04-08-2015  (3686 ) Categoria: Articles

Embajada japonesa en México, 1613-1614

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En 1613, un embajador japonés zarpó de Sendai rumbo a Nueva España. El cronista Diego Francisco Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin registró en su Diario la llegada de estos emisarios a la capital del virreinato. Miguel León-Portilla recoge los antecedentes de este episodio, y traduce del náhuatl los fragmentos en los que el cronista consigna los primeros contactos entre Japón y México.

Capítulo poco conocido de nuestra historia es el que habla de la temprana llegada de dos grupos de japoneses a principios del siglo XVII. Primero fue la venida de un buen número de japoneses interesados en conocer las técnicas desarrolladas en México para el beneficio de la plata. Ello ocurrió en 1610. La segunda fue en realidad una embajada, la primerísima que salió del Japón con destino a un país fuera del Asia. Ella salió en noviembre de 1613 y llegó a Acapulco a principios de 1614. Continuó luego, para embarcarse en Veracruz rumbo a España y finalmente estuvo en Roma.

Existe documentación relativamente amplia, sobre todo acerca de la embajada. Y no sólo hay documentación en japonés y en español y, contra lo que pudiera sospecharse, también la hay en náhuatl, la más hablada de las lenguas indígenas de México.

Esta última se halla en el Diario que fue escribiendo el cronista Diego Francisco Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, oriundo de Amecameca, donde nació en 1579. Esa tan interesante documentación, escrita en las lenguas de quienes participaron en tales contactos, incluyendo por supuesto los testimonios en japonés, ha sido objeto de no pocos estudios.

Al cumplirse ahora los cuatrocientos años de la llegada de la embajada procedente de Sendai, al frente de la cual venía el noble japonés Hasekura Tsunenaga, pienso que es de interés recordarla a modo de conmemoración. Podrá contribuir ésta a fortalecer las relaciones culturales y de otras índoles entre México y Japón. Podría decirse que uno y otro país son “pueblos del sol”, como llamó Alfonso Caso a los antiguos mexicanos, y al imperio nipón suele llamársele “tierra del sol naciente”.

No es mi propósito recrear aquí la serie de acontecimientos en relación con los cuales llegaron a México esos dos grupos de japoneses. Mi intención es ofrecer la traducción que he preparado al español de lo que registró Chimalpahin acerca de esto. Como es obvio, dicha traducción estará enmarcada en la recordación de aquello que permita apreciar mejor lo que entonces ocurrió, así como el significado de ello.

Para facilitar una adecuada valoración del mismo, daré primero escueta información acerca del cronista indígena. Enseguida esbozaré el contexto histórico en el cual se hicieron presentes en México los dos referidos grupos de japones, como entonces se llamaba a los japoneses.

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Hasekura Tsunenaga en Roma, por Claude Deruet, siglo XVII
©Wikicommons

NOTICIA BIOGRÁFICA DE CHIMALPAHIN

Nació este famoso cronista en el pueblo de Amequemecan, conocido hoy como Amecameca, en la antigua provincia de Chalco, durante la noche del 26 al 27 de mayo de 1579. Era él descendiente de la nobleza nativa de esta región. Su nombre completo, bastante largo por cierto, fue el de Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin.

El propio Chimalpahin proporciona en su Diario y en las Relaciones históricas que escribió en náhuatl numerosos datos que permiten reconstruir lo más sobresaliente a lo largo de su vida. Hasta el presente no se ha publicado, con el detalle que se merece, una biografía del mismo. Existen, sin embargo, algunas notas biográficas que acompañan a las principales ediciones de la obra de Chimalpahin, principalmente de sus Relaciones históricas.

Hacia los quince años de edad se trasladó Chimalpahin a la Ciudad de México y en ella se dedicó, en calidad de “donado”, a coadyuvar en los quehaceres religiosos de la iglesia de San Antonio Abad. Es probable que haya sido allí donde se despertara su afán por el estudio y la investigación de la historia, tanto la relacionada con su patria chica, el antiguo señorío de Chalco, como la del México indígena en general, sin descuidar las relaciones de éste con el Viejo Mundo a partir del contacto con los españoles. A lo largo de su vida pudo así disponer ocho amplias Relaciones en lengua náhuatl, algunos otros escritos en castellano, así como el que se conoce como su Diario en el que recogió, como ya se dijo, una gran variedad de noticias.

Las ocho Relaciones en náhuatl, o como el propio Chimalpahin las designó, las “Diferentes historias originales”, fueron preparadas gracias a la consulta de varios códices o antiguos libros de pinturas y asimismo tomando en cuenta el testimonio de la tradición oral.

