Un pequeño libro aparecido en Francia en junio de 2007 viene a inaugurar una posible era copernicana en el mundo de la lingüÃstica. Su tesis fundamental es que hemos estado equivocados durante siglos respecto al verdadero origen de las lenguas romances (el castellano, el catalán, el francés, el italiano, el portugués, el rumano, entre otras). El autor, a lo largo de doce capÃtulos deliciosos de leer, nos presenta lo que él considera pruebas irrefutables contra lo que él mismo denomina una auténtica aberración lingüÃstica.
Johnny Torres
Un pequeño libro aparecido en Francia en junio de 20071 viene a inaugurar una posible era copernicana en el mundo de la lingüÃstica. Su tesis fundamental es que hemos estado equivocados durante siglos respecto al verdadero origen de las lenguas romances (el castellano, el catalán, el francés, el italiano, el portugués, el rumano, entre otras). El autor, a lo largo de doce capÃtulos deliciosos de leer, nos presenta lo que él considera pruebas irrefutables contra lo que él mismo denomina una auténtica aberración lingüÃstica.
La lingüÃstica es una ciencia relativamente reciente. Fue gracias al descubrimiento de las similitudes entre lenguas tan separadas geográficamente como las lenguas de Europa, las lenguas habladas en Irán y otras habladas o escritas en India, que se llegó a la conclusión de que todas ellas deberÃan tener un origen común. Tal lengua madre ha sido denominada de manera genérica como indoeuropeo, aunque no se sabe con certeza si hubo realmente un pueblo único que la haya hablado. La lengua indoeuropea, a través de oleadas de invasiones sucesivas venidas en el continente europeo, dio origen, siguiendo a la teorÃa más comúnmente aceptada, a distintas familias lingüÃsticas de las que proceden a su vez la inmensa mayorÃa de las lenguas habladas en Occidente.
Una de tales ramas, denominada “itálicaâ€, dio origen a una lengua de campesinos que se impondrÃa, con el pasar del tiempo, en la lengua de un inmenso imperio que albergaba en su seno grupos humanos de las más variadas caracterÃsticas: el latÃn. Originalmente hablado por los habitantes de la región italiana del Lacio, el latÃn se convertirÃa con los siglos en la lengua oficial del Imperio romano. Llevada a lomo de caballo y en la punta de las espadas de la conquista romana de Europa, con la decadencia y desmembramiento posteriores del inmenso imperio vendrÃa el inevitable proceso de descomposición del idioma latino. Con las sucesivas invasiones procedentes del norte y este de Europa, el latÃn, hablado por gentes de todos los tipos y condiciones sociales, fue deformado progresivamente al punto de generar distintas “hijas†que se convertirÃan luego en las lenguas de las nacientes naciones: España, Francia, Italia, Portugal, Rumania. Es por ello que a estas lenguas, llamadas “romancesâ€, se les llama, alternativamente, lenguas “latinasâ€.
Una madre que no deja herencia alguna
Lo expuesto anteriormente es la historia oficial de las lenguas romances, incluida el castellano, comúnmente aceptada y que podemos encontrar en cualquier bibliografÃa sobre el tema. Sin embargo, si unas lenguas evolucionan a partir de otras, deberÃamos poder encontrar las huellas de tal evolución. En otras palabras, las lenguas hijas deberÃan portar en sà mismas las huellas hereditarias de la madre. La constatación que Cortez hace en su libro, de manera exhaustiva, es que eso no ocurre en el caso del latÃn y las lenguas romances.
