Press, Auckland (Nueva Zelanda) 1990, 153 pp. El maorí es la lengua polinesia de los habitantes indígenas de Nueva Zelanda ya establecidos a la llegada de los europeos. Actualmente su número de hablantes oscila -según los diferentes cálculos- entre 70.000 y 100.000, lo que representa menos del 3% de la población total del país (unos 3.300.000 habitantes), cuya lengua oficial y general es el inglés. La composición étnica de Nueva Zelanda refleja que el 88% es de origen europeo, el 8,9% maorí, el 2,9% isleños del Pacífico y el 0,2% varios. Es decir, hoy, la mayoría de los maoríes sólo hablan inglés. Existe un Ministerio en el gobierno neozelandés encargado del desarrollo de la comunidad maorí. Con estos datos básicos -que he extraído de fuentes diversas- resultará más fácil valorar la publicación tan reciente de una obra sobre lo que ya es una clara minoría lingüística. [278] Este diccionario de bolsillo inglés-maorí está escrito por el profesor Bruce Biggs, uno de los principales estudiosos de esta lengua y autor también de Let's Learn Maori: a Guide to the Study of the Maori Language (�Aprendamos maorí: Guía para estudiar la lengua maorí�), editado en 1973. Ambos libros se complementan entre sí. El diccionario está concebido como una obra de consulta rápida, sencilla y práctica. Las equivalencias están dadas de forma muy concisa, sin datos añadidos -que serían muy útiles para el investigador, pero quizás no tanto para el público en general- como etimologías, ejemplos prácticos o definiciones más detalladas. Sí hay, en algunos casos, indicación de los nombres científicos de animales y plantas, así como abreviaturas sobre la parte de la oración a la que pertenece cada palabra maorí. Se incluyen unas 4.000 palabras, según declara el autor en la introducción, entre las que hay que contar algunas que no aparecen normalmente en los diccionarios de uso general: -nombres geográficos, como Ahitereiria 'Australia', Haina 'China' o Tiamana 'Alemania'. -variantes dialectales, como tipuna, forma del dialecto oriental de tupuna 'antepasado, abuelo'. -anglicismos, es decir, voces inglesas incorporadas al habla habitual de los maoríes, como los días de la semana (Mane < Monday 'lunes', Tuurei < Tuesday 'martes', etc.), los meses del año (Habuere < January 'enero', Pepuere < February 'febrero', etc.) y otras muchas más. El maorí tiene sólo diez consonantes: h, k, m, n, ng, p, r, t, w, wh. Nótese que dos de ellas usan un grafema compuesto, lo que es importante tener en cuenta a efectos de establecer el orden alfabético. Igualmente tiene diez vocales: las mismas cinco que en español (a, e, i, o, u) y sus equivalentes largas, que Biggs escribe como dobles (aa, ee, ii, oo, uu), aunque no influya esto en el orden alfabético, es decir, por ejemplo las palabras que empiecen por a o por aa deben buscarse en el mismo lugar. Esta forma de identificar las vocales largas es, quizás una de las ventajas más claras de este diccionario. Otros textos maoríes sencillamente no señalan si la vocal es larga o breve, o bien señalan la cantidad con una barra escrita encima de la vocal. La solución adoptada por Biggs es sencilla y no se presta a confusión. En la introducción se dan algunas pautas muy breves sobre la pronunciación (consonantes, vocales, diptongos y acentuación) y sobre el manejo del propio diccionario. Entre las palabras que se recogen merece la pena subrayar que está kaipuke 'barco', que se ha puesto como ejemplo de voz maorí que quizás proceda del español (en este caso, de buque), para demostrar que hubo un contacto entre maoríes y españoles antes de la llegada de los ingleses. Un estudio más profundo del vocabulario maorí podría llevar a interesantes conclusiones. Editado con esmero por la prestigiosa Universidad de Auckland -aunque impreso en Hong Kong-, este diccionario, dentro de su sencillez y concisión, constituye un elemento útil para todo el que quiera acercarse a esta lengua malayo-polinésica.