La presencia de los japoneses en México interesó sin duda a nuestro cronista. De ello dan prueba los abundantes párrafos que le dedicó. Chimalpahin se muestra incluso informado, hasta cierto punto, acerca de los antecedentes que explicaban la venida de esos dos grupos de japoneses. Si todo lo que consigna sobre esos extranjeros es digno de notarse, las descripciones que ofrece de los atavíos y modo de ser de los japones merece particular valoración desde el punto de vista de los contactos y apreciaciones interculturales.

Chimalpahin, que fue conocedor de dos formas de historiografía, la de tradición indígena mexicana y la de origen europeo, es al lado de otros cronistas también nativos autor de una amplia obra que en la actualidad recibe cada vez mayor atención.

EL CONTEXTO HISTÓRICO EN QUE OCURRIERON LAS DOS VENIDAS DE LOS JAPONESES A MÉXICO EN 1610 Y 1613-1614

A principios de 1607 había muerto en Manila el gobernador español de las Islas Filipinas, don Pedro de Acuña. Correspondió entonces al virrey de la Nueva España, don Luis de Velasco el segundo, dar cumplimiento a una real orden en virtud de la cual debía nombrar un gobernante interino. El virrey De Velasco se fijó entonces para la gobernación interina en un sobrino suyo por parte de su mujer, don Rodrigo de Vivero y Aberrucia, que por ese tiempo se ocupaba en la administración de la Nueva Vizcaya.

Tal nombramiento, aunque fuese con carácter de interino, no dejaba de tener grande importancia. La presencia de España en las Filipinas implicaba en realidad un gran cúmulo de ventajas pero también innumerables problemas. Mucho se había complicado la situación en las llamadas Indias Orientales por la molesta aparición sobre todo de ingleses y holandeses. Por lo que tocaba a los portugueses, su actuación, al menos en teoría, debía de estar ya subordinada a los intereses de la corona española, puesto que por esos años, desde finales del reinado de Felipe II, se habían unificado los reinos portugués y español.

La actividad misionera, en especial de jesuitas y franciscanos, que ansiaban cristianizar la China y el Japón, se veía muchas veces enmarañada con los propósitos expansionistas del imperio español o por lo menos con sus crecientes intereses comerciales en el Asia. De modo particular con respecto al Japón cabe recordar que, desde varias décadas antes, los jesuitas habían penetrado en él. En efecto, el célebre Francisco Xavier, acompañado de Cosme de Torres, Juan Fernández y del japonés Andyiro, había entrado en la provincia de Satsuma en 1549. Extendiendo su penetración misionera, con el apoyo de los portugueses que buscaban firmes relaciones comerciales con Japón, los jesuitas, cuyo número se incrementó, llegaron a ejercer grande influencia. Entre otras cosas habían logrado la conversión al cristianismo de un considerable número de personas, entre ellas la de varios nobles y algunos daimios, gobernantes de provincias.

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Sebastián Vizcaíno en un grabado del siglo XVII
©Wikicommons

Sin embargo, en la década de 1580, cuando se había consolidado ya la prepotencia de Jideyoshi, el hombre que había concluido la reunificación del Japón, ocurrieron cambios que trastornaron la ventajosa situación en que se encontraban los jesuitas y los comerciantes portugueses. Constituido Jideyoshi en Kampaku, “regente imperial” —siendo emperador Goyosei— puso particular empeño en someter a los daimios que hasta entonces se mantenían más o menos independientes al modo de señores feudales. A la luz de tal empeño impulsó un nuevo nacionalismo, factor clave en la unificación bajo el poder imperial.

Las actividades de los jesuitas que, predicando una religión extranjera, dividían al Japón, fueron entonces consideradas como intromisión perniciosa. Así, en julio de 1585, Jideyoshi expidió un primer decreto ordenando la expulsión de todos los religiosos cristianos. Tal medida no implicó el propósito de romper las relaciones de carácter comercial con los portugueses. De hecho, continuó la presencia de mercaderes portugueses, y asimismo de algunos jesuitas, en el puerto de Nagasaki.

LAS RELACIONES CON LOS ESPAÑOLES DE FILIPINAS

Para valorar mejor los hechos que condujeron a las dos visitas de japoneses a la Nueva España, en 1610 y 1613-1614, es necesario atender ahora a los contactos entre japoneses y los españoles de Filipinas. Un doble juego de intereses fue el resorte que propició dichos contactos.

Sabían los españoles acerca de la entrada que habían hecho allí los jesuitas apoyados por los portugueses. Ahora importaba que franciscanos y miembros de otras órdenes mendicantes fueran enviados por obra de España.

Por otra parte, o sea, desde el lado de Japón, algunos daimios o gobernantes provinciales habían mostrado ya interés en traficar con Filipinas y aun habían enviado con tal propósito representantes suyos a Manila. De mucha mayor importancia era la actividad emprendida a este respecto por Jideyoshi, constituido, como se dijo, Kampaku, “regente imperial”, título al que añadió pronto el nuevo nombre de familia, Toyotomi, “vasallo de la abundancia”, otorgado por el emperador. Jideyoshi envió una embajada a Manila en 1592, asumiendo la postura de quien se consideraba como predestinado a extender los dominios del Japón. Por tanto, demandaba a los españoles de Filipinas el pago de tributos.

