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16-06-2014  (4056 ) Categoria: Leonardo

Codice Madrid de Leonardo

Espíritu inquieto y con una personalidad sin igual, Leonardo da Vinci fue uno de los personajes más extraordinarios y singulares de su época, destacando en campos como el arte, la ingeniería o el estudio de la naturaleza. En su currículum no faltan tampoco estrechas relaciones con España, ya sea a través de su vínculo con la no menos célebre familia Borgia o mediante las peripecias que sufrieron sus manuscritos después de morir.

Más de 60.000 visitantes en poco más de tres meses. Ese es el notable saldo que dejó a su paso por Madrid la muestra Polonia, tesoros y colecciones artísticas, que acogió el Palacio Real de la capital española el pasado verano. Buena parte de dichos visitantes acudieron atraídos, sin duda, por la expectación generada gracias a La Dama del armiño, una de las bellas pinturas del célebre Leonardo da Vinci, y uno de los “platos fuertes” de la exposición.

En el haber del genio florentino se cuentan apenas veinte pinturas atribuidas con toda certeza, y ninguna de ellas se conserva en colecciones o pinacotecas españolas. Un detalle que, sin duda, ha contribuido a aumentar la expectación entre el público español y que convirtió la muestra en todo un éxito de asistencia.

La hermosa pintura, uno de los escasos retratos femeninos realizados por Leonardo, fue pintado hacia 1490, y representa a una jovencísima Cecilia Gallerani, la hermosa amante de Ludovico Sforza, a cuyo servicio trabajaba entonces el maestro italiano. Tras los estudios iconográficos pertinentes, los expertos llegaron a la conclusión de que el animal que sostiene la joven en sus brazos –un armiño–, sería una alusión simbólica al poderoso Sforza quien, además del apodo de “el Moro”, era también conocido como ermellino (armiño en italiano), después de que en 1488 fuera galardonado con la Orden del Armiño por parte de Fernando I de Nápoles, también conocido como Ferrante I de Aragón, hijo bastardo de Alfonso V de Aragón, y casado en segundas nupcias con Juana de Aragón, hermana de Fernando el Católico. No es la única relación de la pintura con nuestro país. Los expertos que han estudiado a fondo cada elemento de la obra señalan que, tanto el peinado como la vestimenta de la joven Cecilia, siguen la moda alla spagnola.

La dama del armiño, obra de Leonardo da Vinci | Crédito: Wikimedia Commons.

Esta vinculación tan indirecta de la pintura con España es apenas una simple anécdota. Sin embargo, un examen más detallado de la obra y vida de Leonardo da Vinci desvela una insospechada –para muchos– relación del maestro italiano con nuestro país. El genio florentino tuvo una estrecha y destacada relación con algunos de los más importantes personajes de su época, entre ellos varios españoles. Es el caso del temible y poderoso César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, y con quien tuvo una breve pero intensa relación. Por otra parte, su importante legado manuscrito, magnífico testimonio de su pensamiento y de sus logros en materias como la ingeniería, la anatomía y otros campos del saber, también tuvo, debido a los avatares de la Historia, un destacado vínculo con España, que todavía perdura hoy en día.

EL ARTISTA Y EL GUERRERO
En los años del cambio de siglo –del XV al XVI–, el ambiente en las distintas provincias italianas era el de un polvorín a punto de estallar. Por aquel entonces, en 1499, el rey francés Luis XII reivindicó sus derechos sucesorios al ducado de Milán amparándose en su parentesco con Valentino Visconti, su abuelo materno. Y no estaba solo. Tanto la República de Venecia, como el papa Alejandro VI, de la mano de su hijo, el temible César Borgia, apoyaban sus aspiraciones.

Fue así como, en el verano de aquel año, Luis XII envió sus tropas en dirección a Milán, provocando la huida del entonces duque, Ludovico Sforza, a la sazón patrón de Leonardo da Vinci desde hacía varios años. Tras la invasión francesa de la ciudad, Leonardo todavía se quedó en Milán durante unos tres meses. Es muy probable que durante aquel tiempo, el maestro florentino tuviera la oportunidad de conocer por primera vez a César Borgia, tal y como señala Paul Strathern en su muy recomendable El artista, el filósofo y el guerrero.