HOVDHAUGEN, Even, y otros: A Handbook of the Tokelauan Language, Norwegian University Press, The Institute for Comparative Research in Human Culture, Oslo 1989, 124 pp. Tenemos en nuestras manos la primera gramática completa de la lengua de Tokelau, territorio situado en el Pacífico sur y dependiente de Nueva Zelanda. El tokelauano es una lengua polinésica (dentro del grupo samoico, centrado en el samoano) hablada por unos 1.600 habitantes de ese archipiélago de tres atolones y por unos 3.600 tokelauanos que viven en Nueva Zelanda. Este libro es el resultado del trabajo realizado por tres lingüistas noruegos (Even Hovdhaugen, Ingjerd Hoëm y Arnfinn Muruvik Vonen) y una profesora tokelauana (Consulata Mahina Iosefo). El proyecto incluye la próxima aparición de una gramática escolar escrita en la lengua de las islas. En Tokelau la lengua materna de la mayoría de la población es el tokelauano, si bien casi todos aprenden el inglés en la escuela y el samoano en la iglesia. El inglés, por ser la lengua oficial de Nueva Zelanda, y el samoano por ser la lengua de las Biblias utilizadas desde el principio por protestantes y católicos. El tokelauano es una lengua muy semejante al samoano. En realidad, Samoa es en muchos aspectos el punto de referencia para Tokelau, además de ser el archipiélago más cercano, situado a 480 kms. hacia el sur. Basten algunos ejemplos: junto al dólar de Nueva Zelanda y la moneda de recuerdo acuñada en Tokelau, también circula el tala de Samoa Occidental; los protestantes tokelauanos (el 70% del total de la población, frente al 30% de católicos) dependen de la �Congregational Christian Church of Samoa�; e incluso la Oficina de Asuntos de Tokelau del gobierno neozelandés tiene su sede en Apia, capital de Samoa Occidental. Los autores de esta gramática explican por qué hablan del tokelauano como lengua independiente:
Dejando a un lado cualquier polémica sobre qué es una lengua y por qué dos formas semejantes en un caso son consideradas lenguas distintas y en otros casos son sólo dialectos de una lengua, lo que está claro es que esta gramática tiene como objetivo dotar a la población de Tokelau de unas normas escritas sobre su propia habla, diferenciándola de las demás. Sin duda, independientemente de hechos estrictamente lingüísticos, la historia influye decisivamente: Tokelau y Samoa han seguido evoluciones históricas diferentes y esto se refleja en ese sentimiento de ser dos pueblos diferentes al que aluden los autores. Aunque, además de la justificación político-sociológica, se echa de menos una explicación de las diferencias lingüísticas entre samoano y tokelauano, éstas pueden deducirse de varias páginas del libro. Así, donde el tokelauano tiene s, el samoano tiene h; y donde el tokelauano hay k, el samoano presenta la oclusión glotal: [280]
Los autores, sin embargo, señalan que algunos tokelaunos escriben y pronuncian la h como s. El libro se divide en 25 capítulos, que van desde conceptos básicos de carácter general, hasta puntos muy concretos de la lengua de Tokelau. El tokelauano tiene un sistema fonológico de diez consonantes (f, g, k, l, m, n, p, h, t, v) donde f y g son grafías para lo que en otras lenguas de la zona se escribe como wh y ng. Las vocales son cinco (a. e, i, o, u) y pueden ser largas y breves. Es decir, hay diez fonemas vocálicos, si bien esta diferencia fonológica no se refleja en la ortografía, lo cual no deja de ser un inconveniente grave para el que lee esta gramática sin saber tokelauano. La ortografía actual es fundamentalmente la utilizada por las comunidades protestantes, basada en el alfabeto samoano, frente a los católicos, que preferían el alfabeto maorí. De ahí las diferencias mencionadas (f en lugar de wh por ejemplo). La morfosintaxis constituye el grueso de esta obra. Las palabras y sus clases, las oraciones y su clasificación (verbales, nominales), así como prefijos, sufijos y reduplicación son algunos de los muchos asuntos que se estudian. Todo ello con numerosos ejemplos y con algunos árboles de análisis gramatical. Los autores no han querido complicar la gramática y han preferido hacer la descripción con un vocabulario que pueda ser fácilmente entendido por todos. Así, establecen las principales clases de palabras con contenido: nombres, verbos, pronombres, e interjecciones; y las clases de palabras gramaticales: preposiciones, artículos, demostrativos, palabras enfáticas y palabras gramaticales utilizadas en frases verbales (de tiempo, de negación, de dirección, etc.). Como pasa en otras lenguas polinésicas, el tokelauano tiene tres números -singular, dual y plural- y pronombres inclusivos y exclusivos. Los destinatarios de esta gramática son los propios tokelauanos que, como profesores o estudiantes de nivel superior, deseen conocer mejor su lengua. Sin embargo, también resulta de gran utilidad para todo el que quiera saber cómo es la lengua de Tokelau. Está escrita con claridad, con conceptos sencillos y explicaciones breves, quizás insuficientes para el lector especializado -al cual no va dirigida esta obra-. Se trata, en definitiva, de una aportación fundamental en el estudio de esta variedad lingüística y, por tanto, del conjunto de la familia malayo-polinésica.