Nuevas embajadas, una para responder, ordenada por el gobernador de Filipinas, y otra, con una actitud más velada, que zarpó de nuevo con rumbo a Manila por órdenes de Jideyoshi, tuvieron como principal consecuencia un acrecentado recelo de los españoles y aun el temor de una invasión japonesa en las Filipinas.

NUEVOS CONTACTOS Y EL NAUFRAGIO DE DON RODRIGO DE VIVERO EN 1603

En 1598 fallecieron Jideyoshi, el Kampaku, regente imperial, que consumó la reunificación del Japón y Felipe II, el celoso monarca español en cuyo reinado la península ibérica (incluido Portugal) con sus enormes dominios en los cinco continentes quedaron también unificados. A la muerte de Jideyoshi siguió el encumbramiento de Ieyasu. Este personaje, por medio de astucia y valor, había ido ascendiendo a rangos cada vez más elevados, hasta convertirse en estrecho colaborador de Jideyoshi. Al faltar éste, hubo de actuar aun con mayor sagacidad y decisión. Así se sobrepuso a quienes pretendían otra forma de sucesión en un vástago de Yoshifusa, que había sido adoptado como hijo por Jideyoshi.

El encumbramiento de Ieyasu, vencidas las resistencias incluso por las armas, culminó con su traslado a Edo (Tokio), la capital del Este, y su reconocimiento como shogun, título de antiguo origen que le fue otorgado en la corte imperial. El título de shogun (sei-i tai-shogun), cuya significación original es la de “gran general que somete a los bárbaros”, adquirió luego el sentido de “dictador militar” en el régimen imperial.

Ieyasu reinició los acercamientos con el gobierno español de Filipinas. Centrado su interés en las transacciones comerciales, concedió cierta tolerancia a las limitadas formas de actuación no ya sólo de los jesuitas de Nagasaki sino aun de algunos franciscanos españoles. Tan sólo la presencia de los holandeses, que habían iniciado la ocupación de las Molucas y entraban ya en tratos con Japón, se ofrecía a los españoles como gran inconveniente.

En ese contexto, al morir en Manila en 1607 el gobernador Pedro de Acuña, el virrey Luis de Velasco el segundo nombró un interino para dicho cargo. La designación recayó en el ya mencionado Rodrigo de Vivero. Éste ocupó dicho puesto desde su llegada a Manila en junio de 1608 hasta el arribo del gobernador nombrado en definitiva, Juan de Silva, que desembarcó en Manila el 20 de abril de 1609. Vivero se dispuso entonces a regresar a México, en busca de armas y municiones que mucho se requerían en Filipinas.

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Grabado de diplomáticos japoneses en el siglo XVI
©Wikicommons

A bordo del San Francisco y acompañado del galeón Santa Ana, zarpó Vivero con rumbo a Acapulco el 25 de julio del mismo año de 1609. Una tempestad separó a las dos embarcaciones. El Santa Ana alcanzó a refugiarse en un puerto de Bungo. El San Francisco, en cambio, zozobró, no lejos de Satsuma, al sur de Edo.

Lo más sobresaliente de lo que ocurrió a Rodrigo de Vivero y a los otros sobrevivientes del naufragio relativamente pronto llegó a conocerse en México. El conducto fue el galeón Santa Ana que se había refugiado en Bungo y que fue despachado por Vivero, en tanto que él permaneció algunos meses en Japón.

Así se divulgó en la capital de la Nueva España la noticia del naufragio de Vivero, tal y como lo encontramos referido en el texto que aquí se publica del diario en náhuatl del cronista Chimalpahin.

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VIAJE DEL PRIMER GRUPO DE JAPONESES A MÉXICO

Tal como lo consignó Chimalpahin, el ex gobernador de Filipinas fue bien recibido por los japoneses y pudo entrevistarse con Ieyasu en Edo. El propio Vivero dejó testimonio de todo ello en su “Carta escrita al Rey, sobre el Japón”, fechada el 27 de octubre de 1610. De gran importancia fueron, entre otras cosas, las capitulaciones que celebró él con el gobierno japonés y que implicaban el establecimiento de un depósito español en Kuanto; el libre comercio con embarcaciones de ambos reinos; el envío de mineros mexicanos para aplicar y enseñar en Japón sus técnicas más desarrolladas.

Como muestra de buena disposición hacia los españoles, Ieyasu devolvió a Vivero cuanto había podido recogerse del naufragio, y asimismo le hizo préstamo de una considerable suma para la obtención de productos japoneses con los que debía iniciarse el comercio. Complemento del propuesto tratado de amistad, paz y comercio fue el hecho de que acompañaran a Vivero a su viaje de regreso veintitres mercaderes japoneses.