Retrato de César Borgia | Crédito: Wikimedia Commons.

El hijo del Papa español había apoyado al monarca francés con la intención de recibir a su vez el apoyo y las tropas galas que le permitieran hacerse con el control de la Romagna y otras regiones italianas. Pero Borgia no sólo necesitaba espadas, sino también alguien capaz de reconstruir y reforzar las fortalezas que fuera conquistando a su paso, así como un notable ingeniero que mejorara su artillería pesada. El más indicado para aquel puesto era, sin duda, Leonardo da Vinci, el excéntrico sabio y artista que se había forjado una notable fama al modelar la gigantesca estatua ecuestre en honor del padre de Ludovico Sforza, y que medía casi metros de altura. Sin embargo, Leonardo logró escabullirse de la oferta de empleo de Borgia y, en diciembre de 1499, dejó Milán y puso rumbo a Florencia, a donde llegó a finales de abril del año siguiente. La ciudad, tras diversos avatares, estaba ahora dirigida por un gobierno republicano.

Durante dos años más o menos tranquilos, Leonardo siguió enfrascado en sus proyectos y trabajos personales, pero en junio de 1502 la ciudad de Florencia empezó a verse amenazada por el empuje de las campañas de César Borgia en su conquista de la Romagna. La Signoria de Florencia decidió enviar a dos embajadores con la misión de pactar con Borgia. Uno de ellos era el obispo Soderini; el otro, ni más ni menos que el hoy célebre Maquiavelo. La reunión se celebró en el palacio de Urbino, plaza que había sido conquistada por Borgia. Allí, el hijo de Alejandro VI amenazó con aplastar Florencia si la ciudad no se convertía en su aliada. Entre los acuerdos que se alcanzaron durante aquel encuentro, hay uno que nos interesa especialmente: desde aquel momento, Leonardo da Vinci se convertiría en ingeniero militar en jefe de César Borgia, puesto que debía ocupar de forma inmediata.

No sabemos si la exigencia partió del propio Borgia o si fue un ofrecimiento de la delegación florentina, conocedora del interés del español por Leonardo. En cualquier caso, lo que importa es que a principios de julio de 1502, Leonardo abandonaba Florencia para ponerse al servicio de su nuevo patrón.

ENTRE ESPAÑOLES
Aunque César Borgia había nacido en Roma en 1475, tanto él como el resto de su familia se consideraron siempre españoles. Los Borgia o Borja no sólo conservaron sus costumbres y su cultura española, sino que sus contemporáneos italianos, y especialmente sus enemigos –que eran muchos–, los consideraron siempre forasteros.

Por su parte, César se rodeó para sus campañas militares de un buen número de comandantes y capitanes españoles, hombres de armas terribles como Miguel de Corella, Hugo de Moncada o Ramiro de Lorca. Con todos ellos tendría ocasión de coincidir Leonardo da Vinci. Una relación que, aunque estrictamente laboral, nutriría al genio florentino de interesantes conocimientos militares, especialmente en lo que se refería a las fortalezas españolas, que entonces se contaban entre las más avanzadas de Europa.

Hugo de Moncada, uno de los ‘capitanes’ españoles de Borgia con los que Leonardo tuvo trato | Crédito: Wikimedia Commons.

Cuando Leonardo recibió la orden de unirse al séquito de Borgia partió de Florencia, pero en lugar de dirigirse a Urbino –donde se encontraba César en ese momento–, viajó a la ciudad de Piombino, con la intención de inspeccionar las fortificaciones de aquella plaza. Este detalle nos indica que ya desde el primer momento había recibido instrucciones sobre su futuro trabajo, antes incluso de reunirse con su nuevo jefe. Después, en su viaje a Urbino, Leonardo pasó por Siena y más tarde por Arezzo, donde se encontraba Vitellozzo, uno de los lugartenientes de Borgia, y de quien éste sospechaba que pudiera estar tramando una traición. Así pues, directa o indirectamente, Leonardo no sólo sirvió como ingeniero, sino también como improvisado espía, al reunir información para Borgia sobre lo que estaba tramando su comandante.