Breton y el surrealismo En el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid se presentó la exposición titulada �Breton y el surrealismo�, concebida y organizada por el Museo Nacional de Arte Moderno, Centro Georges Pompidou, de París. Se inauguró el día 2 de octubre de 1991, clausurándose el 2 de diciembre. En los dos meses que permaneció abierta al público los aficionados al arte pudimos admirar la magnífica obra de André Breton (1896-1966), seleccionada perfectamente por los organizadores de la exposición. Para los estudiosos de las culturas del Pacífico, merecen resaltar la excelente colección de piezas indígenas austromelánidas y polinésicas. Unas pertenecieron al propio Bretón, y otras, aunque no siendo de su propiedad, le aportaron nuevas manifestaciones artísticas dentro de la revolución surrealista. Totems y máscaras, fetiches y esculturas, sirvieron a Bretón como libertad de ideas dentro del misterio a lo culto, estimulándole a nuevos descubrimientos creativos. Hemos anotado veintitrés artefactos relacionados con el Pacífico, más una postal, expuestos de la siguiente forma: Australia -Pinturas aborígenes australianas. Dos hombres �Mimi�, pintados de rojo sobre corteza de árbol. Museo Nacional de Artes Africanas y Oceanianas, París. -Pinturas aborígenes australianos. Representa a Narnarwon, genio del trueno. Museo Nacional de Artes Africanas y Oceanianas, París. Melanesia. Isla de Nueva Bretaña -Máscara ceremonial en tapa, fibra vegetal en la Brossonetia papyrifera, pintada. Museo Nacional de Etnología, París. Nueva Guinea -Adorno de flauta Mundugumor. En madera, con granos, cabellos humanos, ojos y pendientes de nácar. Museo del Hombre, París. -Korwar. En madera. Figura antropomorfa, con un brazo levantado. Pertenecía a Bretón, ahora en una colección particular. -Korwar. En madera. Figura antropomorfa con niño. Antigua colección de Breton y actualmente en una colección particular. -Máscara del Bajo-Sepik. En madera, esculpida y pintada. Museo Nacional de Artes Africanas y Oceanianas, París. -Escudo asmat. En madera, tallada y pintada. Antigua colección de Breton, ahora en colec. part. -Escudo del Maprik. En madera, pintado. Antigua colec. Breton; colec. part. Islas de Trobriand o Kiriwina -Escudo de danza. En madera, grabado y pintado, decoración similar a los de la provincia de Massim. Antigua colec. Breton; colec. part. [282] Islas de Nueva Irlanda -Escultura funeraria �Malanggan�. En madera policromada. Museo del Hombre, París. -Guerrero Uli. En madera, pintada y adornada de conchas. Antigua colec. Breton; colec. part. -Máscara. En madera, esculpida y pintada, con adornos de concha. Antigua colec. Breton; colec. part. -Máscara de danza Tatanua o Miteno. En madera, policromada, con cabello simulado de fibra de estopa de coco, trenzada a unos junquillos que dan forma de casco a la cabellera. Museo del Hombre, París. Islas Salomón (Isla Santa Ana) -Proa de canoa. Representación del dios Karemanua, hombre-tiburón. En madera pintada. Antigua colec. Breton; colec. part. Vanuatu (antes Nuevas Hébridas) -Piedra mágica. Pintada con gran policromía. Antigua colec. Breton; colec. part. Polinesia. Islas Hawaii -Collar �lei niho palahoa�. Adorno para las personas de alto rango, llamados ali'i, hecho de cabellos humanos finamente trenzados y atados a una cuerda, con una especie de garfio o gancho de marfil. Antigua colec. Breton; colec. part. -Postal con rostro hecho de plumas. La figura que aparece corresponde al dios de la guerra hawaiiano Kuka'ilimoku. La tarjeta postal fue enviada por André Gide a André Breton en 1918. Colec. part. Islas Marquesas -Maza. Denominada u'u. En madera de toa (Casuarina equisetifolia). Antigua colec. Breton; colec. part. Isla de Pascua (Rapa-Nui) -Moái paa-paa. En madera, con doble cabeza, el pelo bien realizado en relieve y las caras con aspecto masculino, resaltando la perilla en ambas y la clavícula ivi-réi en la parte