A bordo del San Buenaventura, zarparon el primero de agosto de 1610, de regreso a México, Rodrigo de Vivero y el primer grupo de japoneses enviados a Nueva España. El San Buenaventura, como lo hace constar Vivero en su relación, llegó al puerto de Matanchén, en el actual estado de Nayarit, el 27 de octubre de ese mismo año.

Lo más sobresaliente de lo que hicieron Vivero y sus acompañantes japoneses en México nos lo describe Chimalpahin en lengua náhuatl. A su juicio la venida de los japoneses era algo tan extraordinario que bien podía considerarse como suceso digno de especial mención. De modo particular son de grande interés los párrafos que dedica en su Diario a describir los atavíos y modo de ser de los que él llama japones. También incluyó el cronista indígena noticias con cierto pormenor sobre el bautismo de algunos de esos mercaderes japoneses.

EL VIAJE DE SEBASTIÁN VIZCAÍNO COMO EMBAJADOR AL JAPÓN EN 1611

Como veremos, Chimalpahin registró luego la partida de Sebastián Vizcaíno con destino al Japón. La salida de la Ciudad de México ocurrió el lunes 7 de marzo de 1611. Le preocupó además dejar constancia de que regresaron a Japón con Vizcaíno algunos mercaderes nipones que habían venido con Rodrigo de Vivero, en tanto que otros se quedaron en México.

Obviamente Chimalpahin no dispuso de ulterior información sobre lo que llevó a cabo Vizcaíno como embajador en el Japón. Por eso, no vuelve a hablar de Vizcaíno sino hasta tres años después, cuando, según lo consigna, en un año 5-Tochtli (5-Conejo) del calendario indígena, equivalente al de 1614, regresa el enviado en compañía de un número mucho mayor de japoneses presididos por un embajador.

Doy al menos un resumen de lo que ocurrió. Vizcaíno, que había pasado antes algún tiempo en Filipinas y que se distinguió por sus expediciones a lo largo de las costas de las Californias (1598 y 1600-1603), era hombre capacitado para el encargo que se le confió. Su misión abarcó de hecho llevar consigo a los mercaderes japoneses, agradecer a Ieyasu los favores concedidos a Rodrigo de Vivero, lograr acuerdos con el Japón para hacer posibles la cristianización de sus habitantes y el comercio, demarcar las costas japonesas y localizar, para su explotación.

Poco fue en realidad lo que logró Vizcaíno no obstante que fue recibido por Ieyasu, por el hijo de éste, Jidetada, y por varios daimios o gobernantes provinciales. Sus cartas y relaciones, en las que hace descripción de cuanto le maravilló en esas tierras, dan testimonio de los problemas por los que hubo de prolongar su embajada a lo largo de casi tres años. Con él viajaron ciento cincuenta japoneses, al frente de los cuales venía un embajador nipón de nombre Hasekura Tsunenaga.

El envío de dicha embajada no lo hacía el shogun en nombre del imperio sino un daimio prominente, Date Masamume, que residía en Sendai y gobernaba una amplia zona del noreste japonés.

El embajador de Date, el llamado Hasekura Tsunenaga, la tripulación y otros oficiales españoles, así como los ciento cincuenta japoneses, salieron de Sendai el 27 de octubre de 1613, con rumbo a Acapulco.

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Vista de la Ciudad de México en tiempos de la visita de Hasekura Tsunenaga, cuadro de Juan Gómez de Trasmonte, 1628
©Wikicommons

EL REGRESO DE VIZCAÍNO A MÉXICO Y EL TESTIMONIO DE CHIMALPAHIN

Varios son los relatos y otros documentos que permiten enterarse de esta segunda venida de japoneses a México, ahora en calidad de embajada, si no del emperador, por lo menos de un importante daimio, Date Masamume. Entre esas fuentes destacan los testimonios dejados por el propio Sebastián Vizcaíno, los del virrey novohispano, que a la sazón lo era don Diego Fernández de Córdoba, así como algunas cartas del embajador Hasekura Tsunenaga.

De interés es asimismo el opúsculo escrito en italiano y publicado en Roma en 1615 por el doctor Scipione Amati, que se describe a sí mismo como “romano, intérprete e historiador de la embajada”.

En contraste con estos testimonios —los de Vizcaíno, el virrey, el embajador Hasekura Tsunenaga y el doctor Scipione Amati—, todos ellos concebidos para dar apoyo a diversos intereses, nos encontramos con lo que Chimalpahin consignó en su Diario. A él lo que por encima de todo atrae es lo inusitado que entonces contemplaron sus ojos: cómo entraron primero a caballo algunos de esos japones, precedidos por quienes llevaban sus insignias; cómo, días más tarde, en la Semana Santa (lunes 17 de marzo de 1614), aparecieron en la ciudad Sebastián Vizcaíno y el embajador Hasekura Tsunenaga con el resto de los acompañantes. La declaración expresa del propósito de esta embajada, es decir, propiciar la paz, el comercio y la conversión al cristianismo; el bautizo de dos grupos de japones; la noticia de que seguirán hacia Madrid y Roma, todo ello es registrado en el Diario.