En primer lugar, tenemos el vocabulario. Es cierto que podemos encontrar miles de palabras que se asemejan en todas las lenguas romances y que provienen de alguna palabra latina (abyecto, belicoso, eterno, feroz, grácil, honesto, ignominioso, obsequioso, perpetuo, etc.). Sin embargo, la inmensa mayorÃa de tales palabras son de origen culto, es decir, introducidas por literatos, escritos y otros personajes de gran cultura, que conocÃan la lengua latina, por lo que tales vocablos no pertenecen al registro del habla cotidiana. Cortez hace una revisión detallada de los vocabularios latino y romance en varios dominios del habla diaria y encuentra un hecho fundamental y sorprendente: el vocabulario de base de las lenguas romances no proviene del latÃn. Por razones de espacio no puedo aportar abundantes ejemplos, pero tomo uno que parece significativo: la palabra “guerraâ€. ¿Es posible pensar que un pueblo conquistador como los romanos no haya legado a los pueblos sometidos el vocabulario de la actividad fundamental que llevaba a cabo? Vemos, asÃ, que “guerra†se dice “guerre†en francés, y “guerra†en italiano y portugués, pero se dice “bellum†en latÃn . Invito a los lectores a hacer la misma comparación con otras palabras del mismo dominio: tratado, matanza, general, soldado, batalla, mariscal… La comprobación de la similitud enorme entre las lenguas romances es tan impactante como la disimilitud total con la palabra latina equivalente. El mismo ejercicio puede hacerse con los vocabularios de la geografÃa, la ropa, partes del cuerpo, etc.
En segundo lugar, la gramática de la lengua latina no tiene la menor semejanza con las gramáticas de las lenguas romances. Como sabemos todos aquellos que hemos estudiado lenguas clásicas en el bachillerato o en la universidad, el latÃn, al igual que una gran parte de las lenguas indoeuropeas, es una lengua desinencial. Los sustantivos se declinan en casos dependiendo de la función gramatical que deben desempeñar en la oración. Ninguna lengua romance declina sus sustantivos, con la excepción del rumano que posee un sistema de casos muy reducido. Igualmente encontramos que todas las lenguas romances poseen artÃculos (determinados e indeterminados), mientras que el latÃn no poseÃa ninguno.
Al igual que el griego, el latÃn posee el género neutro, además de los géneros masculino y femenino. Ninguna lengua romance lo posee. Y hay más: el latÃn vulgar, que se llama a la madre de las lenguas romances, era hablado por gente supuestamente bárbara, inculta y sin educación. Pero las lenguas romances poseen una persona gramatical que el culto y aristocrático latÃn no poseÃa: usted. Terminemos la revisión rápida de la gramática latina con el indicio más impactante: la sintaxis. Rosa alba est (literalmente: 'la rosa blanca es') se convierte en “La rosa es blanca†y construcciones equivalentes en todas las lenguas romances, y Non tamen abstinuit venturos prodere casus per varias fortuna notas (literalmente “No sin embargo dejó futuros revelar los males por medio de variados azar signosâ€) en correcto español viene a ser: El azar, sin embargo, no dejó de revelar los males futuros por medio de signos diversos. En otras palabras: la sintaxis latina no tiene absolutamente nada que ver con la sintaxis de las lenguas romances.
Frente a un cúmulo de diferencias tan enorme, los lingüistas tradicionales han hablado de la existencia de un estadio intermedio de la lengua latina que dio origen a las lenguas romances. Este “bajo latÃn†o “latÃn vulgar†vendrÃa a ser una deformación de la lengua latina clásica. El problema, según Cortez, estriba en que el tiempo para que tales transformaciones tuviese lugar es demasiado corto, de apenas unos siglos. En el Concilio de Tours (mediados del siglo IX) se habla todavÃa de una “lengua romana rústicaâ€, que se supone fue la lengua que dio origen a las lenguas romances, pero hay huellas de éstas ya desde los siglos XII y XIII. Estamos hablando, entonces, de un tiempo de generación de apenas 4 siglos. Cortez saca a relucir, a modo de comparación, un fenómeno paralelo y totalmente opuesto: el caso de la lengua griega. El griego y el latÃn tuvieron igualdad de importancia en la Antigüedad. Las personas cultas aprendÃan a leer, escribir y hablar en ambas lenguas, que eran enseñadas en todas las escuelas romanas. Pero el hecho significativo es que la lengua griega, en 35 siglos, ha variado muy poco. ¿Cómo explicar eso?.
La verdadera madre
Nos encontramos, entonces, frente a un problema tremendo que los mejores latinistas no han logrado resolver: los intentos de reconstruir el idioma original a partir de las lenguas romances no produce nunca la lengua latina.