superior de su tronco. Colec. J. J. Lebel, París. - Moái kava-kava. En madera, figura antropomorfa con las costillas bien resaltadas. Museo del Hombre, París. -Moko, hombre-lagarto. Antigua colección Breton: colec. part. - Rei-míro. Madera de toromíro (Sophora toromiro). Pectoral en forma de media luna. Antigua colec. Breton; colec. particular. Como decíamos, una muy bien cuidada y detallada exposición, dirigida en Madrid por Dominique Bozo y coordinada por Susana Martínez Garrido. Ambas demostraron su gran profesionalidad en el perfecto despliegue de objetos expuestos [283] al público, reconstruyendo de una forma simple, pero concreta, lo que influyó en André Breton a seguir el automatismo puramente psíquico, mediante el cual pretendía expresar con su obra el proceso de su pensamiento.
ORTIZ ARMENGOL, Pedro: Pasyon filipina del Hermano Pulé. Historias viejas de Manila, Ediciones Otero, Madrid 1992, 385 pp. Ortiz Armengol es un escritor de talento, de prosa densa y reflexiva, de estilo elegante y castizo, y de amplísima cultura histórica y literaria. Todo ello se refleja en esta obra, segundo volumen de sus Historias viejas de Manila, en la que continúa la narración de algunos de los sucesos ocurridos en Filipinas durante el siglo XIX y que culminaron con el final de la presencia española en el Archipiélago. Centrándose en la figura de Apolinario de la Cruz, fundador y cabeza de una incipiente secta seudo-religiosa, que sostuvo una rebelión tagala en la región de Tayabas de 1841 a 1843, el autor nos relata los hechos acaecidos basándose en documentos inéditos o poco conocidos. Sin embargo, pese al carácter histórico de la narración, lo importante es la forma con que Ortiz Armengol nos introduce en la vida y en los personajes de aquella época, y la maestría con la que reconstruye su ambiente y vicisitudes. En los diálogos de los distintos protagonistas de la trama aparece el profundo conocimiento histórico y experimental que el autor tiene de Filipinas, lo cual permite presentar una serie de cuestiones de gran importancia para comprender la historia de ese país. Además, señala, como de pasada, muchos puntos que se convierten en verdaderos indicadores para futuras investigaciones sobre la presencia española en aquellas regiones. Como una pequeña muestra de esto que comentamos, citamos una serie de observaciones que abarcan desde descripciones de paisajes hasta anotaciones menudas sobre la idiosincrasia del pueblo filipino, junto con datos históricos imprescindibles para poder estudiar aquellos años conflictivos. Vemos, por ejemplo, la importantísima labor de las órdenes religiosas, especialmente la de los párrocos de los pueblos cuya actuación era fundamental para la estabilidad de la tierra y para la permanencia de España. El orden y productividad de las haciendas en manos de religiosos, especialmente las de los Agustinos, los mejores administradores y los mejores constructores, según el decir popular. Las obras de riego, puentes, caminos, templos, etc., que todas las órdenes llevaron a cabo en lugares insospechados e inhóspitos producen aún asombro; y como dice uno de los personajes de la narración: �que en los pueblos donde hay fraile no hay ladrones y donde no lo hay se roba, se mata y se peca de mil maneras, el fraile es la clave del arco que sostiene a este pueblo de Filipinas y si falla en su función se viene el edificio a tierra�. También las pequeñas rivalidades entre las órdenes ponían de relieve inevitables deficiencias humanas, más que nada porque cada una de ellas tenía su propia tradición histórica y características peculiares derivadas del orden social y cultural de sus miembros. Tal vez el problema más grave era la formación de futuros clérigos indígenas, asunto difícil y fuente de encontradas opiniones y de una triste cadena de resentimientos y complejos que tuvo un mal fin. De gran belleza son las descripciones que sobre los imponentes y