09-05-2017  (2427 ) Categoria: Articles

D. Abulafia - La gran lucha por el Mediterráneo

El País 7 may. 2017

POR DAVID ABULAFIA

David Abulafia es profesor de Cambridge. Acaba de publicar ‘La guerra de los doscientos años. Aragón, Anjou y la lucha por el Mediterráneo’ (Pasado y Presente). Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

La rivalidad, pero también las alianzas, entre una España e una Italia (nota del Ed.: que no existían como tales) explican la historia de Europa en los siglos XIV y XV. La política, la cultura, el comercio y la religión entretejieron la relación entre los dos países (nota del Ed.: que empezaron a existir como tales, el 1º en 1714 y el 2º en 1861)

Sicilia estaba habitada por griegos, musulmanes y judíos cuando la conquistaron los aventureros normandos y establecieron su reino

En el siglo XV, el futuro comercial de Barcelona empezó a ser incierto, pero Valencia se convirtió en un puerto cada vez más importante

 


Entrada en Nápoles del rey Alfonso V de Aragón, en 1443, recogida en un friso de Francesco Laurana.
GETTY

 

A pesar de estar separadas por el amplio espacio del Mediterráneo occidental, Italia y España (nota del Ed.: que no existían como tales, los dos países empezaron a existir como tales, el 1º en 1714 y el 2º en 1861) han mantenido siempre una de las relaciones más estrechas de la historia de Europa. Y ello no es solo consecuencia de que España fuera dueña, en distintos momentos, de Sicilia, Cerdeña, el sur de Italia y Milán. La relación ha adoptado muchas formas, políticas, culturales y económicas. Ya en el siglo XII, los barcos de Génova y Pisa participaron en las guerras cristianas contra los musulmanes de Al Andalus frente a las costas mediterráneas españolas. En los siglos XIV y XV, los mercaderes catalanes de Barcelona, Valencia, Perpiñán y otras ciudades visitaban con frecuencia Palermo y Nápoles. Pedro IV de Aragón, fallecido en 1387, escribió sobre los estrechos lazos y reconoció que, sin los cereales de Sicilia y Cerdeña, Mallorca no habría podido alimentarse (porque la mitad de la población vivía en la capital y la isla no producía alimentos suficientes), ni Barcelona, que también llevaba mucho tiempo viviendo del cereal italiano, habría podido prosperar.

Estas dos tierras, además, tenían en común varios rasgos culturales importantes. Sicilia estaba habitada por griegos, musulmanes y judíos cuando la conquistaron los aventureros normandos que, con el tiempo, en 1130, establecieron el reino medieval de Sicilia y el sur de Italia. España también acogió distintas confesiones; si bien no había miembros de la Iglesia griega, el judaísmo se practicó legalmente hasta 1492 y el islam, en algunas zonas, hasta 1525, y ambas religiones sobrevivieron de forma clandestina durante un tiempo después de esas fechas. Tanto el reino de Sicilia como los reinos de Castilla y Aragón fueron lugares en los que se transmitieron los textos árabes del mundo islámico a la Europa cristiana, y en todos ellos sirvieron de intermediarios frecuentes los judíos, que seguían empleando la lengua árabe. Judíos, cristianos y musulmanes intervinieron, alrededor de 1300, en la propagación de los movimientos místicos al Mediterráneo occidental: es posible que el místico mallorquín Ramón Llull conociera al cabalista judío Abraham Abulafia, de Zaragoza, que viajó a Sicilia y Malta después de no haber logrado convencer al Papa de que él era el Mesías prometido.

Mientras Llull y Abulafia predicaban a sus seguidores, el Mediterráneo occidental sufría las convulsiones de la famosa guerra de las Vísperas Sicilianas, tras la revuelta popular que se produjo en la isla en 1282 contra el poder dictatorial del príncipe francés Carlos I de Anjou, al que un Papa amigo había situado en el trono de Sicilia. La sensación de que era un periodo sombrío y que el fin del mundo podía no estar lejos puede palparse en los textos de algunos místicos, pero también influyó en los gobernantes, en especial en Fernando II de Aragón y en su esposa, Isabel, para quienes la conversión de los judíos españoles y la expulsión de los que no se convirtieran iba a ser la señal, profetizada mucho tiempo atrás, de que se acercaba el día del juicio final.

Del mismo modo, su apasionado deseo de encabezar una cruzada en Oriente y recuperar la Constantinopla otomana y Jerusalén —que, irónicamente, cayó en manos de los turcos otomanos el mismo año que falleció Fernando— estaba unido al sentimiento de que los reyes de Aragón estaban designados por Dios para desempeñar su propio papel mesiánico y sus hazañas serían el anuncio de la segunda venida de Cristo. Eso mismo les empujó a apoyar a un italiano excéntrico que estaba seguro de que, navegando hacia el oeste, era posible acceder a las riquezas de China, unas riquezas que (como Colón sabía bien) podrían utilizarse para sufragar la cruzada que nunca llegó a emprenderse.

El elemento dominante en esos turbulentos siglos entre 1282 y el reinado de los Reyes Católicos fue la lucha por dominar el Mediterráneo occidental. Los principales protagonistas fueron los reyes de Aragón, que eran también condes de Barcelona y condes de Valencia, y la casa de Anjou, miembros de la dinastía real francesa y descendientes de aquel Carlos I al que los rebeldes sicilianos habían expulsado en 1282. Pero Sicilia no fue el único foco de conflicto. Los aragoneses y los angevinos pelearon por quién debía heredar la Provenza; los aragoneses se molestaron por la injerencia de los angevinos en Túnez, donde los mercaderes catalanes tenían una gran presencia y obtenían fondos muy necesarios para la Corona. No hubo casi ningún rincón del Mediterráneo en el que no se enzarzaran en alguna disputa.

Aun así, estas dos dinastías trataron constantemente de poner fin a sus diferencias mediante alianzas matrimoniales. Sin embargo, los matrimonios no sirvieron de mucho. Más bien, reforzaron los argumentos de cada parte para reivindicar diversos territorios, hasta culminar en la conquista del sur de Italia, el reino de Nápoles, por parte de una de las mayores figuras de la historia de España, Alfonso el Magnánimo, en 1442; ya era dueño de Sicilia, Cerdeña, las islas Baleares, Valencia, Cataluña y Aragón, e intentó por todos los medios emprender varias guerras contra los turcos en Albania. Soñaba con conquistar el Imperio Otomano, y sus ambiciones están reflejadas en la maravillosa novela valenciana Tirant lo Blanc, cuyo protagonista es, en muchos aspectos, una versión ficticia de Alfonso.

Todo esto ocurrió coincidiendo con el extraordinario desarrollo del comercio catalán por todo el Mediterráneo e incluso en el Atlántico. En el siglo XV, el futuro comercial de Barcelona empezó a ser más incierto, pero Valencia se convirtió en un puerto cada vez más importante. Los mercaderes catalanes, que unieron España e Italia mediante sus rutas comerciales, también son otros héroes de esta historia.

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...con las raíces judías de Cataluña podría empezar a hablar de Cataluña en lugar de España

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The Western Mediterranean Kingdoms: The Struggle for Dominion, 1200-150…

A pioneering account of the dynastic struggle between the kings of Aragon and the Angevin kings of Naples, which shaped the commercial as well as the political map of the Mediterranean and had a profound effect on the futures of Spain, France, Italy and Sicily. David Abulafia does it full justice, reclaiming from undeserved neglect one of the formative themes in the history of the Middle Ages.

 

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