EL EPÍLOGO DE ESTA HISTORIA

Conocidos son a través de varios testimonios los escasos resultados que obtuvo Hasekura Tsunenaga tanto en la corte española como en Roma. Baste aquí recordar que unas cuantas décadas más tarde el Japón se cerró por completo a cualquier intento de penetración o contacto con el extranjero.

Volviendo al testimonio de Chimalpahin veremos que, desconociendo por su parte lo que sucedió a la embajada en Madrid y Roma, consignó, en cambio, en su Diario, la salida de la Ciudad de México para ir a embarcarse en Acapulco, de otro grupo de japoneses. Se trataba de algunos mercaderes, de los que habían venido con Rodrigo de Vivero y que, por tanto, habían permanecido cerca de cuatro años en la Nueva España. Con su sencillez característica, hombre dedicado al culto en San Antonio Abad, recoge enseguida la noticia de que poco después dos franciscanos marcharán también al Japón: “allá —nos dice— habrán de enseñar”.

Quien busque en el Diario alguna otra información tocante a las cosas de Asia ya sólo encontrará lo que recogió Chimalpahin acerca de la amenaza de piratas en Acapulco en octubre de 1615.

LOS TESTIMONIOS DE CHIMALPAHIN EN SU DIARIO

Regresa de Japón a México Rodrigo de Vivero

Hoy jueves 15 del mes de noviembre de 1610 años es cuando viene a entrar aquí en México don Rodrigo de Vivero. Allá había ido a Japón, junto a la China […] allá adonde se nombra Manila. Allá fue como gobernador el dicho don Rodrigo, el sobrino del señor don Luis de Velasco, visurrey, y en el agua se perdió cuando regresaba acá a México. Todas sus pertenencias vinieron a perderse. Allá fueron llevados por el mal tiempo, al Japón, allá vinieron a salir por la costa. Y cuando allí fueron a entrar, al gran gobernante el emperador que allí gobierna en Japón, allí se convocaron, entonces mostró él amistad a don Rodrigo y allí vino a hacerle préstamo de todos los bienes que vino a traer aquí a México don Rodrigo, y a todos aquellos que trajo de allá, personas del Japón.

Y así se supo aquí en México que en el agua, en el océano, había perecido don Rodrigo cuando se hubo retirado de Manila. En un año, ahora, viene a aparecer, así entra a México. Y cuando así viene a entrar, así pues estando ya él solo en México, aquéllos a los que dejó en el camino, sosegadamente aquí vienen, personas del Japón. Ésos a los que trajo del Japón, y que así llegaron a la orilla del mar, allá al puerto de Acapulco, a los que luego vino a anticiparse don Rodrigo.

 

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Hoy jueves por la tarde, a 16 del mes de diciembre de 1610 años, cuando sonaban seis campanadas, aquí vienen a acercarse al interior de la Ciudad de México, bien pueden ser 19 personas del Japón, personas chinas. Un noble señor de ellos los ha traído, embajador en el lugar del señor, del gran gobernante, emperador del Japón, ha venido para hacer paz con los cristianos, para que nunca guerreen, que siempre tranquilamente vivan, sean estimados, para que puedan entrar los españoles mercaderes, pochtecas, allá al Japón, para que nadie de las gentes de allá se los impida.

Y así también esos hombres del Japón podrán entrar aquí a México para hacer granjerías, para vender todos los bienes que allá se producen y que nadie aquí pueda impedírselo. Pues así se los declara, se los viene a hacer ver el gobernante, visurrey, don Luis de Velasco, marqués de Salinas. Y él aquí los viene a traer, él los ha hecho salir del mar, don Rodrigo de Vivero, el que fue de gobernador allá a la ciudad de Manila, China, el que es sobrino del gobernante don Luis de Velasco, marqués, visurrey en México. Es así su sobrino por parte de su mujer.

Y el dicho don Rodrigo de Vivero así ha venido a México porque tuvo ese desastre en el mar en el año de 1609, según ahora se supo. Así al tiempo en que se estaba en vela, nada vino a salir pero luego, según se dijo, acaso pereció la embarcación o vino a quebrarse, la atrapó la gran agua o en ella se sumió por los bienes que llevaba. Como sucede a veces, así pudo conocerse en México que pereció, se hundió la embarcación en la que venía don Rodrigo. De suerte que la tempestad se levantó en la gran agua, así con los vientos contrarios quedaron metidos en el agua y los bienes que llevaba, todos fueron a dar al agua.