poco divulgados [284] paisajes filipinos nos ofrece Ortiz Armengol; la grandeza del macizo del Banajao y de sus montes vecinos, con la laguna Bay a sus pies; el misterio del lago Maicap; la riqueza en maderas de extraordinaria calidad, y, sobre todo, cuando la lluvia cesaba, las grandiosas vistas que abarcaban el Pacífico, etc. Muchísimos temas se abordan y se insinúan a lo largo de la narración que, por su interés, deberían servir para posteriores estudios más detallados: la importancia de los chinos y su influencia; el contrabando en las islas; las tribus de los negritos; la psicología de los mestizos; ciertas costumbres y modales de los tagalos, como el movimiento de labios en forma de trompetilla, los golpes en los muslos al reírse, su hospitalidad, las supersticiones, el uso de mascar buyo, sus cofradías, su indefinible edad como característica de la raza malaya; la rotundidad fonética de la lengua tagala; las leyendas de los campesinos; la capacidad de aguante del pueblo; y, en fin, muchos otros detalles que el conocimiento y la capacidad de observación del autor nos dan a conocer. Una página impresionante la constituye la descripción de la �noche malaya� o �noche del terror y la superstición�, con la momentánea apoteosis del hermano Apolinario entre sus fieles en el recinto de un cementerio, y el reparto de los anting-anting o �detente balas� a sus fanáticos y enloquecidos seguidores. Curiosas ceremonias que con invocaciones del ritual católico se remontaban a costumbres y ritos ancestrales. También en boca de los personajes de la narración, en sus densos diálogos, hay críticas contra muchos de los funcionarios que enviaba el gobierno desde España, quienes adolecían de falta de experiencia y de verdadero interés por aquella tierra, enfrentándose con los religiosos que eran los que en realidad sabían lo que ocurría. Lugar importante para estas discusiones eran las abundantes tertulias de Manila que Ortiz Armengol esboza admirablemente. Poco a poco, a través de conversaciones y diálogos, e, incluso, monólogos, los protagonistas de la narración van exponiendo las ideas y opiniones que iban conformando el ambiente de aquellos años, cercanos ya a la explosión nacionalista de fin de siglo: el deseo filipino de ser igual al español; la ayuda extranjera en algunas rebeliones locales; las acusaciones contra la masonería; la �clasificación� de los ciudadanos según fidelidad a España; el siempre peligroso asunto de los rencores raciales; y, sobre todo, la tendencia �independentista� del clero indígena que, en cierto sentido, afloraba ya en Apolinario de la Cruz y que culminaría, años más tarde, en Gregorio Aglipay y su Iglesia Filipina. Finalmente se describen los acontecimientos postreros: la muerte de Pulé; las represalias contra los sublevados; la reacción popular, y una serie de acontecimientos, históricamente poco claros, en los que estaban involucrados una serie de personas no tagalas y cuya intervención en los sucesos queda todavía en entredicho. Ortiz Armengol se lamenta, con razón, del pésimo estado de conservación de muchos de los documentos existentes en los archivos filipinos, lo cual le ha impedido esclarecer parte de toda esta complicada rebelión. Brevemente se da cuenta de la revuelta del Regimiento de Malate, cuestión relacionada estrechamente con los sucesos anteriores, y se comenta con ironía el informe del Gobernador, el General Oraa, a las autoridades de la Península. El autor reprocha el bizantinismo, y, por qué no decirlo, la hipocresía en los informes y relaciones que se dieron sobre todo este complicado caso. En resumen, otro magistral trabajo de Ortiz Armengol, escrito con rigurosidad, con honradez y honestidad de criterio, y, principalmente, con su tradicional amor [285] a la verdad histórica que le convierte en ejemplo para todos aquellos que quieran conocer la realidad, sin tópicos, de lo sucedido en las entrañables islas del Poniente.