Leonardo llegó a Urbino a finales de julio. No hay en sus cuadernos –al menos en los que se conservan– ninguna referencia directa a ese primer encuentro entre ellos, a excepción, quizá, de tres dibujos de un hombre con barba que los especialistas han identificado con cierta seguridad como César Borgia.

Poco después de la llegada de Da Vinci a Urbino, César partió en secreto hacia el norte, con la intención de reunirse con Luis XII y afianzar su alianza, pues últimamente sentía cada vez más cerca el aliento de sus enemigos. Mientras, Leonardo continuó su viaje por los territorios conquistados por Borgia, con la intención de tomar nota e inspeccionar aquellos lugares que necesitaran mejorar sus defensas y proyectar nuevas obras de ingeniería. Primero se dirigió a Pesaro, y poco después continuó hasta Cesena, capital de la Romagna. En estas fechas, a mediados de agosto, César Borgia envió a Leonardo un salvoconducto que, por prisa o por olvido, no había entregado a su ingeniero militar en jefe. Se trata de un texto interesantísimo, pues su contenido pone de relieve el interés que Borgia mostraba por los trabajos de Leonardo y también, el respeto –e incluso el afecto– que le merecía:

“A todos los lugartenientes, castellanos, capitanes, condottieri, oficiales, soldados y personas a quienes se presente este documento: nuestro excelentísimo y queridísimo amigo, el arquitecto e ingeniero general Leonardo da Vinci, portador de este pase, tiene el encargo de inspeccionar los edificios y fortalezas de nuestros estados para que podamos mantenerlos según sus necesidades y conforme a su consejo. Además, ordenamos y exigimos lo siguiente: se le dará paso franco, se le eximirá del pago de impuestos y cargos tanto a él como a sus acompañantes, y se le recibirá de manera amistosa, y se le permitirá inspeccionar, medir y examinar todo lo que desee. Y a tal fin le proporcionaréis todos los hombres que solicite y le prestaréis la ayuda y asistencia que precise y le haréis los favores que pida. Es nuestro deseo que, en el caso de cualquier obra que deba llevarse a cabo en nuestros estados, cada ingeniero consulte con él y se atenga a su opinión. Que ningún hombre se atreva a actuar de otro modo, a menos que desee provocar nuestra ira.”

A tenor de esta carta, resulta evidente que Borgia confiaba ciegamente en los conocimientos y el criterio de Leonardo, y llama la atención la última frase, con una amenaza nada velada para quienes se atrevieses a molestar o incomodar a su ingeniero. Pese a su carácter de hombre de acción, célebre por su astucia en cuestiones políticas e intrigas, Borgia era también un hombre cultivado, con inquietudes científicas y culturales. No es de extrañar, por tanto, que en este sentido mostrara un especial interés y simpatía hacia Leonardo, más allá de su relación “profesional”.

Diseño de cañón, en uno de los cuadernos conservados del genio florentino | Crédito: Wikimedia Commons.

Una vez que tuvo aquel salvoconducto entre sus manos, Leonardo continuó viaje en dirección a la costa, hasta Porto Cesenatico, a donde llegó en los primeros días de septiembre. Allí se dedicó a preparar planos y diseños para mejorar las defensas de la ciudad y el puerto, ideando a su vez un curioso proyecto para crear un canal de unos quince kilómetros que uniría Cesena con el mar.

Poco después Borgia regresó de su reunión con Luis XII, y se estableció en Imola. Desde allí envió nuevas instrucciones a Leonardo, indicándole que deseaba construir un palacio de justicia y un nuevo edificio para la Universidad de Cesena. Por su parte, Leonardo sugirió a su patrón que mandara fabricar cañones de un nuevo calibre, utilizado por los franceses, para no verse obligado a solicitárselos al monarca.