Sólo así la tempestad los llevó, los hizo salir a la orilla en el gran reino de Japón. Allí, pacífica, tranquilamente, vinieron a encontrarlos personas del Japón. Vieron al gobernante emperador del Japón. Así vino a conocer don Rodrigo su palacio, allí fue a tener habitación.

Mucho le estimó, le favoreció, le hizo préstamo a don Rodrigo el emperador del Japón, muy muchos miles [de pesos] entonces le prestó, los productos que trajo acá don Rodrigo a México.

Y por ello así trajo a personas del Japón; tomó de cada uno mil pesos, su préstamo, don Rodrigo. Acá vinieron, pues ya algunos eran cristianos y algunos seguidores de las cosas de Dios, aunque todavía no se bautizaban.

Los atavíos de los japoneses

Y del todo así se ataviaban como se atavían allá [en Japón]. Sólo se ponen uno como chaleco-camisa, encima se atan, en el medio, en la cintura, allí colocan una cadena de cobre, de suerte que de ella cuelgan su espada y como que así quedaba puesta encima. Y sus sandalias son de piel suave, blanda, la que se dice gamuza, como si fueran guantes para los pies. Con esto calzan sus pies, como de ningún modo con vergüenza, no gentes mansas, no humildes, tan sólo como águilas andan.

Y acicalan su cabeza, la rasuran con navaja, llegan al medio de la coronilla, así rasuran la superficie de la cabeza, la abrillantan, sólo allí donde comienza a adelgazarse, allí hacia el cogote, entrelazan su cabellera. Poseedores de esa cabellera larga, que llega al cuello, así se dejan esos cabellos largos, los cortan largos, como los de las muchachas. Así se ven porque así se los cortan. Y también algo grande su cabello en la nuca, que se junta como el que se deja a los jóvenes que trasquilan y lo atan torciéndolo y de este modo se acerca a la coronilla, así rectamente se ha rasurado y puede verse encima una corona [o cerco]. Por ello donde se adelgaza, en la nuca, su gran cabellera se entrelaza.

Y no tienen bigote, sólo sus rostros como de mujer, blanqueados, así hermoseados. Sus rostros blanqueados. Así es el cuerpo de los hombres del Japón, no muy altos. Así se vieron todas sus personas.

El encuentro en Chapultepec

Y así vinieron a entrar aquí a México. Mucho honraron a aquel noble, a las personas del Japón que vienen a manifestar aquí su nobleza. En Chapultepec les salió al encuentro el coche del visurrey. Así lo que a él pertenece apareció en el camino. Se le pidió a él [al embajador] que pasaran a sentarse al interior de la carroza juntos, él y un sacerdote descalzo de los que habían venido del Japón y que, como intérprete, hablaba por ellos. También vino a encontrarlos en Chapultepec un oidor. Así salieron, vinieron los japoneses. Y así vinieron de Chapultepec, en el interior del mencionado coche, vinieron a ocuparlo las dos personas, el príncipe del Japón y el sacerdote descalzo, y el oidor. Así penetraron al interior de la Ciudad de México. Vinieron a instalarse en el convento de San Agustín y al día siguiente vieron al gobernante, visurrey, y fue así que dispuso el rey que se les favoreciera en México.

Bautizo de japoneses

Hoy domingo, a las dos campanadas del 23 del mes de enero de 1611 años, es cuando en la iglesia de San Francisco se bautizaron dos de las personas del Japón que habían venido. Con grande solemnidad fueron bautizados. Todos allí lo vieron, se hizo delante de todos aquéllos, de todas las clases de los sacerdotes que habitaban en México. Uno de los que bautizaron fue el noble señor japón que tomó allí en el bautizo el nombre de don Alonso. Fue su padre de las cosas divinas [su padrino] don Hernando de Altamirano, que entonces era capitán de la guardia. Y la otra persona japón que se bautizó recibió el nombre de Lorenzo. Fue su padre en las cosas divinas don Pedro Altamirano. Se bautizaron en la fiesta de San Ildefonso, arzobispo de Toledo, y también luego al segundo día, el lunes, de una vez se bautizó otra persona japón, que tomó el nombre de Felipe. Fue su padre en las cosas divinas don Gonzalo Monroy.

Viaje de Sebastián Vizcaíno como embajador al Japón: año 2 Acatl (2-Caña: 1611)

Hoy lunes 7 del mes de marzo de 1611 años es cuando sale de aquí de México, comienza su viaje Sebastián Vizcaíno, vecino de México, que había sido hecho general, para ir a la China. Es cuando llevan a las personas del Japón. A su lado se hizo subir el noble del Japón cuyo nombre era don Alonso, el cual ya se ataviaba como español, así regresa ya a su casa. Aquí se despojó de todo aquello que había traído, sus atavíos, sólo así vino a cambiarse aquí en México y así estuvo durante dos meses aquí. Regresaron a su casa 17. Fueron dejados aquí en México tres.