Noticias[289] Jornadas Internacionales sobre la Expedición Malaspina (1789-1794), 17-25 de septiembre de 1992. Madrid-Cabra-Cádiz-La Coruña. Con el patrocinio de la Comisión Nacional Quinto Centenario y otras catorce instituciones y empresas, sesenta especialistas de doce países se reunieron entre los días 17 y 25 de septiembre en cuatro ciudades españolas para conmemorar el bicentenario de la expedición que el marino italiano Alessandro Malaspina dirigió, al mando de dos corbetas de la Corona española, a la costa occidental de América y a Oceanía. La Expedición Malaspina duró 62 meses y es una de las misiones científicas más relevantes del siglo. Cuando, en 1789, las corbetas Descubierta y Atrevida zarparon de Cádiz, aún se hallaban en el poder muchos de los ministros del recientemente fallecido Carlos III. Cinco años más tarde, al regreso de la expedición, España estaba gobernada por Manuel Godoy, todopoderoso ministro de Estado de Carlos IV. Antes de que transcurriera un año, Malaspina se había convertido en el inspirador de una conspiración destinada a derribar a Godoy y sustituirle por el duque de Alba. Descubierto el complot, el capitán de navío Malaspina fue juzgado, condenado a diez años de prisión y encerrado en el castillo de San Antón, en La Coruña, del que no saldría hasta pasado seis años. Las Jornadas Internacionales sobre la Expedición Malaspina fueron inauguradas el día 17 de septiembre. Una lista de 39 altos cargos de la Administración y nombres del mundo empresarial figuraban en el comité de honor de las Jornadas, mientras que el comité científico estaba formado por 18 representantes ilustres del mundo académico. La organización del evento fue posible gracias al apoyo de 17 instituciones colaboradoras y 15 instituciones y empresas patrocinadoras, encabezadas por la Comisión Nacional Quinto Centenario. En su primera fase, que tuvo lugar en Madrid, las Jornadas se celebraron en el Real Jardín Botánico, donde se hallan depositadas las colecciones botánicas de la expedición Malaspina, e incluyeron una visita al Museo Naval, donde se conserva la mayor parte de los fondos documentales de la expedición. Después de una visita al Archivo General de Marina �Álvaro de Bazán� en El Viso del Marqués (Ciudad Real), los participantes recalaron en la localidad cordobesa de Cabra, para asistir a la clausura de unas jornadas en memoria del marino [290] Dionisio Alcalá Galiano, nacido en esta localidad, participante en la expedición Malaspina y explorador de los estrechos de Magallanes (1785 y 1788) y Juan de Fuca (1792), en los extremos sur y norte de América, respectivamente. Coincidiendo con el bicentenario de la última de estas expediciones y por iniciativa del Círculo de la Amistad y del Ayuntamiento de Cabra, la localidad cordobesa se hermanó con la isla de Galiano, en Canadá. Ya en Cádiz, tuvieron lugar en el salón de grados de la Facultad de Medicina dos intensas jornadas de comunicaciones divididas en tres apartados -Medicina y Sanidad, Geografía y Cartografía, y Biografías-, puntuadas por visitas a lugares que evocan el paso de Malaspina por el puerto y la bahía gaditanos y ofrendas florales en su honor y en el de Alcalá Galiano, caído luego en la batalla de Trafalgar. Desde Cádiz, las Jornadas dieron un salto hasta La Coruña, lugar donde Malaspina estuvo en prisión. El Pazo de Mariñán, hermosa residencia señorial perteneciente hoy a la Diputación Provincial, acogió a los congresistas y fue escenario de sus potencias y debates durante dos días. El agregado cultural de la Embajada de Italia en nuestro país y el alcalde de Mulazzo, pueblo natal de Malaspina, inauguraron la biblioteca y el Centro Malaspina en el mismo castillo que sirvió de prisión al marino italiano y que hoy es sede del Museo Arqueológico Provincial. Entre los participantes en las Jornadas, procedentes de doce países y representantes de prestigiosas instituciones académicas y científicas, cabe citar a Alexander Malaspina, descendiente del marino homenajeado en las Jornadas y presidente del International Life Sciences Institute, de Washington (Estados Unidos). Su presencia fue un aliciente más en unas sesiones que, a juzgar por la cantidad y la amplitud de las contribuciones anunciadas, hicieron justicia, doscientos años después, a una expedición naval y científica aún mal conocida, pese a ser una de las más interesantes de las numerosas misiones de este tipo realizadas bajo pabellón español a lo largo del siglo XVIII. En recuerdo de Bonechea (Bonetxea) A principios de mayo de 1992, una delegación del gobierno vasco, presidida por el director de difusión cultural, Eusebio Larrañaga, y el alcalde de Guetaria, Mariano Camio, se desplazó a Tahití para hacer entrega de una placa al alcalde de Tautira, Tutaha Salmon, en presencia de representantes del gobierno francés del territorio, Michel Buillart y Édouard Fritch, recordando la estancia en Tahití del marino de Guetaria. Domingo de Bonechea e Iríbar, en los años 1772, 73, 74 y 75, descubridor de varias islas de la Polinesia y que falleció en Tautira en 1775. La placa metálica conmemorativa se colocó en la pared y junto a la entrada de la iglesia católica de dicho lugar. La leyenda en letras en relieve recogía en cuatro idiomas (tahitiano, francés, euskera y castellano) lo siguiente: [291]