Un vistazo a los cuadernos de Leonardo de esa época ha desvelado, por la similitud de sus diseños, que Da Vinci conocía a la perfección el libro De re militari (Sobre las artes militares), escrito por Roberto Valturio casi medio siglo antes. Sin embargo, aquella no era su única fuente. Su relación con algunos de los comandantes y capitanes españoles al servicio de César le proporcionaron, sin duda, importantes detalles sobre las nuevas técnicas de fortificación y el uso de la artillería pesada que se estaba utilizando en Castilla y Aragón. De este modo, Leonardo recomendó a Borgia que las fortalezas de la Romagna bajo su control fueran modificadas, redondeando sus esquinas y levantando murallas esquinadas, de forma que se redujera el efecto de la artillería enemiga.

Durante su estancia en Imola, Leonardo realizó también otras labores para su patrón. Siguiendo sus órdenes, elaboró planos para mejorar las fortificaciones de la plaza, que había sido capturada tres años antes por el propio Borgia al derrotar a Caterina Sforza. De esta época data también un hermoso mapa de la ciudad, cuidadosamente coloreado, y que muestra con todo detalle las calles y murallas de la población. Este plano muestra con claridad cómo Leonardo dominaba ya el nuevo tipo de cartografía que se estaba imponiendo en aquellos años del Renacimiento, dejando atrás los mapas que se estilaban hasta entonces y que hundían sus raíces en la Edad Media.

Además, junto a los mapas y sugerencias para mejorar las fortalezas, Leonardo también ideó para Borgia distintos ingenios relacionados con la artillería. Entre otros inventos, Leonardo creó “morteros capaces de disparar múltiples proyectiles explosivos, artillería móvil de precisión y catapultas de gran escala”, tal y como señala Paul Strathern. Hay también referencias a un curioso dispositivo, igualmente ideado por Leonardo para Borgia: un enorme ingenio, capaz de elevar hasta 300 hombres a lo alto de las murallas durante los asedios.

Plano de la ciudad de Imola, realizado por Leonardo da Vinci. | Crédito: Wikimedia Commons.

Algunas notas escritas por Leonardo parecen indicar –nunca hay menciones directas y explícitas en sus cuadernos de esa época–, que el florentino no estuvo siempre en la retaguardia. La mención, por ejemplo, a la toma de Fossombrone, a poco más de quince kilómetros de Urbino, parece indicar que Da Vinci la presenció en primera persona, acompañando a los comandantes españoles Hugo de Moncada y Miguel de Corella. Si, efectivamente, Leonardo asistió a la toma de la población, que se saldó con una sangrienta masacre, es muy posible que aquel “espectáculo” reafirmara aún más su cada vez mayor pensamiento pacifista. Y es esta, curiosamente, una de las mayores singularidades de Leonardo. Al tiempo que se mostraba contrario a la violencia, a la vez que defendía en sus escritos la vida de hombres y animales, el maestro diseñaba los más variados artilugios para perfeccionar el arte de la guerra. Una notable contradicción que pone de manifiesto, una vez más, lo complejo de su personalidad.

El paradero de Da Vinci a finales de 1502 y comienzos del año siguiente resulta oscuro para los historiadores. Sin embargo, es bastante probable que saliera de Imola junto a Borgia, el 10 de diciembre, en dirección a Cesena. Sí sabemos, por el contrario, que estuvo en Città della Pieve, donde César ordenó estrangular a los tres miembros de la familia Orsini que habían estado conjurando contra él. Más tarde, a finales de enero de 1503, Leonardo se separó de su patrón, para dirigirse a Roma, escoltado por algunos hombres de armas de César Borgia.