Regresa Vizcaíno y con él viene una embajada de Japón: año 5 Tochtli (5-Conejo: 1613-14)

Hoy martes, 4 del mes de marzo de 1614 años, ahora por primera vez vinieron a acercarse, a entrar, aquí en la Ciudad de México, esos nobles señores de Japón. Vinieron a caballo, así entraron, cuando sonaban las doce campanadas, estando en el medio el sol.

Y venían precediéndolos sus servidores. Éstos sólo venían a pie, traían en lo alto unos como trozos delgados de madera, negros; ¿eran acaso sus lanzas, algo con lo que se hace ver, acaso no en verdad era el modo de presentar a los señores allá en Japón?

Y así sólo venían ataviados, como ellos andan, como allá se atavían en su casa, así con una toga que se ponían, y con un ceñidor sobre ella. Su cabello ataban en el lugar de su nuca.

Solamente veinte vinieron a llegar ahora a México. En el camino habían dejado a aquel señor, enviado, embajador, que había mandado de su parte allá, el gran señor, emperador de Japón. Lentamente, con dignidad, venía éste, lo traían cinco veintenas de sus sirvientes japoneses.

Y uno de nuestros queridos padres, sacerdote descalzo, de San Francisco, les servía de intérprete. Así, por segunda vez, allá en Acapulco, en la orilla del agua vinieron a salir, de la embarcación de los japones, objetos de metal, que habían traído, y escriturios, y algunas tilmas [capas] que aquí habrían de vender.

También entonces allí vino, en la embarcación del Japón, el señor Sebastián Vizcaíno, español, vecino de México, el que había ido, para observar allá, en Japón, cómo se encontraban, llevó allá, ahora hace ya tres años, a algunos japoneses a quienes había traído don Rodrigo de Vivero que había ido allá de gobernador a la ciudad de Manila, China.

Así pues lentamente vino, había caído enfermo el mencionado señor Sebastián Vizcaíno, habían enfermado allá en Acapulco, estaban afligidos de muerte, estaban aguijoneados los japoneses, como vino a saberse acá en México. Porque habían venido a hacer allí un almacén para todas sus cosas, lo que se refiere al alojamiento y aquello que sirve de ofrenda, que les había entregado allá el gran gobernante emperador, con lo que iban asimismo a hacer saludo, a hacer ofrecimiento de todo ello al Santo Padre que está en Roma, y también a nuestro gran señor rey que está en España, y también aquí al señor visurrey que está en México, sus dones, sus ofrendas, para todo ello su almacén habían venido a hacer. Pueden así poner en sus manos, así lo guardan y no ya lo entregan [a cualquiera], ya no tiene que custodiarlo el dicho embajador.

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Vizcaíno y los japoneses entran en la Ciudad de México

Hoy lunes de cuaresma, 17 del mes de marzo, 1614, es cuando aquí, a la Ciudad de México, vinieron a llegar, a entrar, el dicho señor Sebastián Vizcaíno, vecino de México, que había ido a Japón y que había venido a dejar a los dichos, a los que aquí en México por primera vez habían llegado, los señores de Japón. A los tres años vino a regresar el señor Sebastián Vizcaíno. Así guiaba por vez primera a estos señores japones y al enviado, al dicho señor embajador, gran persona, que había sido enviado.

Hoy lunes santo, 24 del mes de marzo de 1614 años, es cuando aquí, al interior de la Ciudad de México, vino a acercarse, a entrar, el dicho señor embajador, enviado, de allá de Japón. Vino a establecerse en el convento de San Francisco. El dicho señor enviado, embajador, como aquí en México se supo, según se dijo, así vino como enviado, de su señor, emperador de Japón. Allá va a Roma, verá al Santo Padre, Paulo V. Va a comunicarle, a informarle, en relación con la santa iglesia, cómo muchos hombres japoneses quieren hacerse cristianos, quieren bautizarse para que así también con las cosas divinas, con los sacramentos, se hagan ellos amados hijos de nuestra santa madre iglesia romana.

En todo se hagan obedientes, con las cosas divinas con el seguimiento de la verdad, la fe. Y así los reciba el Santo Padre gran guardián espiritual del rebaño del mundo, el que a todas nuestras gentes nos protege, a todos nosotros tiene a su cargo porque nosotros somos su rebaño, nos vigila, nos hace conocer […]

Y el dicho embajador, que había venido a acercarse aquí a México, ahora aquí sólo está de paso, sólo algunos días aquí permanecerá, para que pueda ver al gobernante, visurrey. Y allá en España estará de paso, al gran gobernante, rey don Felipe III, verá, y paz le ofrecerá porque su señor, el que gobierna, el que es emperador en Japón, así manifiesta amistad, buena disposición, y siempre quiere poner delante del mencionado rey que está en España, para que nunca se haga la guerra, siempre se estimen, y aquí en México pueda haber comerciantes, puedan hacer compras las personas del Japón, y cuando ya haya visto al rey, entonces el embajador irá luego a Roma para que, según se dijo, pueda acercarse, ponerse delante, contemplar al Santo Padre.