Los estudiosos del Pacífico agradecemos este sentimental recuerdo del marino Bonechea, que navegó por los mares del sur visitando la hermosa isla tahitiana en dos ocasiones. Valoramos positivamente la iniciativa del periodista José Manuel Ibarrola, que contribuyó de forma notable para que en Tautira tuviera una placa el insigne marino y capitán de fragata Domingo de Bonetxea, que sirvió a la Armada española durante cuarenta y tres años. Isla �SALAS Y GÓMEZ� En el Diario Oficial de la República de Chile, del viernes 14 de agosto de 1992, aparece el decreto del 4.4.1991 en el que se establece la verdadera denominación de la isla de Sala y Gómez, que es isla �SALAS Y GÓMEZ�. El decreto dice así: Artículo primero: Establécese que el verdadero nombre de la Isla conocida como �Salas y Gómez�, ubicada en la latitud 26� 28' 17'' S. y longitud 105� 21'55'' W., comuna de Isla de Pascua, Provincia del mismo nombre, V Región de Valparaíso, es Isla �Salas y Gómez�. Artículo segundo: La denominación Isla �Salas y Gómez� deberá utilizarse en todo documento oficial que se refiera a dicha Isla, debiendo, además, entenderse rectificados, en el mismo sentido, los documentos anteriores que le dieron una denominación errónea. Como saben nuestros lectores, fue descubierta el 23 de agosto de 1793 por el pilo español don José Salas Valdés, siendo redescubierta unos años después por el capitán y piloto de la fragata corsaria Víctor, don José Manuel Gómez, el 18 ó 19 de octubre de 1805. La unión de los apellidos de los dos primeros marinos europeos que divisaron la isla �Salas y Gómez� es el nombre correcto y que se utilizó en un principio en los mapas; más tarde, y por ello, se suprimió la s de Salas, indicando, además, algunos autores que el descubridor fue un marino de estos apellidos. Gracias a nuestras investigaciones publicadas por la Revista de Historia Naval, de Madrid, año IV, 1986, n.� 12, pp. 83-92, con el título �Salas y Gómez, una isla chilena en el Océano Pacífico�, y a la labor del actual Almirante de la Armada chilena, Excmo. Sr. D. Jorge Martínez Bush, se restituye la verdadera denominación y se hace justicia a los marinos que la descubrieron. �El Galeón de Manila� El 16 de Octubre de 1992 y en la Casa de América de Madrid, tuvo lugar la presentación del libro �El Galeón de Manila�, primera traducción al español de la famosa obra de William Lytle SCHURZ escrita en 1939, y, que, incomprensiblemente, todavía no había sido vertida en nuestra lengua. [292] La traducción se debe a Pedro Ortiz Armengol, y el prólogo, las notas y detalles complementarios a Leoncio Cabrero, ambos miembros de la Asociación Española de Estudios del Pacífico, quienes han llevado a cabo un trabajo inmejorable. Entre los dos presentan sucesivamente la obra, con eruditas y amplias explicaciones, dando a conocer las circunstancias en que apareció, sus características, la personalidad de su autor y la importancia de su contenido para conocer el tráfico y todo el entorno de aquella famosa ruta. En un próximo número de nuestra Revista daremos la oportuna reseña de esta publicación. El acto comenzó con unas palabras del Director de la Casa de América Don Miguel Ángel Arias, y fue clausurado por el Embajador de Filipinas en España Don Juan José Rocha. El público asistente rebasó ampliamente la capacidad del Salón Bolívar donde se celebró el acto. Por último en la Sala Manila se expusieron los numerosos trabajos que sobre Filipinas y el Pacífico han realizado los Sres. Ortiz Armengol y Cabrero. Presentación de la Revista Española del Pacífico El pasado 24 de Marzo tuvo lugar en el Colegio Mayor Nuestra Señora de África, la presentación de la Revista Española del Pacífico. El acto fue presidido por D. Fernando Riquelme, Director General del Instituto de Cooperación para el Desarrollo. Intervinieron también, D. Francisco Utray, Presidente de la A.E.E.P., y D. Olegario Negrín, Director del Colegio. Los Sres. Caranci y Porras (director y subdirector, respectivamente, de la Revista) respondieron a las preguntas de los numerosos asistentes.