Una vez en la Ciudad Eterna, el maestro se reunión con el mismísimo papa Alejandro VI, quien le puso al tanto de una posible oferta de trabajo: la construcción de un colosal puente en el Cuerno de Oro, bajo los servicios del sultán Bejazit II. Parece que Leonardo se mostró vivamente interesado en la oferta, quizá porque suponía un desafío para su intelecto, o tal vez porque, de aceptarlo, podría al fin liberarse de su actual patrón, con quien ya no se encontraba a gusto en los dos últimos meses. Sabemos, gracias a una carta descubierta por los historiadores, que Leonardo llegó a escribir al sultán detallándole su idea para el proyecto, e incluso hay algunos bocetos del mismo, pero parece que finalmente terminó por descartar el encargo.

Finalmente, y aunque desconocemos las razones sobre el particular, en torno a marzo de 1503 Leonardo quedó liberado de su vínculo con César Borgia. Habían sido ocho meses de trabajo bajo las órdenes del español, viviendo la guerra en directo y participando en uno de los sucesos más importantes para la Historia de las provincias italianas de la época.

LA AVENTURA DE LOS MANUSCRITOS
En 1967, los medios de comunicación de medio mundo daban a conocer oficialmente un noticia que llevaba dos años rumoreándose entre el círculo de investigadores de la obra de Leonardo da Vinci. Los responsables de manuscritos antiguos de la Biblioteca Nacional de España habían localizado, entre sus nutridos fondos, dos “cuadernos” de Leonardo que habían estado desaparecidos durante décadas. El extravío se había producido debido a un error en la signatura de los manuscritos, por lo que durante todo el tiempo que se consideraron perdidos habían estado almacenados en el lugar incorrecto.

El hallazgo de aquellos cientos de páginas, hoy distribuidas en dos volúmenes conocidos como Códices Madrid I y II, constituían, en opinión de los expertos, “uno de los principales descubrimientos del siglo XX en materia de manuscritos antiguos”, y ofrecían nuevos datos sobre la personalidad del polifacético sabio y artista italiano. Un feliz descubrimiento que situaba a España en el mapa de países que cuentan con alguna obra atribuida a las manos del genial florentino. Curiosamente, la historia de estos textos y la de buena parte de los  “cuadernos” de Leonardo tuvo también estrechos lazos con nuestro país.

Página de uno de los códices conservados en la biblioteca madrileña | Crédito: Biblioteca Nacional de España.

A la muerte del maestro en 1519, todos sus manuscritos pasaron a manos de su discípulo Francesco Melzi, quien los llevó consigo hasta su hogar en Vaprio d’Adda. Cuando Melzi murió en 1570 fue uno de los hijos de éste, Orazio, quien recibió en herencia tan importante legado. Sin embargo, ignorante del tesoro que había recibido de su padre, relegó los papeles del maestro Leonardo al desván de la casa familiar. Quien sí supo apreciar el valor de aquellos documentos manuscritos fue Lelio Gavardi, preceptor de la familia Melzi. Sin que Orazio se percatara de ello, Gavardi sustrajo trece cuadernos del desván, y se los llevó a Florencia con la intención de vendérselos a Francisco de Médici. Sin embargo éste último no se interesó en aquel material, por lo que Gavardi terminó por confesar su robo a un amigo, Ambrogio Mazzenta. Éste se ofreció a devolver los documentos a su legítimo dueño pero, para su sorpresa, Orazio Melzi se los regaló, mostrando poco interés por ellos, y señalando que tenía muchos más de “aquellos papeles” en el desván de su casa.

Mazzenta, quien relata todos los pormenores de esta particular historia en sus Memorias, decidió repartir aquellos cuadernos entre sus dos hermanos. Poco después, el relato de la existencia de cientos de páginas manuscritas por Leonardo da Vinci corrió como la pólvora, llegando a los oídos de un escultor italiano, Pompeo Leoni.