Quiera el señor nuestro Dios que todo bien y rectamente suceda, que permanentemente en ello se haga verdad lo bueno, lo recto, la buena acción divina, la gracia. Así como él lo quiere, como lo dispone en su corazón, que así sea que pueda quererse con toda buena voluntad. Y que en ello ayude, libere el señor nuestro Dios y que así delante de él puedan ser, vivir, existir, siempre y por siempre, amén.

Hoy miércoles 9 del mes de abril de 1614, es cuando allí en la iglesia de San Francisco, se bautizaron veinte señores japones. El padre comisario los bautizó y sus padres de cosa divina, sus padrinos, sólo fueron los ancianos, nuestros reverenciados padres, frailes franciscanos. Y el enviado, embajador, no quiso bautizarse aquí. Según dijo, allá en España se bautizará.

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Dibujo de Hasekura Tsunenaga por Scipione Amati, 1615
©Wikicommons

Otro bautizo de japoneses

Hoy domingo, 20 del mes de abril de 1614 años, es cuando por la tarde también veintidós personas del Japón se bautizaron allá en la iglesia de San Francisco. El que allí los bautizó es el que gobierna en las cosas divinas, el arzobispo de México, don Juan Pérez de la Serna.

Hoy viernes, 25 del mes de abril de 1614 años, por la tarde, en la fiesta de San Marcos Evangelista, el que gobierna en las cosas divinas, el arzobispo don Juan Pérez de la Serna, allá en la iglesia mayor impartió aquello que fortalece las cosas divinas, la confirmación. La recibieron los dichos nobles que aquí cristianos se habían hecho, las personas del Japón. Recibieron la confirmación sesenta y tres personas y un noble tomó confirmación y lo favoreció el licenciado Vellezino, fiscal del rey en lo civil, y se hizo su padrino o padre en las cosas divinas.

Sale el embajador del Japón con destino a España

Hoy, jueves 29 del mes de mayo de 1614 años, cuando se celebra el día de fiesta del precioso Santísimo Sacramento, también es el día cuando luego comienza la salida hacia España del dicho enviado, embajador, habitante de Japón. Así se va, sólo divide a sus servidores: a unos japones los llevó, a otros aquí los dejó, para que aquí nos encontráramos con ellos, los comerciantes realizaran ventas con ellos. Y el dicho embajador así partió hacia España. Aquí tomó en México, llevó a un español —no puedo acordarme de su nombre— un hermano del doctor Martínez. Vino a hacerse su secretario por disposición del virrey, porque sabía la lengua de los japones, puesto que allá había vivido, cuando era soldado.

El retorno de los mercaderes japoneses

Hoy martes 14 del mes de octubre de 1614 años es cuando aquí en México comenzaron algunas personas del Japón a irse a su casa del Japón. Estuvieron viviendo aquí en México cuatro años. Algunos aquí fueron dejados. Se afanaron, vendieron aquí los productos que habían traído de Japón.

Hoy jueves 23 del mes de octubre de 1614 años es cuando aquí en México empezaron dos sacerdotes de San Francisco, descalzos, se dispusieron a ir al Japón, allá habrán de enseñar.

¿Qué obtuvo la Embajada Hasekura?

Cabe preguntarse qué movió a los japoneses a enviar una embajada a México, España y el Vaticano. Quiero formular una hipótesis: ¿se debió acaso al propósito de conocer cómo eran y cómo operaban los españoles y la Iglesia católica en sus respectivas metrópolis?

Japón se veía asediado en cierto modo por la presencia española, portuguesa, inglesa y holandesa. Tal vez pensaron en Japón que una relación comercial con España podría favorecerles y aun servir de defensa ante los otros intentos de penetración. En ese contexto México venía a ser una especie de puerta de entrada para informarse, como ya había ocurrido en el caso del aprendizaje de las técnicas del beneficio de la plata. En cuanto al Vaticano, le importaba conocer sus propósitos de expandir la religión cristiana.

El hecho es que no muchas décadas después de esta Embajada y ante las presiones de penetración de los países europeos, Japón, lejos de abrirse, se cerró por mucho tiempo. ¿Quiere decir esto que la Embajada hizo ver que lo mejor era cerrarse a la influencia extranjera? ¿Es posible acaso investigar sobre esto en archivos japoneses y en algunos otros? De cualquier forma, aunque en apariencia la Embajada no obtuvo resultados claros, es muy probable que, en virtud de ella Japón, al conocer en sus propias metrópolis a México, España y el Vaticano, decidiera abstenerse de entrar en relaciones con los extranjeros.

 






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