[293] �El Extremo Oriente Ibérico�Más de cuatro años después del I Simposium Internacional sobre �El Extremo Oriente Ibérico�, celebrado en 1988, se convoca ahora el II para el mes de abril de 1993, patrocinado también por el Departamento de Historia de América y Filipinas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El I, de carácter introductorio, se centro en la �Metodología, fuentes y estado de la cuestión�. Este II tiene, pese a su amplitud, un carácter monográfico, como refleja su título general: �El Extremo Oriente Ibérico. Culturas autóctonas y colonizaciones: éxitos y fracasos�. El Comité Organizador está formado por Leoncio Cabrero (Departamento de Historia de América, Universidad Complutense de Madrid), José U. Martínez Carreras (Dpto. de Historia Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid), Francisco de Solano (Dpto. de Historia de América, Centro de Estudios Históricos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas) e Inácio Guerreiro (Instituto de Investigación Científica Tropical de Lisboa). La Secretaría la componen Belén Pozuelo y Luis E. Togores (Madrid), Belén Bañas (Manila) y Florentino Rodao (Tokyo). Asociación Asiática de Hispanistas. III Congreso del 8 al 10 de enero de 1993, en Tokio. Esta Asociación fue fundada en Seúl en 1985, con el fin de difundir la lengua española y la cultura hispánica en el Continente Asiático. Fue aprobado entonces unánimemente la celebración de congresos internacionales cada tres años, considerándose que serían una ocasión magnífica para el intercambio intelectual entre los hispanistas de Asia y para el mutuo conocimiento, a nivel continental e internacional, de las tareas personales e institucionales en pro del hispanismo. El primer Congreso se celebro en Seúl en agosto de 1985; el segundo en Manila en enero de 1989. La temática de este tercer Congreso será: Asia en el Quinto Centenario del Descubrimiento, esperándose la asistencia de más de 300 hispanistas. Novena Conferencia de la Asociación de Historia del Pacífico (Pacific History Association). Del 2 al 5 de diciembre de 1992, en la Universidad de Canterbury, Christchurch (Nueva Zelanda). La temática de la Conferencia será Conflict and Continuities. Se ha elegido este amplio apartado para dar cabida a la gran cantidad de problemas que, debido a numerosos cambios y acontecimientos históricos, han surgido en el Pacífico durante este siglo. Por ello las Ponencias serán muy variadas: religión desarrollo y dependencia económica; medio ambiente; inmigración; educación; cultura; trabajo; cinematografía, etc. [294] Boletín de Historia Marítima y Naval n.� 1, junio 1992 En noviembre de 1991 tuvo lugar en la Escuela Naval de Perú, en el puerto de El Callao, el Primer Simposio de Historia Marítima y Naval Iberoamericana, organizado por el Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú y la Dirección de Intereses Marítimos de la Marina de Guerra del Perú. Este evento se llevó a cabo en el marco del Bicentenario de la creación de la Capitanía del Puerto del Callao y de la Academia Real Náutica de Lima, origen de las actuales Escuela Naval y Escuela Nacional de Marina Mercante del Perú. Dado el éxito del Simposio, se acordó repetirlo periódicamente en diversos lugares del amplio mundo iberoamericano. Así surgió la idea de crear un organismo que velara por la continuidad de esta iniciativa, dando origen a la Secretaría Permanente del Simposio de Historia Marítima y Naval Iberoamericana, dirigida por Eduardo Dargent Chamot y Jorge Ortiz Sotelo. Con este motivo se está editando un Boletín semestral, cuyo primer número ha aparecido en junio de este año, con noticias sobre los futuros Simposios (el próximo se celebrará en Valparaíso en 1993), así como otros eventos del mismo género, y directorios de investigadores individuales y colectivos interesados en los mismos temas. |
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