Para Yves Cortez, el problema se encuentra en otro lado y no lo hemos aceptado: el latÃn no es la verdadera lengua madre de las lenguas romances, y llamar a este ascendiente lingüÃstico romance con el apelativo de “latÃn vulgar†es un error catastrófico, porque hace pensar que es un latÃn deformado. La conclusión suya es que era una lengua completamente diferente. No de otra manera puede explicarse que el vocabulario de base, la gramática y la sintaxis sean totalmente distintas.
La pregunta que surge inevitablemente ahora es: ¿de dónde provienen entonces las lenguas romances? Para Yves Cortez, la verdadera madre ha estado siempre a nuestro lado, pero la ignorábamos, incapaces de reconocer su papel fundamental. El peso de la tradición y el prestigio de la lengua latina (que fue seleccionada, curiosamente, por la Iglesia católica como lingua franca y luego por los hombres cultos de los siglos posteriores como la lengua de transmisión de los conocimientos) la mantuvo relegada e ignorada, y es en este punto donde radica la originalidad de la tesis del autor. La verdadera lengua matriz, que dio nacimiento a las lenguas romances, fue… el italiano, pero el italiano no proviene del latÃn como comúnmente se cree, si no que es, y esto forma parte también de su tesis, una lengua más antigua, desprendida en tiempos remotos del tronco itálico. Es la única explicación posible, según el autor, que puede dar cuenta de una transformación tan radical de una lengua desinencial en una lengua preposicional, con cambios tan drásticos además en el vocabulario y en la sintaxis. Esto significa que los romanos que conquistaron Europa hablaban ya una cierta forma de italiano (Cortez la llama “el italiano antiguoâ€, yo prefiero llamarla “el paleo-italiano†aunque es probable que fuera llamada por los romanos simplemente “el romanoâ€), que fue la lengua que se transformó gradualmente en las lenguas romances que conocemos hoy.
La historia se habrÃa desarrollado de la manera siguiente: los “italianos†habitaban la región que posteriormente fue conquistada por los “latinos†(que hablaban y escribÃan en latÃn). Precisamente a causa de esto, la lengua del conquistador latino fue la lengua escrita del gobierno y de manejo de las instituciones. Pero los “latinosâ€, superiores militarmente, eran inferiores en número y no lograron imponer su lengua antes del comienzo de la fenomenal expansión romana, y aunque el latÃn siguió siendo la lengua escrita oficial en los siglos subsiguientes, aun después de que el latÃn desapareciera como lengua oral (se sospecha que el latÃn era ya una lengua muerta en la época de Cicerón), fue la lengua romana hablada, este “italiano antiguoâ€, la que siguió su vida como lengua de expresión cotidiana, aunque no se ponÃa por escrito, conquistando a los conquistadores. SerÃa el caso primero en la historia de una lengua de los dominados que pasa a ser la lengua de los dominadores.
De tal manera que tres lenguas convivÃan en la antigüedad romana: el latÃn, el griego y el “romano†o “italiano antiguoâ€. Este fenómeno de dualidad, lengua escrita-lengua hablada, no es extraño en la época ni lo es hoy en dÃa. Por ejemplo, en los tiempos de Jesucristo, en la Judea-Galilea-Samaria antigua, se hablaba en arameo, pero se escribÃa en hebreo. En el norte de Ãfrica, en el Magreb de hoy, se hablan dialectos del árabe, pero se escribe en francés y en árabe clásico.
Los numerosos puntos comunes al latÃn y a las lenguas romances provienen de su origen común, el indo-europeo. A esto se agregan los efectos de una coexistencia de casi 20 siglos entre las lenguas romances habladas y el latÃn como lengua escrita, al punto de que numerosas palabras romances han sido tomadas del latÃn.
Como es de imaginar, esta novedosa tesis de Yves Cortez ha producido las más ásperas reacciones en el mundo lingüÃstico. En su contra juegan diversos factores, de los cuales el más importante es la carencia (por los momentos) de textos escritos en este “italiano antiguoâ€.
Esta hipótesis plantea problemas tremendos. HabrÃa, por ejemplo, que redefinir una buena parte de las etimologÃas de nuestros diccionarios, pero si bien esta teorÃa genera más preguntas que las que responde, es, sin duda, un camino digno de explorar.