Casualmente, Leoni llevaba varios años trabajando al servicio del rey de España, Felipe II, como uno de los artistas que participaban en la decoración del monasterio de El Escorial. De hecho, en aquellas fechas, hacia 1582, Leoni estaba en Milán ultimando los detalles de unas esculturas que acabarían por formar parte del retablo mayor de la iglesia de El Escorial. Según el relato de Mazzenta en sus Memorias, Leoni se apresuró en contactar con Orazio Melzi, prometiéndole “oficios, magistraturas y una sede en el Senado de Milán” si conseguía recuperar los trece volúmenes de Leonardo para enviárselos al rey Felipe, gran amante de este tipo de obras. Efectivamente, Leoni consiguió recuperar diez de los trece cuadernos que Melzi había regalado a Mazzenta, y que habían acabado en manos de éstos. Los tres restantes habían acabado ya en manos del cardenal Federico Borromeo, del pintor Ambrogio Figini y del duque Carlos Emmanuel de Saboya.

Escultura de Felipe II realizada por Pompeo Leoni | Crédito: Wikimedia Commons.

Ese fue el destino de los trece manuscritos robados originalmente por el preceptor de la familia Melzi. Pero, ¿y el resto de los cuadernos que habían estado en posesión de la familia? Todo parece indicar que Leoni consiguió hacerse con una gran parte de ellos. En este punto, las dudas surgen respecto al paradero de buena parte de los mismos. Mientras algunos estudiosos creen que la mayoría fueron enviados por Leoni al monarca Felipe II, tal y como refiere Mazzenta en sus memorias, otros, como el especialista Paolo Galluzzi, consideran que lo más probable es que Leoni se los quedara para su propia colección, habiendo utilizado el nombre del monarca español sólo para obtener las preciadas obras de Leonardo.

La cuestión, desde luego, no es baladí. Hoy en día los leonardistas consideran que Da Vinci llegó a “producir” unas 15.000 páginas manuscritas, de las que se conservan unas 7.000, aproximadamente. Cabe la posibilidad, por tanto, de que las páginas perdidas estuvieran originalmente entre las que Leoni pudo haber enviado a Felipe II, si realmente hizo tal cosa. En caso de que así fuera –no consta en ningún documento de la época que el escultor remitiera tales obras, ni tampoco en inventario bibliográfico alguno–, significaría que algunos cuadernos de Leonardo hoy desconocidos podrían permanecer “extraviados”, igual que los códices en la Biblioteca Nacional, esperando a ser encontrados.

En todo caso, de lo que no hay ninguna duda es de que, a la muerte de Pompeo Leoni, el escultor contaba con una buena selección de manuscritos vincianos. Así lo demuestran los inventarios que se realizaron a la muerte del artista, con la intención de concretar esta parte de la herencia, junto con otros muchos textos de arte, que pasó a manos de su hijo Miguel Ángel. Por desgracia, éste murió poco después, pasando sus posesiones a manos de Polidoro Calchi, yerno de Pompeo Leoni. Fue precisamente Calchi quien, poco después, comenzó a comerciar con los manuscritos –que habían sido organizados en volúmenes por Leoni–, vendiéndolos a distintos compradores. Entre los volúmenes que se sabe vendió Calchi se encuentran, por ejemplo, el célebre Codex Atlanticus o los textos de la Colección Windsor.

EL SINGULAR DON JUAN DE ESPINA
En lo que respecta a los Códices de Madrid, su pista puede seguirse sin dudas al menos desde principios del siglo XVII, fecha en la que estaban en manos de un singular personaje madrileño, amigo de Francisco de Quevedo y célebre entre los círculos más importantes de la corte: Don Juan de Espina.

Todos los textos de la época coinciden en señalar a Espina como un personaje singular, que sin duda habría hecho buenas migas con Leonardo da Vinci. Gran amante de la música, de las más diversas ciencias y del arte, su casa madrileña era un auténtico museo, pues estaba repleta con las más singulares piezas procedentes de todo el mundo conocido. Por si fuera poco, la fantasía popular le atribuía cualidades que rozaban la magia, pues se decía que no contaba con sirvientes en su casa, sino que eran unos autómatas de madera quienes se encargaban de servirle en cuanto necesitaba. Al parecer, Espina disfrutaba organizando sonadas fiestas en su morada y, de vez en cuando, consentía en que ciertos privilegiados, siempre seleccionados por él, conocieran en persona las maravillas que poseía. Uno de estos afortunados fue el pintor de origen italiano Vicente Carducho y es, gracias a él, que disponemos de uno de los testimonios sobre la presencia de los códices leonardianos en su casa. Así, en sus Diálogos de la pintura (1633), Carducho explicaba: “Allí vi dos libros dibujados y manuscritos de mano del gran Leonardo de Vinchi, de particular curiosidad y doctrina, que a quererlos feriar, no los dejaría por ninguna cosa el príncipe de Gales, cuando estuvo en esta Corte…”

Fachada de la Biblioteca Nacional de España | Crédito: Wikimedia Commons.

Efectivamente, tal y como refiere Carducho en su libro, el mismísimo príncipe de Gales –futuro Carlos I de Inglaterra– se mostró interesado en comprar los cuadernos de Leonardo durante su estancia en España en 1623, a lo que Juan de Espina se negó. Cuando algunos años después, en diciembre de 1642, Espina falleció, el testamento de tan singular personaje establecía con toda claridad que los manuscritos de Leonardo –entre otros muchos bienes– debían pasar a manos del rey de España.

Así fue como aquellos dos valiosos volúmenes pasaron a formar parte de la Biblioteca de Palacio y, ya en el siglo XIX, engrosarían los fondos de la Biblioteca Nacional de España. En una obra de esa centuria, escrita por el bibliógrafo Bartolomeo Gallardo con el título de Ensayo de una biblioteca de libros raros y curiosos, el autor español refería la existencia de los códices de Leonardo. Se trataba de los manuscritos 8936 y 8937, que acabaron “traspapelados” durante décadas, y reaparecieron en 1965 en la Biblioteca Nacional. Hoy son más conocidos entre los especialistas como Códices de Madrid I y II.

ANEXO
¿LEONARDO EN ESPAÑA?
En los últimos años, y en especial tras el arrollador éxito de El Código da Vinci, han proliferado las más singulares hipótesis en torno al sabio y artista italiano. En lo que respecta a su relación con España, sin duda una de las propuestas más sorprendentes es la que plantea el escritor José Luis Espejo, licenciado en Geografía e Historia, y autor de El viaje secreto de Leonardo da Vinci. En sus páginas, Espejo aprovecha el “silencio” sobre el paradero de Leonardo entre septiembre de 1481 y abril de 1483 para plantear una sorprendente posibilidad: el florentino habría viajado en esas fechas hasta España, y más concretamente hasta Cataluña, para visitar el monasterio de Montserrat, donde no sólo habría pintado una obra por encargo –su San Jerónimo–, sino que habría aprovechado su estancia para empaparse de secretos saberes alquímicos. Además, Espejo sugiere que el linaje de Leonardo podría tener un origen catalán, con parte de su familia procedente de la localidad de Vinciano.

Sin duda se trata de una hipótesis sugerente, muy apropiada para una novela de intriga histórica, pero por desgracia cuenta con pocas posibilidades de ajustarse a la realidad. Si bien es cierto que los datos sobre el paradero de Leonardo en las fechas que cita Espejo son escasos, la práctica totalidad de los historiadores y estudiosos de su figura no albergan duda de que pasó de Florencia a Milán precisamente en algún momento de aquel periodo –muy posiblemente en 1482–, para comenzar a trabajar bajo las órdenes de Ludovico Sforza. Por otra parte, es poco probable que Leonardo fuera contratado como pintor por parte de los responsables del monasterio de Montserrat, pues por aquellas fechas no era precisamente célebre como pintor, con escasas pinturas en su haber, y mucho menos fuera de España. Habría sido mucho más lógico que el abad del monasterio catalán hubiera optado por un artista presente en la península. Además, y volviendo a la cuestión de que apenas contaba con renombre como artista, cabe recordar que en la carta de presentación que envió a Sforza por esas fechas, él mismo se presentaba como ingeniero y experto en la fabricación de artilugios de guerra, dejando como mera anécdota sus capacidades para la pintura.

Algo similar sucede con la sugerencia de que Leonardo aprovechara su estancia en el monasterio para aprender alquimia pues, precisamente, entre los escritos de Leonardo no faltan duras críticas a adivinos y otros charlatanes, a quien el genio despreciaba, incluyendo entre ellos a quienes practicaban el arte de la alquimia, aunque a estos últimos los tratara con algo más de benevolencia, pues experimentaban con elementos de la naturaleza.

Diseño del ‘gran cavallo’, en una de las páginas de los Códices Madrid | Crédito: Biblioteca Nacional de España.

ANEXO
LOS CÓDICES DE MADRID, AL DETALLE
Los dos manuscritos de Leonardo que se conservan actualmente en la Biblioteca Nacional se cuentan entre las joyas más valiosas que posee la institución madrileña. No en vano, se trata de las dos únicas obras atribuidas con certeza al genio italiano que se conservan en nuestro país. Los códices, realizados en papel, tienen unas dimensiones de 222 x 155 mm, y están compuestos por 191 páginas (el Códice I) y 157 (el II). En ambos las páginas están cubiertos por dibujos y textos, en este último caso con la habitual “escritura especular” de Leonardo, que consistía básicamente en textos escritos de derecha izquierda y con las letras invertidas, de tal forma que sólo resultan legibles empleando un espejo. Al parecer, Da Vinci empleaba esta técnica por dos razones: por un lado, para evitar emborronar su propia escritura, pues era zurdo; por otro, para proteger sus hallazgos, invenciones y textos comprometidos de los ojos de los curiosos. En cuanto a la cronología, parte de las páginas datan del periodo entre 1493 a 1497, con Leonardo todavía en Milán, mientras que el resto se remontan a los primeros años del siglo XVI, coincidiendo en parte con el periodo que el maestro italiano pasó a las órdenes de César Borgia (ver artículo). En algunas de estas páginas encontramos dibujos de fortificaciones, cuyas semejanzas con el castillo español de La Mota (Medina del Campo, Valladolid) son más que evidentes. Para especialistas como el arquitecto Fernando Cobos-Guerra, restaurador de la fortaleza vallisoletana, no hay duda de las semejanzas entre los diseños realizados por Leonardo y los castillos de Medina del Campo o el de Salses. Una influencia que habría llegado al genio florentino, con toda probabilidad, a través de los militares españoles que formaban parte de los ejércitos de Borgia.

Castillo de La Mota, en Medina del Campo | © Javier García Blanco.

El Códice Madrid I es un tratado de estática y mecánica y, en opinión de los especialistas, es el que cuenta con dibujos de mayor calidad. En sus páginas podemos disfrutar de bellos diseños realizados con tinta negra, entre los que destacan dibujos de diferentes maquinarias, como relojes, armas, mecanismos singulares y otros ingenios surgidos de su mente. En lo que respecta al Códice Madrid II, en él encontramos cuestiones más variadas: desde referencias a alguna de sus obras, como la célebre Batalla de Anghiari, pasando por un inventario de parte de los libros que formaban su biblioteca, hasta mapas topográficos del valle del Arno o la llanura de Pisa. En uno de los cuadernillos de estas páginas descubrimos, además, bocetos y diseños sobre la fundición del gran cavallo, la monumental estatua ecuestre encargado por Ludovico Sforza en Milán, cuyo modelo en arcilla se perdió para siempre cuando las tropas francesas invadieron la ciudad y se entretuvieron haciéndola añicos con sus armas.

Recientemente, la Biblioteca Nacional anunció la realización de una edición digital de los Códices, después de plantear una encuesta a los internautas a través de diversas redes sociales, y en que la obra de Leonardo resultó elegida para su conversión a este formato.